EXILIO
Los mandamases cubanos no lo proscribieron, no lo denigran y no han podido soslayarlo, como a Celia Cruz, Olga Guillot y otros artistas exiliados, pero tampoco lo quieren.
Hizo bien Ernesto Lecuona al exiliarse
No quiero que termine este año, en que tan mal nos ha ido no solo a los cubanos sino al mundo todo, sin dedicar unas líneas a Ernesto Lecuona, uno de los más grandes músicos de la Isla. Y es que en este 2020 ―el pasado 6 de agosto― se cumplieron 125 años de su nacimiento, en 1895, en Guanabacoa, y 60 años de su partida al exilio, en 1960.
La circunstancia de que Lecuona, a menos de un año del triunfo de la Revolución de Fidel Castro, espantado por el rumbo dictatorial y sovietizante que tomaba su gobierno, se haya ido al exilio en los Estados Unidos, y su petición expresa de que sus restos mortales no regresaran a Cuba mientras imperara el régimen castrista, es la explicación de por qué los mezquinos decisores de la cultura oficial, esos que administran roñosamente el arte y la cultura como si fuera el garito-cantina de un campamento militar, no le dan al más universal de los compositores cubanos la relevancia que merecería.
No lo proscribieron, no lo denigran y no han podido soslayarlo, como a Celia Cruz, Olga Guillot y otros artistas exiliados, pero casi… Tal es así que en el Diccionario de la Música Cubana, de Helio Orovio, publicado en 1980 por la Editorial Letras Cubanas, a Ernesto Lecuona le dedicaban muchísimo menos espacio que a Silvio Rodríguez, a quien consagraron una página entera y otra con su foto. Ojalá en reediciones posteriores hayan subsanado ese disparate, pero lo dudo.
Ernesto Lecuona, un virtuoso del piano, fue de los primeros en cruzar el muro entre la llamada música culta y la popular: lo mismo tocaba acompañado por una orquesta sinfónica que por los Lecuona Cuban Boys.
Sumamente prolífico y versátil, compuso 406 canciones, 53 obras para el teatro lírico, más de 100 piezas para piano y 35 para orquesta, y la música para cinco ballets y 12 películas.
Para los castristas, Lecuona y su música encarnaban el pasado republicano, el arte burgués. Hizo bien Lecuona al escapar a tiempo del manicomio-campamento. Seguramente sentiría mucha nostalgia por la patria, pero en Tampa, Florida, pudo vivir sus últimos años libre, sin que lo molestasen y sin saber lo que es la rabia impotente por tener que simular.
Imagínense cómo las hubiese pasado un artista de su talento y sensibilidad lidiando con los cafres comisarios de la cultura oficial. Cuántos encontronazos habría tenido cuando los mediocres burócratas de una empresa artística le exigieran evaluaciones a él, que se enorgullecía de haber estudiado con Maurice Ravel y Joaquín Nin, de quienes, dicho sea de paso, los susodichos burócratas no tienen ni la más puñetera idea. O cuando se negara rotundamente a componer, por encargo de algún jefazo, o incluso del mismísimo Máximo Líder, himnos, marchas y cancioncillas laudatorias para las conmemoraciones del calendario castrista.
¿Se imaginan la cara de Lecuona cuando le reprocharan su pasado burgués y le pidieran, para que se reivindicara, que compusiera una zarzuela con romanzas que tuviesen la construcción del socialismo como tema?
Siendo homosexual, si hubiese estado todavía en el mundo de los vivos en los años 60 y 70, ¿habría podido arreglárselas para capear la homofobia de estado de los mandamases? ¿Lo habrían parametrado, conforme a la Resolución 3, para que no contaminara con su “patología social” a las nuevas generaciones? ¿Pueden imaginarlo implorando la protección de Haydée Santamaría en Casa de las Américas o de Alfredo Guevara en el ICAIC?
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