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El lento colapso:
Cuba se está quedando sin alimentos
Entre los estantes del puesto de venta de Frutas Selectas de esta ciudad del oriente del país hay fotografías de los revolucionarios Camilo Cienfuegos y Ernesto “Che” Guevara; además de un gran cartel con el eslogan de esta empresa estatal: “Frutas Selectas: lo más selecto del trópico”.
Lo que no hay es fruta o alimento alguno a la venta.
Frutas Selectas es una comercializadora de frutas, vegetales y viandas que antes de la pandemia del covid-19 era proveedora de hoteles, restaurantes y otros negocios turísticos. Ahora, en ausencia de visitantes del extranjero, sus clientes son los casi 300.000 habitantes de Holguín.
Aunque el mercado estaba totalmente desabastecido, fuera del comercio se había comenzado a formar una pequeña cola. Algunas personas esperaban sentadas sobre un muro o se recostaban en el mostrador con sus jabas (bolsas de junco o de nailon) vacías y los brazos cruzados.
Esperaban con la expectativa de que en algún momento la tienda pusiera algo a la venta, cualquier cosa.
“Llevamos dos días en cola a ver si llega algo”, dijo Hilda Lobaina, una ama de casa de 72 años, que hacía cola y cuyo tapabocas no ocultaba la frustración de su mirada.
“Somos el único país del mundo donde se hace cola en mercados desabastecidos a la espera de lo que llegue”, dijo un jubilado del sector del comercio que solo quiso identificarse como Antonio por temor a represalias.
A unos dos kilómetros de allí, en el mercado agropecuario estatal número uno de Holguín, hay también un cartel que dice que desde el 1 de abril todas las frutas, verduras o viandas “están reguladas por la libreta”. Es decir, que solo se vende una cantidad máxima de alimentos cada mes por persona.
Hasta la llegada de la pandemia, los productos frescos no habían estado sometidos a normas tan estrictas. En el caso de los plátanos burros, el único producto que estaba a la venta ese día, el límite eran cinco libras. Cientos de personas hacían cola para conseguirlos.
Raciel Céspedes, un hombre de 75 años, explicó que a pesar de haber llegado a primera hora de la mañana y pasar dos horas haciendo fila, aún no había conseguido los “fongos”, como aquí es conocido este tipo de plátano enano.
“En mi casa no hay comida y si no compro vianda no como hoy”, dijo Céspedes.
En los últimos meses, las escenas de mercados desabastecidos y largas colas o con un solo producto a la venta se han repetido por todo el país.
Los cubanos, que han sufrido escasez de alimentos por años, han visto como la situación se ha agravado a medida que la economía del país, controlada por el Estado, se ha sumido en una crisis más profunda desde la llegada del covid-19.
Después de años de lento declive impulsado por la crisis en Venezuela y el endurecimiento de las sanciones estadounidenses, el ritmo del colapso económico parece ahora haberse acelerado. El síntoma principal del problema es una severa escasez de comida.
Cuba es un país que no produce suficientes alimentos para abastecer a su población y necesita comprarlos en el exterior en dólares o euros principalmente.
Pero desde hace algunos meses, con sus principales fuentes de ingreso a la baja y sin acceso a mercados financieros internacionales, el Estado cubano tiene más dificultades de las habituales para disponer de divisas.
Aunque en el país no se difunden estadísticas económicas precisas y actualizadas, información disponible en el exterior pone de relieve la precariedad de la situación.
Según datos oficiales del Banco Internacional de Pagos (BIS), al finalizar junio de 2020, las empresas cubanas disponían, en cuentas de entidades bancarias en el exterior, el equivalente a 867 millones de dólares en divisas fuertes (euros o dólares).
Para Cuba, este es el peor dato desde finales de 2005, según muestran los registros del BIS.
En los últimos 15 años, Cuba había dispuesto de un promedio de 2.200 millones de dólares en divisas fuertes al cierre de cada trimestre, según la estadísticas de la citada institución. Ahora, dispone de menos de la mitad.
Esto se está traduciendo en una reducción drástica de las importaciones, que cayeron un 34 por ciento en los primeros ocho meses de este año con respecto al mismo periodo de 2019, según los datos del Fondo Monetario Internacional (FMI).
Hasta agosto, Cuba estaba importando, cada mes, unos 210 millones de dólares menos que el año pasado.
