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General: ¡VIVA LA HABANA!
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Respuesta  Mensaje 1 de 3 en el tema 
De: ELCUBANOLIBRE  (Mensaje original) Enviado: 10/11/2019 14:52
 HISTORIA
Es pura energía, puro ritmo, puro mestizaje, pura cubanía. Es la ciudad de Alejo Carpentier en la que cantó Benny Moré, la de las callejuelas del puerto y las fachadas monumentales. Todo comenzó el 16 de noviembre de 1519, hace 500 años. Este es un viaje a los orígenes de La Habana y el homenaje a su leyenda.
 
¡VIVA LA HABANA!
Por Mauricio Vicent  |  ELPAÍS
AUN COSTADO del Palacio de los Capitanes Generales, en la calle del Obispo, entre Oficios y Mercaderes, existe un lugar muy especial donde uno puede comenzar a entender lo que es La Habana. Se trata de una de las viviendas más antiguas de la capital de Cuba, una casa de dos plantas con barandas de madera y balcones seccionados que conserva todas las características de las residencias señoriales del siglo XVII. Algunos documentos sugieren que el solar que le dio origen perteneció a Antón Recio, uno de los más ilustres vecinos de la villa, quien llegó a ser regidor de La Habana y tesorero de la Santa Cruzada luego de sobrevivir al ataque corsario de Jacques de Sores, que en 1555 saqueó y quemó la ciudad dejando con vida al marcharse tan solo a 36 almas.
 
En esta casona cargada de historia funciona el Museo de Pintura Mural, uno de los lugares iniciáticos adonde el profesor de restauración Alberto Chía trae a sus alumnos a enseñarles lo que es una cala exploratoria. En los muros y cenefas de esta vivienda colonial hay superficies con más de 20 de estas calas, cada una correspondiente a un momento histórico determinado, extraídas de la pared con bisturí y la paciencia necesaria para dejar al descubierto liras, flores, motivos geométricos, cuernos de la abundancia, racimos de uvas, cintas y adornos vegetales, superpuestos unos sobre otros y pintados según el gusto de cada época.
 
“Es casi arqueología”, dice Chía, al explicar a sus muchachos que esas calas “permiten seguir la pista de lo que fue La Habana, de su inmensa riqueza; ver las transformaciones de la estética a lo largo del tiempo, los materiales con que se construía, los cambios estructurales de las casas…”. Restaurada por la Oficina del Historiador de la Ciudad, que dirige Eusebio Leal, la edificación que alberga el Museo de Pintura Mural está a unos pasos de la plaza de Armas, corazón del centro histórico de La Habana. Aquí, a la sombra de una ceiba, comenzó todo hace 500 años.
 
Fue, según la leyenda, el 16 de noviembre de 1519, en el lugar donde hoy se erige un templete neoclásico que recuerda la celebración de la primera misa y la constitución del primer cabildo bajo las ramas del árbol que allí había. Una década antes de la fundación de la ciudad en su actual emplazamiento, el hidalgo gallego Sebastián de Ocampo descubrió su bahía al bojear Cuba con el propósito de comprobar su insularidad. “Creo que porque uno de los navíos o ambos tuvieron necesidad de darse carena [que es renovarles o remendarles las partes que andan debajo del agua, y ponerles pez y sebo], entraron en el puerto que ahora decimos de La Habana, y allí se la dieron, por lo cual se llamó aquel puerto de Carenas. Este puerto es muy bueno y donde pueden caber muchas naos, en el cual yo estuve de los primeros”, narró Fray Bartolomé de las Casas en su Historia de las Indias.
 
La impresión que causó a aquellos hombres la abrigada bahía habanera sería similar a la que, 300 años después, construidos ya el Morro y la fortaleza de La Cabaña, haría escribir al científico alemán Alexander von Humboldt: “Precisamente donde se cruzan una multitud de calzadas que sirven para el comercio de los pueblos, es donde se halla situado el hermoso puerto de La Habana, fortificado por la naturaleza y aún más por el arte. Las flotas que salen de aquel puerto, construidas en parte de cedro y de caoba de la isla de Cuba, pueden combatir a la entrada del Mediterráneo mexicano y amenazar las costas opuestas…”. En los tres siglos que median entre ambas descripciones, La Habana recibió primero el título trascendente de “Llave del Nuevo Mundo y Antemural de las Indias Occidentales”, y se convirtió después en la más preciada posesión colonial de España en América.
 
