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General: Aaron Lee, el violinista que llevaron a una isla para "curarse" la homosexualid
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Reply  Message 1 of 4 on the subject 
From: cubanet201  (Original message) Sent: 13/12/2020 14:47
 La historia de Aaron Lee, el violinista al que llevaron a una isla para "curarse" la homosexualidad
Su relato de luces y sombras será representado en el madrileño Pavón Teatro Kamikaze con una posterior gira nacional
IGNACIO ENCABO
La música es algo que siempre ha estado presente en Aroon Lee. Desde los primeros pasos con sus padres, cuando escuchaba a escondidas Mónica Naranjo o cuando tocó el violín en la madrileña Calle de Postas. Le ayudó a sortear los mayores obstáculos, pero sin llegar a ser un salvavidas: Aroon se salvó a sí mismo. El violinista afirma que casi todos sus amigos conocían su historia «por encima». Pero llevaba varios años pensando en publicar ‘Yo soy el que soy’ ya que no encontraba motivación. Con la ayuda de los diarios que escribía de pequeño escribió las últimas líneas en el confinamiento.
 
Además del libro, su relato de luces y sombras será llevado al escenario en forma de musical que verá la luz próximamente en el madrileño Pavón Teatro Kamikaze con una posterior gira nacional. Gracias a la interpretación de Verónica Ronda —quién narrará en primera persona la historia del violinista—, la dirección de Zenón Recalde, y las manos de Gaby Goldman al piano, Aaron Lee interpretará con su violín varias de las piezas de su autobiografía.
 
Con un padre director de orquesta, una madre pianista, su hermano un profesional del violonchelo, a Aaron le tocó adentrarse dentro del mundo de violín. Sus días giraban en torno a la música y a las diferentes actividades de la iglesia. En su familia además son fervientes devotos, concretamente cristianos protestantes. Además, a una edad muy temprana empezó a darse cuenta de que era gay. También era un alumno excelente y al sufrir bullying no contaba con muchos amigos.
 
«No es lo mismo las chiquilladas que te hacen los niños de 7, 8 o 9 años a gente mucho más mayor», afirma. «El trauma lo llevo yo, no ellos. Muchas veces no saben lo que dicen, repiten lo que ven en casa». Una tarde, por un accidente, sus padres le forzaron a confesar su homosexualidad. Según expone en su libro autobiográfico ‘Yo soy el que soy’, decidieron controlar cada uno de sus pasos. La noche en la que salió del armario su padre blandió un cuchillo de cocina haciendo presión sobre sus testículos diciendo «si eres marica, esto te sobra». Tras este momento, sus padres decidieron llevarlo a un psiquiatra para iniciar una terapia de conversión. El profesional le dijo literalmente que allí «no había nada que curar». «No sé como habría sido mi vida si el psiquiatra me hubiese dicho lo contrario», reflexiona.
 
Engañado por sus padres
El violinista recuerda que en ese momento se encontraba en una situación «muy frágil y vulnerable». Desarrolló un trastorno de alimentación muy severo durante un corto periodo de tiempo. «Para un adolescente todo se puede convertir en un mundo, hasta una gota de agua te puede ahogar. La música no fue un arte suficiente como para salvarme de todas aquellas situaciones», confiesa. Cuando terminó el curso escolar sus padres decidieron llevarle de vuelta a su país de origen.
 
Con el pretexto de recibir clases magistrales por parte de una maestra del violín, le engañaron para encerrarle en una iglesia de la isla de UlleungDo ubicada entre la península de Corea y Japón. Allí permaneció en una habitación de 3×2 metros, sin cama, sin sillas ni mesa.  Únicamente acompañado de un televisor al fondo en el suelo, su violín, y la una diminuta ventana que daba a un muro gris de hormigón. Su padre le dijo que «hasta que no cambiase» no saldría de allí.
 