Entre los países a los que se ha dejado de comprar se encuentran los principales proveedores de alimentos de Cuba, como Brasil, Estados Unidos o España, según datos oficiales de esos países.
Las ventas de Brasil a Cuba descendieron un 23 por ciento con respecto al año pasado; las de España un 36 por ciento, las de Estados Unidos un 45 por ciento.
Esto se está traduciendo en menos pollo, aceite, arroz, maíz o frijoles, y en que se esté reviviendo el temor a que se repita una situación como la vivida en la década de 1990, durante el llamado Periodo Especial.
En la actualidad, prácticamente todos los productos de consumo cotidiano están sometidos a algún tipo de racionamiento. En un país que se engorgullecía de haber erradicado el hambre, el gobierno ha tenido que recurrir a donaciones del Programa Mundial de Alimentos (PMA) para garantizar la disponibilidad de frijoles, arroz y aceite en cinco provincias del oriente, como explicó la organización en un reciente informe.
“Sin duda, esta es la situación más crítica que ha afectado a Cuba desde el Periodo Especial”, dijo el economista Ernesto Hernández-Catá, exprofesor de la Universidad John Hopkins, en una entrevista para este reportaje.
Otros prominentes economistas cubanos han coincidido en este diagnóstico. “Cuba sufre la peor crisis económica desde la ocurrida en los años 90 tras el colapso de la URSS”, escribió recientemente Carmelo Mesa Lago, académico de la Universidad de Pittsburgh.
En la mayor parte de los países domina la percepción de que la actual crisis económica tiene un culpable: la pandemia. En Cuba, el análisis que hacen muchos economistas es más complejo.
“Cuba llega a la crisis en una crisis”, ha sostenido en varias entrevistas el profesor de la Universidad de La Habana Omar Everleny Pérez. En su opinión, ya desde 2019, se atravesaba un periodo de escasez por las dificultades de la economía del país de exportar productos o servicios, generar divisas y con ellas importar alimentos.
El economista incluso afirmó en un conversatorio organizado por las revistas El Toque y Periodismo de Barrio, que “el desabastecimiento que hay en las tiendas donde se alimenta la población no tiene nada que ver con la pandemia”.
Otros expertos coinciden en que, aunque la actual crisis tiene causas coyunturales, son las estructurales, relacionadas con el modelo económico cubano, las más importantes.
“Cuba sufre de una crisis crónica de divisas debido a la insuficiencia y declinación de las exportaciones de bienes a través de muchos años (…). Si bien la crisis tiene elementos coyunturales provenientes de la pandemia, los problemas graves son estructurales”, dijo el economista Luis R. Luis, uno de los directivos de la Asociación del Estudio de la Economía Cubana (ASCE) en una entrevista para este reportaje.
“La crisis actual tiene dos elementos. Uno refleja los efectos de la pandemia. El otro es la rigidez y el carácter distorsionado e ineficiente de la economía cubana. Esto no se va a resolver con el fin de la pandemia y exigirá reformas fundamentales de la economía”, comentó el profesor Hernández-Catá.
Entre muchos expertos domina la sensación de que Cuba ha llegado al final de un camino y que lo que se avecina es un periodo de transición en el que el país tendrá que encontrar un nuevo modelo.
En las últimas dos décadas, Cuba prácticamente dejó de ser un país azucarero, pero no desarrolló otra industria de magnitud similar que le permitiera generar divisas.
Si el nivel de vida de la población no cayó aún más fue principalmente por el turismo, las remesas de los migrantes y el comercio con Venezuela. Esta última ha sido, con diferencia, la principal actividad económica del país en los últimos años.
Ahora, Cuba se enfrenta ante la incertidumbre de si los visitantes volverán de manera masiva y si los migrantes seguirán enviando tantas remesas. Pero también afronta la certeza de que su actividad más lucrativa, su relación con Venezuela, ya no volverá a ser tan beneficiosa como antes.
Esto ha motivado a algunos expertos a considerar que el país no puede seguir pensando en depender de una sola actividad o socio.
“Durante los últimos 60 años, Cuba ha sido incapaz de financiar sus importaciones (…) sin ayudas sustanciales o subsidios de una nación extranjera. Ese es el legado a largo plazo de la economía socialista cubana”, escribió el profesor Mesa Lago en un artículo publicado el año pasado.
