LA pandemia causada por el SARS-CoV-2 ha puesto el tema sobre la mesa y en las redes sociales. Por ejemplo, una de las recomendaciones que ofreció por Twitter, en abril, el Ministerio de Sanidad de España para frenar la propagación del coronavirus fue quitarse los zapatos y dejarlos en la puerta.
Se trata de una costumbre que millones de individuos y sus antepasados han puesto en práctica desde hace varios siglos en diferentes lugares del planeta.
Se observa en países asiáticos así como también en naciones de mayoría musulmana. Está presente en varios países europeos y muchas familias en Canadá lo hacen.
Hoy tratamos de buscar el origen de esta costumbre y nos embarcamos en un fascinante viaje por la historia.
Las impurezas
“Los pies siempre han tenido un significado especial en todas las culturas”, le dice Margo DeMello, autora de Feet and Footwear: A Cultural Encyclopedia (“Pies y calzado: una enciclopedia cultural”). Tanto la cabeza como los pies han sido dos de las partes más simbólicas del cuerpo a lo largo de la historia.
Mientras la cabeza se asocia con el alma y con la mente, los pies se vinculan “típicamente con la impureza. Son la parte del cuerpo que toca el suelo y que lleva sus impurezas a donde entres”.
Los primeros tipos de calzado en el mundo fueron las sandalias y posteriormente los suecos y “fueron usados para proteger los pies cuando se trabajaba afuera”.
Si nos remontamos a la antigüedad en África, Asia y Europa, varias civilizaciones tempranas tuvieron esa práctica: “Cuando regresabas del mundo exterior te quitabas el calzado porque era la forma simbólica y física de remover las impurezas antes de entrar en la casa”, explica DeMello.
Jerarquía social
Y no sólo lo hacían los habitantes de ese lugar, también los invitados.
De hecho, explica la profesora de antrozoología de la Universidad Canisius College de Estados Unidos, algunas civilizaciones antiguas hacían que los esclavos les lavaran los pies a los invitados antes de entrar en la casa. Y eso “reforzaba, por una parte, el status alto del invitado y, por la otra, el status bajo del esclavo, quien (en esas culturas) siempre estaba descalzo”.
La costumbre, señala la escritora, no sólo tenía que ver con la suciedad: “Va más allá de eso. ¿Quiénes están afuera? Los trabajadores que se ensucian. ¿Quiénes tienen que trabajar? No es sólo la impureza de la suciedad, es también el trabajo físico y una clase social inferior”.
“En algunas civilizaciones antiguas de África, los pobres tenían que quitarse los zapatos antes de acercarse al rey o cuando estaban ante su presencia porque esos zapatos que habían estado en contacto con la tierra del exterior eran, de una manera simbólica, una amenaza contra el líder”, indica la especialista.
En la antigua China
En Asia “el origen (de la práctica) posiblemente se encuentre en China, que es el foco cultural del que bebieron culturas de países como Corea, Japón o Vietnam”, le dice el profesor de Estudios de Asia Oriental de la Universidad Complutense de España David Sevillano-López.
“En la tradición china se plantea como una necesidad”, indica el experto. Y para entender mejor esa costumbre es importante recordar cómo se construyeron las viviendas chinas.
“La casa tradicional consiste en una planta cuadrada en la que las habitaciones son estancias independientes que se distribuyen alrededor de patios”. “Esta distribución mantiene un modelo básico que se remonta a la cultura de Erlitou (aproximadamente entre 2100 a.C. - 1500 a.C), en la Edad del Bronce”, señala.
Para entrar en una habitación había que pasar por unos patios exteriores e independientemente del tipo de calzado que se usara, todos arrastraban la suciedad de la calle y, después, la de los patios.
Sin sillas
A eso hay que añadir que en la antigua China no existían sillas, aunque sí divanes y taburetes. “De hecho, se cree que la silla no se introdujo hasta aproximadamente el año 175 a.C., debido al gusto del emperador Ling por las cosas provenientes de Occidente a través de la Ruta de la Seda”, dice el académico.
Su uso -explica el especialista- se generalizó a partir del siglo XII.
Una vez en el interior de la casa, los chinos se sentaban directamente en el suelo o en esteras.
"Por lo tanto, si no se tenía cuidado, el sitio donde te sentabas, comías o incluso podías llegar a dormir lo llenabas de la suciedad de la calle. Para evitar esto, que podía ser bastante desagradable, se generaron una serie de convenciones, principalmente entre la nobleza, que con el paso del tiempo se generalizó entre toda la población”.
En los libros antiguos
Sevillano-López explica que esas normas de comportamiento, también llamadas etiqueta o ritos, quedaron plasmadas en una serie de libros antiguos, cuya lectura y aprendizaje era algo básico en la formación de cualquier erudito confuciano y, en general, de cualquier persona educada.