Tras varios meses retenido, sin pasaporte ni teléfono, engañó a los feligreses y al párroco para que lo ayudasen en su «pecado mortal». En ese tiempo intentó desesperadamente fugarse de allí. Incluso llegó a pensar en suicidarse. «Era difícil sobreponerse a todo aquello, me evadía mucho tocando el violín, era mi manera de no pensar», rememora emocionado a El Independiente. «Eso hacía que no me comiese mucho la cabeza. La música no fue lo que me salvó, pero fue un bálsamo, un consuelo». Aaron recuerda ver a través de las noticias de la CNN la aprobación del matrimonio homosexual en España en 2005, algo que le dio muchas fuerzas y ánimo.
 
Finalmente logró volver a Madrid enmascarado en su propia farsa. Todo volvió a la normalidad hasta que su madre recibió unas fotos del violinista celebrando el Europride de 2007, lo que supuso que sus padres le obligasen a irse de su casa y empezar de cero con apenas 19 años recién cumplidos. Tras concatenar empleos de camarero o dependiente en una tienda de ropa, consiguió formar parte de la orquesta de ‘El Conciertazo’. Pero la crisis de 2008 le hizo perder su empleo, algo que le empujó a sacar su violín a las calles del centro de Madrid.
 
Entre la Calle de Postas y Calle Arenal
Aroon Lee recuerda esta época de su vida como una «bonita experiencia» ya que desde el principio no se trató a sí mismo como un músico callejero. «Me habían formado en el Conservatorio grandes maestros, mi gran temor era que alguno de ellos me reconociese», confiesa. «En caso de que me encontrasen tenía la excusa de estar ensayando para un concurso». El músico tocó en la Calle de Postas y la Calle Arenal. Lo que más llamaba la atención de los transeúntes, más allá de su calidad sonora de su violín, era el repertorio de canciones que había seleccionado para estas actuaciones.
 
Muchas de ellas, según sus propias palabras, no se suelen tocar en la calle nunca. En este abanico figuran piezas tan célebres como ‘Los caprichos’ de Niccolò Paganini o piezas de Chaikovski. «Hubo una vez que llegué a atascar la Calle Arenal tocando delante de la Parroquia de San Ginés, se arremolinó tanta gente ante mí que la Policía Nacional tuvo que pedirle a la gente que se moviese», recuerda con cariño. Muchas de estas canciones se incluyen en una playlist de Spotify creada a raíz de la publicación de ‘Yo soy el que soy’.
 
Tras una temporada decidió cambiar el rumbo de su vida y se presento a un concurso nacional de violín donde ganó el primer premio. Meses después logró un puesto en la orquesta de Radio Televisión Española. Apenas tres meses después, se presentó a las pruebas para la Orquesta Nacional de España donde se presentaron más de 350 aspirantes para dos plazas. Él obtuvo una de ellas. Esta, a grandes rasgos, es la historia de superación donde Aaron se convirtió en el miembro mas joven de la Orquesta Nacional Española.
 
A día de hoy, Aaron confiesa no tener mucha relación con su familia. Sin embargo su faceta más filantrópica es algo que le «da sentido» a su vida. Por ello decidió crear la Fundación Arte que Alimenta en 2015 para ayudar a los más desfavorecidos. En la organización se dan desde becas comedor a niños y otras ayudas a jóvenes del colectivo LGTB expulsados de sus hogares. Asimismo, todos los beneficios del libro serán para la creación de la vivienda/refugio para mujeres trans ‘Silvia Rivera’, en honor a una de las muchas que se enfrentaron a la policía en los disturbios de Stonewall.
 
En último lugar, el violinista opina que hoy en día el auge del discurso de odio en sectores ultraconservadores es el reflejo de la «polarización social» . «Todas las crisis económicas siempre acaban incidiendo en miedos que sufren los colectivos más vulnerables», espeta. Además, confiesa que «se ha dejado muchas cosas en el tintero», algo con lo que entre risas podría hacer una versión extendida en un futuro. Por el momento, Aaron quiere seguir luchando y aportar su granito de arena en la conquista de derechos de la comunidad LGTB.
 


