La Habana, febrero de 2021
Son poco más de las diez de la mañana del 22 de febrero y la activista Anyell Valdés, una de las personas que se acuarteló en la sede del Movimiento San Isidro a mediados de noviembre del pasado año, teme ser desalojada de forma violenta de su vivienda, un inmueble ocupado por ella y sus tres hijos hace más de cinco años, cuando su casa de madera amenazaba con un derrumbe inminente.
En la noche anterior Valdés, junto al también activista Adrián Rubio, había pintado en la pared exterior de la vivienda las frases «Patria y Vida», «Revolución es represión», «No queremos más dictadura», «Díaz-Canel, no te queremos» y «Abajo Díaz-Canel», por lo que amanecieron con una patrulla de la Policía a escasos metros de la entrada.
Ellos aún no lo saben, pero esos carteles han activado uno de los resortes más siniestros del régimen cubano: los actos de repudio.
Sin embargo, no se muestran del todo sorprendidos cuando un poco más tarde aparece un grupo de personas, incluidos profesores de la escuela donde estudian los hijos de Anyell, gritando consignas mientras sostienen un retrato de Fidel Castro, verde olivo y sonriente.
En menos de 20 minutos decenas de personas se agrupan frente a la vivienda, violando cualquier protocolo anti COVID-19. A Rubio se le ocurre echarles agua con una manguera, pero Valdés le recuerda que no hay suministro ese día. Luego piden a los niños pequeños que entren en la casa, que se escondan. Solo queda fuera un pequeño perro blanco con manchas negras.
No han pasado más de cinco minutos de gritos —«Fuera los gusanos», «Viva Fidel», «Viva la Revolución» y «Abajo la gusanera»— cuando desde la calle lanzan un primer chorro de pintura hacia el portal de la casa. Una pintura de color azul intenso con la que el Estado ha pintado numerosos edificios de la ciudad en los últimos meses. «Azul repudio», le llaman ahora. A continuación, dos hombres y una mujer saltan la reja. Los activistas responden desde dentro de la casa: «Libertad para el pueblo de Cuba», «Abajo la dictadura», «No más miseria», gritan, mientras los niños pequeños lloran.
La fachada de la casa se va tiñendo de azul poco a poco. Los individuos pintan la pared donde los activistas habían escrito consignas contra el Gobierno. Por el camino también pintan los cristales de las ventanas, el suelo… y el perro, pintado de azul, cae rendido. Los niños sospechan que el animal ha muerto, e imploran sin consuelo. Todo es transmitido en directo a través de Facebook.
Los actos de repudio, la variante cubana oficiosa —puesto que su característica distintiva es el soporte institucional con que cuentan— del «escrache» o la «funa» (en Chile), siguen ocurriendo. El Observatorio Cubano de Derechos Humanos documentó 41 durante el 2020.
El origen
«Aunque es difícil rastrear prácticas políticas similares a los actos de repudio en Cuba antes de 1959, algunas fuentes indican que las acciones violentas colectivas contra determinados ciudadanos fueron ensayadas en varios momentos históricos. El dictador Gerardo Machado, por ejemplo, organizó turbas y grupos paramilitares que actuaban con la anuencia de la Policía. Se trataba de la “porra” creada por Leopoldo Fernández Ros, el exdirector del periódico La Noche, que atacaba a opositores y a periodistas contrarios al Gobierno. La porra machadista fue responsable de desapariciones, asesinatos que buscaban aniquilar la disidencia y resolver la crisis política», recuerda el historiador cubano Abel Sierra Madero. «Una de las primeras acciones que puede ser interpretada como un acto de repudio en el período de la Revolución fue la llevada a cabo en junio de 1959 contra el Diario de la Marina. Este medio había entrado en contradicción con el gobierno revolucionario hasta que fue cerrado en 1960. El incidente tiene cierta relevancia en la medida que introdujo una nueva modalidad de violencia política de Estado, que se hizo más visible durante la crisis del Mariel en 1980».
