Trump, mentiroso, perdedor y llorón
El día que Donald Trump fue elegido presidente, 8 de noviembre de 2016, al igual que el 7 de diciembre de 1941, es una fecha que vivirá en la infamia.
Cuando los japoneses atacaron Estados Unidos en 1941, fue un acto de agresión, una declaración de guerra de facto. El presidente Roosevelt, consciente del devastador número de muertes y la destrucción provocados por el ataque japonés a las fuerzas navales estadounidenses en Hawái ese día hace ochenta años, pidió inmediatamente una declaración de guerra. Esa tragedia convenció a una nación y a un Congreso reacios a entrar en la Segunda Guerra Mundial. Hombres y mujeres estadounidenses dieron un paso adelante en masa para arriesgar sus vidas al alistarse para defender a la nación.
El ataque sorpresa a Pearl Harbor mató a 2 400 estadounidenses, y el pueblo estaba listo para escuchar el llamado del presidente Roosevelt a luchar y sacrificar hasta sus vidas. Esta fue la Generación más Grande. Hoy en día, mueren más personas todos los días por el nuevo coronavirus de las que murieron ese fatídico día. Y la gente se queja de tener que llevar una máscara. Protestan, se rebelan, amenazan y se amotinan para oponerse a cualquier medida para detener el virus. ¿Qué tipo de generación es esta? ¿Qué tipo de degeneración es esa?
A diferencia de Pearl Harbor, el coronavirus no fue un ataque sorpresa. Hubo una amplia advertencia. El brote de un virus en Wuhan, China se señaló en el New York Times en enero. Las agencias de inteligencia de Estados Unidos y los perros guardianes estadounidenses de las epidemias se ocuparon tempranamente del caso. La información fue transmitida de inmediato al presidente Trump. Aunque, a diferencia de todos los demás presidentes, Trump presta poca atención a su informe diario de inteligencia, este es uno que no hubiera podido ignorar. Un asistente de alto nivel le dijo que la Covid-19 sería la peor amenaza a la seguridad nacional que enfrentaría en su presidencia.
La tragedia del coronavirus no es tan compleja como muchos periodistas la hacen parecer. La historia es bastante simple. Una potencia extranjera no lo hizo. No es culpa de los chinos. Es de Trump, quien conoció desde el principio la naturaleza y el alcance del peligro, en un momento en el que se podría haber hecho mucho para salvar cientos de miles de vidas. Pero decidió descartarlo, no hacer nada. Decidió dejar que el virus siguiera su curso mortal.
Pero, sobre todo, esto es culpa del pueblo estadounidense, al menos del 48 por ciento que deliberadamente votó por un estafador racista, un ignorante sexista, un demagogo xenófobo. A sabiendas, Trump engañó al país acerca de la COVID-19 a un precio muy alto, pero no ocultó su abominable personalidad. Se deleitó con él, lo convirtió en un argumento de venta, lo normalizó para las personas que sentían lo mismo pero que se avergonzaban de mostrarlo.
Desde que entré a la escuela primaria y escuché la palabra spic * dirigida a mí, me di cuenta de que el Cociente de Idiotez y el cociente de prejuicios todavía eran altos en este país. A la gente que dice acerca de los maníacos del Maga que “esto no es lo que somos [los estadounidenses]”, les digo, tal vez no ustedes, pero muchos de sus compatriotas lo son. Y les pregunto, cuando se expresan en consonancia con sus prejuicios, ¿tienen las agallas para enfrentarse a ellos?
Para los exseguidores de Trump que ahora le están retirando su lealtad, tengo esto que decir: el principal reclamo de Trump a la fama antes de postularse para el cargo fue conducir un reality show de televisión, The Apprentice (El aprendiz), basado en la codicia y la crueldad. Cualquiera que imaginara que la bondad desempeñaría algún papel en una administración Trump no estaba prestando atención o, más probablemente, no le importaba.
Las acciones de Trump con respecto a la pandemia –engañar al público, difundir delirios sobre curas falsas y un final rápido mediante un milagro, evitar activamente las medidas de salud pública para sofocar la propagación, organizar reuniones políticas masivas y eventos públicos donde las precauciones no solo se ignoraron, sino que se despreciaron y el virus podía propagarse libremente, eran características de una persona gobernada por la codicia y la crueldad.
Codicia: Negocios, mercado de valores, la economía primero: abrir todo.
Crueldad: las vidas son la última prioridad. Los perdedores, que ya tienen un pie en la tumba y ambos pies fuera del mercado laboral, podrían morir. Daños colaterales. Ni un lamento público, ni una lágrima presidencial, ni siquiera una palabra al respecto.
Trump y sus fanáticos tienen que ver con el agravio y el resentimiento. Hay un término filosófico, una variación del resentimiento, que define acertadamente a Trump y los de su calaña.
“El ressentiment es una sensación de hostilidad dirigida hacia un objeto que uno identifica como la causa de su frustración, es decir, una asignación de culpa por la propia frustración. La sensación de debilidad o complejo de inferioridad y quizás hasta los celos frente a la “causa” genera una moralidad o sistema de valores de rechazo / justificación que ataca o niega la fuente percibida de la propia frustración. Este sistema de valores se utiliza luego como un medio para justificar las propias debilidades al identificar la fuente de envidia como objetivamente inferior, sirviendo como un mecanismo de defensa que evita que el individuo resentido aborde y supere sus inseguridades y defectos. El ego crea un enemigo para aislarse de la culpabilidad”.
Trump ha creado innumerables enemigos para proteger su ego de toda una vida de culpabilidad: inmigrantes; matones negros; musulmanes; países de mierda.
Trump, mentiroso, perdedor, llorón, magnate racista de bienes raíces, estafador, evasor del reclutamiento, en una palabra, todo cabrón, adorado por todos los muchos otros cabrones que contaminan este país con su existencia, evidenciado por su apoyo a Donald Trump.
Sé que es una herejía volcar esto sobre un porcentaje sustancial del pueblo estadounidense. Me importa poco. Honestamente, ni un poquito.
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