Dos son los fracasos más notorios de ese proceso llamado Revolución cubana: no haber conseguido satisfacer las necesidades materiales de la población y no haber logrado formar al hombre nuevo. Al menos ese es el resultado de los testimonios recogidos en La teoría cubana de la sociedad perfecta, el filme documental de Ricardo Figueredo Oliva, que hizo el guion y se encargó de la producción y de la dirección.
En una secuencia de testimonios se turnan matarifes ilegales, artistas censurados, emprendedores limitados por las restricciones burocráticas, hombres y mujeres que se dedican al juego prohibido, víctimas de la represión ideológica de varias generaciones, consumidores de drogas, adolescentes y jóvenes que solo piensan en emigrar.
La ausencia de una voz en off le da mayor prominencia a las voces de los entrevistados, donde se mezclan los pronunciamientos coherentes con los disparates. El animador cultural Michel Matos, el profesor de idioma Reynaldo Mayarí, los raperos David Escalona y Raudel Collazo, el actor Roberto Gacio, los cineastas Juan Pin Vilar y Eduardo del Llano son los responsables del discurso conceptual mientras "los desconocidos de siempre" salpimientan la teoría con sus anécdotas y ocurrencias.
Si se fuera a juzgar el filme, de un poco más de una hora de duración, tomando al pie de la letra su título habría que decir que hubiera sido saludable incluir la opinión de algunos representantes del pensamiento oficial y en contrapartida, al menos, un par de opositores políticos. Pero esa sería otra película.
Cuando faltan poco menos de diez minutos para que finalice el documental, respondiendo a la interrogante de cómo se imagina el futuro, uno de los adolescentes entrevistados en un parque contraataca con una pregunta a sus entrevistadores: "¿Ustedes no son de aquí, y ustedes no están viendo esto cómo está?"
La pregunta trasciende al equipo de filmación y encara al propio espectador que resulta sacudido por lo rotundo de la evidencia. No importa si del lado de acá de la pantalla se pertenece a una generación o a otra, se creyó en mayor o en menor medida en las promesas oficiales o se tardó más o menos tiempo en llegar al desengaño, la realidad es rotunda y sobre ella sobrevuela todo el tiempo la frustración.
Esta teoría cubana de la sociedad perfecta probablemente nunca quepa en los cánones de la academia; seguramente sea calificada como propaganda enemiga desde los sectores oficiales y como light o folclórica desde los entornos donde solo cabe convocar al derrocamiento de la dictadura. Pero quedará como un testimonio de estos tiempos, como una evidencia del fracaso.