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From: cubanet201 Sent: 13/12/2020 14:50
 


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From: cubanet201 Sent: 13/12/2020 14:55
ORGULLO GAY
El madrileño Aaron Lee fue instruido para ser un virtuoso del violín. En casa lo rechazaron por su sexualidad, lo castigaron encerrándolo en una iglesia en Corea y fue músico callejero antes de ser el integrante más joven de la Orquesta Nacional.

Breve historia de un chico de buena familia
KARELIA VÁZQUEZ
Cuando tenía 15 años de edad, Aaron Lee (Madrid, 1988) decidió que moriría a los 30. De modo que ya estaba en el ecuador de su vida y debía planificar el tiempo restante de un contrato vital que expiraba, según sus cálculos, el 31 de marzo de 2018. “No iba a suicidarme, pero imaginar que me quedaba media batería era un ejercicio útil para vivir con intensidad”.
 
Nació en Chamberí, hijo de una pareja de músicos surcoreanos que se instaló en Europa para completar sus estudios. Su padre, pastor evangélico bautista, tiene grandes planes para su primogénito, por algo escogió para él un nombre que en hebreo significa fortaleza y luz en las montañas. Desde los cuatro años Aaron toca el piano y desde los nueve estudia violín con los maestros Ala Voronkova y Manuel Puig. Su destino es ser un gran violinista. El chico va cumpliendo, es el primero de la clase, toca cada domingo en la iglesia y obedece a sus padres cuando sale la escena del beso en Titanic: “¡Tapaos los ojos!”.
 
En la primavera de 2005, a punto de cumplir 17, escribe en su diario: “Me quedan trece años y pico”. Le gusta un chico, al menos uno, y se dice a sí mismo que es gay. Se libera y toca a Prokófiev con júbilo. Es su salida privada del armario. La próxima vez lo sacarán a patadas.
 
Sucede durante una cena en casa. Su padre comenta que en su factura de teléfono hay muchas llamadas a un mismo número: “¿Es una chica? ¿Pasa algo?”. Manda salir a la madre y al hermano para hablar “de hombre a hombre”. “Pase lo que pase, hijo, estaremos a tu lado y te seguiremos queriendo”. Aaron lo interpreta como la señal para hacer una salida triunfal del armario con allegros y pizzicatos.
 
—Creo que me gustan los chicos.
 
El padre cierra los ojos.
 
—¿Quién más lo sabe? —pregunta.
 
Aquí comienza el infierno: terapias de conversión, móvil prohibido, vigilancia, palizas, gritos. “¡Acaso te hemos educado para ser maricón!”.
 
Aaron Lee cuenta su historia en su libro Yo soy el que soy (Letrame, 2020) y una versión de su vida será representada a partir de enero en el Teatro Kamikaze de Madrid. Cuando se pone nervioso, tamborilea con los dedos sobre una pierna, se calma y de paso memoriza los conciertos.
 
“Yo pensaba que lo sabían”, dice. “No es que fuese un niño con pluma, pero era muy sensible y a ellos les parecía bien porque en Corea te dejan ser ambivalente hasta que eres padre; después tienes que ser el macho, el cabeza de familia”.
 
Ese verano su padre se lo lleva a Seúl a estudiar con Kim Nam Yun, una gran maestra de violín. O eso le dice. Pero su destino final es otro, la isla de Ulleungdo, entre Corea y Japón. Allí lo encierran en la celda de una iglesia: un metro ochenta por tres metros con vistas a un muro de hormigón. “No nos vamos hasta que cambies de actitud, ahora depende de ti”, dice su padre.
 
“Me quitó el pasaporte y el móvil, rompió el billete de vuelta y me prohibió usar el ordenador”, recuerda.
 
Aaron solo sale de su encierro para tocar en una base militar y allí ejecuta pequeñas venganzas. Exagera las caídas de ojos, los giros de muñeca, dramatiza los cruces de piernas. “Pluma contra su odio”, escribe en su cuaderno. El pueblo pesquero empieza a comentar sobre el hijo del pastor.
 
