Mientras 50 millones de estadounidenses ya están inmunizados contra el coronavirus, y millones más se unen a las filas todos los días, para muchas personas la pregunta urgente es: ¿Cuándo podré tirar mi mascarilla?
Es una pregunta más complicada de lo que parece. Está relacionada con el retorno a la normalidad y plantea temas como cuán pronto los estadounidenses vacunados podrán abrazar a sus seres queridos, reunirse con amigos e ir a conciertos, centros comerciales y restaurantes sin sentirse amenazados por el coronavirus.
Ciertamente, muchos funcionarios estatales están listos. El martes, Texas revocó la orden de usar mascarillas, así como todas las restricciones a las empresas, y Misisipi rápidamente hizo lo mismo. Los gobernadores de ambos estados mencionaron la disminución de las tasas de infección y el aumento del número de ciudadanos que se vacunan.
Pero la pandemia aún no ha terminado por lo que los científicos aconsejan tener paciencia.
Pareciera que pequeños grupos de personas vacunadas pueden reunirse sin preocuparse mucho por contagiarse entre sí. Se espera que los Centros para el Control y la Prevención de Enfermedades publiquen pronto los nuevos lineamientos para las pequeñas reuniones de estadounidenses vacunados.
Pero determinar cuándo las personas vacunadas podrán deshacerse de los cubrebocas en los espacios públicos dependerá de la rapidez con la que disminuyan las tasas de contagio y del porcentaje de personas que no se hayan vacunado en la comunidad circundante.
¿Por qué? Los científicos aún no saben si las personas vacunadas transmiten el virus a quienes no lo están. Aunque todas las vacunas contra la COVID-19 son muy buenas para proteger a las personas de enfermedades graves y la muerte, las investigaciones aún no definen cuánto evitan que el virus se arraigue en la nariz de una persona inmunizada y luego se propague a otras.
No es raro que una vacuna prevenga una enfermedad grave, pero no el contagio. Las vacunas contra la gripe, el rotavirus, la poliomielitis y la tosferina son imperfectas desde ese punto de vista.
Las vacunas contra el coronavirus “están bajo mucho más escrutinio que cualquiera de las vacunas anteriores”, dijo Neeltje van Doremalen, experta en el desarrollo de vacunas preclínicas en los Laboratorios de las Montañas Rocosas de los Institutos Nacionales de Salud en Montana.
Y el surgimiento de las variantes del coronavirus que esquivan el sistema inmunitario están cambiando las previsiones. Algunas vacunas son menos efectivas para prevenir infecciones con ciertas variantes y, en teoría, podrían permitir que se propague una mayor carga viral.
La investigación disponible sobre cuán bien las vacunas previenen la transmisión es preliminar pero prometedora. “Estamos seguros de que habrá una reducción”, dijo Natalie Dean, bioestadística de la Universidad de Florida. “No sabemos la magnitud exacta, pero no es del 100 por ciento”.
Sin embargo, los expertos afirman que incluso una caída del 80 por ciento en la transmisibilidad podría ser suficiente para que las personas inmunizadas desechen sus mascarillas, especialmente cuando la mayoría de la población ya esté inoculada y las tasas de casos, hospitalizaciones y muertes caigan en picada.
Pero la mayoría de los estadounidenses aún no están vacunados y más de 1500 personas mueren a diario. Entonces, debido a la incertidumbre en torno a la transmisión, los expertos sostienen que quienes están inmunizados deben continuar protegiendo a los demás con el uso de mascarillas.
“Deben usar cubrebocas hasta que realmente demostremos que las vacunas previenen la transmisión”, dijo Anthony S. Fauci, director del Instituto Nacional de Alergias y Enfermedades Infecciosas.
Esa comprobación aún no está disponible porque los ensayos clínicos de las vacunas se diseñaron para probar si previenen enfermedades graves y la muerte, lo que generalmente refleja el impacto del virus en los pulmones. El contagio, por otro lado, es impulsado por su crecimiento en la nariz y la garganta.
Preparados por la vacuna, los combatientes inmunitarios del cuerpo deben frenar el virus poco después del contagio, acortando el periodo de infección y reduciendo las cantidades en la nariz y la garganta. Eso debería disminuir significativamente las posibilidades de que una persona vacunada pueda infectar a otras.
Los estudios en animales apoyan esa teoría. En un estudio, cuando los monos fueron inmunizados y luego expuestos al virus, siete de los ocho animales no tenían virus detectables en la nariz o en el líquido pulmonar, señaló Juliet Morrison, viróloga de la Universidad de California en Riverside.
