Manifestantes en favor de la libertad
¿Ha comenzado en Cuba un nuevo proceso revolucionario?
Ya hemos crecido como pueblo, y ya nadie va a poder engañarnos. Es hora de exigir nuestros derechos.
Para empezar, el término “revolución” se ha convertido en una mala palabra para la mayoría de los cubanos por la manipulación que se ha hecho de este término, y cuando se habla de transformar radicalmente la realidad cubana, se usa solo la palabra “cambio”. Muchos opositores, incluso, aceptan el calificativo de “contrarrevolucionarios” que le endilgan sus enemigos sin entender qué es realmente una revolución. Martí fundó en el exilio el Partido Revolucionario Cubano para preparar la última guerra independentista; y los Auténticos usaron el mismo nombre para su partido definiéndolo como “socialista” y “antiimperialista”. Pero nadie puede decir que los auténticos fuesen comunistas. Eran socialistas porque luchaban por la justicia social, y antiimperialistas porque sostenían el principio de soberanía frente al servilismo de la mayoría de los gobiernos anteriores, pero el término “comunista” comenzó a tener un sentido peyorativo cuando los partidos con ese nombre se doblegaron a Stalin en la imposición de un modelo de centralismo de Estado monopolista que reducía a los trabajadores a meras tuercas de la maquinaria estatal.
En el caso concreto de Cuba, los verdaderos revolucionarios tenían sobrados motivos para ser anticomunistas, primero porque cuando se llevó cabo una huelga general para derrocar la dictadura del machadato, pactaron con éste para detener la huelga a cambio de que los reconociera legalmente. Luego, ya con la revolución en el poder bajo el liderato de Grau y Guiteras, los comunistas contribuyeron a su derrocamiento tomando centrales y organizando soviets en los campos. Y finalmente, Batista, el hombre que había traicionado esa revolución con el golpe de enero del 34, fue apoyado por ellos en 1940 para que llegara a la presidencia.
¿Pero qué es una revolución? El Diccionario Enciclopédico Espasa la define como “cambio violento en las instituciones políticas de una nación”. Pero la definición más completa que he encontrado es esta: “un cambio social organizado, masivo, intenso, repentino y generalmente no exento de conflictos violentos para la alteración de un sistema político, gubernamental o económico”.
Pues bien, cualquiera de las dos sirve para hacernos la siguiente pregunta: ¿Cuándo fue que se produjo esto en Cuba? Evidentemente que hace más de cincuenta años, es decir, más de medio siglo, desde 1959 y gran parte de la década del 60. Después de eso ¿qué ha habido en Cuba? Pues ninguna revolución. Los cambios que se han producido durante todo ese tiempo hasta el presente sólo han sido cosméticos, reformas que solo han servido para apuntalar lo que ya existe, un régimen que se mantiene por la fuerza sin una verdadera consulta popular, una dictadura, y si lo vamos a juzgar por sus métodos, una tiranía. De modo que, si no hay revolución, los críticos y opositores de ese sistema no pueden ser calificados de “contrarrevolucionarios”. En todo caso, los verdaderos revolucionarios son los que ahora quieren poner fin a esa tiranía.
Los dirigentes gubernamentales de Cuba, al hablar en nombre de una supuesta revolución, nos recuerdan a Batista cuando enarbolaba la bandera del 4 de septiembre mucho después de que él mismo fuera quien traicionara aquella revolución. Pues lo mismo está pasando ahora. Los llamados dirigentes históricos primero traicionaron las demandas básicas por las que se inició aquella insurrección: la restitución de la Constitución del 40 y elecciones libres. ¿Recuerdan esta frase?: “¿Elecciones para qué?” Después, ¿qué hicieron con las tierras? ¿Las repartieron a los campesinos? Solo dieron títulos de propiedad a arrendatarios y precaristas. ¿Pusieron fin a los latifundios? No. Solo los convirtieron en latifundios estatales. Y los jornaleros que antes eran explotados por los terratenientes, pasaron a ser explotados por el Estado, el “supremo terrateniente”, como le llamara el propio Carlos Marx en el tomo III de El Capital. Las demás intervenciones se realizaron con un burdo sofisma que podría sintetizarse con un silogismo muy simple: todo pertenece al pueblo, nosotros somos los representantes del pueblo, ergo, todo nos pertenece. Y de paso, para cerrar, expropiaron también a los propios trabajadores en 1968. Un pensamiento de Martí poco conocido reza así: “El monopolio es un gigante implacable sentado a la puerta de todos los pobres”. Y el monopolio más implacable es aquel donde el Estado todo lo controla.
Todo fue un engaño, como los ilusionistas de las fiestas infantiles, pases de birlibirloque. Pero ya hemos crecido como pueblo, y ya nadie va a poder engañarnos. Es hora de exigir nuestros derechos.
Se entiende que un proceso revolucionario comienza cuando el pueblo ha tomado conciencia de que el régimen bajo el cual vive, debe ser cambiado y comienza a manifestarse de forma generalizada contra él. Han pasado casi cuarenta años para que ese pueblo tomara esa conciencia desde que un pequeño grupo de media docena de prisioneros políticos decidiera crear el primer grupo disidente en defensa de los derechos humanos, sin esconderse, firmando sus denuncias con sus propios nombres. Ese movimiento nunca pudo ser derrotado, a pesar de confinamientos, golpizas, asedios, incluso asesinatos.
Las condiciones objetivas y subjetivas ya estaban dadas. Las objetivas eran evidentes: el estado de miseria a que había llevado el modelo económico impuesto por el régimen, y la ausencia de libertades. Las condiciones subjetivas son la existencia del movimiento disidente y sus líderes, como Luis Manuel Otero Alcántara con el Movimiento San Isidro y José Daniel Ferrer con UNPACU, así como una ideología simple y clara: el respeto a las libertades fundamentales.
En noviembre de 2018 publiqué en esta misma revista un artículo donde analizaba, pormenorizadamente, todas estas condiciones: ¿Inminentes hechos trascendentales en Cuba?, y de acuerdo a mis conclusiones estimaba que en el plazo de un año o dos, esos hechos comenzarían a producirse. Justamente a los dos años, con la huelga de hambre de los miembros del Movimiento San Isidro y la protesta de artistas frente al Ministerio de Cultura el 27 de noviembre, ambos hechos con el respaldo presencial de muchas personas del pueblo, ha comenzado en Cuba una nueva etapa en la que la población, en las diferentes ciudades del país, manifiesta su rebeldía y su resistencia frente a las fuerzas represivas. Aquel artículo lo finalizaba con una advertencia que me aparece oportuno reiterar: “Si el poder no promueve desde arriba los grandes cambios, los grandes cambios, desde abajo, removerán al poder”.
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