“La historia ha demostrado que la dependencia de, primero, los subsidios soviéticos y más tarde de los swaps (intercambios) de petróleo por médicos con Venezuela han sido un grave error. Estos acuerdos de carácter político son malsanos porque dependen, no de las ventajas comparativas de los participantes, sino de la largueza (generosidad) de países básicamente frágiles como la URSS y Venezuela”, concluyó el profesor Hernández-Catá.
Fin de la fiebre venezolana
Cuando la economía de Venezuela comenzó a colapsar hacia 2015, el impacto en Cuba no se sintió de inmediato. Comenzó un lento declive de la economía del país que terminó por agravarse con la llegada de la pandemia.
Desde el comienzo del siglo, Cuba envió decenas de miles de trabajadores, principalmente sanitarios, a Venezuela. A cambio, además, de dinero en efectivo, obtenía petróleo que refinaba y reexportaba a la propia Venezuela y otros lugares.
Todo ese comercio llegó a representar el 20 por ciento del Producto Interno Bruto (PIB) de Cuba.
Aunque el país solo en ocasiones puntuales ha publicado información sobre los beneficios de su relación con Venezuela, los cálculos que han hecho algunos economistas ponen de relieve que el comercio con la “hermana” República Bolivariana era el mayor negocio del Estado cubano.
Era también lo que permitía al Estado mantener el ritmo de las importaciones de productos básicos que necesitaba la población y que ahora escasean.
Según los cálculos del académico Luis R. Luis, la relación entre los dos países alcanzó su cima hacia 2014. Entonces, la exportación de médicos y otros servicios profesionales alcanzó unos 7.500 millones de dólares. Venezuela pagó algo menos de la mitad, 3.400 millones, en barriles de crudo y otros 4.100 millones en efectivo.
Pero a medida que Venezuela se adentraba en la peor crisis de su historia y que las sanciones de Estados Unidos y otros países se endurecían en su contra, este comercio se fue reduciendo.
Cuba, que dispone de profesionales sanitarios en abundancia, solo redujo en parte el tamaño de sus misiones al país, pero Venezuela encontró cada vez más dificultades para pagar por ellas en crudo o dólares.
Luis estima que el pago en petróleo pasó de los 3.400 millones de dólares en 2014 a algo menos de 900 millones el año pasado, una caída del 74 por ciento.
Estos datos son coherentes con las cifras oficiales difundidas por la Oficina Nacional de Estadística e Información (ONEI) de Cuba, que muestran cómo el valor del comercio de bienes con Venezuela, que consistía principalmente de petróleo crudo y refinado, se desplomó entre 2013 y 2019. El valor de las exportaciones al país sudamericano descendió casi un 90 por ciento, mientras que el de las importaciones cayó un 63 por ciento.
Con menos petróleo que refinar y vender en dólares, el país comenzó a sufrir escasez.
“La economía ha sido golpeada por importaciones decrecientes de petróleo venezolano”, señalaba un reporte de noviembre de 2016 de la embajada de los Países Bajos en La Habana. “Como resultado, los ingresos en divisas de reexportaciones de petróleo cayeron y condujeron a una escasez de efectivo que está amenazando la capacidad de Cuba de cumplir sus pagos con proveedores extranjeros”.
Según la ONEI, las deudas del Estado cubano con proveedores extranjeros se duplicaron entre 2013 y 2017.
Pero el problema fue más allá. Al recibir cada vez menos pago en especie, el monto que se debía desembolsar en efectivo fue creciendo. Qué sucede con este dinero es un enigma, dado que Cuba apenas publica información sobre su relación económica con Venezuela.
Hasta ahora no se sabe si el efectivo se está pagando, ni en qué moneda se estaría haciendo el pago (si son dólares o son bolívares, por ejemplo) o a cuánto asciende actualmente la deuda.
En 2019, la ONEI reportó que Cuba había exportado servicios médicos valorados en casi 5.400 millones de dólares. Fue la segunda ocasión en que las autoridades publicaron este dato.
Pero no queda claro si esa suma, que en gran parte procede de Venezuela y representa el ingreso mayor para el país, realmente llegó a cuentas bancarias del Estado cubano o si el dinero solo existe, en “teoría”, a efectos de la contabilidad estatal. Las razones para dudar existen. |
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Un agujero en la economía
El país gobernado por Nicolás Maduro ha sufrido en los últimos cinco años el mayor colapso económico que se ha registrado en un país en paz en décadas; y su capacidad de exportar petróleo y obtener a cambio dólares ha venido disminuyendo desde hace años.
