¿De verdad crees que tu cuerpo no puede caer en un espacio otro, distinto, fuera del privilegio? ¿De verdad crees que tu cuerpo no puede ver de pronto que todo se desmorona y tiene que comenzar de nuevo? ¿De verdad no crees que pueda verse desahuciado, en la calle, en el exilio, negociando como pueda en el ostracismo un precio, en un margen precario, en un estadio ilegal y proscrito, o muerto en el mar/cementerio de la vergüenza? ¿De verdad crees que tu cuerpo es sagrado?
Tu cuerpo no es sagrado. Tu cuerpo es un sintagma contingente a merced del relato, como todos los cuerpos históricos, como todos los sintagmas de carne social. Tu cuerpo es tan vulnerable como todos los que somos parte y todo de la política.
Y la vulnerabilidad no es, como lo invulnerable, dado por naturaleza; al contrario son condiciones que necesitan producirse artificialmente; convengamos, social, cultural y políticamente. El espacio de la precariedad, de las “minorías”, de los márgenes y las periferias, son espacios epistémicos creados, convencionales. Son expresiones del poder que después, evidentemente, estructuran la materia y trascienden lo simbólico. Y no es que el lenguaje se vuelva carne, es que la señala y manipula. La moldea y condiciona su existencia. La producción de relatos marca los cuerpos, que son siempre el nuestro, y los coloca en un lado, en un punto concreto para la interpretación social. La interpretación/traducción del cuerpo atravesado por relatos nunca es, pues, arbitraria, siempre estará mediada por la inercia de la convención, por sus tensiones y tránsitos. Por sus cambios de dirección.
Habitamos la frontera, habitamos el espacio frondoso que nos deja el relato y nos deslizamos a veces hacia lugares desconocidos de lectura. Nuestro cuerpo es/puede ser leído como usurpador, como enemigo, como parásito, como el mal. Como el polizón ilegal que ocupa una parte del mapa que no le pertenece, que es avistado por la vigilancia policial de la supremacía y que es perseguido, arrestado, condenado, desaparecido o muerto, en pro siempre de la seguridad (nacional, religiosa, política). Seguridad que no es otra que la propia salvaguarda del relato y la defensa de su dirección. Y si hoy habitas la parte o el todo de ese privilegio, ¿de verdad no crees que puede cambiar?
Tu cuerpo no es sagrado. Es un contenedor de significados y causas, que devienen consecuencias y cambios posibles de trayectoria. Y aunque lo creas, ¿no comprendes que tu habitar privilegiado se construye en base a la opresión de otros cuerpos, que tu geografía primermundista es una herencia colonial con implicaciones presentes?
Asistimos de un tiempo a esta parte al auge de la expresión extrema de la guerra de los lobos de Hobbes, del todos contra todos que se supone que somos los cuerpos humanos en libertad. Asistimos al avive del odio/miedo como estrategia política para la destrucción de la convivencia, que es el totalitarismo. El fascismo emerge envalentonado, como adalid del orden frente al caos, como cruzada reguladora frente al desvarío de la libertad. Argumentos inexistentes y falsos debates que crecen en momentos de crisis, ya lo sabes, ya lo sé.
El fascismo habla de pureza contra el mestizaje y lo híbrido. Habla de orden y jerarquía contra la pluralidad y el derecho equivalente. Construye un patrón válido y homogéneo, y crea enemigos disidentes, nos llama peligrosos, destructores, terroristas; y se disfraza de víctima amenazada por lo que nosotras consideramos nuestra vida, nuestra lucha, nuestra libertad. Pero, ¿cuál es esta guerra de/contra/entre/por los cuerpos?
Estas semanas hemos asistido también a ataques frontales contra lo queer y las personas trans desde medios e instituciones (¡ay!) de izquierdas, que no voy a referir aquí. Textos que nos nombran, como hace el fascismo, como el sujeto enemigo que los convierte en víctimas de una supuesta (y utópica fantástica) dictadura queer. No cito sus textos (¿para qué?) sino que interpelo a sus autoras, Falcón, Fraga, Prats… ¿de verdad creéis que somos la amenaza? ¿De verdad creéis que vuestro cuerpo sagrado está amenazado por nuestras vidas precarias? No. Prefiero referir a otros textos, a autoras que hablan del lenguaje y su manipulación interesada para crear enemigos donde hay experiencias vulnerables y potenciales alianzas por objetivos comunes. Prefiero hablar de Trujillo y su recuperación del movimiento queer que nace “en las calles como un activismo radical, autónomo, anticapitalista, antirracista, orientando su acción a las micropolíticas maricas, bolleras y trans en los barrios y los centros sociales, y a trabajar junto a otros sujetos y luchas subalternas (okupas, por ejemplo, o movimientos vecinales)”; o la entrevista a la activista Silvia Agüero Fernández, que explica que “no hay parte buena y parte mala, hay imaginario payo y realidad gitana”; o la imprescindible Irantzu Varela que habló en uno de sus vídeos esta semana sobre la acusación de violencia feminista: “Ni una sola persona ha sido linchada, ejecutada, apaleada, torturada, secuestrada o desaparecida, jamás, en nombre del feminismo y hay quienes consideran que estamos buscando crear un supremacismo que sustituya una opresión por otra.” Es decir, discursos como este texto, que ponen la atención en la manipulación del lenguaje y sus consecuencias políticas. ¿Cuál es, en realidad, la guerra de los cuerpos?
Es que la guerra no es tal guerra, o no es, al menos, una batalla de fuerzas equivalentes. Porque en las cruzadas del privilegio sólo hay ofensivas contra cuerpos inermes, que no disponen de la institución ni el ejército para defenderse. Y por más que muchas nos acusen de hegemónicas a las vidas queer y trans, bien sabemos, hasta vergüenza me da escribirlo, que no es así. Y también sabemos, o deberíamos saber a estas alturas, que la libertad no es efectivamente tal libertad hasta que todas seamos libres, porque somos comunidad y dependemos unas de otras, porque somos conjunto social y político, porque somos red. Que el proyecto revolucionario es para todas o no es, y que mi cuerpo no es libre hasta que todos lo sean. Y que tu cuerpo, ese que crees sagrado, es tan contingente como el mío y como el de la puta trans de la calle de abajo, como el del que corre con la manta porque le persigue la policía, y como el del crío exiliado encerrado en un centro de extranjería.
Mi libertad no acaba donde empieza la del otro, ese es el falso argumento de la jerarquía totalitaria. Mi libertad empieza donde empieza la de los demás. Responde, alíate y lucha por objetivos comunes. Combate a tu enemigo real.