MIGUEL DE MOLINA AL DESNUDO
Su apoyo explícito a la República le puso en el punto de mira de lo más reaccionario del país. Su legado, que revolucionó la copla, es ahora reivindicado en 'Miguel de Molina al desnudo', dirigida por Félix Estaire e interpretada por Ángel Ruiz.
"Rojo y maricón":
La sentencia fascista que silenció la copla única de Miguel de Molina
"Yo llegué al mundo en una España en la que reinaba Alfonso XIII y en una Andalucía en la que quienes 'gobernaban' eran la pobreza, el hambre, los terratenientes, la ignorancia...". Así evocaba Miguel de Molina el tiempo que le vio nacer, un tiempo que fue también su cárcel, porque fue demasiado libre para una España pacata, tallada en las toscas aristas de un clérigo medieval y con el fascismo entre bastidores.
Por "rojo y maricón" lo apalearon dos falangistas en la Castellana, y por "rojo y maricón" tuvo que exiliarse, un destierro que fue político pero que terminó por condenarle al olvido en nuestro país. Su apoyo explícito a la República le puso en el punto de mira de lo más reaccionario del país; su forma de vestir y cantar contribuyó a un desprecio que duró décadas. El día que nací yo, Triniá, Te lo juro yo, Ojos verdes o La bien pagá ensancharon su leyenda a base de un timbre único y unas coreografías audaces.
Nacido en Málaga en 1908, Miguel de Molina tuvo desde muy pequeño la certeza de que había nacido para los escenarios. Su infancia la cantan mujeres, en concreto seis, su madre, su abuela y sus cuatro hermanas. Ellas musitaron aquel despertar de Miguel, ellas presenciaron sus primeros espectáculos a pie de calle, sus danzas improvisadas y sus disfraces caseros. La infancia parecía un lugar seguro, hasta que afloró la discriminación.
Su amaneramiento y su desparpajo fueron su magia y su condena. La capacidad para sentir y hacer sentir sobre las tablas le convirtieron en fenómeno de masas pero también le pusieron en el punto de mira. Insultos homófobos y algún que otro intento de abuso fueron curtiendo a un niño que ya desde muy pequeño vio en la copla y en la poesía de Lorca la posibilidad de redención. La belleza como salvavidas y motor creativo.
Ahora, un espectáculo teatral reivindica su figura. Miguel de Molina al desnudo, en el Teatro Infanta Isabel de Madrid hasta el 19 de diciembre, revisita una vida y reivindica una obra. "No es sólo un homenaje a su figura o una biografía musical, es la necesidad de contar a través de su vida algo que atañe a nuestro presente y de situar a la copla en el lugar que le corresponde, como un arte popular que surgió en tiempos de libertad y sedujo a grandes como Rafael de León, Manuel de Falla o el mismísimo Lorca", rezan los créditos de la obra.
Dirigida por Félix Estaire y con la interpretación de Ángel Ruiz, la vida de Molina regresa donde pasó la mayor parte del tiempo, en los teatros. No en vano fue a la salida de una función en plena Castellana cuando dos falangistas de renombre, Sancho Dávila y José Finat y Escrivá de Romaní, conde de Mayalde, que con el tiempo llegaría a ser Director General de Seguridad y teniente alcalde de Madrid, le asaltaron y patearon hasta dejarle el rostro desfigurado.
Con su característico peinado de caracoles en las sienes, su sombrero echado hacia atrás y su sempiterno cigarrillo entre los dedos, Molina creó un universo performativo propio en el que las grandes mangas afaroladas y los botines con dibujos geométricos "muy picassianos" tenían un papel fundamental. Genio y figura. Arte sobre las tablas y arte también confeccionando sus propias indumentarias.
La coda es la cárcel y el exilio. Tras pasar por los presidios de Cáceres y Buñol, Molina llega en 1942 a Buenos Aires, de donde es expulsado al poco a petición expresa de los golpistas, ya en el poder. Su significación a favor de la República le cerraría las puertas de su patria hasta llegada la democracia. Se marchó a México pero la intercesión de Evita Perón le permitió regresar a Argentina, donde se convirtió en una estrella y donde vivió 50 años de destierro.