«Durante la década de 1970», agrega el investigador, «los Comités de Defensa de la Revolución utilizaron los actos de repudio contra diferentes personas que habían sido identificadas como desafectos a la revolución o antisociales. Pero entonces tenían una escala más pequeña y no se habían convertido en un fenómeno de violencia colectiva, diseñada, organizada y gestionada por el Estado».
Sierra Madero opina asimismo que tales sucesos «marcan una inflexión respecto a la violencia estatal dentro de la tradición republicana anterior a 1959, si se toma en cuenta que las dictaduras de Gerardo Machado y de Fulgencio Batista estuvieron marcadas por las desapariciones, los asesinatos y la tortura física».
«Ahora bien», precisa, «si al triunfo de la Revolución en 1959, la violencia de Estado se había canalizado a través de fusilamientos televisados, juicios sumarios, depuraciones en las instituciones, para 1980 la violencia se va a articular en una nueva modalidad: los actos de repudio».
La Habana, octubre de 2020
El primero de los actos de repudio que sufrió la artista Camila Lobón, de 25 años, tuvo lugar el 10 de octubre de 2020 en la calle Damas 955 de La Habana Vieja, cuando junto a Tania Bruguera, Kirenia Yalit, Aminta de Cárdenas y Michel Matos intentó asistir a un concierto convocado por el Movimiento San Isidro, cuyos miembros llevaban semanas siendo hostigados por la policía política cubana.
Desde la mañana la prensa independiente venía reportando arrestos, vigilancia y cortes del servicio de Internet en las viviendas de numerosas figuras de la sociedad civil independiente. El rapero Maykel Osorbo mostró imágenes en sus redes sociales de una especie de acto cultural organizado en el barrio de San Isidro: la respuesta oficial al concierto.
«Cuando llegamos, la calle Damas y varias aledañas estaban llenas de efectivos policiales vestidos de civil y de agentes de la Seguridad del Estado. Habían desplegado como una fiesta popular, un acto cultural. Notamos rápidamente que era planificado porque había personas sentadas jugando dominó en mesas de oficina de la Casa de Cultura. Había unos bafles gigantescos con música a todo volumen, en los que sonaba “Que rico tu besito de piquito”, de la Charanga Habanera», recuerda Camila Lobón.
Las personas que se encontraban en el lugar no eran residentes de la zona, sino que habían sido trasladadas desde otros lugares en autobuses propiedad del Estado. La violencia comenzó cuando un agente policial, vestido de civil, detectó a Tania Bruguera, quien grababa con su teléfono, y le tumbó el dispositivo de un manotazo.
Automáticamente todos los congregados se voltearon hacia los cinco individuos: su blanco de ataque, el objetivo. Por los altoparlantes dejó de sonar «Me mataste, me mataste, me mataste/ Esa noche tú conmigo te botaste/ Te luciste, te luciste, te luciste/ Qué rico, mama, que rico me lo hiciste», y uno de los presentes tomó un micrófono y dijo: «¡Allí están, fuera los gusanos, abajo la gusanera!»
«La masa de gente se nos abalanzó encima. Algunos estaban reaccionando automáticamente, sin entusiasmo. Fueron sobre todo mujeres las que se comportaron de manera más agresiva. A Tania le halaron el pelo, yo me abalancé sobre los agentes de la Seguridad del Estado y les dije que no podían tocarnos, que no se les ocurriera», relata Lobón.
Los oficiales que organizaban el acto comenzaron a empujar a las cuatro mujeres hacia una patrulla de la Policía, mientras otro filmaba todo con una cámara profesional.
«De todos los usos que dan a esos materiales solo conozco uno», dice Lobón. «A un familiar mío fueron a acosarlo y amenazarlo sobre mí, advirtiéndole acerca de mi posición de vulnerabilidad para que me disuadiera de seguir en esta situación, y le mostraron el video que ellos mismos habían grabado en que se ve a la gente empujándome».
Mientras las cuatro mujeres caminaban hacia la patrulla, recibían todo tipo de insultos y algunas agresiones físicas. Les daban empujones por las espaldas y les halaban el pelo. Lobón describe la imagen como una «peregrinación de la humillación».
