¿POR QUÉ FREDDIE MERCURY NO ES UN ICONO GAY?
Bohemian Rhapsody fue a finales de 2018 la película más taquillera del planeta. La condición de ídolo de masas de Freddie Mercury, la aprobación de su protagonista, Rami Malek, como “un actorazo” en las redes sociales y la aspiración comercial de la película (la crítica la ha despreciado por ser superficial, sensiblera y sencilla, exactamente las tres cualidades que están conquistando al público) funcionaron como pocos dramas adultos han funcionado en los últimos años. Quien no se inmutó demasiado por Bohemian Rhapsody fue la comunidad gay, que estuvo demasiado ocupada con sus películas de la temporada: Ha nacido una estrella, La noche de Halloween y Mamma Mia, una y otra vez. Resulta curioso que estas tres obras formasen parte del canon gay desde su tráiler a diferencia de Bohemian Rhapsody, un drama musical (si hay un género estereotípicamente gay, es este) protagonizado por un personaje gay y dirigido por un homosexual, Bryan Singer. ¿Cómo puede ser que Freddie Mercury no sea un icono gay?
El estatus de icono gay es un título tan abstracto como innegable y que una vez se concede jamás se expropia. Donna Summer interrumpió en los 80 su concierto en una discoteca gay para explicar que “Dios os quiere, pero no tal y como estáis ahora” refiriéndose a la epidemia del sida. Barbra Streisand retuvo los derechos durante años para adaptar la obra de teatro The Normal Heart, pero el proyecto no salió adelante porque Streisand se negaba a mostrar relaciones sexuales entre hombres en pos del “buen gusto” para que el público “pudiese apoyar a los personajes y desear que se casen”, a pesar de haber rodado escenas de sexo heterosexual adúltero en varias de sus películas. Y a Judy Garland, la quintaesencia casi paródica de la diva gay, no le hacía ninguna gracia que se lo recordaran. Pero el público gay, como si estuviese tan acostumbrado a ser despreciado que ya nada le amedrentase, siguió idolatrándolas durante años.
Porque la consecuencia más efusiva de ser icono gay, y la más rentable para el icono en cuestión, es la lealtad. El público gay jamás abandona a sus ídolos. Cuando Kylie Minogue resucitó comercialmente con Can't Get You Out Of My Head, ella misma dejó claro que la comunidad gay la había adoptado y nunca había dejado de escuchar su música (tal y como sigue haciendo ahora que por segunda vez el mainstream se ha olvidado de ella). Cuando el gran público se reconcilió con ABBA (en 1992), Spice Girls (en 2007) o George Michael (el día de su muerte) y dejó de considerarlos música casposa, sus canciones no habían dejado de sonar ni un solo sábado en las discotecas gais de todo el mundo. Cuando la gente dejó morir a Britney Spears en 2007, la comunidad gay hizo de Blackout uno de los álbumes más vendidos del año incluso cuando Spears no era capaz de mantenerse en pie para bailarlo.
Freddie Mercury nunca necesitó que nadie salvase o reivindicase su carrera. El gran público (heterosexual) ha abrazado la música de Queen y la ha tratado como su himno. We Are The Champions es el clímax de toda competición futbolística, Who Wants To Live Forever fue la banda sonora de Los inmortales, Bohemian Rhapsody acompañaba el momento más memorable de Wayne's World ¡Qué desparrame! y luego está We Will Rock You. Eso es otro nivel. We Will Rock You es tan heterosexual que te hace bullying. Es tan heterosexual que hasta los gays sienten ganas de cantarla con “loroloro”. Es tan heterosexual que ni siquiera cuando la cantaron Britney, Beyoncé y Pink en un anuncio de Pepsi dicho anuncio dejó la menor huella en el imaginario colectivo homosexual: en aquel spot, las divas iban vestidas de gladiadoras sexys mientras cantaban We Will Rock You y el público gay entendió que ahí no había nada para ellos.
