Tras 500 años de fundada hay una Habana que se resiste a morir
Nada podido con ella: ni las huracanes ni los derrumbes ni los exilios ni las revoluciones ni las crisis ni los embargos... La capital de Cuba llega este sábado al aniversario más importante que tal vez veremos los que ahora estamos vivos: los "500 años" de su fundación. Es tarea del siguiente medio milenio construir y reconstruirla sin permisos de entrada, a la medida de su leyenda y de la nostalgia y los deseos de quienes, viviendo en ella o lejos, la imaginan de otro modo.
LA HABANA CUMPLE MEDIO MILENIO
La capital de todo los cubanos cumple 500 años de fundada. Medio milenio, que es la unidad con que se miden las culturas y civilizaciones. De su etapa colonial nos queda una hermosa ciudad antigua, restaurada en buena parte, y también en buena parte museificada, pensada en su recuperación más para ser mostrada que para ser vivida. Aunque, sin dudas, el Casco Histórico de La Habana Vieja es uno de los grandes orgullos de la ciudad y de las bazas fuertes de cara al turismo.
Terminada la gobernación española, los años de ocupación estadounidense contribuyeron a la modernización de la ciudad, y la etapa republicana, hasta 1958, fue la que más la enriqueció. De manera que cuando se habla de La Habana en todo su esplendor, es de La Habana de la República de que se habla.
Al régimen instaurado en 1959 se le debe, en cambio, el menor de los aportes a su crecimiento. La Revolución supera ya en años a la República, pero no ha podido competir con los logros arquitectónicos y urbanísticos de esta y, en vista de ese demérito, se ha ocupado de denigrar a La Habana anterior a su triunfo, tratándola de ciudad prostibularia y del juego.
"Revolución es construir", alardeó ese régimen. Subió este lema, en letras lumínicas, a lo más alto de la fachada del Ministerio de Construcción, y se encargó de incumplirlo, como ha incumplido la inmensa mayoría de las promesas oficiales. Fidel Castro (y por extensión, su hermano Raúl) ha sido uno de los dictadores con menos interés constructivo en toda la historia del mundo.
Su régimen, que heredó tan grande riqueza urbanística y arquitectónica, y que se apropió de esa riqueza como nunca antes ocurriera, se encargó de no acrecentarla y destruirla. Pues no puede calificarse como inacción lo que ha hecho con La Habana (y por extensión, con otras ciudades del país), sino como voluntad de dejarla venirse abajo.
Crecen cada año más las cifras de déficit habitacional, crece el número de derrumbes, y aumenta el número de ciudadanos que vive en peligro de aplastamiento, a costa de tener un techo propio y de no ser hacinados en albergues estatales, a la espera de una oportunidad que nunca llega.
La restauración de La Habana Vieja es uno de los escasísimos logros de la etapa revolucionaria. Y si en la última década han aparecido, aquí y allá por toda la ciudad, algunas señales de recuperación, se han debido principalmente a la gestión privada, a emprendedores y "repatriados", ocupados en construirse un hábitat lo más digno y hermoso posible.
Entretanto, no se escuchan noticias de planes urbanísticos para la capital, y no hay certidumbre de que vaya a disminuir el déficit habitacional en ella. No hay política gubernamental contra la decrepitud de la ciudad.
A inicios de este mes, la misma propaganda que alardeara de que revolución era construir alardeaba de la presencia de grúas en la ciudad, señal de crecimiento indudable. Pero enseguida se descubría que esas grúas estaban allí para levantar hoteles. Y desde la época en que los cubanos tenían prohibida la entrada en los hoteles se sabe que las ganancias de ese turismo no va a revertirse en mejoría de vida para la población cubana. De manera que, si La Habana crece actualmente, crece para asegurar cada vez más turistas extranjeros que vengan a deleitarse en la contemplación de cómo la población autóctona vive en ruinas o en cuasi ruinas. A esto ha reducido el régimen revolucionario a La Habana.
La capital de todos los cubanos cumple medio milenio en las peores condiciones de toda su historia. Y no solamente por las terribles condiciones en que viven muchos de sus pobladores, sino también por una política adversa que decide que no todos los cubanos que la sienten como su capital puedan llegar a ella, visitarla o habitarla.
Es tarea del siguiente medio milenio construir y reconstruir una ciudad sin permisos de entrada, una Habana a la medida de su leyenda y a la medida de la nostalgia y los deseos de quienes, viviendo en ella o lejos, la imaginan de otro modo.
Tras 500 años de fundada hay una Habana que se resiste a morir
La Habana de hoy vive una vejez prematura. Como una hermosa corona enmohecida, es una ciudad que se encuentra agotada por las circunstancias y que, lentamente, ve apagar sus últimos destellos de grandeza bajo el cáncer de la utopía revolucionaria.
La Habana era una ciudad, una gran ciudad, antes de que Fidel Castro allanara sus calles y plazas con uniformes de verde olivo, marchas populistas, consignas marxistas-leninistas o su eterno “período especial”.