Como las calas que emocionan a Chía y a sus estudiantes, un recorrido por el Malecón de La Habana y sus barrios principales permite hoy intuir lo demás. Al comienzo de todo, el castillo de la Fuerza (1577), primera fortaleza abaluartada de América y preámbulo del vasto plan de fortificaciones que emprendió la metrópoli en el área del Caribe para proteger el recorrido de la flota. Luego, el paseo del Prado, antes de Isabel II, rediseñado en 1928 por el arquitecto francés Jean-Claude Forestier, que un año después haría el parque de María Luisa de Sevilla y urbanizaría la montaña de Montjuïc en Barcelona. Y la elegante Habana ecléctica del Palacio Presidencial (1920) y el Capitolio (1929), levantada en la época del boom azucarero que trajo la Danza de los Millones. También el estilizado art déco del edificio Bacardí (1930) y La Habana moderna de La Rampa, de los años cuarenta y cincuenta, con el antiguo hotel Habana Hilton y el edificio del Retiro Médico sobre una loma, decorados con murales de Amelia Peláez y Wifredo Lam. Junto a este patrimonio, cruzando el río Almendares y siguiendo la Quinta Avenida puede alcanzarse lo moderno tropical en la mansión que el arquitecto Richard Neutra diseñó para el banquero suizo Alfred Schulthess, o el sueño inconcluso de las escuelas de arte de Cubanacán, construidas en los años sesenta por Ricardo Porro, Roberto Gottardi y Vittorio Garatti en los terrenos del campo de golf del Country Club, cuando todavía la utopía parecía posible.
 
En la invención de La Habana, su posición geográfica y el mar fueron la clave. El temprano descubrimiento de la corriente del Golfo, que impulsaba la navegación a través del océano con independencia del soplo de los vientos, y el hallazgo en 1520 del llamado Canal Nuevo de Bahamas, paso que abriría la senda más corta e ineludible para el regreso a España, sellarían el destino de la villa, que había sido fundada primero en la costa sur y se trasladó a la norte. A medida que las riquezas americanas comenzaron a fluir por La Habana se incrementó la necesidad de defensa. Y tras el trauma de la ciudad quemada por Jacques de Sores llegaría la institucionalización del sistema de flotas para proteger los barcos. La Flota de Nueva España partía de Sevilla o Cádiz en verano rumbo al puerto mexicano de Veracruz, la de los Galeones de Tierra Firme se dirigía a la colombiana Cartagena de Indias y las panameñas Portobelo y Nombre de Dios, y ambas pasaban de regreso por La Habana al año siguiente condicionando la vida de sus habitantes.
 
La ciudad vivía entregada al comercio y a brindar los servicios y abastecimientos que requerían los buques en tránsito, bastimentos, aguadas, hospedaje, comida, y también juego y prostitución para marineros y la numerosa población pasajera, que en algunos momentos doblaba la de sus habitantes fijos, lo que agitaba o desfallecía la ciudad según el ritmo de las estadías. Muchas casas reservaban uno o dos cuartos para alquilar, mientras la actividad económica se centraba en la edificación de las fortalezas y en la reparación y construcción de navíos, industria que fue creciendo en importancia hasta convertirse los astilleros de La Habana en los más importantes del Nuevo Mundo. Después llegarían los pilares del desarrollo, el azúcar, que en el siglo XIX traería el ferrocarril y los barcos de vapor a La Habana, y el tabaco, con sus fábricas sin humo en el centro de la ciudad y sus famosos cigarros que pronto recibirían el nombre de habanos.
 
Como en el Museo de Pintura Mural, en el que una cala dibuja una época y esta explica la siguiente, en las calles de La Habana Vieja puede leerse el presente y el pasado de la ciudad. A diferencia de la mayoría de las ciudades coloniales, en las que una plaza principal concentraba las funciones públicas y a partir de este espacio se conformaba su trazado, La Habana fue una villa policéntrica desde temprano. La necesidad de defensa hizo que su primitiva plaza fuera ocupada por el castillo de la Real Fuerza, desarticulándose desde entonces su inicial centralidad. Más que una plaza mayor, La Habana llegó a tener varios espacios públicos para acoger sus actividades: la plaza de Armas, dedicada a funciones militares; la de San Francisco, con el edificio del Cabildo, el convento de dicha orden y en ocasiones la residencia de los gobernadores, y la plaza del Mercado, hoy plaza Vieja, donde se celebraban también fiestas colectivas y actos públicos. Hacia el extremo norte, no muy lejos, los vecinos habilitaron otro espacio abierto, bajo e inundable llamado plazuela de la Ciénaga (hoy de la Catedral), para satisfacer las necesidades del puerto —abastecimiento de agua, arbolar navíos, coser velas y redes…—, y además estaba la plaza del Cristo. Todo este conjunto se encontraba enlazado por dos calles principales, las primeras en adquirir nombres propios, la calle de los Oficios, por el oficio de escribanos, y la de los Mercaderes, por sus tiendas y establecimientos. Ya en 1665 un informe aludía a esta área como el lugar donde se manifestaba el mayor dinamismo del puerto, donde vivían los más poderosos comerciantes y familias, se hospedaban los tripulantes de las armadas y se localizaba materialmente “todo el tesoro de La Habana”.
 
