Con su última película, François Ozon suma a su filmografía una de sus obras más personales. Cine luminoso, lúdico, sincero, profundo a la vez que ligero y agradable de ver.
El amor se cosecha en verano
Es ya una costumbre que cada año llegue a las pantallas una nueva película de François Ozon (1967). Es un cineasta que rueda sin descanso. Eso se ha materializada en una extensa filmografía (19 largometrajes y 17 cortos) que, entre otros rasgos distintivos, posee el de que ningún filme se parece al precedente ni al posterior. “Cada trabajo contra el anterior”, es su divisa, pues según él “contradecirse es lo que da sentido al trabajo y hasta a la vida’. Así, tras la durísima y necesaria Gracias a Dios (2018) ha realizado una obra tan luminosa y repleta de vida y deseo como Verano del 85 (Été 85, Francia-Bélgica, 2020, 100 minutos).
Cuenta Ozon que cuando estaba filmando Gracias a Dios releyó la novela del británico Aidan Chambers Dance on my grave, que había leído en su juventud. “Lo que más me gustó del libro era que no problematizaba la homosexualidad, era simplemente una historia de amor que podría haber sido entre dos chicas o entre un chico y una chica, el tema no era ese, sino cómo confrontar dos conceptos del amor, dos personajes que no bailan con la misma música”. Recuerda que entonces disfrutó mucho su lectura, y cuando empezó a hacer cortometrajes pensó que si algún día conseguía rodar un largo, el primero sería la adaptación de la novela.
Pero como él reconoce, “las películas se hacen cuando deben hacerse, y fue necesario que la historia madurara en mi interior para que supiera cómo contarla y ser fiel a la estructura narrativa de la novela (…) Cuando releí la novela de Chambers vi que contenía muchos temas de los que yo he introducido siempre en mi cine. Me pareció que era un momento ideal para hacer una adaptación que, por cierto, es bastante fiel al libro Me hizo dudar sobre si rodarla o no. Pero había pasado mucho tiempo y me autoconvencí de que mi visión sería distinta. Hoy sé seguro que si llego a filmar esta adaptación antes, no hubiera sido tan tierna como ahora. Habría rodado algo más agresivo, incluso violento”.
Verano del 85 cuenta la historia de dos chicos en un balneario de Normandía. Son los años 80. Las vacaciones de verano acaban de empezar y Alex, un adolescente de dieciséis años, toma prestado el bote de un amigo. La embarcación vuelca cuando está a punto de comenzar una tormenta. Alex es rescatado por David, un joven algo mayor que él, quien llega al lugar a bordo de otro velero. De inmediato se establece entre ellos una fascinación mutua y se establece una amistad que se convierte en un apasionado romance. David se convierte en una suerte de mentor de Alex. Van a la discoteca, al cine, a la playa, pasean en moto. Alex sueña con un príncipe azul y piensa que lo ha encontrado en David. Pero este es imprevisible e inconstante y llega la crisis. La relación no dura más de seis semanas y acaba con David muerto.
Esa sinopsis del argumento no corresponde, sin embargo, al modo como la historia está contada. A diferencia de la novela, en la que desde las primeras páginas se sabe lo que hizo Alex, en su plasmación cinematográfica Ozon va esparciendo pistas engañosas que se contradicen y que conducen al espectador por caminos errados. Juega con la idea de la anticipación, dosifica el misterio de manera escalonada y lo mantiene con inteligencia hasta el final. Logra así mantener la intriga acerca de cuáles fueron los hechos que se le imputan al adolescente. Es la asimilación del legado de Alfred Hitchcock, que el cineasta francés ha sabido actualizar y reinventar.
El filme comienza en el presente. Alex se halla bajo custodia policial y está a punto de ser procesado por un delito que se revela. A partir de ahí, vamos conociendo la historia a través de flashbacks, así como de recuerdos que él narra en off o bien mirando frontalmente a la cámara. Tan buen director como guionista, Ozon arma un puzle sutilmente construido, lleno de detalles, pliegues y vueltas de tuerca, que bajo su falsa y brillante superficie camufla una película mucho más compleja y retorcida de lo que parece.
