Las personas LGTB son más susceptibles a sufrir ansiedad y depresión, a desarrollar adicciones e incluso a suicidarse. Y parte de ello se forja en la adolescencia. Porque a pesar de la visibilidad y el reconocimiento de ciertos derechos, siguen existiendo prejuicios a la hora de criar en familia y educar en la escuela.
Call Me By Your Name
Cómo ser gay en un mundo hetero y vivir para para contarlo
La adolescencia robada, o por qué no es igual crecer siendo gay que hetero
Han sido años de enhorabuena para el colectivo LGTB, sobre todo para aquellos que reflexionamos sobre una idea: la adolescencia robada, o por qué no es igual crecer siendo gay que hetero. Es algo complicado de explicar a aquellos que no pertenecen a la comunidad, e incluso a los que pertenecen a la comunidad pero no a ciertas generaciones como la millennial o las anteriores. Pero lo sentimos los que sabemos que hemos pasado por ello, y eso crea entre nosotros una especie de conexión tácita, que no siempre se habla pero que existe gracias a las vivencias y ausencias que compartimos. Y no solo es algo sentido, también es algo estudiado.
Libros importantísimos para la psicología afirmativa gay, como 'The Velvet Rage', de Alan Downs, o 'Quiérete mucho, maricón' (Roca Editorial), de Gabriel J. Martín (también puedes leer este reportaje de 'Highline' de 2017), hablan de la relevancia de lo que se vive (y lo que no) en la adolescencia en el proceso de reafirmación de la identidad, y los jóvenes LGTB que pasan hoy por ella siguen estando en situación de desventaja. Si escuchas los discursos LGTBfóbicos de los partidos radicales o consultas las cifras de agresiones LGTBfóbicas que se suceden semana a semana en España y otros países entenderás mejor por qué.
Pero, ¿qué es eso de la adolescencia robada? Hace unos meses publicamos en GQ el reportaje 'Cómo ser gay en un mundo hetero' y abordamos una de las aseveraciones de la psicología afirmativa LGTB: las personas que pertenecemos al colectivo somos más susceptibles de sufrir problemas emocionales como ansiedad o depresión, de desarrollar adicciones e incluso de suicidarnos. ¿Por qué? Porque hemos crecido en un contexto que, a pesar de ser testigo del reconocimiento de ciertos derechos civiles, nos mira con condescendencia, vergüenza o directamente odio.
Si te interesa el tema, puedes echarle un vistazo al artículo, aunque ya te adelantamos que la adolescencia es un momento crucial en todo esto, no solo por el descubrimiento de nuestra condición sexoafectiva (quiénes nos ponen y a quién amamos), sino también por el de nuestra inteligencia emocional (cómo aprendemos a gestionar y regular nuestras emociones). Los heteros lo tienen fácil, ya que ellos pueden dedicar esos años a reafirmar su identidad explorando y visibilizando su condición sexual, y los ritos alrededor de ella. Los jóvenes LGTB (no todos, pero sí una gran parte de todas las generaciones) son, si tienen suerte, constantemente juzgados y censurados por lo que son, por lo que sienten y por cómo se comportan. Si tienen mala suerte, deben esconderse porque son perseguidos.
La adolescencia robada, o por qué no es igual crecer siendo gay que hetero
Dicho de otra manera: la adolescencia robada es que tus compañeros heterosexuales del instituto pudieran liarse con quien quisieran delante de todo el mundo y tú no, bien porque suponía un riesgo físico para ti, bien porque durante toda tu vida te habían dicho que eras un bicho raro, una anomalía. ¿Cuáles fueron las consecuencias de aquello? Tuviste que demorar la afirmación de tu condición sexual, y por tanto de tu identidad, hasta mediados los 20, y con ello demoraste un importante aprendizaje sobre ti mismo y las relaciones sexoafectivas. Hablamos de una situación hipotética, tal vez demasiado generacional, pero Michael Hobbs, en el reportaje de 'Highline' que recomendábamos antes, señala que hay adolescentes LGTB que hoy atraviesan las mismas crisis que sus compañeros de colectivo 20 años atrás.
Porque a pesar de la visibilidad y el reconocimiento de ciertos derechos, siguen existiendo prejuicios a la hora de criar en familia y educar en la escuela. Entre las secuelas (tratadas por especialistas como Downs o Martín), podemos hablar de problemas para establecer relaciones sanas con otras personas (sobre todo sexoafectivas, pero no solo), o de idealizar referentes y/o patrones tóxicos que queremos vivir ahora ya que no lo hicimos en nuestra adolescencia… Aunque puede ser peor. Las películas 'Identidad borrada' y 'La (des)educación de Cameron Post', sobre las terapias de conversión en Estados Unidos, muestran que las heridas pueden ser mucho más profundas.
