Dar positivo por covid-19, perder el turno en una cola para comprar pollo o extraviar la libreta de racionamiento son de las peores situaciones que se pueden vivir por estos días en Cuba. En medio de la crisis, algunos productos que hasta hace poco podían comprarse en el mercado liberado han vuelto a estar regidos por ese librito de páginas cuadriculadas que nos acompaña desde hace casi seis décadas.
En mi edificio, un vecino estuvo a punto de sufrir un infarto este sábado al comprobar que en una salida perdió la libreta que le permite comprar su cuota racionada de cada mes. Este jubilado había dejado de ir a la bodega a buscar el arroz, el azúcar y otras pocas mercancías que se venden de manera regulada, porque sus dos hijos emigrados le mandan suficiente remesa para abastecerse en las tiendas en pesos convertibles.
Pero esos tiempos han quedado atrás. Con la llegada del coronavirus a la Isla, la libreta de racionamiento ha ganado protagonismo y algunos alimentos y productos de aseo volvieron a estar controlados. Así que mi vecino se vió obligado a retornar al redil y este mes amaneció desde muy temprano para ser de los primeros en comprar los mandados y un módulo para mayores de 65 años que también le vendieron.
Como en las tiendas en pesos convertibles también han normado la cantidad de cada producto que se puede comprar, parece que estamos asistiendo a la bodeguización de la shopping o a la shoppinización de las bodegas. Para el caso es más o menos lo mismo porque a ambos tipos de mercado los caracteriza ya el desabastecimiento, el maltrato al cliente, las largas colas y el racionamiento.
A punto de cumplir 57 años de instaurado, el mercado racionado cubano ha vivido muchas etapas en su larga vida. Recuerdo que hace unos años se hablaba incluso de su inminente fin como una prueba de que el país avanzaba bien económicamente. En las calles los rumores le ponían fecha al funeral de la libreta y algunos funcionarios lanzaban frases, como guiños, que confirmaban su pronta sepultura. Pero ocurrió todo lo contrario.
Ahora, el que no tenga acceso a una libreta de racionamiento en esta Isla está en una situación muy complicada. Es el caso de un hombre que vende pasteles en mi barrio y que lleva un año "sin papeles" en La Habana. La última vez que lo vi me preguntó si sabía de alguien que vendiera "arroz de la cuota" o el derecho a comprar el módulo para personas de la tercera edad. Aunque gane algo de dinero con sus dulces, en su caso esos billetes apenas pueden convertirse en comida.
Ante esta situación me pregunto si cuando acabe la pandemia volverán a la venta liberada esos productos ahora normados. Difícil prever lo que ocurrirá. Cuando en 1963 se implementó la libreta de racionamiento muchos apostaron a que era algo temporal y por unos pocos meses, pero terminó quedándose y moldeando la vida de al menos tres generaciones de cubanos. Ahora, retomado el protagonismo que había ido perdiendo en las mesas cubanas, vuelve a señorear en nuestra existencia.
Mi vecino desandó por horas el camino que había hecho ese día fatídico que perdió tan vital documento, pero no lo encontró. El trámite para hacer una nueva libreta será largo y tedioso en medio de la pandemia, es muy probable que cuando arranque el mes de junio no pueda comprar su cuota en los primeros días del mes. Estará entonces en la misma situación que el comerciante de pasteles.
¿Nacerán mi nietos también en una Cuba con mercado racionado? Por el momento me concentro en sobrevivir al covid-19 para al menos poder tener algún día entre mis brazos a esos inquietos niños. Espero que para ellos la libreta de racionamiento solo sea un objeto colgado en un museo y no el salvoconducto para conseguir un poco de arroz que poner en el plato.