MADRID — En España ha vuelto a usarse el verbo “tolerar”, uno que parecía habíamos desterrado para hablar de las vidas heterodisidentes, por escaso, por parecerse demasiado a “soportar” y por ser un verbo aún alejado de otro mucho más preciso, “respetar”. Pero ha vuelto porque es un poco mejor ser tolerado que ser asesinado.
El 3 de julio, en una ciudad de Galicia, una turba golpeó brutalmente a un joven, Samuel Luiz, al grito de “maricón”. Había estado de fiesta con sus amigas y al salir de la discoteca decidieron hacer una videollamada a otra compañera. De repente, alguien gritó: “Paras de grabarnos si no quieres que te mate”. Intentaron explicar que se trataba de un malentendido, que no estaban grabándolos, pero Samuel fue agredido, primero por un grupo pequeño y luego por casi una veintena de personas que lo persiguieron y acabaron con su vida. De confirmarse los hechos, los perpetradores podrían ser juzgados por asesinato, con el agravante de delito de odio o discriminación.
A Samuel Luiz lo mataron en el país número uno del mundo en tolerancia LGTBQI, en la tercera nación del planeta en aprobar el matrimonio igualitario y lo hicieron en las mismas calles en las que unos días antes se celebraba el orgullo gay. Por eso nuestras comunidades no van a conformarse con la mera tolerancia: hace falta proteger la legislación existente, incidir en ella y ampliarla para que nadie sea asesinado por su identidad. También es indispensable condenar a las voces que han promovido el odio hacia la comunidad gay desde sus cargos políticos. Sus mensajes tienen consecuencias: alientan y justifican la violencia en las calles.
Desde la llegada de la extrema derecha a las instituciones españolas a través del partido Vox, los discursos antiderechos tienen otra vez cabida en el debate público y son amplificados por los grandes medios. Cada día desde allí se cuestiona la lucha contra la homofobia y la violencia de género, que ya eran consensos sociales en este país.
Sectores conservadores han pedido que no se “politice” el asesinato de Luiz, pero colectivos LGTBQI han contestado que si alguna vez les pasa lo mismo sí politicen sus casos. Normalizar la homofobia, que es a lo que aspiran VOX y sus seguidores, pone en riesgo a las personas LGTBQI.
Son muchos los ataques homofóbicos que ha lanzado Vox desde su aparición. Su líder, Santiago Abascal, ha dicho que un matrimonio es la unión entre un hombre y una mujer. “Con el tema de los gays hemos pasado de que las relaciones homosexuales estuvieran prohibidas, perseguidas, incluso penadas, a que estuvieran más o menos toleradas, luego aceptadas con toda naturalidad y ahora están siendo promovidas y lo siguiente es que sean obligatorias”, dijo el portavoz de Vox en el Congreso en 2019. Diputados del partido han defendido las terapias de conversión para homosexuales. Su director de comunicación se atrevió a preguntar hace un tiempo: “¿Por qué los gays celebran tanto el día de San Valentín si lo suyo no es amor, es solo vicio?”.
En dos años, las agresiones se han disparado y mientras Vox mantenga posiciones extremistas debería recibir el repudio nacional e internacional, porque es una amenaza para la convivencia, los derechos humanos y el sistema democrático.
Para ganar territorio político, una de las estrategias de Vox ha sido tachar de “cobarde” cualquier postura que no sea la suya y la respuesta a esa pugna ha sido que se imponga el ala más radical también al interior de la derecha tradicional. Quizás por ello el Partido Popular (PP) se haya abstenido en la votación del Parlamento Europeo para la condena de las leyes homófobas impuestas recientemente en Hungría.
La gente que no vive en el privilegio de la norma heterosexual ha tenido que optar por otras alternativas. Muchos, especialmente quienes crecieron en los años ochenta y antes, han tenido que aprender de autodefensa, de cómo moverse por el mundo para no correr peligro. Pero Samuel Luiz, quien tenía 24 años cuando fue asesinado, creció en una época en que pensó que en ciertos lugares tenía derecho a ser y existir.
La periodista Marta Borraz hizo un recuento aterrador de agresiones en los últimos días que incluye denuncias de violencia verbal y física contra una mujer trans en Santiago de Compostela; el bofetón de un policía e insultos homófobos a un joven en Madrid; un chico fue golpeado mientras le gritaban la misma palabra que a Samuel en Valencia, lo mismo pasó con una pareja en A Coruña. Otro en Bizkaia acabó en el hospital después de que le dieran una golpiza.
Las cifras oficiales hasta 2019 apuntan a un incremento de denuncias por homofobia. (Esto pese a que la violencia homófoba es difícil de registrar en toda su dimensión. Solo un 16 por ciento de las víctimas denuncia en España agresiones por su orientación o identidad de género).
Hace unos días el Consejo de Ministros aprobó el inicio de la tramitación de la Ley trans, promovida por la ministra de Igualdad, Irene Montero, pero el proceso ha sido largo y doloroso. Al final, quedaron varias demandas fuera, como la aceptación de la casilla para el género “no binario” en los documentos de identidad. Así que este esfuerzo no es suficiente.
En los últimos años se ha producido en España una enorme politización de los colectivos oprimidos, hay más consciencia social y activismo, lo que ha polarizado la dinámica política y hecho crecer la pulsión con los grupos conservadores que han reaccionado con más discriminación y ansias de represalias. A esto se suma el tóxico papel de Vox, un partido que no cabe en una España verdaderamente democrática.
Las libertades ganadas con el fin del franquismo están siendo hoy cuestionadas por la expansión de estos mensajes y, con la vuelta de una derecha discriminadora y extrema al poder, podrían convertirse en políticas y leyes de odio. Quienes llevan a término la violencia, deben ser investigados y enjuiciados por la justicia, pero quienes se han encargado de incitarla también tienen responsabilidad.
Muchos quieren que volvamos solo a tolerar en lugar de respetar las vidas de los otros, que se reabran los armarios, que se baje la voz, que tengamos miedo. Pero nos encontrarán fuera, con altavoces y en primera línea para no vivir nunca más en la España que asesinó a García Lorca y a Samuel.