Una de las grandes preguntas que han dividido a historiadores, antropólogos y arqueólogos es cómo y por qué surgen las deidades en cada cultura y por qué razón evolucionan en un sentido u otro. Más concretamente, cómo los dioses castigadores como el del Antiguo Testamento, que ponen a prueba hasta el límite a sus seguidores bajo la amenaza de un terrible castigo (convertirte en estatua de piedra es lo mejor que te puede pasar), evolucionaron en lo que se ha denominado “dioses moralizadores”. Su furia ya no se dirige hacia los que osan desatender sus caprichos, sino que se preocupan por cuestiones morales. Ya saben: respeta al prójimo, no le robes sus pertenencias, cuida a tus padres u otros predecesores directos de los diez mandamientos, que conjugan tanto la adoración (“no adorarás a falsos dioses”) como lo moral (“no matarás”).
Los dioses moralizantes aparecieron durante la segunda dinastía en el período arcaico de Egipto, alrededor del año 2800 a.C.
Una nueva investigación sugiere, resolviendo esta ecuación del huevo y la gallina, que los dioses moralizadores aparecen después, y no antes, de las sociedades complejas. En otras palabras, desmiente una de las hipótesis más populares hasta la fecha, que era que el surgimiento de esta clase de deidades era lo que provocaba, debido a su intervención en el día a día de la población, que las sociedades se desarrollasen. Según esta hipótesis, la de los dioses moralizadores, agentes como el Dios de Abraham o el karma budista “aceleraban la complejidad social”, al proporcionar códigos de conducta que permitían una mejor convivencia.
Los resultados, obtenidos a partir de un análisis de 12 regiones donde se dispone de una gan cantidad datos sobre su complejidad social, señalan lo contrario. Fue antes la gallina que el huevo: es cuando las sociedades alcanzan un grado superior de complejidad cuando los dioses comienzan a olvidarse de sangrientas venganzas y a preocuparse por la vida moral de los humanos, y no al revés. El estudio ha sido realizado por un grupo de 13 investigadores dirigidos por Harvey Whitehouse, Pieter François y Patrick E. Savage, los tres pertenecientes al Centro de Estudios sobre la Cohesión Social de Oxford, y los resultados han sido publicados en 'Nature'.
La era de la religión
La del Antiguo Egipto fue una de las sociedades más prósperas y desarrolladas de su tiempo, una cultura que sacaba siglos de ventaja a la mayoría de sus vecinos. Por eso, no es de extrañar que fuese allí donde aparecieron los primeros dioses moralistas. Al menos los analizados en este estudio. Ocurrió durante la segunda dinastía en el período arcaico de Egipto, alrededor del año 2800 a.C.. La diosa Maat, hija de Ra, era la de la verdad, la justicia y la armonía cósmica. Pero también, el 'maat' se convirtió en un concepto que representaba todos esos valores humanos, muy humanos, similares al concepto de virtud que terminaría formando parte de la cosmogonía judeocristiana.
A lo largo del segundo milenio antes de cristo, otras muestras de dioses moralistas comenzaron a aflorar en regiones como Mesopotamia (alrededor del 2200 a.C.) o Anatolia, la actual Turquía (1500 a.C.). También en China, alrededor del 1000 antes de Cristo. Fue tan solo la primera semilla de lo que pronto se convertiría en una tendencia mucho más generalizada. A lo largo del primer milenio antes del nacimiento del mesías cristiano, cada vez más religiones locales comenzaron a adorar a dioses moralizantes, incluso antes de que las grandes religiones de la época (como el zoroastrimo o el budismo) llegasen a dichos lugares. Un ejemplo proporcionado por los investigadores: los dioses romanos ya castigaban a los que no incumplían sus promesas alrededor del siglo V a.C. En otras palabras, no hubo que esperar a Jesucristo para que los dioses mostrasen su cara más cotidiana.