De manera similar, los datos de unas pocas decenas de participantes en el ensayo de Moderna que fueron evaluados cuando recibieron su segunda dosis sugirieron que la primera dosis había disminuido los casos de infección en aproximadamente dos tercios.
Otro pequeño lote de datos surgió recientemente de la prueba de Johnson & Johnson. Los investigadores buscaron signos de infección en 3000 participantes hasta 71 días después de recibir la vacuna de dosis única. En ese estudio, el riesgo de infección aparentemente disminuyó en un 74 por ciento.
“Creo que es muy poderoso”, dijo Dan Barouch, virólogo del Beth Israel Medical Center en Boston, quien dirigió una de las instalaciones de pruebas. “Esas estimaciones numéricas podrían cambiar con más datos, pero el efecto parece bastante fuerte”.
Se esperan más datos en los próximos meses, tanto de Pfizer-BioNTech como de Moderna.
Pero los ensayos clínicos pueden sobrestimar el poder de una vacuna, porque las personas que deciden participar ya tienden a ser cuidadosas y se les aconseja tomar precauciones durante las pruebas.
En cambio, algunos investigadores están rastreando infecciones entre personas inmunizadas en entornos del mundo real. Por ejemplo, un estudio realizado en Escocia efectuó pruebas cada dos semanas, independientemente de los síntomas, en trabajadores sanitarios que habían recibido la vacuna Pfizer-BioNTech. Los investigadores encontraron que la eficacia de la vacuna para prevenir la infección fue del 70 por ciento después de una dosis y del 85 por ciento después de la segunda.
En Israel, los expertos evaluaron las infecciones en casi 600.000 personas inmunizadas e intentaron rastrear a sus contactos domésticos. Los científicos registraron una caída del 46 por ciento en las infecciones después de la primera dosis y una caída del 92 por ciento después de la segunda. (Es posible que ese estudio haya pasado por alto los contagios en personas asintomáticas).
Pero para tener una evaluación real de la transmisión, los investigadores realmente necesitan saber qué personas inmunizadas se infectan y luego rastrear la propagación del virus entre sus contactos con análisis genéticos.
“Esa es la manera ideal de hacer esto”, dijo Larry Corey, experto en desarrollo de vacunas en el Centro de Investigación del Cáncer Fred Hutchinson en Seattle. Corey espera realizar un estudio de este tipo en estudiantes en edad universitaria.
Pero ¿cuáles precauciones deben tomar las personas inmunizadas hasta que los resultados de dichos estudios estén disponibles? Por el momento, muchos expertos creen que lo que está permitido dependerá en gran medida de la cantidad de casos en la comunidad circundante.
Cuanto mayor sea el número de casos, mayor será la probabilidad de transmisión, y las vacunas deben ser más efectivas para detener la propagación.
“Si el número de casos es cero, no importa si es del 70 por ciento o del 100 por ciento”, dijo Zoe McLaren, experta en políticas de salud de la Universidad de Maryland, condado de Baltimore, refiriéndose a la efectividad de la vacuna.
Las políticas que imponen el uso de mascarillas también dependerán de cuántas personas no vacunadas permanezcan en la población. Es posible que los estadounidenses deban ser cautelosos mientras las tasas de vacunación sean bajas. Pero las personas podrán relajarse un poco a medida que aumentan esas tasas y comienza el retorno a la normalidad una vez que el virus se quede sin personas para contagiar.
“Mucha gente tiene en mente que las mascarillas son lo primero que se deja”, dijo McLaren. De hecho, la experta asegura que los cubrebocas brindan más libertad al permitir que las personas vayan a conciertos, viajen en autobuses o aviones o vayan de compras incluso en ambientes donde estén personas no vacunadas.
En última instancia, las mascarillas son una forma de responsabilidad cívica, dijo Sabra Klein, inmunóloga de la Escuela de Salud Pública Johns Hopkins Bloomberg.
“¿Usas cubrebocas para protegerte de las complicaciones de la COVID o los usas por motivos de salud pública?”, preguntó Klein. “Es bueno cumplir con tus responsabilidades en la comunidad, más allá de tus propios intereses”.
Apoorva Mandavilli es reportera del Times y se enfoca en ciencia y salud global. En 2019 ganó el premio Victor Cohn a la Excelencia en Reportaje sobre Ciencias Médicas.