«La sensación que tuve no fue de miedo, no fue de vulnerabilidad, ni siquiera desamparo. Estas emociones se apagaron automáticamente por la tremenda vergüenza y tristeza que me provocó esa situación. Me sentí triste y culpable por ser blanco de esas bajas pasiones y reacciones bárbaras. Rápidamente entendí que no era yo quien las despertaba, pues esas personas no me conocían», dice la joven artista.
Los gritos que más se repitieron fueron «Viva Fidel», «Viva la Revolución», «Perra», «Fuera», «Abajo la gusanera», «Bajanda, perra».
“Yo sentí que proyectaban sobre mi sus tristezas y sus frustraciones», confiesa Lobón pasado varios meses. «Todo aquello era leve, ellas no eran conscientes del acto de violencia y barbarie que estaban cometiendo, sobre todo en el plano verbal, y físico. Las tres mujeres que venían frente a mí, mientras gritaban “Viva Fidel”, se daban leves golpes en los codos, se miraban y asentían con la cabeza, como buscando aprobación entre ellas.
Puerto de Mariel, 1980
Fue durante el éxodo del Mariel en 1980 cuando los actos de repudio tomaron mayor dimensión, como una de las respuestas del Gobierno a la crisis. «Entonces las autoridades cubanas enmarcaron los hechos dentro de un supuesto estado de excepción, que ha sido un recurso muy utilizado históricamente en la isla, inicialmente dentro de un marco de guerra fría, en el que la noción de plaza sitiada desempeña un papel importante», explica Abel Sierra Madero, doctorado en Historia por la Universidad de La Habana y en Literatura por la de Nueva York.
De acuerdo con el académico cubano, «esta noción de plaza sitiada, que se estableció a partir del diferendo con Estados Unidos, ha servido para exacerbar sentimientos nacionalistas y justificar el fracaso económico del modelo cubano. También —agrega— para justificar la ausencia de determinados estándares democráticos en la sociedad y para anular la disidencia interna».
Tanto el diseño y la impresión de los mensajes como los sistemas de audio que permiten amplificar los discursos y las consignas, la música empleada en esos contextos y las ulteriores coberturas de prensa, fueron provistas y organizadas por instituciones gubernamentales.
En el propio diario Granma, órgano oficial del Partido Comunista, apareció el 23 de abril de 1980 una antología de consignas recogidas para la celebración de la llamada «Marcha del Pueblo Combatiente», que se desarrolló el 1 de mayo de ese año en respuesta a los sucesos de la Embajada del Perú.
Entre los mensajes recogidos por el diario oficial se encontraban algunos que se repiten 40 años después: «¡Qué se vayan!» «¡Gusanos, si sacan los pies se los cortamos!» «¡Qué se vayan los parásitos y la escoria!» «¡Mi ciudad más limpia y bonita sin lúmpenes ni mariquitas!» «¡Fuera las ratas!» «¡Qué tiemblen los flojos, el pueblo entró en acción!» «¡Gusanos, ratones, salgan de los rincones!» «¡Nuestra Patria limpia y pura, qué se vaya la basura!» «¡Gusano, lechuza, te vendes por pitusa!» ¡Cuba, qué linda es Cuba, sin los gusanos me gusta más!»
Los primeros objetivos de dichos actos fueron las más de diez mil personas que ocuparon la embajada por dos semanas (en particular, con las llamadas «marchas del pueblo combatiente», por Quinta Avenida o bien ante la Oficina de Intereses de Estados Unidos), pero también los sufrieron muchos otros cubanos entre las decenas de miles de cubanos que aprovecharon la apertura del puerto del Mariel para salir de la isla.
La intervención del Gobierno en ellos nunca ha sido un secreto, pues en el año 1980 Granma llegó a publicar mapas y orientaciones de la «Comisión Organizadora» en que explicaba cuáles serían los puntos de concentración y recogida en los ómnibus para los participantes de dichas acciones, al igual que el tipo de mensajes y de ropa con que debían asistir.
