Las angostas calles de la Habana Vieja atestiguan el sincretismo religioso de Cuba.
Suena el tambor yoruba. Iglesias renacentistas y barrocas se erigen en plazas coloniales. Los santeros rezan a santos católicos y hasta muchos cristianos no se niegan a una "buena limpieza santera" para sacudir la mala suerte.
En medio de la mezcla una religión milenaria y minoritaria en la isla clama su espacio: el judaísmo.
No quedan muchos, alrededor de 1.500. Antes de 1960 vivieron una época de prosperidad y llegaron a ser más de 20.000, pero emigraron en masa cuando Fidel Castro asumió el poder.
Pasaron décadas prácticamente escondidos. Desde 1960 hasta 1990 ser religioso en Cuba era tabú para el gobierno comunista.
Durante esos 30 años la comunidad se desperdigó. No había rabinos ni servicios religiosos. Si reconocías ser judío podías tener dificultades para aspirar a la universidad o un trabajo.
Poco a poco se reunificó. La apertura religiosa del país a comienzos de los 90 y la Aliá, la ley que repatría judíos a Israel, atrajo la atención de muchos.
"Muchos se acercaron cuando vieron que siendo judíos podían migrar, pero de cierta forma me alegraba que cada vez viniera más gente a los servicios religiosos", cuenta Pablo Rosengway, un judío cubano que ahora vive en Miami.
"No seremos muchos, pero quiero decirte que la comunidad judía en Cuba está ahora muy viva", afirma por su parte Jaime Cheni, judío sefardita residente en La Habana.
Hoy la diáspora judío-cubana está principalmente repartida entre los pocos que quedan en Cuba y los que construyeron nuevas generaciones en Estados Unidos, principalmente en Florida.
Una comunidad que tampoco salió ilesa de las complejas relaciones que han sostenido ambos países por seis décadas.
Se dice que en los barcos de Cristóbal Colón ya había judíos conversos que llegaron a Cuba en 1492.
Durante la época colonial, los judíos cubanos estuvieron involucrados en cada aspecto de la sociedad y economía cubana. Fueron parte importante de las industrias azucarera y tabaquera y hasta apoyaron movimientos independentistas a fines del siglo XIX.
Sin embargo, el verdadero crecimiento de la comunidad se dio a comienzos del siglo XX, cuando Cuba ya era independiente de España.
La diáspora askenazí llegó principalmente de países de Europa del Este como Polonia, Rumanía, Austria o Hungría. El objetivo de muchos era utilizar Cuba como parada para luego emigrar a Estados Unidos, pero entonces ese país mantenía una estricta cuota de admisión de migrantes.
Muchos decidieron quedarse en la isla, donde había poco antisemitismo y buenas perspectivas económicas.
Los sefaradíes, la otra diáspora imperante, vinieron de Turquía.
En Cuba encontraron una economía boyante, buen clima y un idioma muy parecido al ladino, hablado por esta diáspora.
Los negocios judíos prosperaron, especialmente en la industria textil y el comercio.
Más tarde, en los años previos a la Segunda Guerra Mundial, llegaron más judíos huyendo del antisemitismo europeo.
"Mi abuelo vino de Polonia y Cuba le recibió con los brazos abiertos. Le salvó del genocidio de la Segunda Guerra Mundial. En vez de persecución, en Cuba encontró sol, trabajo y cariño. A casi todos los que vinimos de Europa del Este nos llamaban 'polacos', pero de forma cariñosa, nada racista", relata Miriam Levinson, descendiente de judíos askenazíes y que vivió en la isla cuando era niña.
Sin embargo, en 1939 Cuba desautorizó la entrada de un barco con 900 judíos que llegó a La Habana desde Alemania. Las autoridades de la isla dejaron de otorgar visas, probablemente por miedo a ser inundados por más inmigrantes huyendo de Europa.
El barco regresó a Europa y alrededor de 250 judíos viajeros murieron en el Holocausto.
Entre 1925 y 1959 los testimonios recogidos hablan de los años felices de la comunidad judía en Cuba. Llegaron a ser alrededor de 25.000.
Así recuerda Miriam Levinson su niñez:
"Mis padres se conocieron en Cuba. Se sentían cubanos y jamás pensaron en emigrar a Estados Unidos. El judío cubano se sentía muy bien, se asentó y se extendió a varios barrios de La Habana y otras ciudades del país.
Yo nací en Cuba, iba a escuelas judías y jamás me sentí diferente. Era un orgullo caminar por el barrio y que me llamaran "la polaquita". Entonces había escuelas judías, varias sinagogas y nadie pensaba en migrar.
Las tiendas y negocios judíos florecieron por todo el país. Casi nunca nos metíamos en política y jamás tuvimos problemas. Primero éramos cubanos y luego judíos. La religión no era tan importante. Realmente éramos como cualquier otra persona del barrio".
Pero aquella bonanza terminó del golpe con el triunfo de la revolución castrista en enero de 1959.