Aunque el origen de la villa habanera es aún tema de discusión entre historiadores, el consenso de los expertos ubica un asentamiento inicial en la costa sur, actual provincia de Mayabeque, desde julio de 1515 y un ulterior traslado, cuatro años después, hacia la costa norte en el entonces denominado puerto de Carenas.
Puesto que se cree que el 16 de noviembre de 1519 se ofició la primera misa y se efectuó el primer cabildo, la fecha ha llegado hasta nosotros como el día en que se declaró oficialmente fundada la villa con el nombre de San Cristóbal de La Habana.
Lo cierto es que favorecida por sus condiciones naturales, su amplia bahía de bolsa, así como por la magnífica localización geográfica a la entrada del golfo de México, pronto adquirió una importancia superior al resto de las villas cubanas y, a partir de 1553, comenzaron a residir allí de manera permanente los gobernadores españoles hasta ser designada capital administrativa de la isla.
Empero, La Habana todavía no ostentaba la categoría de ciudad, la cual no le fue otorgada sino hasta el año 1592 cuando recibió la aprobación del rey Felipe II de España, quien le concedió además, el título de “Antemural de las Indias Occidentales y Llave del Nuevo Mundo”.
Durante esas fechas y con posterioridad, La Habana siguió moldeando una imagen de gran ciudad, sumamente esplendorosa y sólidamente fortificada, hasta que en 1607 quedó reconocida como capital de Cuba por Real Decreto.
En 1827 la población de La Habana alcanzó la cifra de 100 mil habitantes y una década después, en 1837, se convirtió en la primera ciudad del mundo hispano en contar con ferrocarril. Siete años antes de que finalizara el siglo XIX, en 1893, se terminó de construir el acueducto de Albear, la mayor obra de ingeniería civil en Cuba hasta ese momento y todavía en activo.
Tras la independencia de 1902, la capital cubana comenzó a evolucionar de modo vertiginoso. Fueron años de crecimiento económico y poblacional, donde se expandieron los límites naturales de la ciudad, uniéndose asentamientos periféricos con las zonas más urbanizadas, hasta transformarse en una verdadera metrópoli capitalina.
Pero fue, sin discusión, el capitalismo republicano, entre 1902 y 1958, el que le entregó a La Habana su momento de mayor esplendor y gloria, convirtiéndola en la ciudad que todos querían conocer y en donde muchos deseaban vivir.
Bajo el gobierno de Mario García Menocal se construyó el Palacio Presidencial, un admirable edificio de estilo eclético levantado entre 1909 y 1919, mientras que el presidente Gerardo Machado inauguró en 1929 el majestuoso Capitolio Nacional, todo un símbolo de la época y uno de los edificios más emblemáticos de La Habana. Con Ramón Grau San Martín se desarrolló el Barrio Residencial Obrero de Luyanó y con Fulgencio Batista se edificó la Biblioteca Nacional José Martí y la ciudad Deportiva, por solo citar algunos ejemplos.
Sin embargo, sería imposible resumir en breves párrafos todo el desarrollo urbanístico, la lista de arquitectos o las obras arquitectónicas y civiles que encumbraron a la capital de todos los cubanos durante los 56 años de vida republicana.
El túnel de la Bahía, el edificio FOCSA, la Estación Central de Ferrocarril, el Edificio Bacardí, la Lonja del Comercio, el Palacio Nacional de Bellas Artes, la Manzana de Gómez, el Hospital Calixto García, el Cristo de La Habana, la vía Monumental, la Plaza Cívica Jose Martí, el Stadium del Cerro, el aeropuerto de Rancho Boyeros, el Hotel Nacional o el desarrollo del Vedado y Miramar, son apenas perlas de un inmenso rosario que embelleció a La Habana durante el más de medio siglo que duró República.
En el año 2016, La Habana recibió el certificado de Ciudad Maravilla Moderna, otorgado por la fundación New7Wonders como parte del intento de esta organización por realizar un ejercicio de memoria global que documentara y promoviera la conservación de obras y monumentos por todo el planeta.
Aunque el actual régimen comunista aprovechó la ocasión para realizar la acostumbrada propaganda política en su beneficio, poco de mérito tienen en este reconocimiento, por no decir ninguno.
Salvo el horrible barrio de Alamar, donde se desplegó uno de los peores experimentos de la incoherente arquitectura revolucionaria, apenas pueden presumir de algunos ejemplos como la Escuela Nacional de Arte, el edificio de la CUJAE o la heladería Coppelia. Curiosamente, estas tres obras fueron construidas en los primeros años de la década del 1960 por arquitectos formados en la República y subvencionadas con el dinero obtenido de la expropiación forzosa a la empresa privada a partir de 1959.
Ninguna de las ideas faraónicas de Fidel Castro jamás tuvieron el objetivo ofrecerles a los cubanos una Habana mejor, una capital más limpia o un lugar más habitable. Al contrario, hizo empobrecer y arruinar a la ciudad con sus caprichos, del mismo modo que al país. Y mientras su vida mortal se le escapaba entre los dedos, también intentó llevarse tras de sí el aliento de una Habana que, a pesar de todo, todavía se resiste a morir.
¡Feliz segunda mitad de milenio para nuestra capital, La Habana!
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