La frontera se encuentra aproximadamente en el millón de ciudadanos, como explica el estudio. “Incluso si los dioses moralizantes no desencadenan la evolución de sociedades complejas, pueden representar una adaptación cultural necesaria para mantener la cooperación en la sociedad una vez que han sobrepasado determinado tamaño, quizá debido a la necesidad de someter a poblaciones diversas en imperios multiétnicos a un poder de mayor nivel”, explica el autor. Es decir, eran un útil pegamento social a medida que los imperios aumentaban de tamaño. Un dios vengativo podía asustar y crear obediencia, pero un dios moralizante tenía una función adicional: regular el comportamiento diario de habitantes pertenecientes a culturas muy diferentes.
Es lo que ocurrió, por ejemplo, cuando el imperio español llegó a Sudamérica y arrasó sociedades complejas como la inca. “En estos casos, las doctrinas moralizantes podrían haber contribuido a estabilizar los imperios, al mismo tiempo que impedían las expansiones futuras”, explica el estudio. Es el caso de la conquista de Kalinga por el emperador Asoka, “el pacifista”. Kalinga, un estado de la costa este de India, cayó alrededor del 262 a.C. bajo el poder mauria tras una cruenta guerra. La historia cuenta que Asoka quedó conmovido por los lamentos de los familiares de los muertos, y que sus remordimientos probablemente le llevaron a adoptar el budismo y a renunciar a la guerra. En este caso, el dios budista moralizante no sirvió para controlar a los subyugados, sino para poner freno a un imperio, el mauria, que se expandía a través de la sangre y el fuego.
Misterios de la era Axial
El filósofo alemán Karl Jaspers acuñó el término Era Axial para referirse al período más determinante en la historia del hombre, aquel en el que las tres grandes regiones de Eurasia (Occidente, India y China) comenzaron a compartir su línea de pensamiento. El hombre toma conciencia de sí mismo, surgen los conflictos filosóficos, las grandes corrientes de pensamiento adquieren su forma moderna y las viejas costumbres son puestas en duda. Un período de excepcional riqueza intelectual que se desarrolla entre el 800 a.c. y el 200 a.C., y que engloba confucionismo, taoísmo, budismo, jainismo, zoroastrismo, judaísmo, la sofística, Platón, Heráclito y Tucídides.
Para los autores, la explicación no encaja dentro de esta teoría de la Era Axial y su torbellino de novedades, ya que en algunas de esas regiones, como ya hemos visto (en concreto, la línea que une Egipto, Mesopotamia y Anatolia) los dioses moralizantes ya habían aparecido durante el milenio anterior. Lo más probable, recuerdan, es que estos dioses ocasionasen la aparición de las primeras identidades a gran escala: “Nuestros datos sugieren que, al menos, los rituales doctrinales condujeron al establecimiento de identidades religiosas a gran escala”. Y estaban basadas por lo general en los dioses moralizantes, no en los vengativos.
¿Qué ocurre con aquellas terribles deidades? Una investigación publicada hace un par de años mantenía, a partir de un análisis de los sistemas religiosos de Austronesia (las pequeñas islas que unen Madagascar hasta la Isla de Pascua) que el castigo sobrenatural solía anteceder la complejidad política pero “la creencia en las deidades supremas emerge después de la formación de culturas complejas”, como mantenía su principal responsable, el especialista en evolución cultural de la Universidad de Auckland en Nueva Zelanda Joseph Watts.
“Estas comunidades tenían miedo de que las cosas como plagas de langostas, las malas cosechas o las enfermedades si no cumplían con los deseos de sus dioses”, explica el profesor. “Este miedo estimulaba su trabajo, permitiéndoles que sus cosechas floreciesen y produjesen más de bienes, y por lo tanto, permitiendo que los pueblecitos se convirtiesen en ciudades y comunidades más grandes”. Fue después de ello, a medida que los pueblos comenzaban a desarrollarse, cuando los dioses cambiaron el gesto de su cara, y comenzaron a preocuparse por asuntos más humanos. Las buenas o malas cosechas ya no eran tan importantes como la posibilidad de que los vecinos se robasen uso a otros el fruto de su trabajo. La historia del ser humano había cambiado para siempre.