En un discurso realizado el 14 de junio de 1980 en Las Tunas, el propio Fidel Castro afirmó: no hay que preocuparse de que perdamos un poco de partes blandas. Nos quedamos con los músculos y con el hueso del pueblo. Con eso nos quedamos, con las partes duras. Son las partes duras de un pueblo las que son capaces de cualquier cosa. Y a esas partes duras, que son muchas, hay que respetarlas, porque tienen una fuerza impresionante, como se demostró en las batallas de masas de abril y de mayo. Nos quedamos, además, con el cerebro y con el corazón, y los pies bien puestos sobre la tierra. Con las partes blandas, cirugía plástica.»[1]
Según diversos testimonios, los actos de repudio podían durar entonces varios días; las víctimas evitaban salir a la calle por miedo a ser golpeadas. En ocasiones se establecían verdaderos cercos sobre las viviendas de los repudiados, que quedaban sin electricidad y sin combustible. También se efectuaban en centros de trabajo, incluso en escuelas, y por supuesto en sitios de embarque como los aeropuertos.
Muchas de las personas que participaban de este tipo de acciones buscaban asegurar favores dentro de las instituciones del país o beneficios materiales. Luego de que una familia abandonaba la isla, su casa y otros bienes eran repartidos en asambleas barriales o por parte del Instituto de la Vivienda.
En medio de tal crisis de legitimidad, el Gobierno cubano buscó contrarrestar las imágenes de los miles de ciudadanos que abandonaban el país con las de grandes movilizaciones a su favor.
“Han transcurrido 40 años desde el éxodo del Mariel en 1980, sin embargo, durante los últimos tiempos hemos visto cómo estas acciones se han reciclado e implementado contra disidentes y activistas de la sociedad civil cubana independiente. Los actos de repudio, aunque se han asentado en el imaginario político de la isla como una pedagogía, no pueden ser leídos solamente como una herramienta de control social por parte del Estado, sino que hay que tomar en cuenta la ausencia de instituciones democráticas y leyes que castiguen la violencia como práctica política”, reflexiona Sierra Madero.
«En la actualidad, estas acciones no tienen un carácter tan masivo como en 1980, pero siguen siendo organizadas fundamentalmente por las organizaciones políticas y de masas, conjuntamente con el departamento de Seguridad del Estado del Ministerio del Interior», sostiene el autor de Fidel Castro. El comandante Playboy: Sexo, revolución y guerra fría. «Como se sabe, las “brigadas de respuesta rápida”, conformadas de modo emergente por sujetos de diversa índole, operan con total impunidad y cuentan con los recursos y la logística necesaria, como en aquellos oscuros días durante el éxodo del Mariel».
Key West, 1980
Entre los meses de abril y octubre de 1980 unos 125 mil cubanos arribaron a la ciudad de Miami tras abandonar la isla por el puerto de Mariel. Durante esos días los cineastas Jorge Ulla y Lawrence Ott Jr. marcharon a Key West para entrevistar a los migrantes en el momento de su llegada. Sus testimonios quedaron recogidos en el documental En sus propias palabras.
Los recién llegados, algunos visiblemente deteriorados física y mentalmente, denunciaron golpizas contra hombres, mujeres, ancianos y menores de edad.
Una señora que aparece en el filme cuenta, todavía conmocionada: «Cuando saben que una persona se va le rompen la puerta de la casa, le dicen veinte cosas. Los torturan, pues les cortan el agua y la luz y les impiden salir de sus viviendas. No pueden buscar sus mandados porque están constantemente torturando a esa persona hasta que le llega la salida».
Otra mujer, en sillón de ruedas y con una pierna vendada, cuenta desde el propio puerto de llegada: «Llevan pandillas a los barrios y tiran piedras, palos, huevos, lo que encuentren. En la cara me dieron un huevazo. En la pierna se me hizo una úlcera por una pedrada que me dieron hace unos días». Y la muestra.