Tiene todo tipo de planes para escapar. Un día se queda solo y busca el teléfono de la Embajada de España en Seúl en el ordenador de un despacho. Lo apunta aprisa: sept cent quatre-vingt-quatorze, trente cinq, quatre vingt deux, en francés, por si alguien espía su cuaderno. Al poco consigue hablar con un funcionario, pero, al ser menor de edad y estar con su padre, las autoridades no intervienen.
 
Ese intento de pedir ayuda le cuesta a Aaron Lee otra paliza que lo deja hecho polvo. “Puñetazos en la cara y en el estómago, tirones de pelo, patadas. ‘Eres hombre muerto’, me decía. Después a rezar y amén”.
 
Aaron solo ve una salida: fingir que ha cambiado su orientación. Después de cuatro meses llama a su madre y le informa del milagro: “Ya no soy gay, mamá”. Se mete en el personaje y se deja bautizar con una túnica blanca aceptando a Jesucristo como su único salvador. Un par de días después hace la maleta de vuelta, libre, pero otra vez en el armario.
 
A los 18 años vuelve a Corea del Sur a hacer un doctorado. En la mudanza, su padre le descubre un disco de La Terremoto de Alcorcón y vuelta a empezar. Lo ponen entre la espada y la pared. “Es cuestión de voluntad”, le dicen. Aaron se va de casa con sus ahorros, un millón de wons (700 euros) que ha ido escondiendo en su diario. “Como mis padres, que guardaban el dinero en la Biblia o en el congelador, envuelto en papel de aluminio, porque ningún ladrón iría a buscar ahí”.
 
Un vuelo lo trae de vuelta de Corea a Madrid el 4 de diciembre de 2007. Aaron Lee escribe en su diario: “Mi sueño es ejercer de maricón”.
 
Entra en el mundo de los bolos musicales, trabaja de camarero, dobla ropa en un centro comercial. Registra sus gastos en Excel. A la izquierda, lo que quiere comprar; a la derecha, su precio en tres supermercados. Dispone de 30 euros mensuales para comer, las sopas de sobre a 13 céntimos la unidad son la base de su dieta. Un día decide tocar en la calle. Para su debut elige la calle de Postas, frente a la Posada del Peine. “Un sitio con buena acústica”. Va con un violín Gagliano que le había prestado un lutier y que vale medio millón de euros, aunque nadie lo sabe. Solo un policía pregunta si es “un Stradivarius de esos”. Tras dos horas de Chaikovski y Bach, consigue recolectar 120 euros. Pas mal.
 
Si Aaron es hoy un mecenas de los músicos callejeros es gracias a todo lo que aprendió en esa esquina y con las cajeras de los supermercados que le dejaban pagar un bote de cacao de 4,75 con monedas de uno, dos y cinco céntimos mientras la cola se agitaba: “Joder con el chino”.
 
Esta historia podría terminar cuando Aaron Lee cumple 20 años y consigue ser el músico más joven en entrar a formar parte de la Orquesta Nacional de España, pero no, él solo estuvo seis años en el puesto fijo por el que matarían tantos violinistas. “Con 24 años ya no estudiaba y eso me dio pánico”, se explica. Ahora toca como solista. Había hecho sus primeras inversiones inmobiliarias y decidió jugársela una vez más. Hoy se define como “emprendedor social” —creó la Fundación Arte que Alimenta para proteger a los adolescentes LGTBIQ, a las mujeres maltratadas y a los niños de bajos ingresos—, y también como un violinista que investiga la música española de los siglos XIX y XX. “España es algo más que el violinista Pablo Sarasate”, advierte.
 
En el grupo de inversión inmobiliaria del que es socio es el hombre de las estrategias, el que viene del futuro. “No es que esté todo el día haciendo brainstorming y dándome duchas frías para verlo todo clarísimo. Solo necesito aburrirme y, sobre todo, no tener miedo”.
 
—¿Tus padres saben que has escrito un libro?
 
—No, tendré que hablar con ellos. Podrían enterarse por la valla de una serie de Netflix.
 