Uno de eso libros es el Liji, que se cree data de un periodo que osciló entre 475 - 221 a.C. En él se advierte "que los zapatos no pisen el suelo" cuando se entra en un alojamiento, y que se deben "quedar en la puerta".
“También se indica que un visitante no debe subir a la estancia con los zapatos puestos y mucho menos si va a ver a un anciano, a quien le debe respeto (…) Algo parecido se incluyó en el texto filosófico taoísta Zhuangzi”.
“El Liji también señala que en una audiencia con un gobernante, el hombre educado debe entrar descalzo en la sala y sentarse en su estera (…) Al retirarse, debe coger sus zapatos, pero nunca se los debe mostrar al rey”, dice el profesor.
El genkan en Japón
En China y en muchos lugares de Asia donde se mantiene la tradición, se usan unas zapatillas especiales para estar dentro del hogar y, muchas veces, hay unas para los invitados. Es posible, dice el docente, que los japoneses ya se descalzaran antes de entrar a sus casas pero con la introducción de los textos chinos se reforzó esa idea. Y es que “Japón fue un gran admirador de la cultura china prácticamente hasta el siglo XIX”, añade.
Al igual que en China, la arquitectura de las viviendas en Japón obligaba a sus habitantes a quitarse los zapatos antes de entrar.
“El clima en Japón es muy húmedo. En el pasado, cuando las calles no estaban pavimentadas o empedradas, los japoneses naturalmente se quitaban sus zapatos para evitar meter el lodo y el sucio, especialmente porque los pisos de las casas estaban hechos de tatami, (un material) extremadamente difícil de limpiar”, señala en su página web Global Learning Advancement Department (GLAD), una organización sin fines de lucro fundada por exmaestros japoneses que promueven la educación en ese país.
“Para los japoneses el suelo no es sólo para caminar. Están acostumbrados a hacer sus actividades diarias en él, como comer y dormir”. Por eso, las viviendas japonesas cuentan con un área para dejar los zapatos que se conoce como genkan.
Lo sagrado
Históricamente estar descalzo se ha vinculado con la humildad. De ahí que -reflexiona DeMello en su libro- muchas prácticas religiosas incluyan estar descalzo, lavarse los pies o lavar los del prójimo, besar los pies de otra persona, hacer peregrinaciones sin zapatos.
Por ejemplo, señala Sevillano-López, en el budismo hay que descalzarse cuando se entra a un templo por respeto. “En India, donde surge el budismo, se asociaba la suciedad y el polvo con los mortales. A los inmortales, a los dioses, se les asocia con la pureza y la limpieza”.
Lo mismo sucede en el hinduismo como cuenta la periodista Kamala Thiagarajanen en un artículo de BBC Travel:
“Como india, siempre me he sentido cómoda con la idea de los pies descalzos. A lo largo de los años, me he acostumbrado a quitarme los zapatos antes de entrar a mi propia casa (para no meter gérmenes), cuando visito a amigos y familiares, o durante las oraciones en los templos hindúes”.
En el islam
Para entrar en la zona de los rezos de una mezquita, cualquier persona, musulmana o no, debe quitarse los zapatos y dejarlos en una zona asignada. Los creyentes se lavan varias partes del cuerpo, entre ellas los pies, antes de rezar y la oración se hace sin zapatos.
“Esa costumbre se extiende a las casas, pues el hogar islámico no deja de ser un espacio sacrosanto”, le explica a BBC Mundo Delfina Serrano, investigadora del Departamento de Estudios Judíos e Islámicos del Instituto de Lenguas y Culturas del Mediterráneo y Oriente Próximo de España.
“Se hace una especie de paralelismo, se promueve ese ideal de pureza y de limpieza del islam y (al quitarse los zapatos al entrar) se aseguran de que no haya nada impuro cuando oran en casa”.
Un legado otomano
El Imperio otomano fue una de las potencias económicas y militares más grandes de la historia.
El califato duró unos 600 años y en su esplendor, en los años 1500, controló un territorio que se extendía por el occidente de Asia, el sudeste de Europa, el Medio Oriente y el norte de África. Uno de sus tantos legados en Europa es el uso de lo que en Turquía se conoce como terlik, que es una pantufla para estar en casa.
“(Los otomanos) nunca entraban con los zapatos que usaban afuera. Siempre se los quitaban en la puerta de la casa”, le dijo Lale Gorunur, curadora del Museo Sadberk Hanim de Estambul, a Margarita Gokun Silver, autora del artículo “Welcome, Please Remove Your Shoes” (“Bienvenido, por favor quítese los zapatos”), de The Atlantic.
Muchos territorios que fueron parte del imperio, señala Gokun Silver, adoptaron ese hábito y “las pantuflas siguen siendo comunes en países como Serbia y Hungría”.
Un misterio
En su artículo, la autora cuenta su propia experiencia con la tradición: “Crecí en la URSS (Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas), donde los tapochki -pantuflas- se usaban habitualmente. Nos las poníamos cuando llegábamos a casa, dejando el sucio de afuera en la entrada”, indica en el texto.