En dichos actos participaban muchas veces amigos y vecinos de los agraviados. «El pueblo tiene que ir a todas las congregaciones y asambleas, pero involuntariamente. Van porque tienen que ir, no porque lo desean, porque el pueblo de Cuba quisiera salir entero de ese país», dice un recién llegado a Miami.
Otro cubano explica: «Para todo allá usted necesita una carta o un papel del CDR. Si usted no acude a esos actos, lo cierran. El CDR no le da la carta que necesita para trasladarse de un pueblo a otro, o para el mismo problema de los muchachos en el colegio».
En su mayoría, los actos de repudio eran extremadamente violentos. Hay imágenes en las que se ve a cubanos golpeando con barras de madera y metal a otros cubanos en las afueras de la entonces Oficina de Intereses de EE.UU. Una de las personas entrevistadas en el documental dice al respecto: «Sobre la represión puedo citar el caso de mi padre, que se encontraba en la Sección de Intereses cuando llegaron elementos castristas en guaguas, vestidos de civil, con palos y cabillas envueltas en cartulina y se pusieron a golpear a todo el que se encontraban a su paso, sin compasión. Luego en la televisión pusieron que fue al revés. Que ellos fueron los que provocaron ese hecho, cosa que no fue así».
«Provocadores» también llamó el periodista cubano Humberto López a los jóvenes artistas que se presentaron en la entrada del Ministerio de Cultura el 27 de enero de 2021, quienes recibieron un acto de repudio y a continuación fueron detenidos violentamente.
Un hombre llamado Francisco López, originario de la ciudad de Santa Clara, dice en el citado documental, desde el Orange Bowl Stadium, que prefería no hablar sobre sus penurias, pues atravesaba en ese momento una «tensión nerviosa muy grande».
No obstante, aseguró que sus cuitas no estaban relacionadas con la violencia ni con la represión, sino con «ese terror psíquico que se va profundizando en el ser humano, como una pequeña lapa. Una cosa que va trabajando dentro del ser humano que lo cohíbe de expresarse, de hablar».
“En este mismo momento», dice finalmente, «he llegado a un país donde me puedo expresar libremente y aún tengo dentro de mí ese terror, porque se vuelve biológico».
El escritor cubano Reinaldo Arenas, quien aprovechó la apertura del puerto de Mariel para escapar de la isla, también contó sus impresiones a Ulla y Ott tras arribar a Estados Unidos: «En realidad lo que yo siento no es un triunfo, ni una gran alegría, sino una sensación de paz por estar vivo y haber salido de allí, pero es la misma sensación que puede sentir una persona que sale de una casa cuando se está quemando. O sea, la casa se quemó y yo me salvé la vida, pero la casa se quemó».
Censura vs. Realidad
El Gobierno cubano no ha condenado los actos de repudio, pero teme que se difundan. A finales de 2016, la película Santa y Andrés, dirigida por Carlos Lechuga, fue censurada en la 38 edición del Festival Internacional del Nuevo Cine Latinoamericano de La Habana. La cinta representa un acto de repudio contra un escritor «disidente» en el cual los vecinos cantan el himno nacional.
El 10 de octubre de 2020 los participantes del acto de repudio contra Camila Lobón y otras cinco personas cantaron igualmente el himno nacional.
A inicios del año pasado, los cineastas José Luis Aparicio y Fernando Fraguela no pudieron estrenar en Cuba el documental Sueños al pairo, que narra una parte de la vida del músico Mike Porcel, quien tras intentar salir de la isla por el puerto del Mariel recibió un acto de repudio en el que participaron buena parte de los miembros del Movimiento de la Nueva Trova.
Luego de obtener algunos videos de dichas acciones, pertenecientes al archivo del Instituto Cubano de Arte e Industria Cinematográfica (ICAIC) a través del programa «Haciendo Cine», el documental fue censurado por el uso de las imágenes con «un montaje en el que adquieren un sentido contextual que no compartimos», dijo el ICAIC en un comunicado.