Poco antes de morir, recibió una carta de la Embajada de España en Buenos Aires. En ella, el ahora rey emérito le otorgaba la Orden de Isabel la Católica. La Fundación Miguel de Molina recoge, de este modo, cómo evocó el cantante aquel instante: "Al mismo tiempo que se lo agradecía al rey, no pude menos que acordarme de aquella paliza en la Castellana, de las persecuciones, de la prohibición de trabajar, del secuestro de mis películas, del exilio... De haberme robado los mejores años de mi vida empujándome lejos de mi madre, de mi tierra...". Y pese a todo, Molina se calzó el sombrero y entonó por última vez y con voz firme su famosa tonada Ojos verdes.
MIGUEL DE MOLINA Y LA BIEN PAGÁ
Miguel Frías de Molina conocido artísticamente como Miguel de Molina uno de los grandes representantes de la copla o la llamada "canción española", pasó la mayor parte de su vida en el exilio donde murió un 4 de marzo de 1993 sin querer regresar a España.
Argentina lo acogió con los brazos abiertos, a diferencia de su patria cuyo régimen lo perseguió.
Su interpretación de la "Bien pagá" tenía siempre un significado que iba mas allá de una relación sentimental frustrada y otra bienvenida.
Nacido en Málaga, España un 10 de abril de 1908 empezó trabajando en burdeles donde desde adolescente mostró o orgullosamente su homosexualidad. Después de estar actuando durante tiempo en tablaos para turistas, al llegar la república conoce a Concha Piquer y forman una pareja de éxito. Y llegaron los grandes éxitos "Ojos verdes" "Triniá", "La bien pagá"....
Es reclutado por el bando republicano para un servicio militar, pero su condición de artista le permite ser elegido para actuar por los pueblos y ciudades ante las tropas republicanas. Miguel de Molina declararía que cuando vio la película «Ay Carmela», le recordaba los tiempos en que él
hacía lo mismo: levantar los ánimos del ejército republicano. En Teruel actúa en el frente de guerra y en mitad de la actuación sufrieron un ataque de las tropas de Franco, que finalmente logran entrar en
Valencia. En ese momento se le recomienda a Miguel de Molina que asista a recibir a las tropas franquistas en la capital valenciana si no quiere tener problemas, y Miguel asustado, asiste a la entrada junto a otros artistas que son colocados en una tribuna, siendo obligados a realizar el saludo fascista.
Al final con 34 años decide emigrar a Argentina, donde triunfa, consigue comprarse una casa y es engañado por uno de sus amantes acabando expulsado del país por presión de la Embajada Española. Regresa a España donde malvive y sigue sufriendo la intolerancia del régimen fascista que gobernaba. Marcha a México, allí triunfa, pero el sindicato de artistas dominado por Jorge Negrete o Mario Moreno le ponen las cosas dificiles y debe marchar a la Argentina de Eva Perón que lo recibe con los brazos abiertos.
En 1957 intentó regresar a España, pero la prensa le recibió con una enorme hostilidad, con encendidos artículos en los que se señalaba su condición de homosexual y republicano.
Franco murió en la cama en 1975, pero España no se acordó de él hasta 1992, poco antes de morir se lo otorgaba la medalla de la Orden de Isabel la Católica, el propio Juan Carlos se la entregó, ya tarde para Miguel de Molina que jamás quiso regresar: «es cierto que en España, gracias a la democracia, a su majestad y al pueblo, se barrió el fantasma de Caín...pero yo sentía que esa reparación, que quería simbolizarse en la medallita, me llegaba demasiado tarde. De 1940 a 1992 España tardó cincuenta y dos años en darse cuenta de que habían tronchado la vida de un hombre que hubiera querido crecer artísticamente y desarrollarse en la tierra donde nació, sin ser ingrato con la Argentina que me cobijó».
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