Las historias de' Call Me By Your Name' y 'Con amor, Simon', no obstante, son diferentes. Por reflexiones como las anteriores, es curioso que los que formamos parte de la generación millennial o las anteriores encontremos más acogedores estas cintas juveniles que aquellos que hoy tienen la edad de sus protagonistas. Porque nos sana que existan referentes para los que vienen detrás. Porque sabemos lo importante que habría sido para nosotros ver películas así en nuestra adolescencia. Es por eso por lo que este artículo lo guían en parte títulos de ficción. Uno de los puntos en común entre ambas es una conversación final, en el primer caso con un padre, en el segundo con una madre, que a muchos nos sirve de conciliación con nuestro propio pasado.
No queremos lanzar soluciones fáciles (si te preocupan algunas de las ideas de las que hablábamos antes, si percibes alguno de esos síntomas, te recomendamos acudir a un psicólogo), pero algo que puede ayudarte es tratar de sanar tus heridas en el presente. Por ejemplo, echando una mano a los que ahora viven situaciones difíciles similares a las que experimentaste tú. Por ejemplo, a través del activismo. Por ejemplo, colaborando en una asociación LGTB. Y no lo decimos solo nosotros; lo aconsejan incluso los expertos. Eso te permitirá además crear conexiones sanas dentro de tu propio colectivo, difuminando esas barreras (las generacionales, las de los privilegios…) que a veces nos separan.
Cómo ser gay en un mundo hetero y vivir para contarlo
"En la adolescencia, todo comenzó a ser un verdadero infierno. Tanto chicos como chicas tenían como objetivo atacar mi sexualidad y tenía que soportar día tras días comentarios en público como 'Rodrigo, el mariposón', 'no hay campo sin grillo ni maricón sin amarillo', o incluso una chica dijo 'se ha ido a ponerse una vacuna del papiloma de las chicas'. Todo esto bajo la pasividad de los profesores y el centro. Me obligó a cambiar de instituto y me generó una timidez que rozaba el mutismo". El testimonio de Rodrigo es doblemente doloroso. Por el bullying que sufrió durante buena parte de su vida y porque es lo habitual. Habitual, además, a lo largo de diferentes generaciones y en diferentes lugares. Él tiene 23 años, creció en Zamora, y su historia desmonta esa idea extendida de que los gais ahora vivimos sin ningún rechazo. "Si ya se pueden casar", habrás escuchado muchas veces. El problema, sin embargo, es mucho más profundo, en la sociedad tanto como en nuestra sensibilidad.
Hace unas semanas cayó en mis manos el libro 'The Velvet Rage', que el psicólogo estadounidense Alan Downs publicó en 2006, y sigue de actualidad 12 años después. Lo estará, por desgracia, durante muchos más. En él narra las etapas de vergüenza y aceptación que atraviesan todos los hombres gais occidentales a lo largo de su vida. Y no solo eso, también los problemas emocionales que nos acompañan, del suicidio a las adicciones, de la depresión a la falta de autoestima. Desde entonces, no he podido sacudirme la necesidad de escribir algo al respecto: la experiencia gay es casi universal, casi intemporal. Para solventar esta rabia, para asegurarme de que no me estaba dejando llevar por el dolor, decidí recurrir a Gabriel J. Martín. Él es experto en psicología afirmativa gay y autor de los libros 'Quiérete mucho, maricón', 'El ciclo del amor marica' y 'Sobrevivir al ambiente'. ¿Está de acuerdo con Alan Downs? ¿Son ciertos estos efectos negativos? ¿Cómo podemos sobrevivir a ellos?
"No es que esté de acuerdo, es que es una evidencia contrastada. No es opinable, es un hecho científico. Las personas LGTB sufrimos una serie de situaciones a lo largo de nuestro ciclo vital que hace que seamos más vulnerables a intentos de suicidio, adicciones y otro tipo de cuestiones de corte emocional, como depresiones o problemas de ansiedad". Duda despejada. Le pedimos también que, desde su perspectiva especializada, profundice en las tres etapas de 'The Velvet Rage', aunque él prefiere describirlas como experiencias, como tareas que debemos afrontar. "La primera habla de cuando estamos sobrepasados por la vergüenza. Cuando creces en un entorno que señala que eres alguien vergonzante, desarrollas formas de enfrentarlo como esconderte en el armario, negar tu identidad. Es la manera más rudimentaria e inmadura. Ocultamos nuestra homosexualidad porque la vergüenza que nos ha inculcado la educación homófoba es tremenda", explica.
