El periodista estadounidense reúne en «Los años de la espiral» algunas de sus crónicas sobre América Latina escritas durante la última década.«En América Latina tiene que haber un cambio muy serio, al que tiene que contribuir EE.UU. y Occidente con una especie de gran plan Marshall».
Jon Lee Anderson:
«Cuba está más arrinconada que nunca»
Jon Lee Anderson (California, 1957) no puede ocultar que sintió un gran alivio, «como muchas otros estadounidenses y personas alrededor del mundo», cuando el pasado 20 de enero vio la investidura de Joe Biden como nuevo presidente de Estados Unidos. Un gran alivio «tras los cuatro años de Trump como presidente, además del año de campaña». Un tiempo en el que «nos vimos obligados involuntariamente a adaptarnos, y no a aceptar, a una persona que había bajado el nivel de la política y que durante todos los días de su presidencia se había empeñado en dividir a los estadounidenses y despertar sus odios latentes. Algo que culminó con la irrupción inaceptable en el Capitolio el 6 de enero. Un acto que era como estar viendo una ópera bufa», asegura el periodista a ABC desde Virginia, donde siguió la toma de posesión del nuevo presidente, que le pilló en plena promoción de su último libro, «Los años de la espiral. Crónicas de América Latina» (Sexto Piso).
El periodista y escritor confiesa incluso que disfrutó del espectáculo «hollywoodiense» e incluso «cursi» que tuvo lugar después de la toma de posesión de Biden, «porque era la celebración de la democracia, algo que se estaba perdiendo», sostiene. «Y un día después, no sentimos la necesidad por la mañana de mirar nuestros teléfonos móviles para ver si Trump había tuiteado algo», bromea al otro lado del teléfono durante la entrevista que se realizó por videollamada a través de whatsApp. «Ahora estamos con un tipo que es, felizmente, sereno y aburrido».
Especializado en cubrir conflictos y guerras, Jon Lee Anderson es autor de títulos como «Ché Guevara. Un vida revolucionaria», «Libia, de Gadafi al colapso» o «La caída de Bagdad». Referente para muchos, su trayectoria es motivo de estudio en universidades de periodismo a ambos lados del Atlántico. En su última entrega, Anderson reúne una selección de 42 escritos realizados entre 2010 y 2020 y originalmente en inglés para la prestigiosa publicación «The New Yorker», de la que es colaborador habitual. Estos textos (traducidos al castellano por Daniel Saldaña) recogen sus viajes por la geografía y por la historia política y humana de un continente, y tratan de ser una «estampa de la época», en palabras de su autor. Una década «convulsionada», que vio morir a figuras como Fidel Castro y Hugo Chávez; ascender al poder a otras, como Nicolás Maduro, Raúl Castro o Dilma Rousseff, y su posterior caída; o enquistarse en él a mandatarios como Daniel Ortega o Cristina Fernández de Kirchner.
Anderson ha sido testigo de la debacle de la «marea rosa», que representó en su momento el ascenso de los partidos de izquierdas en América Latina; también de la hecatombe del movimiento bolivariano en Venezuela, que ha dejado profundas heridas en el país -crisis política, social, económica y humanitaria-, y el triunfo de los populismos, como el representado por Jair Bolsonaro (el Trump tropical) en Brasil...
También retrata a escritores, como el cubano Leonardo Padura, aferrado a la isla a pesar de la realidad que vive, o el colombiano Gabriel García Márquez. El libro es además un crisol de géneros periodísticos, que van del obituario, al artículo de opinión, a los perfiles, las entrevistas y los reportajes. A través de estos últimos, Anderson acerca al lector el drama que vivió Haití tras su terremoto, o permiten seguir el proceso delicado y sigiloso para el restablecimiento de las relaciones diplomáticas entre EE.UU. y Cuba, después de medio siglo de hostilidad, impulsado por Barack Obama y quebrado después por Donald Trump.
¿Por qué el nombre de «Los años de la espiral»?
