El drama en el estado de Indiana, y el debate más amplio sobre las llamadas leyes de libertad religiosa en Estados Unidos, presenta a la homosexualidad y al cristianismo como fuerzas en feroz colisión. No lo son; al menos no en varias denominaciones importantes, que han llegado a un nuevo concepto de lo que decreta y no decreta la Biblia, de lo que se puede adivinar sobre la voluntad divina y lo que no.
Y la homosexualidad y el cristianismo no tienen por qué estar en conflicto en ninguna iglesia. Es comprensible que muchos cristianos los consideren incompatibles, pero eso es un efecto no tanto de la fuerza del odio sino de la influencia de la tradición. No es fácil sacudirse creencias osificadas a lo largo de los siglos.
Pero a fin de cuentas, seguir viendo a gays, lesbianas y bisexuales como pecadores es una decisión. Es una elección. Es darle prioridad a pasajes desperdigados de textos antiguos sobre todo lo que se ha aprendido desde entonces, como si se hubiera detenido el tiempo y los avances de la ciencia y el conocimiento no significaran nada.
Es pasar por alto el grado en que todas las escrituras reflejan los prejuicios y puntos ciegos de sus respectivos autores, culturas y eras. Es elevar la obediencia acrítica por encima de la observancia inteligente, por encima de la evidencia que tenemos enfrente, pues ver honestamente a los gays, las lesbianas y los bisexuales es ver que todos somos el mismo magnífico enigma, ni más ni menos deficientes, ni más ni menos dignos.
La mayoría de los padres de chicos homosexuales se dan cuenta de esto, así como la mayoría de los hijos de padres homosexuales. Es una verdad menos ambigua que cualquier escritura, menos complicada que cualquier credo.
Así pues, nuestro debate sobre libertad religiosa debería de contemplar liberar a las religiones y a las personas religiosas de prejuicios a los que no necesitan aferrarse y que efectivamente podrían desechar, del mismo modo en que han desechado otros aspectos de la historia de su fe, cediendo como debe de ser a la ilustración de la modernidad.
“El concepto humano de lo que es pecaminoso ha cambiado con el tiempo”, señala David Gushee, cristiano evangélico que enseña ética cristiana en la Universidad Mercer. Él refuta abiertamente la censura que hace su fe a las relaciones del mismo sexo.
Por mucho tiempo, observa, “los cristianos pensaron que la esclavitud no era pecaminosa, hasta que finalmente llegaron a la conclusión de que sí lo es. Se pensaba que los anticonceptivos eran pecaminosos cuando empezaron a producirse, y ahora muy pocos protestantes y no muchos católicos lo piensan así”. Tienen un sentido evolucionado de lo que está bien y lo que está mal, aunque, advirtió, “podemos encontrar apoyo escritural de la idea de que todo el sexo debe de ser procreativo”.
Los cristianos también se han apartado de los escrituras en lo que se refiere a los roles de género. “En Estados Unidos se ha abandonado la idea de que las mujeres son de segunda clase y están subordinadas al hombre, aunque la Biblia claramente enseña eso”, señala Jimmy Creech, ex pastor de la iglesia metodista unida: él fue separado del ministerio de la iglesia por haber celebrado una unión homosexual en 1999. “Dijimos que aunque eso es parte de la cultura y la historia de la Biblia, ya no es apropiado para nosotros en la actualidad”.
La religión va a ser el último bastión y el refugio más terco de la homofobia. Dará licencia para discriminar. Hará que los adolescentes homosexuales en familias fundamentalistas agonicen sin ninguna necesidad: ¿Estoy mal? ¿Estoy condenado?
“La religión cristiana conservadora es el último baluarte contra la aceptación plena de la comunidad LGBT”, asegura Gushee. Las encuestas lo respaldan. La mayoría de los estadounidenses, incluyendo una mayoría de católicos y de judíos, apoyan la igualdad matrimonial. Pero una encuesta de 2014 del Instituto de Investigaciones de Religiones Públicas mostró que aunque 62 por ciento de los protestantes blancos de denominaciones tradicionales apoyan el matrimonio homosexual, solo 38 por ciento de los protestantes negros, 35 por ciento de los protestantes hispanos y 28 por ciento de protestantes evangélicos blancos están en favor.
Y, como he dicho anteriormente, esos protestantes evangélicos tienen un poder considerable en las primarias republicanas, por lo que hablan con voz muy fuerte en la escena política. No es por accidente que ninguno de los prominentes republicanos de los que se piensa que podrían contender por la presidencia favorece el matrimonio homosexual. Y ninguno de ellos se unió al coro generalizado de protestas por la discriminativa ley de libertad religiosa de Indiana. Ellos tienen que preocuparse por la votación de Iowa y las primarias de Carolina del Sur.
¿Podría cambiar esto? Hay un impresionante cuerpo de bibliografía, que está en rápido crecimiento, que examina la misma tradición y los textos que han moldeado la condena cristiana contra las relaciones del mismo sexo y demuestra que esos puntos de referencia fácilmente podrían entenderse de otro modo.
La versión de Gushee sobre el tema, “Changing Our Mind”, fue publicada a fines del año pasado. Además está el libro “God and the Gay Christian”, de Matthew Vines, que ha recibido una atención considerable y ha atraído a un gran público por su elocuente versión de lo que realmente comunica el Nuevo Testamento, que es en el que los evangélicos se basan y al que hacen referencia.
Evaluando sus escasas referencias a la homosexualidad, el estudioso señala que en ese tiempo no existía la consciencia de que la atracción al mismo sexo podía ser una parte fundamental de la identidad personal, o que la intimidad homosexual podría ser una expresión de amor dentro del contexto de una relaciones exteriores enriquecedora.
“Se entendía como un exceso, como la ebriedad, al que se entregaba la persona al perder el control, no como una identidad única”, me explicó Vines, agregando que el rechazo de san Pablo a las relaciones del mismo sexo, en la primera epístola a los romanos, es “parecido a su rechazo de la ebriedad y de la glotonería”.
Y Vines señala que el Nuevo Testamento, al igual que el Antiguo, delinea conductas buenas y malas que prácticamente todos consideran arcaicas e irrelevantes hoy en día. ¿Por qué considerar de otro modo la descripción de la conducta homosexual?
Creech y Mitchell Gold, destacado fabricante de muebles y filántropo gay, fundó un grupo de defensoría, Fe en América, que aspira a reparar los daños causados en personas LGBT por lo que él llama “intolerancia basada en la religión”. Gold me dijo que habría que hacer que los jerarcas religiosos “quitaran a la homosexualidad de la lista de pecados”.
Su mandamiento es valioso y está justificado. Todos nosotros, al margen de nuestras tradiciones religiosas, deberíamos saber que no está bien decirles a los gays que viven en pecado.