Relieves y jeroglíficos que hoy cubren las paredes de templos y tumbas del Antiguo Egipto nos traen el eco de amores diferentes cuyos protagonistas fueron dioses y reyes de sexo igual. Mitología y realidad se dan la mano a las riberas del Nilo para recordarnos cómo las pasiones vividas entre hombres hunden sus raíces en la noche de los tiempos.
No podía faltar en una cultura milenaria como la nilótica alguna tradición sobre hombres que amaron a los de su mismo sexo. La mitología egipcia se hace eco de la ambigüedad sexual de ciertos dioses, como ocurre con Set y Horus. Pero también en el mundo real hubo faraones que tuvieron amantes masculinos, cuyas pasiones quedaron grabadas en la piedra indeleble de palacios y tumbas. Casos como los de Akenatón y Semenkare, el longevo Pepi II o los manicuros de Sakkara, algunas prácticas de los sacerdotes del templo de Jnum en Elefantina, junto a la posibilidad de representar un tercer sexo, nos confirman en la creencia de que lo que hoy consideramos homosexualidad fue moneda de uso corriente entre los habitantes que hace varios milenios poblaban las fértiles márgenes del Nilo.
Set es otro de los dioses egipcios asociado a la masculinidad y, por ende, también a la homosexualidad masculina. Su relación con Horus, junto al cual suele aparecer representado, dio lugar a una serie de complicados enredos mitológicos, donde ambos luchan entre sí convertidos en hipopótamos, se reconcilian y hasta mantienen una serie de extraños acoplamientos más seminales que propiamente amorosos. Sin embargo, donde algunos perciben un guiño homoerótico otros más cautos sólo ven una metáfora sobre la unificación del Alto y el Bajo Egipto, que tuvo lugar en el tercer milenio antes de Cristo. En un afán tan exagerado como anacrónico, se ha llegado a calificar a Set como ‘dios gay’ de la mitología egipcia.
El faraón AKHENATHON era representado a menudo en las pinturas, grabados y estatuas, con caderas anchas y pechos femeninos. Algunos investigadores atribuyen estos detalles a un intento de su reinado hacia la unificación de lo masculino y lo femenino, propio de un culto monoteísta. Otros sugieren que se trata de una indicación de un desorden glandular, suponen que Akhenaton pudo ser hermafrodita. Por otra parte, también hay escenas de Akhenaton acariciando a su ahijado Smekhare, lo cual podría indicar una relación homoerótica. En Mesopotamia (actual Irak), Akhenaton permitió que la prostitución masculina y femenina adjunta a los templos y que, en algunos casos, los internos recibieran un salario regular de las arcas públicas.
Algunos investigadores sugieren que Smenhkare, el ahijado de Akhenaton, pudo haberse convertido en Nefertiti, asumiendo este nuevo nombre una vez muerto este faraón. No obstante, esta explicación no encaja con las uniones posteriores de Smenhkare, aunque explica las representaciones de afecto entre el faraón y su ahijado. Tras la muerte Smenhkare, tomó las riendas de Egipto, el denominado “rey niño”, Tuthankamon, que fallecería a los 18 años, presumiblemente asesinado. En la mitologia egipcia eran hermafroditas el dios Hapy, divinidad fluvial, asi como Sokaris, dios del fuego y la oscuridad, por ejemplo. El dios Hapy fue identificado en origen por los egipcios como la inundación del Nilo. Hapy es llamado "dios creador" y "padre de los dioses", debido a su capacidad de dar vida y crear. También fue llamado "señor de l...os peces y los pájaros", y en su séquito se encontraban numerosos dioses cocodrilo y diosas rana. Las representaciones de Hapy suelen mostrarlo como un hombre de vientre hinchado con un cinturón o taparrabos corto, pelo largo y pechos colgantes de formas femeninas. A menudo llevaba un matojo de papiros sobre su cabeza, y muchas veces con tallos de papiro y loto y portando una bandeja llena de ofrendas. Hapy fue venerado, en especial, en aquellas zonas en donde el Nilo era particularmente turbulento, como Gebel el-Silsila, y cerca de la supuesta fuente del Nilo, en donde se creía que el dios habitaba en una caverna cerca de Asuan.
En algunos grafitis y jeroglíficos egipcios aparecen dibujadas tres formas de identificar la categoría sexual. Unos esquemáticos dibujos, similares a los que hoy pueden verse en las puertas y paredes de los servicios públicos, muestran la figura de una mujer escoltada por la de un hombre con un pene al lado eyaculando semen y la de otro hombre que carece de tal atributo. Este último dibujo se identificó en un primer momento como referencia a los eunucos. Sin embargo, semejante atribución es del todo imposible, ya que no hay el menor indicio que avale la existencia de eunucos en los gineceos del Antiguo Egipto, ni tampoco que sus habitantes practicaran la castración.
Reproducir los atributos varoniles en estos dibujos se ha considerado, en cambio, como una fórmula simple para expresar la función reproductora, y que, en el caso de la figura masculina que carece de ellos, señalaría a los homosexuales, pertenecientes, por tanto, a ese tercer sexo que, como podremos comprobar a través de las historias que hemos traído hasta aquí, estaba más extendido entre los milenarios habitantes del Nilo de lo que podíamos imaginar.