El castrismo en La Güinera: cogiendo a los santos pa´resolver
Cuba es un pueblo vencido por sus propias contradicciones, porque los más jodidos son muchas veces los que se prestan a la delación y el colaboracionismo
Hace aproximadamente dos años, durante la Fiesta del Fuego en Santiago de Cuba, babalawos cubanos regalaron una mpaka a Miguel Díaz-Canel. La ofrenda, recibida por el Ministro de Cultura, Alpidio Alonso, fue bendecida por los religiosos, supuestamente para que sirviera al nuevo gobernante como “resguardo y talismán en la alta responsabilidad de conducir los destinos de la Isla”.
Aquella guataconería con que los sacerdotes de Ifá acataron la autoridad de Díaz-Canel como heredero natural del castrismo, pareció nauseabunda a los religiosos que jamás han estado de acuerdo con el uso reiterado que se le ha dado a los ritos afrocubanos en el campo de la política, con la única intención de hacer ver que entre los negros y la dictadura todo está bien. Nada más lejos de la realidad.
A pesar del “trabajito”, al advenedizo de Villa Clara no le ha podido ir peor, y no solo por la pandemia de la COVID-19. La crisis que sería “coyuntural” se convirtió en la peor del último siglo para el país. Desabastecimiento crónico, tiendas en moneda libremente convertible, Tarea Ordenamiento, represión, censura, feminicidios, apagones, asesinatos a la credibilidad de los disidentes que ahora se cuentan por cientos de miles, colapso del sistema sanitario y la prensa estatal transformada en un vertedero de mentiras y desinformación, ha sido el resumen de sus tres años de gobierno.
Díaz-Canel es un azote para todos los cubanos, como antes lo fueron Raúl y Fidel Castro. Bajo su mandato, al igual que en los últimos seis decenios, la peor parte se la han llevado los ciudadanos negros; por eso muchísima gente ha quedado en shock tras las fotos que muestran al desvergonzado Primer Secretario del PCC en el reparto La Güinera, donde se produjo la única muerte reconocida oficialmente durante las protestas del 11 de julio.
La Güinera, el culo de Arroyo Naranjo, donde jamás pusieron sus pies Fidel ni Raúl, recibió a Díaz-Canel; o al menos eso dijeron los medios oficialistas, siempre dispuestos a manipular los hechos aunque claramente se vio que era solo un círculo de personas compuesto por agentes de la seguridad del estado y simpatizantes que se sumaron porque no les quedó más remedio. Nadie en su sano juicio querría señalarse delante de un barrio miserable y olvidado, donde la única huella de la Revolución es la grisura omnipresente de los edificios prefabricados de impronta soviética.
En esa misma Güinera donde el joven Diubis Laurencio Tejeda murió baleado por la espalda a manos de un policía, Díaz-Canel quiso congraciarse con los orishas y dar un show de populismo llevando del brazo a la santera Iliana Macías, colaboradora del régimen en la comunidad, que debe tener una deuda muy grande con el castrismo para prestarse a lavar la imagen de un dictador que azuzó a cubanos contra cubanos. En un barrio sin brillo, donde la miseria se amanceba con la violencia, el pandillerismo y el consumo de drogas, una mujer negra y practicante de santería puso a las deidades del panteón yoruba al servicio de la maquinaria ideológica, o como se dice en lenguaje coloquial: cogió a los santos pa´resolver.
Iliana Macías no es una negra engañada. Ella misma reconoció en entrevista con el diario estatal Granma que La Güinera es un barrio “periférico, insalubre y marginal”. Sabe muy bien que en Cuba los negros solo son mayoría en cárceles, solares y albergues. Sabe que ese gobernante que se quiso dar “un baño de pueblo” para borrar los recuerdos de la represión del 11 de julio es un corrupto, un hipócrita de Puma y Rólex, un continuista de la gran farsa política que ha hecho de Cuba un infierno del cual todos huirían en estampida si no estuviera rodeado de agua.
Cuba es un pueblo vencido por sus propias contradicciones, porque los más jodidos son muchas veces los que se prestan a la delación y el colaboracionismo. Es complicado de entender, y más aún de explicar, por qué los presidentes del Comité y delegados de la circunscripción son en su mayoría negros; por qué esas emisarias de los sindicatos que andan con el legajo de papeles en una cartera remendada, y correteando detrás de los empleados para cobrar la cotización, son mujeres negras; por qué hay tantos negros ejerciendo el oficio rastrero de ciberclaria, participando en actos de repudio o integrando las brigadas de respuesta rápida para defender un sistema profundamente injusto y explotador.
La Revolución no les ha dado nada a los negros, más allá de la ilusión de pertenecer a algo que prometió ser grande. El sortilegio se rompió cuando cayó la URSS, y desde entonces han quedado cada vez más excluidos de las fórmulas económicas aplicadas por el régimen para evitar el hundimiento definitivo. Es inexplicable que personas como Iliana Macías defiendan las políticas del castrismo como si la santería, el palo monte o cualquier otra práctica de origen africano no hubiera sido rechazada en los años iniciales del proceso.
Miguel Díaz-Canel está perdido, no importa lo que haga. La mpaka no evitó que tuviera que salir huyendo de Regla tras el paso del tornado en 2019, ni que una multitud enfurecida le arrojara pomos plásticos en San Antonio de los Baños el 11 de julio. La “consulta” en casa de Iliana Macías fue un paripé tan irrespetuoso, que probablemente ella haya salido peor parada que él en términos de credibilidad. A fin de cuentas Cuba entera sabe qué cosa es Díaz-Canel, y lo seguirá siendo a pesar del Decreto-Ley 35.
|