Pensé mucho en qué título darle al libro, sobre cuál era el matiz de esa década. No quería que fuera una antología más. Ese no era el propósito. Algunas antologías están escritas más para el periodista que para el público. Pero yo tenía la sensación de que algo había ocurrido en esa década (de 2010 a 2020). Al reunir los textos vi que muchos eran de América Latina y que representaban una década muy dinámica y convulsionada, aunque no existiera una guerra como tal. Espiral significa un vaivén continuo, no es una escalera vertical... Consideré que así fue la realidad de la región. En 2010, la izquierda estaba en su apogeo en América Latina, e incluso a esto le dieron un nombre, la «marea rosa». Estaban en el poder Lula da Silva, Fidel Castro estaba vivo todavía, Cristina Fernández de Kirchner, Evo Morales, Rafael Correa... Era muy llamativo que el continente de pronto estaba siendo gobernado por un grupo fuerte de izquierda, financiado mayoritariamente por el petróleo. A finales de la década había muerto Chávez, y su sucesor, Nicolás Maduro, estaba a cargo de una Venezuela que se había ido por agujero negro. Lula fue a la cárcel, y cuando salió había perdido mucho poder; y tras él llegó Dilma Rousseff, que tuvo un «impeachment»... Hoy está en el poder Bolsonaro. Quedan algunos representantes de la izquierda, pero ya no es lo mismo. Todo aquello coincidió con Obama (2009-2017) en el poder, un presidente que decidió enterrar sables con Cuba, una forma de cambiar el chip. Él explícitamente dijo de enterrar la Doctrina Monroe, que defiende una política intervencionista norteamericana en la región (y que reestableció Trump), y entabló paz con Cuba, y esta auspició la paz entre la guerrilla colombiana y el gobierno.
¿Estos mandatarios fueron sustituidos por otros con una filiación completamente opuesta? ¿Cuál es la causa de la caída de la izquierda?
Obama fue reemplazado por Trump, y empiezan a surgir patanes de ultraderecha; y brotes de una derecha populista donde antes estaba la izquierda. Bolsonaro hizo migas con Trump, y en Bolivia hubo un breve reemplazo de Evo Morales, con Jeanine Áñez en el poder. Son varias las causas, pero el ingrediente más obvio y principal que llevó a esto es la corrupción en la izquierda, pero en esto no está sola, y se puede decir que quien ha dominado en este tema ha sido la derecha por el simple hecho de que la izquierda no ha estado en el poder. Lo que hemos visto es cómo la izquierda llegó al poder, en algunos casos a través de guerrilleros, personas que habían sido presos políticos, sindicalistas... y con un espectro de su izquierdismo amplio: desde la retórica radical, como Chávez, hasta la izquierda pragmática, una especie de socialdemocracia, representada por Bachelet o Pepe Mujica, capaces de operar con gente de centro derecha. Y vimos precisamente en esos dos países, Chile y Uruguay, alternancia en el poder, con una democracia bastante lograda. Pero en el resto del continente lo que hemos visto es un afincamiento en el poder, con el reclamo revolucionario. Con la insistencia de que se defendía una revolución y la marginación de la oposición; el manoseo de las leyes y de las constituciones para impedir compartir el poder, permitiendo la destrucción de las democracias que ya eran bastante incipientes. Hemos visto un izquierdismo desprovisto de intención de obra social, en algunos casos, y sustentado por dinero procedente del capitalismo con el que tuvieron que hacer alianzas. Esto impidió que su socialismo se consolidara. Estoy hablando de Ortega, de los venezolanos, inclusive Lula, que en Brasil tenía algunos aspectos muy loables y logró algunas cosas (la bolsa familia), pero en otros aspectos de su gestión no hizo mucho más de lo que hicieron sus predecesores en el cargo. Es decir, realizaron alianzas con partidos corruptos. Aparentemente miró para otro lado cuando hubo corrupción interna. Algunos dicen que él mismo fue corrupto, aunque a mí eso no me consta. Pero sí es cierto que su partido también se corrompió. Así funciona Brasil y la política brasileña.
-¿La corrupción es endogámica en Latinoamérica?
