“Cuando hay desacuerdo, unión. Cuando hay duda, fe. Cuando hay oscuridad, luz”. El 14 de diciembre, día en que los Estados certificaron los votos de las elecciones presidenciales que le hacían ganador frente a los bulos difundidos por Donald Trump, Joe Biden citó a san Francisco de Asís. Durante la campaña, mientras pedía el voto en cada escenario, había mencionado a otro Francisco, el Papa. En concreto, rescató una encíclica en la que se preguntaba: “¿Por qué hago esto? ¿Cuál es mi verdadero propósitos?”. Esas cuestiones, decía el entonces candidato demócrata, son las que debería plantearse cualquier persona que quiera dirigir el país. También había invocado a Juan Pablo II en un mitin y apelado a los ciudadanos a “no tener miedo”.
Biden lleva siempre consigo un rosario de su hijo fallecido, Beau; es de misa semanal, de rezo frecuente y tiene un discurso muy público sobre su fe, que contempla como andamio para el propósito, un motor político. También tiene sus creencias a gala la presidenta de la Cámara de Representantes, la a su vez demócrata Nancy Pelosi, cuya carta a los miembros de la Cámara para informar de los pasos para el nuevo impeachment a Trump, comenzaba así: “En este domingo, mientras rezamos para que Dios siga bendiciendo a América…”. La fe también puede colarse en una rueda de prensa. Hace unos meses, un periodista le preguntó si “odiaba” a Trump y Pelosi se revolvió: “Como católica, me ofende que use la palabra odio en una frase dirigida a mí”. Y dijo que rezaba a diario por el presidente republicano.
La ferviente religiosidad de los líderes demócratas de Estados Unidos llamaría la atención si no fuera porque hasta el rostro más visible y joven de la izquierda estadounidense, la congresista Alexandria Ocasio-Cortez, ha citado a la Biblia en el Congreso para defender la legislación del cambio climático y ha abordado en los medios su catolicismo, pues es algo que en la primera potencia mundial siempre se pregunta a un político.
Pese a la escrupulosa separación entre iglesia y Estado, la religión ocupa un lugar preeminente en la política de Estados Unidos, un elemento distintivo respecto al resto de democracias occidentales, a un nivel casi exótico para los estándares europeos. Para la mitad de los ciudadanos es importante (32%) o muy importante (20%) que el presidente del país tenga fuertes creencias religiosas, según un sondeo del Centro Pew elaborado en febrero de 2020.
Y Biden, segundo presidente católico de la historia de Estados Unidos (el primero fue John F. Kennedy), es uno de los presidentes más religiosos de las últimas décadas. Al menos, entre los demócratas, no ha habido otro tan devoto desde el baptista Jimmy Carter, que daba clases a niños los domingos en una iglesia.
“Cualquier lugar en el que había monjas, era hogar”, dice Biden sobre su infancia en la autobiografía Promises to keep. “Soy tan católico cultural como católico teológico. Mi idea sobre uno mismo, sobre la religión o la comunidad en el mundo viene directa de mi religión. No tiene tanto que ver sobre la Biblia, los 10 mandamientos, los sacramentos o las oraciones que aprendí. Es la cultura”, explica el mandatario, nacido en 1942 en el seno de una familia de origen irlandés en Scranton, una pequeña ciudad industrial de Pensilvania.
El profesor de Teología Massimo Faggioli, autor del libro Joe Biden y el catolicismo en Estados Unidos (2020), cree que el catolicismo de Biden se construye sobre la base de una “evaluación optimista de la creación” y lo asocia a un movimiento religioso de izquierda que está ganado peso en Washington, uno en el que la defensa de los derechos LGBTQ “no es antirreligioso, sino lo contrario, es más fiel a los principios de la religión”.
Una de las nuevas voces izquierdistas del Congreso, la afroamericana Cori Bush, representante por Misuri y gran promotora del lema “recorten fondos a la policía”, era pastora, al igual que el nuevo senador demócrata de Georgia Raphael Warnock, ambos procedentes de territorios tradicionalmente republicanos. Y el primer precandidato abiertamente homosexual de la historia, el demócrata Pete Buttigieg, destacó su perfil creyente en la campaña.