Esto significa que Venezuela tiene cada vez más dificultades para saldar sus deudas con Cuba. Varios economistas cubanos dan por hecho que el país no está cobrando de Venezuela lo debido desde hace años.
En un análisis de 2018 para el Cuba Study Group, el economista Pavel Vidal expuso que la ONEI no había contabilizado adecuadamente la actividad económica del país, ya que había reflejado como ingresos dinero que en realidad no había forma de cobrar a Venezuela en el corto plazo.
“Están asumiendo que la incapacidad de Venezuela para pagar por los servicios médicos es debida a un problema temporal de liquidez. En realidad, es un problema estructural”, escribió Vidal.
El académico de ASCE, Luis R. Luis también afirmó en un reciente artículo que Venezuela carece de capacidad de pagar a Cuba en divisas fuertes y que solo podría hacerlo con crudo o en la moneda nacional, el bolívar. Esto constituye un grave problema para Cuba ya que Venezuela produce cada vez menos petróleo y sus buques petroleros ―y en específico los que viajan a Cuba― están sometidos a las sanciones de Estados Unidos desde mediados del año pasado.
Además, el bolívar ha sufrido constantes devaluaciones que lo han convertido en una moneda prácticamente simbólica. Dado que Venezuela no produce la mayoría de los alimentos que Cuba necesita comprar, su moneda tampoco sirve para adquirirlos.
En una entrevista para este reportaje, Luis aseguró que hay varios hechos que explican la actual situación de escasez en el país como la desaparición del turismo por la pandemia o el endurecimiento de las sanciones estadounidenses, pero ninguno tiene tanto peso como la incapacidad de pago de Venezuela.
“Ha habido una caída masiva de estos pagos desde un nivel de 6.600 millones de dólares en 2016 a menos de 1.000 millones de dólares en 2019. Otros factores de la crisis son mucho menos importantes”, dijo el economista.
Hasta el momento, los dirigentes cubanos no han mostrado en público indicios del deterioro de la relación económica con el gobierno de Maduro. Pero desde que Venezuela comenzó a colapsar, han dado pasos para buscar alternativas a la dependencia, como fomentar la inversión extranjera.
A finales de 2015, llegaron a un acuerdo con el llamado Club de París, que agrupa a una serie de países, en su mayoría europeos, a los que Cuba debía miles de millones de dólares. Según el trato al que se llegó, Cuba se abriría a la inversión de estos países a cambio de una condonación parcial de lo adeudado.
“El deterioro que ha experimentado Venezuela ha conducido a las autoridades de la isla a un proceso de reposicionamiento con vista a reducir los traumas asociados al posible colapso de las relaciones con el país sudamericano”, interpretó el Club de París al anunciar el acuerdo.
Pero Cuba no logró atraer inversiones extranjeras significativas fuera del turismo; la dependencia de Venezuela continuó, la situación del país sudamericano empeoró y las sanciones de Estados Unidos contra ambos gobiernos se endurecieron, dificultando aún más los envíos de crudo.
En el último año y medio, los dirigentes cubanos comenzaron a preparar a la población para tiempos difíciles, incluso mencionando la posibilidad de un nuevo Periodo Especial.
Esto tiene un impacto profundo para los cubanos, que recuerdan esa época como un trauma.
“La crudeza del momento nos exige establecer prioridades bien claras y definidas, para no regresar a los difíciles momentos del Período Especial”, dijo el presidente Miguel Díaz-Canel en un discurso de abril de 2019.
Unos días antes, el primer secretario del Partido Comunista, Raúl Castro, hizo unas declaraciones similares, alertando a los cubanos de que, aunque ahora el país tenía una economía más diversificada que cuando cayó el bloque soviético, debían prepararse “siempre para la peor variante”.
A medida que avanzaba 2019, la “peor variante” se fue dando. Las estadísticas que recopila el BIS sobre depósitos y préstamos en bancos internacionales ponen de relieve que el país se fue quedando sin dólares o euros.
En marzo de 2019, las empresas estatales cubanas disponían del equivalente a 2.300 millones de dólares en divisas fuertes en el exterior. Para diciembre la cifra se redujo a 1.300 millones y siguió cayendo en 2020. Para el final de junio, ya en plena pandemia, se disponía de 867 millones, la peor cifra desde 2005.