"Yo creo que los judíos askenazíes se dieron cuenta antes que nadie. Como ya habían huido de otros regímenes en Europa, muchos del nazismo, cuando Castro llegó supieron que debían irse del país", relata el judío Moises Maya a BBC Mundo.
Maya tenía 17 años cuando la revolución triunfó sobre el régimen de Fulgencio Batista.
Poco después, el gobierno de Castro nacionalizó muchos negocios privados, incluyendo los de los judíos.
"Recuerdo la edición dominical de uno de los principales periódicos cubanos. En sus páginas había listas inmensas con todos los negocios intervenidos. Cuando los dueños llegaron el lunes, no podían entrar. En la puerta les esperaban cuatro o cinco milicianos impidiéndoles el paso y requisándoles las llaves", recuerda Maya, quien ahora reside en Florida, Estados Unidos.
"Mi padre y abuelo se dedicaban a la industria textil. Sus negocios estaban incluidos en esas listas", revela.
La pérdida de los negocios provocó un éxodo masivo. Más del 90% de la comunidad judía emigró, principalmente a Estados Unidos.
"En el 59 y el 60, Estados Unidos abrió las puertas a aquellos judíos no comunistas. Si tenías dinero suficiente para quedarte una temporada con un familiar, te dejaban entrar al país. Nadie pensaba entonces que la revolución duraría más de 60 años", dice Levinson.
Pero dice Maya que cuando se fue supo que jamás volvería.
"No se me olvida cuando iba en taxi al aeropuerto. Lloré como una magdalena sabiendo que más nunca iba a volver". Maya consiguió irse del país gracias a que organizaciones judías en EE.UU. y Cuba trabajaban en clandestinidad y preparaban papeles para sacar a la gente del país.
Las razones económicas no fueron las únicas del éxodo. Los exiliados también denuncian la intolerancia del castrismo hacia la religión.
Durante las primeras tres décadas que siguieron a la llegada del castrismo, integrantes de la comunidad judía hablaron sobre una especie de "generación perdida".
Maya recuerda que antes de salir de Cuba ya se notaban las dificultades que vivirían los creyentes.
"Castro no arremetió abiertamente contra los judíos como sí lo hizo contra la Iglesia católica. En nuestros servicios de Sabbat en la sinagoga empezaron a venir dos personas que no eran judíos. Sospechábamos que vigilaban que no se hablaba nada en contra del gobierno", cuenta.
A comienzos de la revolución, los enfrentamientos entre el catolicismo y el nuevo gobierno fueron frecuentes.
Castro nacionalizó la enseñanza e intervino las instituciones católicas. Además, les acusaba de promover movimientos anticomunistas.
Muchos sacerdotes y monjas fueron expulsados del país. Las principales celebraciones, como Semana Santa y Navidad quedaron suprimidas. Los feligreses iniciaron una vida prácticamente a ocultas durante décadas.
El judaísmo no vivió el mismo grado de enemistad con el castrismo, pero también atravesó tiempos difíciles.
Pablo Rosengway estudió en la universidad durante aquellos años de secretismo.
"En Cuba había un tabú con la religión. Antes de entrar a la universidad había que rellenar una planilla diciendo si eras religioso o no. La gente tenía mucho miedo con eso. No puedo decir que estábamos escondidos, pero existía una especie de coacción silenciosa y sutil", explica Rosengway.
"Los que se quedaron sufrieron. Si eras religioso podías tener problemas para acceder a la universidad o tener un trabajo. Muchos judíos dejaron de ir a las sinagogas y empezaron a casarse con no judíos", explica Levinson.
Fue el caso de los padres de Jaime Cheni Camps, judío residente en La Habana.
"No pude ir a la sinagoga hasta comienzos de 2000, años después de que Castro decretó la apertura religiosa. Antes no se veía bien. Tuve que convertirme a través de la Asamblea Rabínica Latinoamericana, con examen incluido, por tener una madre no judía", cuenta.
En los años de la generación perdida, el judaísmo cubano se quedó sin rabinos y servicios religiosos. Los judíos dejaron de asistir. Muy pocos continuaron reuniéndose.
"La gente se reunía para otras cosas, pero no para el servicio religioso. Teníamos una sede, el patronato, con farmacia, biblioteca, comedor, salón de baile y hasta un teatro que nos confiscó el ministerio de Cultura. Los únicos que iban eran los judíos viejitos. A esos no les importaba que los señalaran porque no tenían que ir a la universidad ni a la escuela en el campo", explica Rosengway.
Rosenway vivió en primera persona los años en que los judíos perdieron el miedo:
"Fue a mediados de los 80. La gente del American Jewish Joint Distribution Committee empezaron a mandar matrimonios desde EE.UU. para atraer a las personas judías que habían perdido el vínculo con la comunidad.
Se encontró gente que ni sabía que era judía.
Luego, con la apertura religiosa de los 90, se retomaron los servicios religiosos y se abrió la escuela dominical.