Momentos oscuros que alternan con otros luminosos
Digo esto último porque, para ayudarlo a superar su depresión e incapacidad para explicar lo sucedido, su profesor de literatura anima a Alex a que lo haga por escrito. Conoce su talento para contar historias y seguramente también tuvo en cuenta el poder terapéutico de la escritura. Al reconstruir su relación con David, el adolescente asume así el papel de autor y como tal, probablemente añade cierta dosis de ficción a su relato. Dado que redacta este desde su perspectiva y es su voz la única que se escucha, no sabemos cuánto hay de verdad y cuánto de fabulación en lo que cuenta. Incluso él mismo confiesa al final que puede estar equivocado, de modo que su versión de los hechos puede cuestionarse. Ozon va más allá y comenta: “Hay incluso una pregunta que nos podemos hacer: ¿es David un personaje que existe realmente o es Alexis quien se lo inventa?”. Eso además tiene que ver con el juego de verdades y mentiras que no quedan claras, y que el cineasta francés emplea en algunas de sus películas.
Verano del 85 es una película sensible, desprejuiciada, sugerente y emotiva, que combina el relato de iniciación, el thriller, el drama, algo habitual en el cine de Ozon. En esa amalgama hecha por él, esos géneros se han desajustado un tanto, pese a lo cual logra un equilibrio entre ellos. Los momentos oscuros se alternan con otros luminosos, y a pesar de que el filme posee tintes trágicos hay una exaltación de la felicidad que hace que tras verlo uno salga de la sala sonriendo.
La película habla de la intensidad del primer amor, el descubrimiento de la sexualidad, los sueños juveniles, el paso a la vida adulta, la importancia de cumplir los pactos de amistad. Está también el tema de la sublimación del ser amado y de la frustración a la cual puede llevar. Alex es un joven sensible y solitario, necesita un amigo y cree haberlo hallado en David. Su idealización de él le impide ver que sus personalidades y sus perspectivas de la relación sentimental son diferentes. Lo que para él es una historia de amor, para David es solo una aventura. Solo el doloroso despertar de su madurez interior lo llevará a comprender que “inventamos a los que amamos”.
Probablemente muchos han de pensar que estamos ante la Call me by your name de la temporada. Pero más allá de que ambas se basan en novelas y narran relatos de iniciación que tienen lugar durante el verano, entre la película de Luca Guadanigno y la de Ozon hay diferencias notorias. En la del italiano, la rotunda historia de amor está indisolublemente ligada a la homosexualidad de los protagonistas. No ocurre así en Verano del 85, en la cual el conflicto central no depende de la sexualidad de Alex y David, sino de sus personalidades opuestas y de la manera como cada uno concibe el amor. Esa es la principal razón por la cual su relación no podía terminar bien. Ozon además se muestra más transgresor, aunque sin excederse, y más osado al reflejar los sentimientos extremos y la compleja e inestable psicología de los jóvenes, así como al mezclar lo grave y lo ligero.
Los debutantes Félix Lefebre y Benjamin Voisin están realmente bien y construyen unos personajes a los que vemos evolucionar. La química entre ambos funciona además con mucha fluidez y verosimilitud. El resto del elenco lo completan actores profesionales, entre los cuales sobresale Valeria Bruni-Tedeschi, quien da vida a una madre excéntrica e histriónica. Otro aspecto a destacar es la notable textura de la fotografía. El director se empeñó en rodar la película en 16 milímetros, según declaró, “para recuperar el grano y esas cosas que aporta el negativo de verdad, más propio de los años 80”. Eso además contribuye a captar admirablemente la luz estival. Es también un acierto la banda sonora. La integran, entre otros, temas de Rod Stewart (Sailing), Bananarama (Cruel Summer), Jean Mars (Tout première fois), Lloyd Cole & The Commotions (Forest Fine) y The Cure (In the days between), que establecen un diálogo con la historia.
Verano del 85 es cine luminoso, lúdico, sincero, profundo a la vez que ligero y agradable de ver. Con este filme, Ozon suma a su filmografía una de sus obras más personales, en la que ha recreado, con pinceladas autobiográficas y una ternura nostálgica, esa estación de los primeros amores que es el verano y esa edad de la primera vez que es la adolescencia.
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