“Creo que el catolicismo de Biden está muy influenciado por la tradición del catolicismo social de gente como Dorothy Day [una conocida escritora y activista anarquista que abrazó la fe católica], que pone la atención en los desfavorecidos. Él también cree en el buen principio católico de la dignidad del trabajo y eso, por ejemplo, es uno de los motivos por los que se identifica tanto con los sindicatos”, opina Randall Ballmer, profesor de religión en la Universidad de Dartmouth.
Para Biden, son los valores católicos los que le empujan a posiciones progresistas en cuestiones de igualdad social o racial. El pasado junio, por ejemplo, tras la muerte del afroamericano George Floyd, se refirió a la “doctrina social católica” para recalcar que “la fe sin trabajo está muerta”. Al mismo tiempo, en su época de vicepresidente, expresó su apoyo al matrimonio entre personas del mismo sexo antes incluso que el presidente Barack Obama, y una de las primeras medidas que ha adoptado ha sido permitir el servicio de los transgénero en el Ejército, que Trump había vetado.
El apoyo de Biden a los derechos LGBTQ y al aborto le ha granjeado el rechazo de los conservadores cristianos, los judíos ortodoxos, los protestantes evangélicos y católicos radicales, que no le consideran un creyente pata negra. El día de su toma de posesión, no había terminado apenas el discurso cuando el arzobispo de Los Ángeles José Gómez, que preside la Conferencia de Obispos Católicos de Estados Unidos, emitió un comunicado denunciando unas políticas de Biden que “avanzarían males morales”, sobre todo en áreas como “el aborto, los métodos anticonceptivos, el matrimonio y el género”.
El voto religioso se volcó en Donald Trump ―casado tres veces, con un largo historial de supuestas infidelidades, como las que pagó para silenciar con una actriz de cine porno y una modelo de Playboy, y acusado de abusos― como se ha volcado con cualquier republicano, independientemente de lo ejemplar de su vida. Para el historiador Bruce. J. Schulman, de la Universidad de Boston, el creciente partidismo del voto religioso es un fenómeno de los últimos 30 o 40 años, al igual que la exhibición de la religiosidad se remonta a medio siglo atrás.
No siempre los presidentes han sido devotos, pero la fe ha sido un valor importante en cualquier carrera política desde el “Gran despertar religioso” de los setenta, una reacción contra el secularismo de los sesenta, el aborto y otros giros sociales. En el 76, en medio de ese movimiento y tras el estupor nacional generado por el escándalo Watergate, los estadounidenses eligen como presidente a Jimmy Carter.
Nada de esto ha frenado la secularización de la sociedad y el giro progresista en causas sociales, pero independientemente del color político, las menciones al Señor o la fe suelen estar presentes en los discursos y es difícil que uno acabe un mensaje importante sin cuatro palabras mágicas, o santas: “Dios bendiga a América”.
La Dra. Jill Biden tiene una colorida y orgullosa historia apoyando los derechos de los LGBTQ
Cuando la Dra. Jill Biden entra en la Casa Blanca, se ve claramente que es un polo aparte de su predecesor, cuyo legado podría describirse como "indiferente" en el mejor de los casos.
Ella trae al papel de Primera Dama un aire de calidez, dignidad y compasión, señalando a los americanos queer que por primera vez en cuatro años, tienen un aliado genuino al lado del presidente.
Ella hizo su apoyo fuerte y claro a través de una campaña salpicada de eventos enfocados en LGBTQ, pero su relación con la comunidad LGBTQ se remonta a más de eso.
Y mientras Joe Biden puede tener una historia incompleta cuando se trata de los derechos de los LGBTQ, tranquilizadoramente su esposa parece no tener esqueletos en su armario.
La Dra. Jill Biden habló en contra de la intimidación de los LGBTQ en las escuelas
Jill Biden apoyaba a la comunidad LGBTQ años antes de que su marido cambiara de opinión sobre el matrimonio entre personas del mismo sexo.
Como Segunda Dama en 2009, la Dra. Biden pronunció el discurso de apertura de la sexta edición anual de los Premios al Respeto de la Red de Educación de Gays, Lesbianas y Heterosexuales (Gay, Lesbian and Straight Education Network) en la ciudad de Nueva York, una aparición que marcó la primera vez que alguien del área presidencial o vicepresidencial de la administración Obama-Biden se dirigió a una organización de LGBTQ.
Al expresar su "compromiso" con escuelas más seguras para todos los estudiantes, incluidos los jóvenes LGBTQ, la Dra. Biden recordó su experiencia de primera mano con el acoso escolar.