Al respecto, el crítico de cine cubano Dean Luis Reyes escribió en sus redes sociales: «El ICAIC es el propietario del archivo de su cine solo en tanto entidad estatal que debe velar por salvaguardar y promover ese acervo. Pero el ICAIC es una institución estatal de un país socialista. Si se va a comportar como un ente privado, que decide (según el cumplimiento de un prejuicio ideológico) a quién presta o no sus imágenes, está violando el derecho a la propiedad social, que está recogido en la Constitución».
«Además, aquí hay un elemento más: el ICAIC ya había autorizado el uso de las imágenes a los realizadores de Sueños al Pairo. Lo desautoriza ahora, en virtud de la obra terminada. Es censura, un castigo a posteriori, que compromete la existencia de la obra misma», terminó Reyes.
La polémica respecto a la censura del documental no terminó con la prohibición de la obra. Días más tarde el trovador Silvio Rodríguez, quien participó en aquel acto de repudio, alimentó la controversia al decir en su blog Segunda cita que él solo caminó hasta el portal de la vivienda del agraviado y «susurró» una palabra (a lo que respondió luego Porcel).
La Habana, mayo de 1980
Son harto conocidos los casos de menores de edad que eran sacados de sus centros de estudios para participar en dichos actos. Cuarenta años después, María del Carmen[2] cuenta su experiencia: «Yo tenía 15 años en 1980 y estudiaba en el Instituto de Economía de Marianao. Recuerdo que una mañana se presentó en mi aula el director y nos ordenó que fuéramos a realizar un acto de repudio. El asunto fue que un profesor, que era en ese momento el secretario general de la Unión de Jóvenes Comunistas de la escuela se había metido en la Embajada de Perú, por lo que había que rechazarlo frente a su casa».
«Recuerdo que todo el instituto fue movilizado para ir. Ahí estuvimos un rato gritando “Pin pon fuera, abajo la gusanera” y “Qué se vayan”. No recuerdo que se tiraran huevos, porque como veníamos de la escuela no teníamos. Para nosotros era como una diversión», rememora.
«En ese momento no comprendí lo que hicimos; creía que el profesor estaba traicionando a la Patria. Tiempo después, cuando fui madurando y adquiriendo conciencia de aquella etapa, comprendí lo que significaban los actos de repudio, la violencia y la injusticia que conllevaban. Empecé a sentir una profunda vergüenza y me juré a mí misma que jamás por ningún motivo participaría ni apoyaría semejantes atropellos.
Después de los ochenta
En la década del 90 y 2000 los actos de repudio dejaron de apuntar a los cubanos que salían del país para centrarse en activistas, opositores políticos, blogueros y periodistas independientes, entre otros actores de la sociedad civil críticos del gobierno.
Un teletipo de la agencia española EFE publicado en 1993 narró el acto de repudio que sufrió el opositor Gustavo Arcos, un exasaltante al Cuartel Moncada que se desempañaba entonces como presidente del Comité Cubano Pro Derechos Humanos, a quien centenares de personas le cercaron la casa por varios días y le gritaron consignas: «Abajo la Gusanera»; «Para lo que sea, Fidel, pa lo que sea…»
Las integrantes de las Damas de Blanco, una organización opositora compuesta por mujeres que reclaman la liberación de los presos políticos en la isla se convirtió en otro de los principales focos de estos actos a inicios de los años dos mil.
Uno de los más violentos de la época fue el recibido por el periodista independiente Reinaldo Escobar en la Avenida de los Presidentes a finales de 2009. Entonces el reportero convocó a un agente de la Seguridad del Estado que había agredido a su pareja, la también periodista Yoani Sánchez, para debatir en la calle, pero una turba apareció en el lugar y le propinó una golpiza que fue captada por las cámaras de la prensa extranjera.
«A los que pusieron en duda que Yoani Sánchez fue golpeada por los esbirros de la Seguridad del Estado, a los que les pareció demasiado efectista una filmación donde se le ve andando con muletas y exigían documentos médicos, a ellos, a todos los que dudaron, les pregunto si ya vieron las imágenes donde un cardumen de seres vivos vociferaba, golpeaba y escupía a un hombre que solo pretendió obtener una respuesta»», escribió luego Escobar.