A partir de ahí surgió lo que conocemos hoy. Pero… ¿Cómo La Habana llegó a convertirse en la ciudad más fabulosa del Nuevo Mundo? ¿Y cuál es su esencia y su futuro? En la Escuela Taller Gaspar Melchor de Jovellanos, donde Chía estudió y hoy imparte clases —1.500 alumnos se han graduado aquí en casi dos décadas—, uno puede hallar algunas respuestas. La Habana es su arquitectura, y su historia, y el mestizaje, y la Alameda de Paula, y la Fuente de la India, y los míticos garitos de la playa de Marianao a los que se asomaron Marlon Brando y Ava Gardner, y la Calzada del Cerro, con su columnata inacabable y sus casas quinta neoclásicas. La Habana es también la mulata de rumbo que pintó Víctor Patricio de Landaluze en el siglo XIX, por la cual el Leonardo de Cecilia Valdés, o cualquier otro, podía perder la razón; y La Habana declarada patrimonio mundial por la Unesco en 1982; y La Habana de la esclavitud, que trajo todo el dolor del mundo, pero también la mezcla de razas; y la ciudad tomada en 1762 por los ingleses, que quedaron sorprendidos por la gran cantidad de negros libres que caminaban por las calles; y la de la inmigración masiva de chinos cuando se prohibió la trata; y la Gran Habana de los locales nocturnos, del bar Sloppy Joe’s y los cabarets Tropicana y Sans Souci, la misma de Benny Moré y del barman catalán Constante, y la de la mafia. Es también La Habana de la esperanza, la de la labor rehabilitadora de Eusebio Leal y Chía, la de la Escuela Taller, la de las explicaciones de la profesora de vidrio Mirell Vázquez, orgullosa de que sus alumnos desarrollen el síndrome del hámster: acumular cristales de colores y todo lo que pueda servir para restaurar lucetas, medio puntos y vitrales coloniales para la ciudad. Y La Habana que cumple hoy medio milenio y a la que Javier Mariscal, con sus dibujos, y el que escribe, contando historias, quisimos rendir homenaje en el libro 500 años de La Habana, que se publica ahora. La Habana intramuros, la de la Zanja Real y el callejón del Chorro, que se desbordó y dio origen al increíble Reparto Murallas, con sus fachadas corridas y arcos monumentales, y luego al Vedado y Miramar, y la ciudad marinera de Regla y Casa Blanca, y La Habana de los soportales y las columnas, ajada hoy, pero viva, en la que, escribió Alejo Carpentier, “el transeúnte acabó por olvidar que vivía entre columnas, que era acompañado por columnas y hasta que era velado por columnas en las noches de sus sueños”. 
 
 


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Respuesta  Mensaje 2 de 3 en el tema 
De: ELCUBANOLIBRE Enviado: 10/11/2019 15:01

HERMOSA HABANA
 

RAZAS EN CUBA
 

PLAYA EN MARIANAO
 

CALZADA 10 DE OCTUBRE

Ilustraciones de Javier Mariscal
 

Respuesta  Mensaje 3 de 3 en el tema 
De: ELCUBANOLIBRE Enviado: 11/11/2019 17:28
La Habana que no tiene razones para festejar
Los hoteles y edificios ubicados en las zonas que comúnmente visitan los turistas y estarán visibles para quienes acudan a la celebración por los 500 años de la ciudad, están siendo remozados. Entretanto, en las barriadas pobres de la ciudad, los habaneros malviven en ciudadelas e inmuebles semiderrumbados.

Vista parcial de la centenaria
Catedral de La Habana, estilo barroco, construida en 1767
Mientras media docena de obreros especializados limpian los amplios ventanales del nuevo hotel cinco estrellas que próximamente se inaugurará en la céntrica intersección de Prado y Malecón, Dunia, una joven de 24 que se gana la vida como prostituta, regresa a la desvencijada cuartería donde reside, en el marginal barrio de Colón, en el corazón de La Habana.
 
La noche anterior no fue buena. Realizó su acostumbrada ronda por los alrededores del hotel Packard y el bar Slopp's Joe a la caza de clientes extranjeros. Como siempre, iba maquillada y perfumada, con su minifalda, tacones de aguja, exces y un bolso pirata de Louis Vuitton.
 
Fumando un cigarrillo mentolado, Dunia cuenta que para no regresar a casa sin dinero, se llegó a una ilegal casa de juego conocida como burle, en la barriada de San Leopoldo. “Allí pude ligar a un punto que había ganado un montón de dinero jugando silot, pero el tipo era tremendo tacaño. Regateó como si yo fuera un trasto y no quería pagarme los treinta fulas que le pedí por una noche. Al finar cuadramos el negocio por veinte chavitos (cuc)”.
 