Según Agustín G. Cascales, redactor jefe de Shangay, Mercury es uno de esos artistas en los que la etiqueta de icono gay resultaría reduccionista (algo de lo que, señala Cascales, también se ha quejado Madonna) para referirse a su impacto y legado, sin olvidar que el cantante jamás salió del armario. “El hecho de que se convirtiese en una estrella del rock estratosférica tiene mucho que ver. El rey del rock de estadios buscaba empatizar con la masa y sabía usar sus armas, vivió una existencia de cara al público tan en el mainstream hetero que yo siempre he entendido que es un icono a secas. Que ya es bastante” explica Cascales. El periodista incluso cita como ejemplo de la asimilación deliberada al gran público (heterosexual) por parte de Mercury el hecho de que ni siquiera cuando se travistió para el vídeo de I Want To Break Free su estética pareció responder a un homenaje al arte de las drag queens, sino que se acercaba más “al mamarrachismo” de un tío hetero vestido de mujer.
Los ídolos gays, como todos los ídolos, no responden nunca a fórmulas matemáticas. Mercury, a priori, tendría varios rasgos para coronarse como tal: un estilo de vida excesivo, actuaciones fastuosas, vestuario de fantasía, una actitud permanente de mejor pasarse que quedarse corto, un sentido grandilocuente de la vida y, en definitiva, un despliegue artístico barroco, operístico, y sobredramatizado. Una visión exuberante de la realidad, porque según nos enseñó, por ejemplo, El celuloide oculto, tradicionalmente, los gays huyen de su realidad hostil encontrando el confort en obras, productos y personajes que proyecten una realidad reconocible pero extravagante. Una evasión explícita, subrayada y exagerada. Por eso los iconos gays surgen de forma orgánica, colectiva e inesperada: operaciones descaradas de productos gays pueden ser abrazadas (Village People, con su iconografía homoerótica de albañil, policía, marinero, cowboy y lederona) o ignoradas (Como una flor, de Malú). Las divas gays son mujeres sexualmente liberadas (Madonna, Janet Jackson, Kim Kardashian, Terelu Campos), mujeres que no se disculpan (Madonna, Jennifer Lawrence, Esperanza Aguirre), mujeres que resisten ante la adversidad (Madonna, Tonya Harding, Diana de Gales, Lydia Lozano), mujeres que recrean belleza sufriente en su arte (Madonna, Maria Callas, Lady Gaga), mujeres que se visten como apariciones religiosas (Madonna, Cher, Rocío Jurado, Rosalía) o mujeres que demuestran ser amigas de los marginados sociales (Madonna, Dolly Parton, Alaska, Dorothy en El mago de Oz).
Pero también pueden ser iconos gays los hombres que reúnan varias de las cualidades anteriores (David Bowie, Prince, Boy George, Oscar Wilde, Pet Shop Boys, Elton John), las historias sobre villanas tratadas como heroínas (La muerte os sienta tan bien, Mujeres desesperadas, Killing Eve) e incluso momentos u objetos: la doctora Kimberly Shaw quitándose la peluca en Melrose Place, Lady Gaga cantando “ah-aahh-ahh” en el tráiler de Ha nacido una estrella, la forma de caminar de Cate Blanchett, los melocotones, Solange Knowles agrediendo a su cuñado Jay-Z en un ascensor, el baile de brazos cruzándose delante de la cara de Nomi Malone en Showgirls, Mónica Naranjo descendiendo del cielo en Sorpresa, sorpresa, la versión humana de Casper, la Pantoja reverenciando a la reina Sofía antes de empezar su concierto de Marinero de luces, el Chanel rosa de Jackie Kennedy o el story de Thalía.