Aunque Cuba tiene lazos estrechos con países como Rusia o China, de ellos apenas importa alimentos. Para comprar comida (salvo el arroz, que se adquiere en Vietnam, principalmente), el país necesita dólares o euros con los que pagar a proveedores brasileños, estadounidenses o argentinos.
Pero el país se fue quedando sin divisas y, por tanto, sin comida.
En Cuba, las colas, la distribución irregular de algunos productos o la desaparición durante meses de otros ha sido durante décadas un problema cíclico.
Sin embargo, en los últimos años, al mismo tiempo que la economía venezolana colapsaba, se ha vivido un lento declinar en las existencias de productos de consumo cotidiano.
De una selección de 64 productos de uso común, 39 experimentaron una caída en su disponibilidad en tiendas cubanas entre 2015 y 2018, según datos de la ONEI. La cantidad de aceite de cocina a la venta en comercios minoristas disminuyó un 36 por ciento, el jabón y la pasta dentrífica un 30 por ciento; la leche fresca, las pastas y la carne de cerdo un 25 por ciento; la leche en polvo y el pollo un 20 por ciento.
Aunque la ONEI no ha publicado aún estos datos para 2019, muchos cubanos coinciden en que la disponibilidad de productos siguió cayendo y que la escasez se agravó aún más durante la pandemia.
Los datos oficiales disponibles en el exterior ponen de relieve que el país está importando considerablemente menos alimentos que hace un año.
Las compras de pollo congelado a Estados Unidos en agosto pasado fueron una cuarta parte de lo importado en el mismo mes de 2019. Las compras de soja brasileña para hacer aceite de cocina, entre enero y septiembre de este año, fueron la mitad de las que tuvieron lugar en el mismo periodo del año pasado.
A esto se añade otro fenómeno: la caída en los últimos años de la producción agropecuaria nacional. Según un análisis del economista Pedro Monreal, entre 2018 y 2019 (últimos años con información disponible), 12 grupos de productos de consumo habitual experimentaron caídas. La cantidad de carne de vaca producida se redujo un 23 por ciento, el arroz un 18 por ciento.
Aunque no se disponen de datos para este año, es posible que esta tendencia a la baja haya continuado ya que la escasez de divisas ha reducido también las importaciones de fertilizantes y combustibles necesarios para mantener la producción.
En un reciente informe oficial, las autoridades reconocieron que en 2020 se dejarán de cosechar unas 30.000 toneladas de arroz por falta de combustible. Esto equivale a alrededor del 10 por ciento de la producción nacional.
La escasez es notoria en todas las ciudades del país y se ha traducido en largas colas desde la madrugada en las tiendas estatales y en el auge de un mercado negro digital en el que los productos alcancan precios disparatados.
“El principal problema que tenemos es la alimentación. No puede ser que en medio del Covid, la gente tenga que salir a la calle y pasar todo el día para comprar pollo. Es algo elemental”, comentó el economista Omar Everleny Pérez en el citado conversatorio con medios.
En Holguín, a diario se hacen largas filas frente a las tiendas o mercados, especialmente si se ha corrido el rumor de que algún establecimiento pondrá a la venta un producto muy demandado o ausente por semanas.
En una mañana de agosto, María Eugenia Durán, una señora de 67 años, llevaba dos horas esperando turno para comprar yuca en un mercado de la ciudad. Era el único producto a la venta en el establecimiento.
Visiblemente cansada y con su jaba vacía, Durán dijo que “todo escasea y para comprar lo más mínimo hay que hacer interminables colas. A veces no logras comprar nada porque los productos se agotan”, lamentó Durán. “Desde el año pasado hay carencias de todos los productos básicos y de alimentación. Esto apunta a un nuevo Periodo Especial”.
Mientras hablaba, un chiste de alguien en la cola hizo que en el rostro de la mujer se adivinara una sonrisa bajo la mascarilla: “Por ahora, en Oriente nos libramos del coronavirus, pero todavía sufrimos el colonavirus”, bromeó un señor.
El economista Luis aseguró que mientras escaseen las divisas, el país seguirá en una crisis alimentaria. “Los datos recientes sugieren que se evitará el peor caso, una catástrofe de nutrición, a un costo elevado en cortes de importaciones como medicamentos, combustibles y otras materias primas”, dijo.
Sin embargo, para Cuba, que durante la pandemia se ha esforzado en mantener su imagen internacional de potencia médica para poder seguir exportando sus servicios sanitarios, pagar ese costo no será tan sencillo.
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