Se ha vuelto endogámica, lamentablemente. ¿Antes de Alberto Fujimori algún presidente tuvo que dimitir? Comenzó con la derecha, pero eso ha ido extendiéndose por todo el hemisferio. Hace unos días leí que Ferrari estaba abriendo un showroom en Caracas, en la capital de la revolución bolivariana. Eso ya no es revolución. Hace tiempo que no lo es. En Nicaragua, Daniel Ortega no sé lo que era originalmente, pero es un dictador junto con su mujer, Rosario Murillo. Es una monarquía chusca en un país donde han regalado tajada a sus hijos. Es muy parecido a lo que hizo Gadafi en Libia. Casi todas las empresas de telecomunicaciones de Nicaragua son propiedad de la familia Ortega. Y han asfixiado a la oposición y a cualquier voz contraria. Es como la política de Vladimir Putin.
-El régimen de Ortega tiene como referente al de Cuba, y busca como él perdurar en el tiempo y lograr una cierta normalización que le consolide, como ha sucedido durante seis décadas en la isla. A pesar de la nueva Constitución, que no se ha implementado en lo referente a derechos fundamentales, sigue siendo un país de partido único y, por tanto, un dictadura.
-Es cierto, pero Cuba tiene la ventaja de haber consolidado el poder hace 50 o 60 años. Esto no lo va lograr Venezuela, porque no es una isla, pero tampoco Nicaragua, aunque está bastante aislada. Lo que hizo Cuba fue lo que hizo la Unión Soviética. Estamos en una era post ideológica, y estamos hablando de dos tendencias: una autoritaria, que se cierne e intenta consolidarse sobre algunos países través del lenguaje, contra el antiimperialismo y el «antiyanquismo», que supo utilizar muy bien Fidel Castro, pero es mucho menos creíble a estas alturas en Ortega e incluso en Maduro. Otros no entraron en ese juego, como Bachelet y Lula, pero había otro grupo bombástico, bastante populista, como Correa, Maduro, Chávez, Ortega, Evo... Este ha sido sustituido por Arce, un marxista más pragmático en su tono y en su actuación política, que se asemeja más a los que se llamaban eurocomunistas, que emergieron en los años 70 y 80 del siglo pasado, que solo iban un poco más allá de los socialdemócratas.
-¿Qué supone la llegada de Joe Biden a la Casa Blanca? ¿Cómo va a afectar a la región?
Supone aire fresco. Nos da distensión y la oportunidad de revertir un poco la espiral que iba a la hecatombe, aunque todavía está Bolsonaro, que representa ese tipo de populismo autárquico y brutal, como ha demostrado con la gestión de la pandemia y que no atendió los incendios en la Amazonia. Con Biden vamos a ver un EE.UU. con un papel distinto porque uno de los pilares de su política es el cambio climático -Trump no solo lo desdeñó, lo enterró-. Eso va a suponer un muro de contención con los populistas de derecha, como Bolsonaro y Bukele, con el que no están nada contentos en EE.UU.
-Biden ha revertido alguna de las sanciones de Trump contra Venezuela, y también ha dicho que va a revisar las medidas que tomó Trump hacia Cuba, a la que aplicó numerosas sanciones y volvió a incluir en la lista de países terroristas. Fue durante su vicepresidencia, cuanto Obama era presidente, que hubo un acercamiento. ¿Cree que va a haber otro deshielo? Usted que ha vivido varios años en Cuba, ¿ve posible que el régimen negocie o ceda en algún aspecto?