Por supuesto, que algo pertenezca al canon de la cultura gay ni significa ni que les guste a todos los gays ni que les disguste a los heterosexuales. Sólo significa que la comunidad gay lo ha hecho suyo, lo referencia hasta la extenuación incluso aunque no le interese especialmente y, si le gusta, lo idolatra con fervor. Toda comunidad necesita sus códigos culturales, aunque en el caso de los heterosexuales no siempre está tan claro porque a la cultura, la sociedad y la forma de vida heterosexuales se les suele llamar “cultura”, “sociedad” y “forma de vida”. Por ejemplo, es probable que algunos heterosexuales desconozcan que los monólogos de humor, los espectáculos de magia o Melendi son cosas que no interesan demasiado a los homosexuales. La cultura gay tiene sus propias reglas (expuestas en los párrafos anteriores), es hereditaria (Liza Minelli es icono gay desde el día que nació) y cuenta con sus propios universos expandidos: no solo El mago de Oz es cultura gay, sino que un musical que recrea las vidas de sus personajes secundarios (Wicked) lo es de forma automática.
La cultura gay es prescriptora (de ella surgieron el sarcasmo, la autocompasión y las aplicaciones de ligue mucho antes de que se volvieran mainstream) y no tuvo tiempo de adueñarse de Queen ni de Freddie Mercury. Y la comunidad gay, tradicionalmente, lleva regular eso de compartir sus ídolos como demuestra, por ejemplo, el hecho de que ni Heath Ledger (actorazo popular por El caballero oscuro) ni Jake Gyllenhaal (actorazo popular por Donnie Darko, Nightcrawler o Prisioneros) sean iconos gays a pesar de haber protagonizado Brokeback Mountain. Mercury, además, nunca habló de su condición sexual o de la relación que mantuvo con Jim Hutton durante sus últimos seis años de vida. No tenía por qué salir del armario ni ser activista, evidentemente, pero la comunidad gay está en su derecho de no idolatrar a aquellos que tendrían el poder de ayudarles y optan por el silencio. Y luego, aparte, está la actitud de algunos heterosexuales hacia la homosexualidad/bisexualidad de Mercury, que va de sorprenderse todas y cada una de las veces que alguien lo menciona (la sinopsis oficial de Bohemian Rhapsody se refería al sida como “una enfermedad que amenazaba su vida”) a alabarle con valoraciones en la línea de “Freddie era gay, pero no pasa nada”.
Sin embargo, sí que hay un episodio de la carrera y la vida de Freddie Mercury atesorado por la cultura gay: The Show Must Go On. Porque si una canción pantagruélicamente melodramática (el género del melodrama no solo es excesivo por naturaleza, sino que se regodea en la tragedia de una mujer que empieza comunicándose mediante el dialecto del sarcasmo y acaba escaldada y estigmatizada por satisfacer sus propios instintos) sobre un hombre que decide refugiarse en la teatralidad del espectáculo durante sus últimos meses enfermo de sida no es un himno gay, nada podría serlo. Esta canción supone quizá el relato más reconocible de los que cantó Mercury (desde luego, poco tiene un gay con lo que identificarse en Fat Bottomed Girls): “se me rompe el corazón, se me cuartea el maquillaje pero no pierdo la sonrisa” o “ahí fuera está amaneciendo, pero en esta oscuridad yo deseo ser libre” pueden leerse como confesiones de un hombre gay que lleva toda su vida sobreactuando para gestionar sus demonios mediante el espectáculo, la mordacidad o el sexo.
Y por supuesto, The Show Must Go On es también un himno para el público heterosexual. Porque lo que convierte a Freddie Mercury en un “ídolo a secas” es haber trascendido su propia sexualidad y su propia comunidad para embrujar a millones de personas de toda clase social, raza, género y condición sexual y ponerles a sus pies como ocurrió en el legendario concierto del Live Aid en 1985. Y todo ello comportándose como lo que en aquella época se denominaba “un mariconazo”. Si esa hazaña casi mesiánica le ha despojado del derecho de pasar la historia como un icono gay, que así sea. Seguro que a él no le importaría.
|