—¿Tus hermanos?
 
—Uno lo compró, lo supe porque me llegó un bizum.
 
—¿Odias a tus padres?
 
—Los perdoné hace tiempo.
 
—¿Qué pasó el día que cumpliste 30 años?
 
—Me desprendí de la fe. Creía que era agnóstico, pero en realidad soy ateo.
 
—Y ahora, ¿cuál es tu edad límite?
 
—Pues como la ITV. Cada 10 años vamos viendo.
 

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From: cubanodelmundo Sent: 16/01/2021 16:13
EL TERROR A MANOS DE SU PADRE
Con 16 años, a punto de cumplir 17, cuando ya había comenzado a estudiar en el conservatorio, su evidente destino se torció. En ese momento comenzó la pesadilla.

Palizas, secuestro y amenazas
Aaron Lee, la oscura historia tras el joven prodigio de la Orquesta Nacional de España 
Por R. Riaño
Cuando tenía 20 años, un joven llamado Aaron Lee (1988) logró aprobar las pruebas de ingreso en la Orquesta Nacional de España. Consiguió así convertirse en el miembro más joven de la institución. Aquello cambió su vida de una manera que nadie podía imaginar. No nos referimos al giro profesional que experimentó tras un tiempo en el que trabajó como camarero, como dependiente o como músico callejero deleitando a los transeúntes con su violín, a pesar del enorme talento que, desde niño, había demostrado tener. Aquel trabajo en la Orquesta Nacional de España ofreció a Aaron Lee el entorno de seguridad y de estabilidad económica que necesitaba para superar un miedo que se había instalado en lo más profundo de su ser. El origen de ese miedo fue el infierno que sus propios padres le habían hecho pasar desde los 16 años.
 
Aaron Lee pertenecía a una familia de surcoreanos que se había instalado en España. Nació en Madrid y a los cuatro años ya tocaba el piano. Con 9, su virtuosismo con el violín asombraba a los mayores expertos en la materia.
 
Pero con 16 años, a punto de cumplir 17, cuando ya había comenzado a estudiar en el conservatorio, su evidente destino se torció. En ese momento comenzó la pesadilla, una historia de horror, valentía y superación que Aaron convirtió en libro el año pasado, ‘Yo soy el que soy’ (Letrame, 2020), y que este sábado 16 de enero se materializará también sobre las tablas del teatro. La historia de la vida de Aaron será estrenada en el Pavón Teatro Kamikaze de Madrid. Aaron Lee ha tenido la amabilidad de hablar para Vanitatis.
 
Esta es su historia.
 
PREGUNTA: Con 16 años comienza tu pesadilla. Fue una noche, cenando con tus padres. ¿Qué ocurre en esa cena?
 
RESPUESTA: En aquella cena mis padres me dijeron que fuese lo que fuese lo que me pasaba, podía confiar en ellos, que no me preocupase. Parecía que me estaban invitando a salir del armario como si ya lo supiesen. Por eso yo les confesé mi orientación sexual. Les dije que era gay, y partir de ahí es donde cambió todo el ámbito familiar y comenzaron las coacciones, las amenazas, los maltratos también físicos, terapias con médicos…
 
P: ¿Cuál fue la solución, entre comillas, que tu padre encontró?
 
R: Intentaron 'curarme' primero a través de un médico amigo de la familia. Después de meses de consultas, el médico les dijo que no había nada que cambiar y entonces ellos decidieron, en ese verano, llevarme a una isla en Corea, a encerrarme en la habitación de una iglesia con el propósito de cambiarme.
 
P: Antes de que eso ocurriera tú ya habías pensado, a los 15 años, que morirías con 30. ¿Por qué ese pensamiento surgía de la cabeza de un adolescente?
 
