Solo quienes han vivido los estragos de un régimen autoritario y extremista, saben realmente hasta donde los puede empujar el temor a seguir viviendo bajo las mismas condiciones, o el terror a tener que vivir en un contexto cada vez peor.
Lo que he visto en los medios de comunicación sobre la crisis en Afganistán me ha consternado, si bien no soy conocedor del tema, basta con ver la reacción de la población afgana para comprender el grado de gravedad de lo que el poder en manos de los talibanes significa.
Una de las cosas que me ha marcado más, fueron los videos y noticias sobre personas que buscan en estampidas humanas la forma de escapar del país, en un intento de huir lo más pronto posible, la cordura ha sido reemplazada por completo por la histeria, por el horror… tal es el caso, que en actos que para muchos resultan irracionales, para varios afganos pareció ser la única opción, como el pensar que es posible escapar en las alas y los trenes de aterrizajes de los aviones, he quedado atónito al ver como las personas caen de lo alto de las aeronaves a tierra firme, esas cosas son el ejemplo máximo de lo que significa sentir el miedo tan profundo como para preferir morir que seguir.
No sé qué sentí exactamente al ver los videos de las personas precipitándose al suelo, pero no fue bueno; después me hizo pensar en algo más próximo, en lo que pasa no en Afganistán, sino en Nicaragua, donde el contexto si bien no es igual, tiene patrones similares en cuanto a lo que temor le produce a los ciudadanos; bajo el régimen que vivimos, los nicaragüenses están saliendo del país en masa motivados por el miedo, por la preocupación y por la inmensa incertidumbre que les genera el seguir viviendo acá en su país, es su tierra.
Los nicaragüenses no están cayendo de los aviones, pero en su huida están cayendo de los trenes mientras migran, están quedando ahogados en los ríos de las fronteras, están siendo secuestrados, torturados, explotados y asesinados por los carteles en México, mientras intentan llegar a la tierra en la que se vive el Sueño Americano.
Las personas salen de Nicaragua a diario, aun sabiendo que pueden ser víctimas de todo lo antes mencionado, pero el temor de seguir en el país es más grande que el miedo de aventurarse en un viaje que puede no tener retorno.
Así como los afganos sabiendo que podían caer -o mejor dicho que se iban a caer- de los aviones, decidieron arriesgarse a volar en el exterior, así pasa con los miles de nicas que salen diario, sabiendo que pueden morir, que los pueden matar en el intento de llegar tan lejos de Nicaragua como sea posible, y para la mayoría de los que llegan hasta el destino a entregarse en la frontera, el desenlace resulta no ser el esperado, se les niega el ingreso y deben exponerse aún más en el intento por encontrar la forma de entrar o resignarse a regresar al país del que decidieron huir.
Está pasando en Afganistán y también en Nicaragua, así como en Cuba y Venezuela, la gente está huyendo y cualquier destino parece mejor que el actual, cualquier riesgo parece valer la pena. En nuestra tierra pinolera los estragos han ido de a poco tomando fuerza y siendo más evidentes mediante el descaro de los perpetradores, entre presos y exiliados, entre confiscaciones y adoctrinados, entre fanatismo y asesinados, todo un pueblo desesperanzado vive una ola de terror tan grande, que no resulta impensable que en un determinado momento de empeoramiento de la crisis nuestra propia gente se arriesgaría al igual que afganos, a aferrarse a las ruedas de un avión, aun sabiendo que lo más próximo a la libertad que pueden encontrar en ese intento, es la muerte.
Vivimos épocas de terror en un mundo convulso, en un estado constante de incertidumbre y desesperación, pero no solo es lo que Afganistán nos refleja, sino lo que vivimos en el día a día en un país como Nicaragua, en una región como América Latina, donde para muchos ha representado una desgracia nacer, donde el patrón recurrente es el aferro al poder para atormentar a quienes no lo tienen, a quienes ni lo quieren y que solo buscan vivir en paz.
Dicen que cada quien es dueño de su propio miedo, pero ¿en realidad esto es así?, ¿somos dueños de nuestros miedos o lo son quienes nos infunden dichos temores?, porque yo en lo personal considero que no soy dueño de mi miedo a vivir en Nicaragua, ese temor me lo han otorgado otros, ni lo busqué, ni lo pedí y menos me lo causé.
Así como los afganos que cayeron de los aviones, ellos no eran dueños de ese miedo, a ellos los obligaron a sentirse así. Creo que no somos dueños de nuestros miedos, sino más bien de nuestros valores, de nuestros deseos, de nuestras convicciones y aun en contextos duros, somos dueños de nuestra libertad, y aunque ahora nos restrinjan la posibilidad de vivir nuestros deseos y nuestras virtudes, somos dueños de nuestro poder individual, el que no se mata, el que no se roba, el que no se calla a menos que nosotros lo decidamos.