"Hasta en Haití voy a estar mejor que en Cuba"
Si algo ha logrado el régimen de Cuba es socializar la miseria. Hace décadas, los cubanos no saben lo que es comer diariamente, sin tener que hacer colas
A las cuatro de la madrugada, el calor húmedo y pegajoso no deja seguir durmiendo a Alfredo, médico jubilado. Luego de permanecer unos minutos en la cama, se dirige al refrigerador, en busca de sobras de comida. Solo hay un pomo de pepinos encurtidos. Registra en el aparador de la cocina, a ver si queda café para una colada. Nada.
Al final desayuna un vaso de agua con azúcar y los tres o cuatro pepinillos que quedaban en el envase. A las cuatro y media, Arturo sale de la casa. Camina con sigilo por los desiertos portales, intentando que no lo vea un auto patrullero, pues las autoridades de La Habana prohíben la circulación de personas hasta después de la cinco de la mañana.
En los alrededores de la dulcería no hay un alma. Pero el custodio de una escuela le dice que no es el primero de la cola. “Dentro de la escuela hay cuatro personas esperando. Y unos vecinos del barrio me dijeron que les cogiera un turno”. El custodio se gana unos pesos extras escondiendo a gente de los alrededores que hace cola de madrugada. “Cada uno que escondo me paga cincuenta pesos. A veces ochenta o cien pesos, depende lo que vaya a sacar en el mercado”.
Arturo estuvo en misiones médicas en África y Venezuela. Con el dinero reunido (el régimen se queda con el 70 por ciento de los salarios), reparó su amplia casona y se compró un automóvil de la era soviética. Su plan después de retirarse era alquilar el auto. Pensaba que con ese negocio más dos mil pesos convertibles (cuc) guardados en el banco tendría una jubilación sin sobresalto. Pero llegó la ‘situación coyuntural’, una de las cíclicas crisis económicas que afectan al país.
“Para más desgracia, me chocaron el carro y el dinero que tenía en el banco, después de la Tarea Ordenamiento, perdió rápidamente su poder adquisitivo. En cuatro meses gasté los ahorros en comida, comprarle medicinas a mi esposa que es diabética y pagar la electricidad. Tengo el auto tirado en el garaje, en el patio. Lo estoy vendiendo en 10 mil dólares, no tengo dinero para repararlo. Pero no aparece comprador. Mi futuro está cifrado en ese dinero. Con lo que gano de pensión a la vuelta de un año nos morimos de hambre mi esposa y yo”.
Arturo cuenta que él y su mujer hacen una sola comida caliente al día. “Los primeros meses, cuando tenía dinero, compraba carne de res, pechuga de pollo, pescado y embutidos. Toda la plata se me fue en comida. Ahora comemos lo que aparezca: masa de croqueta o hamburguesas que venden en pesos o pollo, si alcanzo, tras dispararme varios días de cola. Estamos pasando hambre. Nunca pensé que al final de mi vida llegaría a una situación tan precaria”.
Al ex galeno no le ha quedado más remedio que conseguir un dinero extra que a él y su mujer les permita sobrevivir un poco mejor. Lo ha encontrado reservando turnos en las colas. “Cuando el cliente quiere comprar un electrodoméstico te puede pagar 500 o mil pesos. Por un freezer un poco más, quizás dos mil pesos. Además de la tremenda matazón, la policía es la que controla todo el negocio. Yo me pongo mi bata blanca de médico para que la gente se sensibilice, pero ni así. Es la ley del más fuerte”.
Con motivo del Día de los Padres, Arturo marcó en la dulcería para comprar tres cakes. “Cada cake costaba 250 pesos y los iba a revender a 400 o 500 pesos, si ese día traían cakes pues a veces no traen porque dicen que no hay harina o no hay huevos, aunque lo que no hay en Cuba es vergüenza”. Cuando el camión llegó, dejó solo seis cakes. “Los trabajadores se quedaron con tres y vendieron tres al público, a los tres primeros de la cola y no alcancé. Cada vez se complica más comprar en los mercados y centros gastronómicos del Estado, porque te apuntan tus datos en una libreta y no puedes volver a comprar en ese lugar hasta la semana siguiente”.
Si algo ha logrado el régimen es socializar la miseria. Hace décadas, los cubanos no saben lo que es desayunar, almorzar y comer diariamente, sin tener que hacer colas, pasar vicisitudes y tener que destinar la mayor parte de sus entradas en conseguir alimentos básicos, como arroz, frijoles, viandas, verduras, frutas, huevos, pescado, pollo, carne de cerdo, de res o de carnero. Lo mismo sean ciudadanos que han sido o son profesionales, obreros, empleados públicos, jubilados, amas de casa...
Algunos emprendedores privados consiguen ganancias cometiendo ilegalidades. El sistema les obliga a tener doble contabilidad, a no declarar los impuestos para evadir la rigurosa cuchilla fiscal. Los dueños de negocios reconocen que siempre están en el ojo del huracán. Cualquier operativo policial o decreto gubernamental los puede llevar a la cárcel. Para el régimen, los cuentapropistas son presuntos delincuentes. No reconoce legalmente la acumulación de propiedades y riquezas.
En la Isla, excepto la burguesía verde olivo, conformada por la élite del partido comunista y las fuerzas armadas, tal vez algunos artistas y deportistas de élite, nadie más está autorizado a disfrutar de un elevado nivel de vida. El resto vive con el agua al cuello, entre ellos los trabajadores estatales, quienes difícilmente pueden sostenerse con sus salarios, ni siquiera después de los últimos aumentos.
Los que más o menos consiguen sobrevivir son los que reciben remesas o los que viven del 'invento'. Eduardo, ingeniero, reconoce que a pesar de devengar un salario de cinco mil pesos, el dinero no le alcanza para mantener a sus padres, su esposa y tres hijos. Una vez terminada la jornada laboral, se dedica a reparar lavadoras, ventiladores y ollas eléctricas. “Pero me las estoy viendo negra. Estamos cocinando con el aceite que le sacamos al pellejo del pollo que me regala un vecino. Y aprovechamos los chicharrones para hacer arroz salteado. Estoy loco por irme del país. Aunque no tengo familia afuera ni recibo dólares, me parece que hasta en Haití voy a estar mejor que en Cuba”.
Rigoberto, forma parte de ese 40 por ciento de la población cubana que según cifras extraoficiales, no reciben dólares, euros u otras divisas. En los últimos tres años lo ha intentado todo para salir adelante. “He trabajado en la construcción, vendiendo ropa en el mercado negro o conduciendo doce horas un taxi colectivo. Pero la calidad de vida mía y de mi familia va cuesta abajo. Cada vez pasamos más trabajo para alimentarnos y pagar agua, luz, gas, teléfono. La casa se nos está cayendo encima y comer carne de puerco o pollo se ha convertido en un lujo. Me he tirado dos veces al mar en un bote y he fracasado. Haré lo que esté a mi alcance para irme, a cualquier país”.
A pesar de la pandemia y la restricción de viajes, cada vez más cubanos hacen planes para emigrar. Creen que ya en Cuba se agotaron todas las opciones.
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