En el recién concluido VIII Congreso del PCC, Raúl Castro anunció lo que ya casi todos sabían, pero deslizó una idea que ha comenzado a mover el debate ciudadano. Inopinadamente, el antiguo secretario del partido único exhortó a revisar la posibilidad de que todos los estudiantes que aspiren a matricular en la universidad, cumplan al menos un año de servicio militar activo; requisito que ha sido obligatorio para los hombres, y opcional para las mujeres.
Apelando al Artículo 4 de la Constitución, que establece la defensa de la patria socialista como “el más grande honor y deber supremo de cada ciudadano”, propuso ampliar a todas las carreras universitarias el experimento del Instituto Superior de Relaciones Internacionales (ISRI), cuyos estudiantes de ambos géneros cumplen el servicio militar durante un año, desde 2002.
En medio del agravamiento de la crisis y en el marco de un Congreso que dejó muy decepcionados a los pocos cubanos que siguieron el cónclave con la tímida esperanza de escuchar algo promisorio para el futuro del país, la orden disfrazada de sugerencia ha generado malestar, y en muchos casos una negativa rotunda a acatar el nuevo dislate, que esconde algo más que la preocupación de Raúl Castro por incentivar en las nuevas generaciones el deseo de defender la patria.
Hace algunos años, durante un discurso ante jóvenes cadetes, el dictador manifestó su preocupación de que “el relevo” en las fuerzas armadas no estuviera asegurado. Al envejecimiento poblacional se han añadido la casi nula disposición de los cubanos a abrazar la vida castrense, y la tendencia a evadir el servicio militar con sobornos, diagnósticos clínicos falsificados, o rebeldía; aunque estos últimos casos son menos frecuentes.
Las mujeres cubanas tienen la posibilidad de pasar un año en el Servicio Militar Voluntario Femenino (SMVF), y al igual que los hombres pueden acogerse a la Orden 18 -vigente desde 1984- que les permite acceder a la universidad siempre que hayan alcanzado “resultados positivos en la preparación combativa, política, y mantengan una correcta disciplina militar”. Muy pocas mujeres se interesan por esta alternativa, pero siendo ellas mayoría en las aulas universitarias (65%), se entiende el interés del régimen por subordinar la aspiración de convertirse en profesional a una actividad nada atractiva y políticamente comprometida como el servicio militar.
CubaNet conversó con varios ciudadanos, mujeres en su mayoría, sobre las consecuencias que tendría la medida, de ser aprobada. El rechazo a la obligatoriedad se hizo evidente, así como la certeza de que imponer el servicio militar a las cubanas traería como consecuencia el decrecimiento de la masa estudiantil universitaria. Nadie se opone a que una mujer libremente elija prestar servicio militar; pero hacer de ello un requisito para estudiar una carrera, limitaría las metas de superación individual al nivel medio o técnico-profesional.
Hasta ahora, y por más de 60 años, los hombres han estado obligados a marchar al Servicio Militar, una medida que el régimen ha sustentado no solo en el supuesto peligro de guerra, con el que todavía alimenta su retórica, sino en el estereotipo de la superioridad física masculina versus la delicadeza femenina.
Tras décadas de adoctrinamiento, no es de extrañar que la mayoría de los entrevistados justifiquen o al menos acepten que los hombres vayan “al Verde”, pero critiquen la obligatoriedad de la medida si se extiende a las mujeres.
Ahora mismo, las prioridades parecen haber cambiado para el mismo régimen que se propuso fabricar galenos en tiempo récord y con ese fin exoneró del servicio militar a quienes obtuvieran la carrera de Medicina. El plan de obligar a las mujeres a vestir el verde no solo se debe al acelerado envejecimiento poblacional y la disminución de la natalidad; sino al evidente desapego de las nuevas generaciones por todo lo que huela a formación político-ideológica. Tras 62 años de militancia excesiva y fútil, los padres son los primeros en lamentar que sus hijos tengan que perder uno o dos años cumpliendo el servicio. Es poco realista esperar que se muestren conformes con la idea de que sus hijas se internen en unidades militares solo porque la orden viene “de arriba”.
Otros motivos pudieran ocultarse tras la “ocurrencia” de Raúl Castro. La lucha global por el empoderamiento femenino y su presencia en la vida política de Occidente ha influido en la cosmovisión de las mujeres cubanas, especialmente jóvenes profesionales que no se sienten identificadas con el discurso oficial. Para el gobierno se trata de un peligro real; de ahí que considere necesario redoblar la dosis de adoctrinamiento en aras de asegurar la supervivencia del sistema. La imposición del servicio militar a las muchachas, con la cuota de lavado de cerebro que ello implica, sería una “estrategia” para intentar contener el fuerte sentimiento antisistema que se extiende por las universidades del país.
La oportunidad de influenciar política e ideológicamente a un grupo numeroso, que ha sido decisivo en la longevidad del desastre nacional, no será desperdiciada por el régimen aunque ello suponga dejar las aulas universitarias medio vacías. La aprobación de la “idea en estudio” dependerá en gran medida de la opinión pública y el sentido práctico de las nuevas generaciones, aleccionadas por el sacrificio inútil de sus padres. Ser profesional en Cuba paga tan mal, y el deseo de emigrar es tan perentorio entre los jóvenes, que pocas chicas se sentirán dispuestas a desperdiciar un año de sus vidas en un país donde el nivel profesional no es sinónimo de salario digno ni realización personal.