R: En realidad no tenía nada que ver con una idea de suicidio. Era una filosofía de vida en la que uno no se plantea las mismas preguntas, llegado un cierto momento de su vida en el que se acerca al ecuador de la misma, que cuando siente que le quedan 30 o 40 años por delante. Cómo te planeas las relaciones, el trabajo, la pasión. Eso me hacía reflexionar y darme cuenta de que muchas de las cosas que hacemos y de las relaciones que tenemos las damos por hechas y que sigues por inercia, como un hámster que corre en una rueda sin llegar a ninguna parte. Yo pensaba que si me quedaban 15 años de vida, a lo mejor le daba valor a unas cosas y le quitaba fuerza a otras.
 
P: ¿El pensamiento que tu padre tiene sobre la homosexualidad es algo cultural o es algo personal de él?
 
R: Creo que es una mezcla de ambas cosas… Hay una herencia cultural, una mentalidad heredada de la sociedad que viene de momentos muy duros, de una posguerra. La guerra de Corea terminó en el 53. En ese año, la ONU colocó a Corea como Tercer Mundo. Mis padres son del año 62, por lo que son niños de posguerra que han pasado muchas dificultades familiares y económicas para poder sobrevivir. Eso también marca mucho en una sociedad en la que las prioridades son otras. Todo eso unido a la religión, que como estamos viendo ahora en otros países en desarrollo, se agarra a la fe como un clavo ardiendo. Lo mismo pasa en Corea. Son mucho más radicales en ese sentido y los dogmas también están a la orden del día. No es lo mismo cómo se plantea la homosexualidad en la Iglesia protestante, en Dinamarca, en Alemania o en ciertas partes de EEUU, que en Corea.
 
No sabría decirte qué es lo que más influyó en mi padre, pero quizás la religión es lo que más.
 
P: Cuando tú le cuentas a tu padre quién eres, imagino que lo haces confiando en que lo va a entender. ¿Esperabas la reacción y la violencia que mostró?
 
R: Yo no me esperaba esa reacción para nada. Fue una sorpresa… P: ¿Cuánto duró el encierro y cómo terminó?
 
R: Duró un verano. Desde junio hasta agosto. Finalizó cuando me volví a meter en el armario, muy a mi pesar y haciendo creer a todo el mundo que el milagro había obrado. Fue una estrategia meditada. Tuve que vender la moto de que había obrado el milagro de Dios.
 
P: De vez en cuando, durante el encierro, salías y en aquellas salidas, de alguna manera, te vengabas de la actitud de tu padre con algunos gestos. ¿Cómo lo hacías?
 
R: El peor golpe para él era el silencio, el que yo me convirtiese en una pared de hormigón que no respondía y que no comunicaba. Luego tenía pequeños gestos de jugar con la pluma, sabiendo que eso es lo que más puede irritar a una persona así.
 
P: Secuestro, palizas, amenazas… ¿Cómo se supera algo así? ¿O no se supera nunca del todo?
 
R: Todo se supera. Todos somos más fuertes de lo que imaginamos y podemos superar situaciones con tiempo y con ayuda emocional, psicológica. En mi caso, la música ha sido un bálsamo, una ayuda. La sensación de soledad se vio muy aminorada gracias al violín.
 
P: ¿Cómo y cuándo tu vida da un paso definitivo que te permite alejarte de todo ese infierno?
 
R: Fue en 2010. Logré entrar a formar parte de la Orquesta Nacional de España, la institución musical más importante del país. Yo era el miembro más joven y era el niño de la casa. Eso me cambió radicalmente. Pasé de ganar 400 o 500 euros al mes a ganar más de 3.000.
 
P: A la orquesta llegas después de sobrevivir en Madrid en trabajos nada estimulantes y pasando incluso hambre… Ahí ya te habías independizado de tus padres, ¿verdad?
 
R: A mí en 2007 ya me habían echado de casa. Desde diciembre de 2007 hasta enero de 2010 tuve que ingeniármelas para sacarme las castañas del fuego. Fui camarero, dependiente, tocando en la calle, en bodas… Haciendo de todo para sobrevivir. Todo el abuso sufrido y este periodo de supervivencia me han hecho ser la persona que soy hoy. He sido capaz de transformar lo negativo en positivo y el terror en energía que dediqué a la música.
 
