Pensar que con la eliminación del embargo seríamos un pueblo menos hambriento y menos triste es suponer que nuestro principal problema como nación es una cuestión de barriga llena contra barrigas vacías cuando, en realidad, se trata de recuperar como cubanos y cubanas un país que estamos a punto de perder para siempre si pensamos que las presiones internas son más que suficientes.
Sin embargo, con el embargo
Con el “deshielo” de Obama tuvimos un pequeño adelanto de lo que sería Cuba si los Estados Unidos quitaran el embargo: empresas estatales que de modo tramposo fueron maquilladas como “cooperativas semi privadas”, militares que disfrazaron de civiles para convertirlos en gerentes y directivos, contratación de fuerza de trabajo en la India y Paquistán para no pagar salarios decorosos a los obreros cubanos, planes de ampliación de la planta hotelera nacional, negocios inmobiliarios y campos de golf en detrimento del fondo habitacional y de la reconstrucción de ciudades completamente en ruinas, discriminación de los cubanos en una política económica que solo promueve la inversión extranjera, obstáculos y limitaciones al emprendimiento individual que, en estos últimos días, ha revelado la perversidad del “sistema” en las 124 prohibiciones al trabajo por cuenta propia, y muchas más cosas que nos gritan a la cara que más dinero y menos “bloqueo” no se traducirán en “avances” y “mejoras” sociales, mucho menos en cambios políticos, sino en la inyección de fuerza que con urgencia necesita el Partido Comunista para sobrevivir.
La impopularidad del régimen es abrumadora. Los decepcionados de hoy junto con los temerosos de ayer no solo van perdiendo el miedo sino que se organizan y ganan respaldo en las redes sociales. Monitorear el ciberespacio, controlar y sofocar la desobediencia y los posibles “micro” y “macro” estallidos sociales, transformar el oportunismo y la corrupción en “fidelidad” política son cuestiones que requieren del empleo de cuantiosos recursos, y a ese ritmo de gastos en medio de la bancarrota, mantenerse en el poder y, sobre todo, ser coherentes y consecuentes con su discurso populista, cada día les resulta más difícil.
Pensar que con la eliminación del embargo seríamos un pueblo menos hambriento y menos triste es suponer que nuestro principal problema como nación es una cuestión de barriga llena contra barrigas vacías cuando, en realidad, se trata de recuperar como cubanos y cubanas un país que estamos a punto de perder para siempre si pensamos que las presiones internas son más que suficientes.
Lo hubieran sido en ese otro mundo que dejamos atrás hace más de medio siglo pero no en este de ahora en que todo, absolutamente todo, se trata de caer bien y continuar siendo noticia, generar empatías e influencias más allá del terreno de los políticos, de nuestras filiaciones ideológicas, de remilgos y gustos individuales.
Si el embargo fuese tan inservible, inefectivo y obsoleto como dicen algunos —incluso desde Washington y Miami— no hubiéramos visto a los regordetes de aquí tan desesperados, al borde de la locura, como anduvieron estos últimos cuatro años, mientras Donald Trump estuvo en la Casa Blanca, ni tampoco tuviéramos en este momento un retorno a los guiños diplomáticos, incluidos esos “recaditos verdirrojos” cuya “espontaneidad” huele a carta desesperada a Papá Noel.
Si los deseos “post-navideños” de los “recaderos” se cumplieran esta vez, en breve seríamos un país en donde el régimen que se aferra al poder, a fuerza de arrebatar a los ciudadanos los más elementales derechos humanos, recibe la necesaria bendición de su sempiterno “enemigo”, con lo cual no se resolverán jamás los problemas que convierten a la Isla en la “Corea del Norte del Caribe” sino que se reforzará la estrategia del Partido Comunista de transformar a los militares en poderosos empresarios, con lo cual cada día a los grupos opositores se les hará más difícil el camino a la democracia.
Y para que se realice ese milagro de eternidad con que sueñan los comunistas, ni tan “imposible” e “improbable” como algunos piensan, se necesita no solo de muchos dólares (y euros) sino, además, de que el único gobierno que ha acompañado incondicionalmente y sin medias tintas a la oposición en la lucha por el cambio deje de hacerlo. Ni siquiera necesitan ganar a los Estados Unidos como “pareja de baile”, solo de que con el espaldarazo se les abran los caminos que hoy, por fortuna, permanecen cerrados.
Si con “falta de liquidez” y el embargo hay en las calles cubanas más de veinte patrulleros por cada ambulancia, y más de mil policías por cada artista, periodista independiente o escritor rebelde, no quisiera imaginar lo que pasaría si el dinero comenzara a fluir como resultado de la indiferencia mediática y la complicidad total de la comunidad de naciones. A veces me ha parecido hasta más saludable para mi cerebro no detenerme a imaginar ese “futuro posible”.
ERNESTO PÉREZ CHANG, LA HABANA, CUBA
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