Luis García tiene 59 años. Desde hace 15 se dedica a limpiar y devolver su esplendor a calderos, ollas y sartenes tan ennegrecidos y cubiertos de capas de residuos que en cualquier otro país habrían ido directo a la basura. Pero no en Cuba.
En el patio interior de una vieja casa de La Habana Vieja, entre vigas que sujetan precariamente la estructura del edificio y bajo la mirada descarada de un gato, Luis las deja como nuevas a base de fuego, agua y pulidora, escribe Daniela Blandón Ramírez en France24.
“Es una manera de luchar, de buscarse la vida honradamente y de ayudar al pueblo que no se puede comprar muchos calderos, la economía no da para tanto”, dijo Luis a la agencia EFE, mientras daba fuego a una olla para desprender la grasa incrustada tras años de uso.
Limpiar calderos, rellenar encendedores o reparar paraguas son oficios que parecerían casi impensables en otros lugares. Pero en Cuba estos elementos de primera necesidad reciben una segunda oportunidad.
Los enseres del hogar son muy preciados entre los cubanos y difíciles de conseguir. El progresivo deterioro de las diferentes industrias manufactureras de la Isla ha hecho que la producción local esté cada vez más ausente de los estantes de los comercios, reemplazada por productos importados.
El Estado tiene el monopolio de los comercios y por la escasez de divisas y el embargo de Estados Unidos, que ha mermado su capacidad de importar productos, hoy no es capaz de responder a la demanda de un sinfín de artículos cotidianos, desde bombillas hasta paraguas.
Durante años, y sobre todo en la última década, el mercado ilegal ha cubierto estas carencias. Pero ahora, debido a la pandemia del coronavirus, está vigente una limitación de vuelos que afecta a los países a los que habitualmente viajan cientos de cubanos —conocidos como “mulas”— para comprar los productos que revenden en la Isla, como México o Panamá.
Las vidas infinitas de un encendedor
Un ejemplo clásico de reutilización hasta el infinito son los encendedores o mecheros, llamados en Cuba “fosforeras”.
Marcel Lescan, de 43 años, es el “rellenador de fosforeras” de La Copa, una concurrida zona comercial del barrio de Miramar, en el oeste de La Habana.
Allí tiene Lescan su carrito, en el que trabaja resguardado por un parasol y ofrece servicios que van de los 5 a los 25 pesos (entre 20 centavos y un dólar). Su encargo más habitual es rellenar o reparar los clásicos encendedores no reutilizables.
“Para estas cosas hay que nacer. Ahora yo pongo un ingeniero mecánico aquí y él no me hace todas estas cosas, ni sabe por dónde se va el gas, yo de solo ver y tocar la ‘fosforera’ sé lo que tiene”, asegura.
Hay un sinfín de artículos como los preciados paraguas o sombrillas, o las monturas de los lentes, y hasta colchones, que en Cuba siempre tendrán quien los repare. Porque en la isla caribeña nada se tira a la basura.