P: ¿Crees que sin la música habrías logrado escapar de esa situación?
 
R: Creo que sí, pero habría sido más duro y no habría llegado tan lejos. Me habría quedado a medio camino, como le ha ocurrido a otras personas que conozco. No han llegado a tener un título. Yo con 18 ya era licenciado y eso facilita ciertas cosas.
 
P: ¿Cuándo y por qué decides contar tu historia y hacerla pública a través de un libro?
 
R: He dejado pasar 15 años hasta que me he atrevido a abrir la caja de Pandora. Ha supuesto reabrir todos mis diarios personales y reescribir sobre ello. Ha sido un proceso de maduración. Me di cuenta de que a lo mejor ya era el momento de ayudar a otras personas con mi historia, y en mi caso, de cerrar un círculo, una etapa para poder seguir los próximos 15 años con la mochila muy ligera. Yo he sido víctima, pero no me gusta nada vivir como víctima. Las cosas malas pasan. Todos pasamos cosas malas de una forma u otra. No digo que mi dolor sea más grave o peor que el de los demás. El mensaje es que las cosas malas van a pasar de una forma u otra, pero sigue caminando, no te hundas, sigue luchando y las cosas van a mejorar.
 
Mucha gente, familiares, conocidos, que no conocían mi historia, e incluso los que sí sabían de ella, se quedaron impactados por los detalles. No es lo mismo que alguien te cuente algo a grandes rasgos a que puedas leer la transcripción literal de mis diarios.
 
P: Ahora estrenas obra de teatro, este sábado, sobre tu vida. Háblame de ese proyecto, que imagino que es sanador pero duro a la vez…
 
R: Llevar mi historia a los escenarios no era algo que estaba pensado. Junto con Gaby Goldman pensamos hacer una presentación del libro, una especie de lectura dramatizada en la que también tocábamos. Miguel del Arco vino a un ensayo y fue él quien dijo que esta historia tenía que estar en el Pavón Teatro Kamikaze en forma de obra de teatro. Todo esto además lo produce Arte que Alimenta, la fundación que presido y que uno de los objetivos que tiene es crear la casa Sylvia Rivera, que es uno de mis deseos primordiales para el 2021. Más allá de los aplausos sobre el escenario, quiero que la música se convierta en refugio para mujeres transexuales. Por eso se llama Sylvia Rivera, pionera en la lucha por los derechos de este colectivo. Es un homenaje y una forma de hacer reflexionar a todos sobre el hecho de que los derechos hay que lucharlos cada día porque si no se pueden perder.
 
P: ¿Eres feliz?
 
R: Sí, por supuesto.
 
P: La dureza de tu historia parece insuperable pero aquí estás, fuerte y feliz. ¿Qué le dirías a cualquier chico o chica que en estos momentos no ven salida? R: Que pida ayuda. Hay instituciones públicas y privadas que ofrecen ayuda. Ya no es lo mismo que cuando me pasó a mí en 2005. A nivel personal les recomiendo que sigan nadando, que no se rindan, que las cosas mejoran de la manera más insospechada. Que no se dejen llevar por las circunstancias. Hay una frase de Ortega y Gasset muy conocida que es: “Yo soy yo y mi circunstancia”. Pero lo que más me gusta a mí es lo que continúa tras esa frase y que se conoce menos: “Yo soy yo y mi circunstancia, y si no la salvo a ella, no me salvo yo”. Esa parte a mí me marcó mucho en la adolescencia.
 
P: ¿Tienes algún tipo de relación con tus padres? ¿Hablas con ellos? ¿Has logrado perdonar?
 
R: No. No tengo relación con ellos, pero hace años que ya perdoné todo porque si no, no hay manera de avanzar ni a nivel humano, ni a nivel personal e incluso te diría que artístico. No comparto su proceder, pero he intentado entender, hacer un ejercicio de empatía, con el que no lo disculpo pero que a mí me ha ayudado a crecer como persona.

 


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