“Basta media hora de conversación con el hombre promedio para comenzar a dudar del sentido común”. No sé si lo dijo Churchill, pero seguramente lo pensó. “La gente”, incluso las personas instruidas, creen en el “mas allá”, en los fenómenos “paranormales”, en que Soros está detrás de todas las vilezas del mundo, y en las conspiraciones más raras y sorprendentes. Hitler y los cientos de miles de personas vinculadas al partido Nazi, por ejemplo, estaban convencidos de que los males de Alemania desaparecerían extirpando de ella a los judíos, a los gitanos, a los homosexuales y a “otros canallas”.
¿Cómo una persona adulta puede creer esa imbecilidad? Es el mismo procedimiento de la subscripción de los mitos. El ser humano necesita encontrar las relaciones entre las causas y los efectos. Durante milenios se creyó que la tormenta de rayos era producida por el enojo de los dioses, de manera que Martín Lutero, sorprendido en medio de una, le prometió al Dios de los cristianos que se dedicaría a reverenciarlo si salía con vida del trance. Hoy la física y la astronomía han explicado el fenómeno de una forma mucho más convincente, pero persiste el mito. La gente sigue asustándose ante el ruido de los truenos y el fogonazo de los relámpagos.
En realidad, los fraudes electorales en Estados Unidos no existen. Existen sí, las irregularidades propias de unas elecciones en las que votaron más de 150 millones de personas, pero no hay nada parecido a una conspiración nacional capaz de alterar el resultado final de unos comicios intensamente controlados por republicanos y demócratas en los 3143 condados que manejan las elecciones en los 50 Estados en los que está dividido el país.
Ivana Trump tiene un doctorado en “Trumpología”. Fue la mujer de Donald Trump del 1977 al 1992. Es la persona que mejor lo conoce. Tuvo con él tres hijos: Don(ald), Ivanka y Eric. Es una checa muy inteligente que conoció y padeció el comunismo directamente. Tuvo que huir de Checoslovaquia a bordo de un austriaco, el señor Alfred Winklmayr, instructor de esquí, que simuló casarse con ella para dotarla de un pasaporte extranjero y de una coartada para abandonar el paraíso del proletariado.
Ivana dijo, recientemente, que a su exmarido “no le gusta nada perder”. Tenía razón. Se refería a la derrota infligida por Joe Biden. No está dispuesto a aceptarla y alega, como un muchacho, que la victoria demócrata se debe al fraude. O a los centenares de fraudes perpetrados. Miles de muertos que votan, decenas de miles de boletas enviadas por correo que son falsas y con la misma dirección del remitente. El 80 % de sus seguidores creen ciegamente lo que dice Trump. Si hay algo que estamos predispuestos a sostener es la culpabilidad a priori de nuestros políticos. Son culpables mientras no se demuestre lo contrario.
¿Lo cree Donald Trump o pretende creerlo? ¿Sufre de un trauma infantil porque le pegaron o porque no recibió a tiempo una azotaina? Cada minuto que pasa se le hace mucho más difícil aceptar que se equivocó y felicitar a su contrincante. Sus huestes se sentirían estafadas y creerían que “el líder” es otro político bribón. Su sobrina, la sicóloga Mary Trump, autora de un libro formidable sobre su tío, piensa que no lo hará y que estamos en un peligrosísimo momento que puede terminar en tragedia. Ni siquiera cree que puede tentarlo el regreso al poder dentro de cuatro años. Sabe que está obeso y poco saludable. Dentro de cuatro años estará cerca de los 80 y acaso muy viejo para arriesgarse a otro fracaso.
Karl Rove, el gran estratega republicano, publicó un artículo en el WSJ cuyo título revela el contenido: This election result won´t be overturned (El resultado de esta elección no será revertido). Primero, porque no es verdad que se haya cometido fraude. Y, segundo, porque los resultados fueron mucho mejores para el Partido de lo que lo que preveían las encuestas. RealClear Politics les daba a los demócratas 7.2 de ventaja. Nate Silver les concedía una ventaja de 8 puntos. El margen real fue 3.3. Los demócratas ganaron por los pelos. Los republicanos conservaron el senado y mejoraron el número de representantes en la Cámara baja.
El 20 de enero está a la vuelta de la esquina. En esa fecha, al mediodía, deberán instalarse Joe Biden y Kamala Harris en la Casa Blanca. Si Donald Trump no puede conceder la victoria a la pareja que lo derrotó, porque tiene un oscuro problema psicológico que se lo impide, o por cálculo con el rechazo de sus partidarios, debe renunciar y dejarle ese trago amargo a su vicepresidente. Mike Pence puede hacer esa llamada. Es la hora de los adultos.
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