- Todo quedó truncado por la falta de tiempo de la Administración de Obama. Sucedió muy tarde, a la mitad de su segundo mandato. En todo caso, creo que van a liberar la situación de las remesas y los viajes, pero creo que en un principio van a mantener las sanciones a los barcos que aprovisionan de combustible a Venezuela. Lo que si va a cambiar es el tono, el ambiente... No va a ser de abierta hostilidad sino con un poco de recelo pero con disposición a dialogar. Biden representa una Administración más bien de la vieja escuela, es un poco más pragmático y menos idealista con lo que se puede lograr dialogando con países como Cuba y Venezuela. Con este último va a ser incluso más duro. Va a mantener muchas de las sanciones, pero está abriendo puentes de diálogo. Creo que su intención con él es abrir alguna acción humanitaria con la anuencia, e incluso la involucración de su gobierno, que a su vez permita una apertura del régimen. Esto son solo bosquejos que yo he recogido, pero creo que van por ahí las cosas. EE.UU. necesita algún as en la manga para negociar con el chavismo, porque los presidentes no son muy dialogantes, utilizan la negociación para ganar tiempo. Por eso mantienen el respaldo, tan absurdo, que hizo Trump a Juan Guaidó, aunque lo van a mantener como su líder preferido. Lo que hizo Trump con Venezuela fue absurdo, por más que las sanciones que les aplicó les hicieran daño, pero obligaron a Maduro a mirar a los rusos, a los chinos, a los turcos... y a destripar la selva buscando minerales y oro. Venezuela es un país que empieza a parecerse cada vez más al Congo por el control y la rapiña de los recursos naturales.
- Para Cuba 2021 es un año importante porque esta primavera se celebrará el VIII Congreso del Partido Comunista, en el que Raúl Castro cederá su cargo como primer secretario (el puesto con más poder en la isla) a un sucesor que muchos apuntan será el presidente Miguel Díaz-Canel. Por primera vez en 60 años el poder en la isla no estará en manos de ningún Castro. ¿Cree que esto permitirá una apertura del régimen en un futuro a corto plazo, o por el contrario el verdadero control seguirá en manos de los militares, reacios a ella y a otorgar derechos a los cubanos?
-En Cuba siempre han sido muy buenos en opacar sus intenciones. Me da la impresión de que vamos a entrar en un periodo más gris, en que quizás va a quedar más claro el grado de control de los militares. Díaz-Canel es una persona ya bastante gris, pero veremos si tiene peso en el cargo o si tiene que compartir el poder de una manera más obvia. En cuanto al cambio de postura en Washington, esta puede ofrecer algo a La Habana, pero no sé si lo van a aceptar allí o simplemente se van a limitar a agarrar la rama de olivo que viene con el nuevo Gobierno en Washington. Por una parte, a los de la línea dura en Cuba les convenían las políticas de Trump; y, por otra, Biden está ofreciendo las remesas y los viajes de nuevo, lo que pemitiría a Cuba funcionar a medio gas, que es lo más que puede hacer la isla en las circunstancias políticas en las que está. Lo cierto es que cuando les ha dado la posibilidad de abrirse, se han asustado y se han cerrado de nuevo.
-Después del intento de deshielo entre EE.UU. y Cuba en 2016 aumentó la represión en la isla y no trajo más derechos a los cubanos ...
-No sé que pasara, porque muchas cosas dependen de lo que suceda en Washington, y los tres próximos meses van a ser claves. Es pronto para adivinar cuál va a ser la reacción en Cuba a las iniciativas que emprenda Biden, pero eso va a ser determinante hasta cierto punto. A mi juicio, Cuba va a intentar seguir flotando en el agua... También depende de lo que suceda en el horizonte en cuanto a política internacional. Los cubanos no quieren a los chinos. Si se tratara solo de buscar un nuevo sponsor, irían adelante, pero los chinos tampoco se atreven a meterse en lugar tan cercano a EE.UU., saben que por ahí, lo que empieza a ser una guerra fría puede calentarse muy rápidamente. Los rusos son rastreros a estas alturas. Putin retiró la base de Lourdes al principio de su mandato (tras la llegada de Trump al poder y el acercamiento de Rusia a Cuba se habló de una posible reapertura, que en 2018 desmintió Moscú). Lidian con quien pueden. Cuba está más arrinconada que nunca. Los cubanos están como en una balsa que está aflote, pero tienen menos salvavidas que antes. A menos que empiecen a abrirse y suavizar su política, como era la oferta de la Administración Obama, no veo un futuro muy positivo. Veo la consolidación de una etapa gris, con la seguridad del Estado con mayores problemas de contención. Pero Cuba ha cambiado, los jóvenes ya tienen acceso a información del exterior. La ventaja que ha tenido el régimen hasta ahora es que es una isla.
