No era preciso ser un cubanólogo para vaticinar que Raúl trataría de sacarle el jugo al coronavirus. A buen seguro, quién sabrá si desde un cayo, un penthouse, un yate, una finca, la familia Castro ha despachado médicos a los cinco puntos cardinales, como diría Maduro.
Mientras tanto, el pueblo socializa sin distancia, con frecuencia a puros trompones, para conseguir (cuando hay suerte) un jabón con olor a berrenchín y un pollo casi en el hueso que se oferta en ese estado de indiscernible duda cuántica de la materia entre congelado a medias y descongelado a medias.
El zafarrancho para buscarse un billete (¿cuánto dinero no tendrán ya los Castro?) va parejo con la campaña para eludir responsabilidades sobre la conducción de esta crisis. Imposible dejar de asombrarse por la rapidez y amplitud de la movilización para achacar la inminente catástrofe al embargo. Adentro y afuera de la Isla. Esperamos el susurro movilizador de Silvio.
Admitamos que la movilización consigue su fuerza, y hasta un cierto grado de legitimidad, en una certeza que los castristas comparten inconfesadamente con los anticastristas: la inveterada incapacidad de la dictadura, cuando no su desinterés, para resolver cualquier problema.
La venta de los médicos cubanos es un éxito fundado en un enigma. Sin ánimo de quitar méritos a quien sea meritorio, el producto tiene unos efectos que no se advierten en la etiqueta. Entre ellos, que comporta una operación de inteligencia.
Pongamos, por ejemplo, Brasil. Allí, la Asociación Nacional de Médicos descubrió que el nivel de la carrera en las universidades cubanas se equipara apenas al de los enfermeros brasileños. Situación que corrobora el escaso número de profesionales de la Isla capaces de pasar un examen de reválida.
Como una siniestra secta salida de la imaginación de Borges, también tenemos a los oftalmólogos cegadores de Bolivia. La Operación Milagro, enviada a erradicar las cataratas de la nación mediterránea, significó para decenas de pacientes bolivianos, uruguayos y argentinos un literal viaje al corazón de las tinieblas. Según informes de las nuevas autoridades en La Paz, de más de 700 presuntos profesionales, solo unos 200 poseían la adecuada instrucción.
De seguir así las cosas, en algún lugar del amplio mundo el ingenio popular acabará por concebir un antípoda de lo que es para nosotros el prodigioso médico chino. Ante la sorpresa por el restablecimiento de un paciente que estaba al borde de la tumba, se diría: "¡A ese no lo mata ni el médico cubano!"
Médicos y enfermeros a Italia, Andorra, Jamaica, Surinam, Belice, por citar destinos; algunos de piratesca prosapia como San Vicente y las Granadinas, y San Cristóbal y Nieves. En México, el presidente Andrés Manuel López Obrador, tiene a mano, al fin, la ocasión de cumplir con su cuota en el Socialismo del Siglo XXI. Los mexicanos debían escuchar la advertencia del excanciller Jorge Castañeda: "No todos los médicos son espías, pero muchos de los espías son médicos". Le faltó un detalle: al médico que no es espía se le exige, igualmente, que espíe.
Contingente para acá y contingente para allá, daría por creer que en Cuba hay una sobrepoblación de médicos y enfermeros. Catacumbas con miles y miles de zombies de la salud ansiosos de ser enviados a las infelices naciones donde puedan encontrar un enfermo. Viene a cuento (lo he repetido anteriormente) esos paquetes de vegetales y viandas en los supermercados franceses que decían: "Excedente de la Agricultura Cubana". Innecesario aleccionar a los lectores de estas páginas sobre tamaña falacia. Al lector ajeno al tema le bastará googlear: "Hospitales en Cuba".
Oportunamente, las autoridades norteamericanas recordaron que la dictadura ha comprado billones de dólares en equipos y medicinas a EEUU. Aparte de lo que se le ha regalado. Exhortamos a Descemer Bueno, Israel Rojas y otros propagandistas de la opresión a que busquen esos equipos en un policlínico de barrio y esas medicinas en los botiquines de la gente de a pie.
En su invertida lógica, Raúl pide que le ayudemos a salvar la cara frente a sus víctimas. A su vez, las víctimas piden que no las pongamos en el aprieto de enfrentar a sus victimarios. Ese es el virus de la decadencia cubana. Yo dudo que haya vacuna.