De la depresión al suicidio, de la ansiedad a la adicción
"En la segunda etapa, las personas gays, sin negar ni esconder su orientación sexual, intentan compensar lo que les han dicho que es malo. Para afrontar el menoscabo de su personalidad, se proponen ser más guapos, más musculosos, más glamurosos. Es como 'Sí, soy maricón, pero soy un maricón estupendo'. Es otra forma de encarar la vergüenza. algo más elaborada porque hablamos de una persona más madura", continúa Gabriel. "Por último, Downs habla de una crisis que mucha gente sufre: es muy difícil tener conexiones auténticas con los demás cuando te relacionas con ellos con una fachada, con un persona que has creado para que los demás te admiren y compensar la vergüenza de ser gay. Cuando ya eres lo suficientemente maduro, cuando tienes experiencia y el apoyo de todo un colectivo, entiendes que no tienes por qué sentirte avergonzado. Tienes que ser como eres, y pedir la aceptación y el respeto por ello".
Estas experiencias se enmarcan en un escenario emocional cuyo resultado más grave es, sin duda, el suicidio. "La población LGTB tiene una relación intensa con el suicidio. Hay mayores tasas de suicidio y mayor ideación, sobre todo en adolescentes y jóvenes", afirma Gabriel. Además, "tenemos más propensión a adicciones tanto al sexo como a las drogas. Las personas que han sufrido bullying homofóbico desarrollan un trastorno de ansiedad conocido como estrés postraumático, por haber visto su vida o su integridad física comprometida en algún momento. Hay quien calma estos niveles de ansiedad con descargas muy fuertes, ya sean sexuales, con el orgasmo, o con sustancias como las drogas o el alcohol. Esto es algo completamente demostrado con evidencias científicas". ¿Otros efectos? Problemas de autoestima. " La obsesión por ser más masculino, más musculoso, es una estrategia para compensar la vergüenza. Si te dicen que los gais son afeminados, tú tienes que ser hipermasculino".
Lo que está en nuestra mano: practicar la autoestima
"Nunca se me olvidará la reacción de mi madre cuando se lo conté: me dijo que estaba muy orgullosa por tener el valor de ser quien soy. Fue un momento muy lindo. Lo único que me extrañó fue que me dijese que nunca lo había sospechado". Reconozco que me sorprendió mucho el testimonio de Juan, de 39 años, que siendo de una generación anterior a la de Rodrigo, que creció en una época más hostil, recuerda sus experiencias de forma positiva. Esto también es interesante. No hablamos de matemáticas. En cada persona confluyen mil factores diferentes. Cuando le preguntamos por su infancia y adolescencia, Juan nos cuenta lo siguiente: " No recuerdo ser testigo de ninguna situación en la que se tratara a un niño de forma diferente por eso. Lo que sí recuerdo son comentarios vejatorios o jocosos hacia famosos o personajes que salían en televisión, o chistes que hoy consideraría homófobos. También puedo decir que estoy a punto de cumplir los 40 y nunca me he sentido discriminado por otros hombres gays ".
La historia de Christopher, de 27 años, demuestra que, más allá de avances institucionales, más allá de visibilidad en el imaginario cultural, el rechazo es nuestro día a día. También en los círculos religiosos. Él fue mormón. "En la iglesia hay que someterse a todas las normas y enseñan que la homosexualidad va en contra de la voluntad de Dios. Quizá por eso al pensar en mi sexualidad, me entraba pánico: no quería ir al infierno ". Eso lo animó a participar en terapias de conversión. "Fue mi decisión y las busqué yo. Al final tenía una visión de como mi vida debería ser obligada por la iglesia mormona. Quería que mi realidad se ajustara a esa y que me gustaran los chicos, desde mi punto de vista, era lo único que me lo impedía", nos cuenta: "La homofobia está tan interioridad en las doctrinas que no la perciben. De hecho, darme cuenta de todo esto es lo que me convenció para salir. Una organización que discrimina así no puede ser de Dios".
Tantas cosas deberían cambiar para revertir esta situación, que las instituciones nos escuchen y que dejen de darnos palizas todos los fines de semana, que dan para un reportaje especial. Empecemos, no nos queda otra, por lo que está en nuestra mano para seguir siendo gais en un mundo hetero y poder vivir para contarlo. Le preguntamos a Gabriel. "En el momento en que alguien piensa mejor de sí mismo, se valora más y empieza a relacionarse con los demás sin usar subterfugios", como ser el gay perfecto. "También trabajamos la parte de las relaciones sociales saludables: l a marica que no tiene resuelta su mochila emocional no es una buena amiga ". ¿Y qué puede hacer ese niño o adolescente al que, como a nosotros, le aterra hablar con su familia y sus amigos de su condición sexual? " Que se dirija a alguna asociación LGTB o que hable con el personal de su centro educativo, para que sepa cómo enfocar la salida del armario y una posible reacción negativa. También le diría que se tranquilizara, que en nuestro país es muy poco probable que reciba una respuesta negativa. El apoyo entre iguales es importantísimo".
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