Donald Trump no quiere usar máscara. Esto puede parecer trivial, pero no lo es. Es sintomático de una gran razón por la que la respuesta de esta administración al coronavirus ha sido un desastre absoluto.
El hecho de que el presidente se niegue a seguir la recomendación de los propios Centros de Control de Enfermedades de la nación es emblemático de su abdicación masiva al liderazgo durante esta crisis. Liderar con el ejemplo es un principio cardinal. George Washington no se quedó en Mount Vernon mientras sus soldados cruzaban el Delaware.
La primera responsabilidad del comandante en jefe es la seguridad del pueblo. La delirante minimización de Donald Trump acerca de la gravedad de la pandemia y su respuesta lenta, débil, caprichosa y errática permitieron que el virus se extendiera de costa a costa fuera de control.
A las 9 p.m. del lunes (6 de abril), 10 908 estadounidenses habían muerto de la COVID-19, una enfermedad que, solo hace un par de meses, el presidente predijo que desaparecería como por arte de magia. Para las 9 a.m. del martes por la mañana, mientras escribo esto, el número de víctimas superó los 11 000 y seguimos contando. Para el mediodía, cuando empiece a editar, la cifra será cercana a l2 000. Para cuando esto se publique en línea, un total de 15 000 o más pudieran haber muerto.
Un reciente editorial de The Boston Globe dijo que Trump tiene sangre en sus manos. No es exageración.
Más allá de su petulancia infantil, la razón por la que Donald Trump no tiene interés en usar una máscara es porque no protege a los usuarios, sino solo a las personas con las que entran en contacto. Dado su historial, ¿quién podría esperar que Donald Trump se incomode usando una máscara solo para proteger la vida de otros?
Si hay algo que sabemos de Trump es que solo le interesa su persona.
Preocupado solo por sus propios intereses –creando una cortina de humo para ocultar su fechoría en el asunto de Ucrania, evitando el juicio político y la condena del Congreso y allanando el camino a la reelección calumniando a Joe Biden–, Trump no hizo caso cuando, ya en enero, los servicios de inteligencia de Estados Unidos dieron la alarma acerca de una posible pandemia catastrófica.
La suerte estaba echada. Bajo el titular, “Estados Unidos estuvo acosado por la negación y la disfunción a medida que el Coronavirus hacía estragos”, The Washington Post publicó un reporte que detalla cómo y por qué todo salió mal.
Estos son algunos de los puntos clave:
“La administración Trump recibió su primera notificación formal del brote del coronavirus en China el 3 de enero. En cuestión de días, las agencias de espionaje de Estados Unidos señalaron a Trump la gravedad de la amenaza al incluir una advertencia acerca del coronavirus, la primera de muchas, en el resumen diario para el presidente.
“Y, sin embargo, transcurrieron 70 días desde esa notificación inicial para que Trump tratara el coronavirus no como una amenaza distante o una inofensiva cepa de gripe bien bajo control, sino como una fuerza letal que había flanqueado las defensas de Estados Unidos y estaba lista para matar a decenas de miles de ciudadanos. Ese período de más de dos meses ahora se erige como un tiempo crítico que se desperdició.
“Las afirmaciones infundadas de Trump en esas semanas, incluida su afirmación de que todo desaparecería milagrosamente, sembraron una gran confusión pública y contradijeron los mensajes urgentes de los expertos en salud pública”.
“Puede que nunca se sepa cuántos miles de muertes, o millones de infecciones, podrían haberse evitado con una respuesta más coherente, urgente y efectiva. Pero incluso ahora, hay muchos indicios de que el manejo de la crisis por parte de la administración tuvo consecuencias potencialmente devastadoras.
“Estados Unidos probablemente quedará como el país que supuestamente estaba mejor preparado para combatir una pandemia, pero terminó siendo superado catastróficamente por el nuevo coronavirus y sufriendo bajas mayores que cualquier otra nación”.
“No tenía que suceder así. Aunque no estaba perfectamente preparado, Estados Unidos tenía más experiencia, recursos, planes y experiencia epidemiológica que decenas de países que finalmente tuvieron mejores resultados en defenderse del virus”.
La acusación del Post a la administración republicana en Washington se hace eco de la acusación pública a la administración republicana en nuestro propio estado de La Florida, implícita en comentarios del director general de Salud Pública, entre otros, tal como informaron The Miami Herald, The Tampa Bay Times y muchos otros medios.
La razón del laxo enfoque de La Florida con la COVID-19 parece ser que el gobernador republicano, Ron DeSantis, estaba usando el mismo manual que Donald Trump o hasta siguiendo las señas de la Casa Blanca. El resultado de este enfoque en La Florida fue similar al nivel federal: la propagación del virus. DeSantis se negó a cerrar las playas, a ordenar un cierre de negocios no esenciales en todo el estado o a emitir una orden de quedarse en casa. Una fórmula para el desastre.
“El coronavirus nos está matando en La Florida, gobernador DeSantis. Actúe como si le importara”, fue el título de un mordaz editorial del 22 de marzo en The Miami Herald.
El 5 de abril, el Tampa Bay Times informó que:
“La Florida supo de la llegada de una pandemia. Los líderes estatales desmantelaron los programas para combatirlo.
“A pesar de saber ya en 2005 que una pandemia podría afectar a La Florida, los líderes del estado recortaron los fondos de investigación, los empleos y los requisitos para combatir al máximo la enfermedad.
“Esos recortes, centrados en el estado de cuentas, dejaron al departamento de salud en una situación más débil para combatir el coronavirus, según exempleados. Durante años, el departamento luchó para contener e investigar brotes aún más pequeños de otras enfermedades”.
Más allá del liderazgo inexistente en Washington, Tallahassee y otros estados con gobernadores republicanos, la COVID-19 pasó de ser una epidemia seria pero controlable a un monstruoso desastre fuera de control porque, en lugar de gobernar por el bien común, durante décadas los republicanos se han centrado en el estado de cuentas de las grandes corporaciones que forman la base real del partido. La reducción al por mayor, el desmantelamiento o el desprecio por el trabajo de esas agencias de gobierno a nivel estatal y federal, diseñadas para servir como la primera línea de defensa contra las pandemias, permitió una calamidad en la escala que ahora enfrentamos.
Culpen a Donald Trump, la ideología republicana de casi cero gobierno para tener casi cero impuestos sobre los ricos y las corporaciones, los gobernadores republicanos y otros aduladores que seguirían a Trump más allá de las puertas del infierno, y esa parte del electorado estadounidense dispuesto a elegir a un sabelotodo mezquino para satisfacer su queja por tener que “soportar” la presidencia de un Barack Obama, que ellos leen como que ya no es el único líder indiscutible de la nación en la jerarquía racial y étnica del país.
Traducción de Germán Piniella