“Caminar dentro de la casa -de cualquier casa- con los zapatos que usábamos afuera estaba mal”, cuenta. Explica que “el origen del hábito es misterioso, pero los tapochki ocupan una parte importante de la psique rusa. Los beneficios pragmáticos son obvios: quitarse los zapatos mantiene limpios los pisos y las alfombras. Pero el beneficio real es simbólico”. Y reflexiona sobre “el espacio doméstico” y “la sensación de dejar las preocupaciones del mundo en la puerta”.
La simbología del zapato
“Tirarle un zapato a alguien o mostrárselo es una forma de ofender en el mundo islámico”, indica Serrano. Eso fue lo que hizo un periodista iraquí en 2008 para manifestar su rechazo al entonces presidente de Estados Unidos, George W. Bush. “Eso es casi lo más insultante que le puedes hacer a alguien, lanzarle tu zapato. (Pero) los estadounidenses no entendimos eso, pensamos que era divertido, que era raro, que no tenía sentido, y es porque hemos perdido la conciencia (del significado) del zapato”, recuerda DeMello.
Y eso, dice la autora, lleva a un planteamiento más amplio: “Los estadounidenses se preguntan por qué otras culturas se quitan los zapatos antes de entrar a la casa, pero la pregunta más importante es: ¿por qué algunas culturas no lo hacen?”
“En muchas partes de Europa esa práctica continúa, pero algunas culturas se han desviado de ella por diferentes razones. España y Portugal son dos de esos países y no conozco las historias de ambos para entender el cambio, pero lo que es claro es que los españoles y los portugueses trajeron sus costumbres a América Latina”.
DeMello me cuenta que ella, como muchos estadounidenses, se quitan los zapatos antes de entrar en sus casas por comodidad y por razones prácticas (si está nevando por ejemplo). Lo mismo sucede en Alemania, como me contó Serrano, que vivió un tiempo en ese país.
Una visión científica de los zapatos en casa
Más allá de la tradición y la cultura, ¿qué dice la ciencia sobre andar con zapatos en casa? “Los microbios se pueden transferir de nuestros zapatos a las superficies sobre las que caminamos”, dice el doctor Jonathan Sexton, director del laboratorio del Centro de Medioambiente, Ciencias de la Exposición y Evaluación de Riesgos de la Universidad de Arizona.
“Sólo piense en todo lo que camina durante el día. Estudios han encontrado patógenos fecales y de piel en los zapatos y los vieron extenderse en casas y otros edificios desde nuestros zapatos”. Sin embargo, el investigador aclara que el riesgo para nuestra salud de caminar con zapatos en la casa es relativamente bajo.
“La población en general no interactúa con los pisos tanto como se pudiese pensar. No es que nos echemos a rodar en el piso o comamos en él. Eso nos sitúa en un riesgo menor”. Advierte que quitarse los zapatos sería más importante si hay bebés que están gateando y metiéndose en la boca lo que encuentran a su paso.
“A mí no me preocupa tanto caminar con zapatos en la casa. No lo hago por una razón que tiene que ver más con la estética: no quiero que la alfombra se vea sucia. Y aún así, si necesito correr para agarrar algo, no me los quito”.
El coronavirus
¿Puede el coronavirus estar en nuestros zapatos?, le pregunté al investigador.
“Es posible”, dice, “pero probablemente no es un incidente común. Tendrían que darse las condiciones perfectas. Tendrías que haberte parado en un área que tiene el virus y que se hubiera transferido a tus zapatos. Si bien es posible, probablemente no sea un riesgo”.
Cuando el especialista habla de las condiciones perfectas de transmisión, menciona una sucesión de hechos como que el virus pase de nuestros zapatos al piso de nuestras casas, que toquemos esa parte del piso y que después nos toquemos una membrana mucosa en nuestro rostro.
“Esa cascada de eventos no es probable que ocurra. Diría que quitarse los zapatos antes de entrar en casa es una preferencia personal pero no debería ser obligatoria”, considera Sexton. Y es que además hay microbios que pueden sobrevivir unos pocos minutos y otros que pueden hacerlo por días.
De acuerdo con el profesor Carlos Gamazo, director del departamento de Microbiología de la Universidad de Navarra, en España, el tiempo que un virus puede permanecer viable en un zapato depende de muchos factores:
“De la estructura, composición química y de factores ambientales que encuentre sobre esa superficie (calor, radiación solar, humedad). El tiempo no juega a su favor".
"Además, los virus pueden sufrir la presencia de microorganismos celulares, es decir, cuanto más ‘sucio’ (contaminado de microorganismos) esté ese zapato, peor para el virus. Al fin y al cabo, el coronavirus es una partícula rica en grasa (lípidos) y proteínas”.
Y, como todos los virus, necesita de células huésped para multiplicarse.