El mito de la CIA creando virus sintéticos para apoderarse del mundo continúa latente en la mentalidad de los comunistas tardíos. La doctrina arraigada en el mal llamado “odio antimperialista” sigue siendo la única defensa de quienes acusan a Estados Unidos de haber creado y propagado la COVID-19.
EEUU y la teoría conspirativa del castrismo sobre la COVID-19
EL diario BBC acaba de publicar un revelador artículo que pone fin a las especulaciones sobre si el SARS-CoV-2 fue un arma biológica creada en un laboratorio en China. El resultado alcanzado por un grupo de científicos confirma el origen natural de la enfermedad y demuestra que la supuesta responsabilidad de Estados Unidos en la creación y propagación del virus jamás figuró entre las hipótesis a considerar; ni siquiera en las etapas iniciales del estudio, cuando el impacto de la epidemia hizo surgir teorías conspirativas para explicar su rápido avance.
El interés de culpar a Estados Unidos por la expansión de la COVID-19 fue, de hecho, un ardid de los medios castristas para continuar alimentando la fabulación de que el país norteño se valdría de cualquier arma para someter a la humanidad. Toda la prensa estatal, desde la más “respetable” hasta los panfletillos provinciales encargados de atrofiar el raciocinio de sus lectores, se puso en función de regar la idea en Cuba y América Latina, con la ayuda de Telesur.
En fecha tan temprana como el 4 de febrero de 2020, cuando aún no cundía el pánico ante el avance mortal del coronavirus ni se habían disparado las alarmas por la cifra de decesos en el norte de Italia, el portal digital Cuba Sí fue el primero en publicar que Estados Unidos estaba detrás de la pandemia. Con el macabro titular “El coronavirus y la probable mano oculta de Estados Unidos”, firmado por Arthur González, dueño del blog El Heraldo Cubano, un medio oficialista culpaba sin pruebas a la Unión Americana de la desgracia que había vaciado las calles de Wuhan y comenzaba a extenderse por Europa occidental.
El artículo en cuestión no apoyó sus argumentos en fuente alguna. Fue una parrafada cargada de difamaciones, especulaciones y analogías forzadas entre Cuba y China para hermanarlas como víctimas de la guerra biológica financiada por la CIA según la dictadura. Aunque las investigaciones arrojaron la posibilidad de que los humanos pudieron haberse infectado a partir del consumo de animales salvajes que se comercializan en el mercado de especies exóticas de Wuhan, la prensa castrista continuó insistiendo de forma más o menos velada en la propagación de la epidemia como una estrategia de Estados Unidos para debilitar la economía del gigante asiático.
Mientras un número significativo de cubanos se tragaba el infundio como si fuera una verdad bíblica, la teoría de que China pudiera haber diseminado la COVID-19 a propósito para destruir la economía de Occidente y alzarse en solitario como nueva gran potencia, pasó inadvertida a pesar de parecer mucho más lógica. Casi nadie reparó en el hecho de que China, además de haber ocultado la fase inicial del brote de coronavirus, tuviera varios hospitales terminados y miles de nuevas camas disponibles tres semanas después de reconocer la amenaza epidémica. Para cuando Europa empezó a cerrar fronteras la COVID-19 había infestado a miles, disparando la mortalidad en Italia y España, que se han visto obligados a ralentizar sus economías para frenar el contagio.
El epicentro ahora mismo es Nueva York, el enclave financiero más importante del mundo. La debacle que la pandemia ha causado a la economía norteamericana en año de elecciones desarma la hipótesis conspirativa de la prensa oficialista cubana, que ha hecho gala de una imperdonable falta de ética.
La doctrina arraigada en el mal llamado “odio antimperialista” sigue siendo la única defensa de quienes acusan a Estados Unidos de haber creado y propagado la COVID-19, aunque no existan evidencias de ello. Otro tanto hicieron con la explosión del Maine, accidente naval que terminó convertido en el pretexto de Estados Unidos para intervenir en la guerra hispano-cubana de 1898; y el atentado terrorista al World Trade Center que los medios castristas calificaron de “autoprovocado” para justificar la invasión norteamericana al Medio Oriente.
Ambos argumentos surgieron del aparato propagandístico de la dictadura y su distorsionado recuento de la historia, que ha dejado lamentables secuelas en los cubanos de todas las generaciones. Habría ocurrido lo mismo con el coronavirus; pero es obvio que Europa y Norteamérica se están llevando la peor parte. China, en cambio, se recupera sin necesidad de una vacuna; mientras el caos provocado por la pandemia vuelve a poner en los titulares a las brigadas médicas del castrismo y abre el mercado mundial al Interferón Alfa 2B, un fármaco que está siendo producido en grandes cantidades por una planta chino-cubana asentada en la localidad de Changchun, provincia de Jilin.
Si bien el mito de la CIA creando virus sintéticos para apoderarse del mundo continúa latente en la mentalidad de los comunistas tardíos, la nota publicada por BBC exime a Estados Unidos y China de cualquier sospecha relacionada con la propagación intencional de la COVID-19. No obstante, basta observar el escenario global para entender que, de esta nefasta ecuación, ningún país se beneficia más que China, con regalías para sus socios Putin y Castro. Lo demás es autocomplacencia y estupidez, un cóctel demoledor que el castrismo distribuye de manera gratuita para hacer de los cubanos meros espectadores sin olfato político, ni capacidad de análisis.
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