Raffaella, ‘grande bellezza’ que puso a bailar a los cubanos
“La primera vez que escuché ‘Rumore’ mi madre dijo: ‘Todo el mundo debería bailar así”, escribe el autor en este homenaje a la diva, fallecida este lunes.
La primera reacción, ante el aluvión de whatsapps fue escribir: “¡No! ¡No! ¡No!” Raffaella Carrà no podía morir porque ella representa todas las cosas que nos han gustado desde niños y como adultos. Parece un lugar común, pero cuando te sientas a analizar todo lo que representa esta mujer, este icono, esta gran profesional o esta santa, como ya muchos prefieren verla, te das cuenta de que sobre ella, en torno a ella, toda una generación de artistas, hombres, mujeres, transexuales ha levantado no solo sus carreras, sino escudos que les han servido de protección e inspiración. Sí, Raffaella nos cogió a todos de la mano, apareciendo en Buenos Aires, en Caracas o en Madrid y nos empujó a bailar, vestirnos de leggings azul eléctrico, batir el pelo, revolucionarnos por dentro y por fuera. Y eso la hizo irrepetible. Y ahora, inmortal.
La primera vez que escuché Rumore, tenía 12 años. Mi madre dijo: “Todo el mundo debería bailar así” y a mí se me encendió la vida. Todas las mujeres, madres o niñatas, deberían poder moverse así. Y después de ellas, nosotros, los gais y luego los heteros. Todos. Carrà siempre representó físicamente la idea de que todos somos especiales, todos participamos de un cambio, que ese cambio se transforma en evolución y en unas sociedades más libres, más justas. Por eso viajaba por el mundo, en especial por Latinoamérica, mucho más que el Papa, porque su evangelio era el entretenimiento, haciéndonos a todos partícipes de que la sociedad cambia mejor si viene acompañada de humor, vitalidad incombustible y esa rapidez de mente y cuerpo. Esas letras que en un principio creías imposibles, y hasta kitsch cuando en realidad venían a decirte cosas importantes: “Ah, ah, ah, en el amor todo es empezar”. “He sabido que es peligroso decir siempre la verdad, por eso aquí tengo yo esta fiesta con amigos y sin ti”. “He llegado a la conclusión que perdida la inocencia en el sur se pasa mejor”. Desde un tono de vodevil, Carrà se aferraba al disco y creaba los cimientos del pop latino. Hablaba de celos, desventuras, el valor de atreverse a enamorarse de nuevo, homosexualidad y engaño, como nadie antes lo había hecho. Ese atrevimiento inteligente nos hizo crecer. Nos abrió los ojos. Y pavimentó el camino a Madonna, Lady Gaga, Paulina Rubio, Marta Sánchez. Todas, todos le deben, le debemos algo, mucho.
He visto con extraña felicidad la visita de Pedro Almodóvar a Hola Raffaella, el programa que Carrà condujo con absoluto éxito en TVE. Almodóvar acudió acompañado de las actrices de Kika, la película que estrenó en 1993. Verónica Forqué, Bibiana Fernández, Anabel Alonso y Rossy de Palma. Carrà los recibió vestida de cardenal, a lo Versace y con sus célebres juegos de mesa. Invitaban a un espectador a sumarse y Carrà convertía el teléfono en otro invitado. La manera en que lo descolgaba y posaba el auricular sobre la mesa, era show. También tenía un sponsor, que Carrà pronunciaba muy internacional, y entraba un spot “con un canguro muy simpático que me hace compañía”.
Raffaella aparecía con vestido de lamé dorado a lo Marilyn Monroe bailando con el canguro. Glamur. Exagerada pero empática. ¿Cuántos de nosotros no hemos repetido todo eso: el auricular en la mesa, el giro, la entonación? También eso era el fenómeno Carrà. Cuando le pregunta a Verónica Forqué si se había hecho alguna operación, no es una pregunta, es la frase que le lee y que tiene que adivinar quién se la ha hecho. Tras pensarlo un poco, Forqué es fulminante: “Ha sido Pedro”. Y tenía razón. Raffaella, para suavizar cualquier roce, pone un clip de Kika y es la brillante escena de la maquilladora con su pareja, hablando de que no hay que interiorizar nada. Cuando termina, Raffaella se gira hacia Almodóvar y le dice: “Magnífico guion”. No puedes evitar hoy día levantarte a aplaudirla.