Con ese dinero se llegó a un mercado en la calle Galiano y compró un kilogramo de picadillo de res, dos paquetes de salchichas de pollo, un litro de aceite vegetal y confituras para su hija de cinco años. “Las cuatro cañas [cuc] (equivalentes a cien pesos) que me sobraron, las guardé para pagarle a una señora me cuida a la niña cuando estoy ‘luchando’”.
 
Dunia vive en un cuarto estrecho, sin ventanas y mal iluminado con un bombillo de los llamados ‘ahorradores’. En un solar [ciudadela o cuartería] a menos de 200 metros de varios hoteles lujosos, donde la habitación más barata cuesta 400 dólares la noche. Por mobiliario en su cuarto tiene dos sofás destartalados, un anacrónico televisor de tubos catódicos, una repisa chapucera con botellas vacías de whisky y como decoración, fotos de artistas famosos pegados en la pared.
 
El cuarto lo ha dividido en dos: una sábana remendada hace la función de puerta en el espacio donde ella duerme con su hija en una cama metálica. Al fondo, junto a una hornilla eléctrica, se ven restos de pizzas y cuatro o cinco platos sin fregar a la “espera de que pasé el señor que por cincuenta pesos me llena el tanque de agua”, dice Dunia.
 
Para abastecer a esos hoteles de lujo, el Estado cubano construyó un nuevo acueducto que beneficia a los vecinos de la zona. Pero la cisterna del solar donde vive Dunia, luego de muchos años sin limpiar, ahora almacena agua que no es potable. Dunia y su hija deben asearse y hacer sus necesidades en un baño colectivo. Su sueño para el 2019, año en que La Habana celebra el 500 aniversario de su fundación, era construir un pequeño baño dentro de la habitación.
 
Pero no ha podido ser. “La cosa está mala. La mayoría de los turistas no quieren pagar cien dólares por una noche. Y como la competencia es tan fuerte, cuadran [negocian] por 30 o 40 cuc. A lo mejor en el 2020 tengo más suerte”.
 
Mientras el régimen acicala el Paseo del Prado y algunas zonas específicas de La Habana Vieja para recibir a los invitados, en las calles interiores de la ciudad, a pocos metros, continúan los salideros de agua, la basura se acumula en las esquinas y mucha gente continúa haciendo planes para emigrar.
 
Los barrios al sur de la capital no van a ser visitados por los Reyes de España, Felipe VI y Letizia. En el Reparto Sevillano reside, Lucas exmilitar que perdió una pierna hace treinta y cinco años al detonar una mina terrestre en la selva angolana [país del África al que Fidel Castro envió tropas cubanas a combatir] prepara la mercancía que luego venderá en un timbiriche ambulante en la sucia Calzada de Diez de Octubre.
 
“Mi ‘bisne’ es revender cualquier cosa que compro en la shopping (baterías, peines, candados) o ropa y zapatos que me dan las ‘mulas’ que viajan a México o Panamá”. Su ayudante empuja su sillón de rueda por las deterioradas calles y aceras del reparto Sevillano. En todas las esquinas se amontona la basura y los gatos rastrean sobras de comida.
 
“A esta gente (el Gobierno) solo le interesa maquillar el circuito turístico de La Habana. Lo que sale en las fotos de los periódicos son los hoteles que construyen para recaudar dólares. Hace años que el Gobierno no construye obras sociales. Mira cómo están de sucias y desbaratadas las calles de cualquier municipio habanero. Los festejos por los 500 años apenas beneficiarán a la ciudad, a no ser en aquellos lugares escogidos para ‘ordeñarles’ dinero a los turistas o a los cubanos que reciben remesas”, dice Lucas, y se empina un trago de ron peleón de un pomo plástico que alguna vez fue de agua mineral.
 
José es un santiaguero del Segundo Frente que hace tres años reside de manera ilegal en La Habana, malvive con su esposa y dos hijos en un edificio en peligro de derrumbe a pocos metros de El Capitolio Nacional, donde a la carrera, un ejército de operarios pone a punto los jardines exteriores de la actual sede de la Asamblea Nacional del Poder Popular.
 
Según él mismo reconoce, es “un metedor de cuerpo. Lo mismo sirvo de pala a un choro (carterista), busco clientes para unas socias jineteras o vendo tabaco que sacan por la puerta de atrás de la fábrica que queda al fondo del Capitolio. Voy a toda”. José vive mal, come poco y bebe ron de quinta categoría. Pero se siente feliz.
 
“Los habaneros se la pasan quejándose, pero Santiago de Cuba está cuatro veces peor. Pa’ mí, La Habana es Miami”, confiesa José. A pocos días del 500 aniversario de la fundación de San Cristóbal de La Habana, una mayoría de habaneros tiene poco que festejar. La capital cubana del glamour es solo para una minoría.
 


 
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