- ¿Cuáles son los retos para América Latina en esta nueva década?
-Hasta cierto punto diría que son los mismo de siempre, pero principalmente, y en un futuro inmediato, está el de gestionar el Covid y atender las consecuencias provocadas por la pandemia, como las deudas, el incremento del desempleo, el cierre de negocios... Eso va a requerrir de una alianza específica con EE.UU. y con otros países con posibilidades de ayudar, aunque ellos también van a estar endeudados hasta la médula, así que su capacidad de préstamos va a ser más limitada. Todo lo que está mal en América Latina va a estar peor debido a la pandemia, y ya iba bastante mal, pues tiene el mayor índice del mundo de desigualdad, de violencia... Y el mayor problema, más allá de la pandemia, es el estado de derecho. Si bien hace 40 años EE.UU. ayudó a auspiciar un cambio de rumbo político de las dictaduras -que había apoyado durante la Guerra Fría- hacia las democracias, respaldó muy poco esas democracias. Ya sabemos que la democracia es muy frágil -casi no ha sobrevivido a Trump-, en América Latina apenas se construyeron, y en algunos lugares se las han fumado. Brasil es un gigante geográficamente, pero el estado siempre ha sido del tamaño de Portugal. Bolsonaro lo convirtió en Burkina Faso, sin ofender a Burkina Faso. Toda la zona del Caribe son narcoestados, y no me refiero a que cada presidente lo sea. Pero son Estados fallidos. Por eso hay un éxodo al norte de Venezuela y Colombia hacia arriba. Tiene que haber un cambio muy serio, al que deberían contribuir EE.UU. y Occidente a través de una especie de gran plan Marshall, pero no creo que se produzca porque no se trata de dar solo dinero, sino de cambiar las estructuras de unos regímenes que son gansteriles y con narcos por medio, y eso es muy difícil. En México va a ser muy complicado, y en Centroamérica va a ser más de lo mismo, pero con más injerencia de políticas de derechos humanos. También ha entrado, en la última década, China en la región para empezar a competir, pero sin llegar a ser como África. Ahora con la presidencia de Biden, su presencia se va a definir un poco más. EE.UU. con quizá 12 años de presidentes demócratas -cuatro años de Biden, y ocho de Kamala Harris- puede volver a operar en el mundo como líder de los países democráticos. Eso puede ayudar mucho a América Latina, pero ésta tiene que superar su tendencia a la remilitarización, el populismo, el control territorial del narco... Se tiene que democratizar de verdad. Actualmente solo hay dos países -Uruguay y Chile- que son dos puntos de luz en la región.
- ¿En esta década veremos el fin de los gobiernos autoritarios y de las dictaduras en América Latina, o eso todavía es un sueño? ¿Es quizá también algo endogámico de la región?
- No es un sueño, pero no sé si veremos su final. Esa es nuestra esperanza. Creo que la formación de América Latina es muy distinta a la de Canadá y EE.UU., que no tienen que ver con sus países de origen. La colonia duró mucho más y tuvo su propia política económica en América Latina. El feudalismo duró muchísimo más. Estos países todavía están en vías de encontrar su futuro. Y dentro de los propias países se aprecian siglos de diferencia. Si en el centro de Santiago de Chile estás en el siglo XXI, vas a las tierras mapuches y te encuentras en el XVII, donde todavía están peleando las reclamaciones de ese siglo. Podemos decir lo mismo de EE.UU. con respecto al tema de Black Lives Matter (Las vidas negras importan), pero es mucho más obvio en aquellos países donde vas al campo y ves a indígenas viviendo míseramente, o cómo los habitantes originarios viven amenazados por bulldozers y rifles. Es una región que es un compendio de todos los siglos y en la que hay muchos desniveles. A pesar de todo lo bueno y lo malo, creo que hay una posibilidad de esperanza hacia políticas más positivas debido a la victoria de Joe Biden en EE.UU.
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