¿Están los cubanos listos para tomar las calles?
No basta con un simple llamamiento para que la gente se lance a las calles
En días pasados algunos grupos del destierro cubano, basados en que ya existían todas las condiciones para una explosión social en el país, anunciaron la convocatoria a una manifestación multitudinaria antigubernamental en las calles de La Habana y otras ciudades, en concordancia, dijeron, con agrupaciones disidentes dentro de Cuba.
No dudo que esas condiciones existan. Lo que dudo es que la oposición interna esté ya preparada para afrontarla, sobre todo para manejar sus posibles consecuencias, porque hay que tener suficiente poder de convocatoria, no sólo para iniciar una protesta de esa naturaleza, sino también para canalizarla hacia un desenlace victorioso, y a mi juicio aún no lo está, ni para lo primero ni para lo segundo, porque si bien líderes iluminados como Luis Manuel Otero Alcántara y José Daniel Ferrer han logrado movilizar a mucha gente en sus protestas y demandas, no basta con un simple llamamiento, para que la gente se lance a las calles.
Las explosiones sociales no se planifican. Surgen espontáneamente, como reacción ante un determinado hecho que provoca indignación. Ese hecho no suele ser muy notable, pero es como la gota que colma la copa. Hasta hoy, la gente se atreve a acudir a solidarizarse pacíficamente con una huelga de hambre frente a una casa o concentrarse frente a un ministerio en exigencia de libertades, lo cual es ya un gran avance, pero tomar las calles multitudinariamente en una manifestación pública contra el poder, es algo muy diferente.
Y aún cuando pudiera producirse ese estallido generalizado, existen peligros bien fundados, no sólo de que el régimen lo aplaste a sangre y fuego como hicieran los comunistas chinos en Tiannamén a modo de escarmiento para que por muchos años o nunca, pueda repetirse algo semejante, sino que también ese levantamiento se convierta en un vandalismo de destrucción y muerte, de lo cual hay antecedentes en nuestro propio país, no sólo un Maleconazo donde se rompieron vidrieras, se saquearon comercios y se lanzaron piedras contra la policía.
En 1933 tampoco existía una oposición unificada y fuerte contra el Machadato, y uno de los grupos opositores, el ABC, que ponía bombas contra funcionarios y policías con la consecuencia de muchos inocentes muertos, entre ellos, algunos niños, comenzó a difundir por una emisora clandestina, la supuesta renuncia de Machado para provocar el desbordamiento popular. Esto, que desató una violencia donde murieron muchas personas, unido al rumor propalado por el propio embajador estadounidense de una posible intervención, precipitó un golpe militar, algo inédito hasta entonces en Cuba. La gente se lanzó a las calles a matar a supuestos sicarios del régimen. Bastaba que alguien señalara a otra persona acusándola de “porrista”, para que las turbas, sin prueba alguna, la arrastraran por las calles y la lincharan. Saquearon y destrozaron muchas residencias de supuestos funcionarios del régimen, y el caos y las matanzas fueron incontrolables. “Después de mí, el caos”, había profetizado Machado al pie del avión que lo llevaría al exilio.
Ese caos no sólo se extendió por varias semanas, sino que de una manera u otra sus efectos han permanecido hasta nuestros días. El poeta Gastón Baquero, hablando de la caída de Machado, lo dijo a su manera: “A Cuba se le rompió la columna vertebral con esa caída y nunca más pudo marchar el país”.
Actos como éstos no pueden volverse a repetir. Una república de paz y fraternidad no se funda con ríos de sangre ni sobre los cimientos de los patíbulos. De la violencia no puede generarse otra cosa que no sea más violencia, como no nacen palomas de huevos de águilas. La actitud debe ser diametralmente opuesta. Si además de ser bueno con el que es bueno, eres bueno con el que no lo es, ese golpe moral que los cubanos llamamos “galleta sin mano”, puede ser más contundente que el que se propina en el cuerpo, porque se trata de un “golpe” en la propia conciencia. Abraham Lincoln preguntaba: “¿Acaso no elimino a mis enemigos al convertirlos en amigos?”
Jesús no interceptó a Saulo de Tarso en el camino de Damasco para tenderle una celada ni para sacarle en cara a cuántos cristianos había llevado a prisión, o cuántos habían muerto por sus actos, sino para pedirle: ¡Únete a nosotros! Y Saulo se convirtió en San Pablo, el más valioso proselitista de los cristianos, el hombre que convirtió al cristianismo en una religión universal.
Vienen a mi mente aquellos versos de Guillén: “Ya nos veremos yo y tú,/juntos en la misma calle,/hombro con hombro, tú y yo,/sin odios ni yo ni tú,/pero sabiendo tú y yo,/a dónde vamos yo y tú.../¡no sé por qué piensas tú,/soldado, que te odio yo!”.
El verso “juntos en la misma calle” es clave. No estoy diciendo que esa gloriosa marcha no se deba dar nunca, pero sólo cuando se hayan agotado todos los caminos, y cuando se haya encendido, en la inmensa mayoría del pueblo, esa “hermosa luz del entusiasmo ardiente” de la que hablara otro poeta, Ismael Cerna, donde esté el obrero, el campesino, el estudiante, la ama de casa, el pintor, el poeta… todas las razas y géneros, e incluso, el policía y el soldado.
Cuando en la Hungría de 1956, una inmensa manifestación de estudiantes fue tiroteada por agentes de Seguridad del Estado, los policías que vigilaban a los manifestantes, indignados porque habían disparado a estudiantes pacíficos, volvieron sus armas contra los agentes, y los estudiantes, apoyados por policías y soldados, derrocaron al régimen comunista y crearon una república democrática. Se conoce bien cómo terminó aquello después: con el baño de sangre provocado por tropas rusas, algo que en Cuba ya no podría suceder. Pero la enseñanza principal es otra: los soldados no se hubieran virado si la manifestación hubiera sido violenta.
Hay que crear en los cubanos una cultura de paz, y convencerlos de que la única lucha que puede ser eficaz contra los regímenes comunistas, es la no violencia. Para que el sol de la libertad ilumine las plazas y los campos de Cuba, debe haber antes, dentro de cada cubano, una aurora de paz y fraternidad. Y de esa aurora, ya se vislumbran los primeros destellos. Parodiando a Martí, es preciso poner rieles a ese tren desbocado que ya viene rugiendo por la selva.
Entonces, sin lanzar una piedra, sin arrastrar a nadie, sin romper una vidriera, los de arriba tendrán que ceder, y juntos, para la felicidad de todos y de las futuras generaciones, fundaremos la nueva república, y el ejemplo de cómo el amor pudo levantar a toda una nación, será faro de luz para el mundo entero.
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