"Como profesora de inglés, he leído los diarios personales de mis alumnos y he escuchado sus conversaciones íntimas sobre su dolor y su ansiedad", dijo.
"¿Cómo podemos esperar que los niños aprendan cuando se burlan de sus compañeros de clase? ¿Cómo podemos pedirles que hagan su mejor trabajo? El cambio no es fácil", continuó, "especialmente cuando se trata de terminar con la intolerancia y el miedo. Pero confío en que juntos, tendremos éxito... Cada niño, sin importar su orientación sexual, identidad de género o expresión de género, merece una educación".
Recibió una gran ovación del público, entre los que se encontraba Sirdeaner Walker, la madre de Carl Joseph Walker-Hoover, el niño de 11 años de Massachusetts que se quitó la vida después de ser blanco de los matones homofóbicos.
Tenemos que asegurarnos de que seguimos avanzando en los derechos de los gays.
Jill Biden continuó presionando para que se acepte a los LGBTQ en la ceremonia de apertura de la convención nacional de PFLAG 2011, donde dio un discurso sobre el acoso a los LGBTQ en las escuelas.
Destacando las historias de jóvenes homosexuales que habían sido acosados para que se suicidaran, la Segunda Dama subrayó la importancia de inculcar un sentido de autoconfianza en los niños a medida que avanzan en su adolescencia.
"Para los niños que luchan por comprender su orientación sexual o identidad de género, los años de la adolescencia pueden ser particularmente desafiantes", dijo. "Y, por supuesto, los niños no siempre son amables entre sí durante estos tiempos, especialmente cuando uno de ellos es diferente".
Jody Huckaby, directora ejecutiva de PFLAG, elogió el mensaje de Biden por "conectar los puntos" entre la aceptación y el apoyo y "resultados positivos en salud mental y educación".
Más tarde, en 2012, Jill Biden fue una de las delegadas del grupo de LGBTQ de la Convención Nacional Democrática.
"Quiero que sepan lo mucho que Joe y yo, y Barack y Michelle, apreciamos todo lo que están haciendo por esta campaña en todo el país", dijo a los asistentes mientras reafirmaba el apoyo de Joe Biden y Barack Obama a la igualdad en el matrimonio. Tenemos que asegurarnos de seguir avanzando en los derechos de los gays para poder continuar con el progreso que hemos hecho", dijo.
En 2014, mientras Obama hacía reformas en la atención médica con la Ley de Cuidado de Salud Asequible, Jill Biden se reunió con miembros de la comunidad LGBTQ para escuchar cómo los cambios los estaban impactando.
Entre ellos había un hombre gay que había perdido su trabajo y le habían diagnosticado VIH en el mismo año. Le dijo al Dr. Biden que el Affordable Care Act "le salvó la vida".
Una primera dama para la comunidad LGBTQ.
En 2017 Joe y Jill Biden crearon la Fundación Biden, una organización benéfica que hizo de la igualdad de las personas LGBTQ un pilar de su trabajo de servicio público.
Juntos apoyaron muchas iniciativas en pro de la comunidad LGBTQ, entre ellas "As You Are", una campaña de concienciación sobre la importancia de la aceptación de la familia en la vida de los jóvenes LGBTQ.
La Fundación Biden suspendió sus operaciones en 2019 cuando Joe Biden se postuló para el cargo, pero las causas que apoyó informarían una de las campañas presidenciales más progresistas que Estados Unidos haya visto jamás.
Desde el principio, Jill Biden y su marido dejaron claro su apoyo a los derechos de las personas LGBT al celebrar el 50 aniversario de los disturbios de Stonewall en el Stonewall Inn y se unieron a los Cinco Fantásticos para una recaudación de fondos de base de los Queer Eye.
Obviamente tiene la intención de continuar esto como Primera Dama, y en su tercer día en la Casa Blanca ya había visitado la clínica Whitman-Walker Health HIV/AIDS en Washington.
El hecho de que el consejero más cercano del presidente haga de esto una prioridad envía un fuerte mensaje sobre los planes de la Casa Blanca para el futuro, mostrando un ojo al pasado y una comprensión de las luchas que la comunidad LGBT ha enfrentado.
Esto, junto con las amplias reformas de Joe Biden sobre LGBT, sugiere que la primera dama va a tomar un papel más activo en las cosas que vienen - y traer un soplo de aire fresco con ella.