También se acercaron muchos a la sinagoga cuando el gobierno cubano firmó un convenio para la ley de retorno o Aliá, que permite la repatriación de judíos hacia Israel.
Muchos vieron en esto una posibilidad de salir. Nadie te lo va a confesar, pero yo que nunca me desvinculé de la sinagoga, te puedo decir que muchos empezaron a venir cuando se firmó ese convenio.
Otros se acercaban por los donativos. Si daban 30 dólares, llegaba gente que ni conocía. Pero oye, bienvenidos eran todos. A mí no me disgustaba que la gente viniera por interés, siempre y cuando vinieran".
Los años de apertura religiosa coincidieron con el Período Especial en Cuba, tiempos de penuria económica tras el derrumbe del socialismo soviético, su principal sustento en el exterior.
Los judíos también vivieron las necesidades de la población general, con graves dificultades para encontrar alimentos y divisas.
La comunidad era apoyada por asociaciones extranjeras que enviaban comida kosher periódicamente.
Durante muchos años los judíos han contado con un permiso especial para sacrificar reses bajo el rito kosher y luego venderlas en una carnicería especializada en la Habana Vieja.
En el resto del país se sancionaba el sacrificio de vacas y venta de su carne sin consentimiento del Estado.
"Cuba era maravillosa para las dos diásporas: sefardíes y askenazíes. Pero en el 60 huyó la mayoría. Muchos vinieron a Miami y fundaron tres sinagogas", explica el rabino Daniel Hadar, del templo sefardita Moises en Miami Beach.
Durante las últimas décadas, integrantes de la diáspora cubano-judía en Estados Unidos se identifican como "jewbans", un juego de palabras en inglés formado por jews (judíos) y Cubans (cubanos).
"Las comunidades aquí piensan en sí más como cubanos que como judíos. Están muy orgullosos de venir de Cuba. Fue un mundo maravilloso y feliz para ellos. Una isla bella, con poderío económico. Ya han vivido más tiempo en Estados Unidos y antes habitaron Turquía y Europa del Este por miles de años, pero siguen identificándose como cubanos", amplía el rabino.
El impacto de la inmigración cubana a comienzos de los 60 se hizo notable en Florida. Los judíos formaron parte del rápido crecimiento que experimentó Miami.
Muchos eran hombres de negocio que dinamizaron la ciudad y sus suburbios.
"Miami era un cementerio de elefantes, un lugar donde venían a retirarse las personas mayores del norte. Era una ciudad muy pequeña. Nuestra comunidad tuvo un gran impacto porque muchos judíos tenían grandes negocios en Cuba y vinieron aquí. Poco a poco se fue levantando Miami", recuerda Moises Maya, hoy con 80 años.
La nostalgia de la comunidad judía por la isla se canaliza de formas muy distintas.
Miriam Levinson reside en Chicago e intenta ir al menos 20 veces por año. Organiza viajes de encuentro entre ambas comunidades, pero es consciente de que buena parte de la diáspora, especialmente en Miami, sigue dolida por cómo huyeron, perdiendo negocios y propiedades.
"Simplemente no quieren volver. Se niegan a ir hasta que cambie el gobierno", dice.
Es lo que piensa Moisés Maya: "Me juré personalmente que jamás volvería hasta que no cayera el régimen. Yo no voy de turista a dejarle divisas a ese gobierno. Destruyeron Cuba. Prefiero quedarme con la ilusión de lo que fue y no lo que es ahora", dice.
"La vida judía en Cuba está muy viva"
Los judíos en Cuba ya no se esconden ni callan. El tabú es pasado. La vida religiosa se desarrolla en seis sinagogas: tres en La Habana y las otras en Santa Clara, Camagüey y Santiago de Cuba.
"Aquí celebramos todas las fiestas. Hay poco ortodoxia. La mujer puede leer el Torah y no hay habitaciones para hombres y mujeres. Todos nos sentamos juntos en la sinagoga, en familia", describe Jaime Cheni.
La comunidad está prácticamente subsidiada por asociaciones en Estados Unidos y Canadá.
"Desde los años 60 mandan un contenedor desde las federaciones judías de Canadá con alimentos kosher: aceite, vinos, conservas, marzá, que duran un año. Tenemos carnicería kosher gracias a un acuerdo con el estado cubano. Nos toca mensualmente", agrega Cheni.
Y aunque ha estado muchos meses cerrada por la pandemia, existe una escuela dominical donde se enseña judaísmo e historia de Israel a niños, jóvenes y adultos.
La crisis del coronavirus y el endurecimiento del embargo económico por la administración de Donald Trump han golpeado también a la comunidad judía.
"El envío de alimentos se retrasó y los judíos, como todos los cubanos, también sufren necesidades", dice Levinson.
La situación delicada del país no ha cortado el flujo migratorio y los judíos siguen buscando otros hogares, especialmente a Israel y Estados Unidos.
Jaime Cheni dice que no se ha planteado irse.