En 2008, TVE la recuperó para presentar la gala donde se escogería el representante de España a Eurovisión. Carrà nos invitó a Loles León, inseparable amiga española, y a mí. Fue el programa que seleccionó a Chiquilicuatre. Carrà nos miraba y con ese acento increíble, histórico, nos decía. “Loles, Boris, ¿qué vamos a hacer si gana Chiquilicuatre?”. Fueron tres días maravillosos. Carrà convocó una lectura de guion, un ensayo y el directo. “Raffaella lo ensaya y lo lee todo”, advirtió Loles. “Si sabes de lo que vas a hablar, estás más tranquilo en el directo”, me enseñó Carrà. No llevaba maquillaje ni iba vestida de Raffaella, siempre acompañado de Sergio Japino. Sí, lo ensayaba todo, hasta cómo se sentaba. “¿Cruzo las piernas? ¿Me siento entera o me quedo en el borde?”. Era increíble, pero se lo he copiado. “La seguridad es lo más importante”, insistía. “Es la única garantía de sentirte libre”. Cuando la premiaron en el World Pride en el 2017, en la embajada de Italia, me acerqué a saludarla. Afectuosa, clara, serena me lo volvió a decir: “Seguridad es libertad”. Grande, grande, Carrà. Siempre fuiste libre, pero hiciste de nosotros seres muchísimos más libres. Grazie.
En Cuba Carrà se convirtió en un fenómeno de masas, hedonista y divertido, que dio al traste con el espíritu de sacrificio que promulgaban muchas de las letras de los trovadores nacionales
La presencia de Carrà en la televisión cubana causó un verdadero terremoto en una época en que los medios nacionales estaban abarrotados de canciones de la Nueva Trova. Sus sensuales movimientos, su ropa ajustada dejando ver su estilizada silueta y con pantalones campana ya representaba un reto para los censores que promovían un vestuario a lo militar entre los jóvenes de la Isla.
Su estilo de corte de cabello rápidamente se extendió entre las cubanas y la diva italiana también dejó una impronta en los movimientos de baile, donde las caderas ganaron protagonismo para gusto de los jóvenes y espanto de los apparatchiks del Partido que no acaban de procesar aquella tormenta rubia que se había colado en la pequeña pantalla.
En una Cuba donde muchas vedettes habían terminado por exiliarse y también habían sido eliminadas de la parrilla radial y televisiva, Carrà se convirtió en un fenómeno de masas, hedonista y divertido, que dio al traste con el espíritu de sacrificio que promulgaban muchas de las letras de los trovadores nacionales. Ella hizo más lúdicos los grises años 70 y 80 en los que la sovietización del país marcó sus cotas más altas.
Raffaella no tuvo hijos. Pero, de algún modo, los engendró a millones con su público y con su legión de fieles seguidores, que corrieron a llorarla en masa en las redes. Muchos entre la comunidad LGTBI, que siempre vio en ella a una musa de la libertad y de la defensa de los derechos civiles en un periodo en el que apuntarse a esta batalla no era tan fácil como hoy. Y mucho antes, claro, de que lo hicieran artistas como Madonna. Ella sonreía divertida. “Moriré sin saberlo. En mi tumba dejaré escrito: ‘¿Por qué he gustado tanto a los homosexuales?’”, respondía a la cuestión en una entrevista con Il Corriere della Sera hace tres años. El tema Lucas, que lanzó en 1978, acabó convirtiéndose en un símbolo.
La presentadora nunca quiso encasillarse en ninguna etiqueta política —aunque votó durante años al Partido Comunista— y ocultaba bajo una especie de imprudencia pizpireta lo que, en realidad, eran unas convicciones muy firmes sobre la libertad de la mujer. De su canción Caliente, caliente —”hace tiempo que mi cuerpo anda suelto y no lo puedo frenar ¡Y no lo puedes frenar!”— un periodista italiano dijo que aportó más al feminismo que todas aquellas mujeres que quemaban sus sujetadores en los años setenta. Ella siempre ha defendido los mensajes avanzados de su música: “No hacían daño a nadie. Quitaban del medio muchos prejuicios de gente que no entendía que una vida es una vida cuando tienes libertad”.
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