Ramón Fernández-Larrea
Vuelve a ser requisito indispensable en Cuba ser revolucionario sin tacha. Para comer, para trabajar, para reír o para caminar, porque la calle (y no me refiero al honorable presidente de Uruguay, sino a ese camino destrozado y sucio que pasa por delante de las casas) es de los revolucionarios. Y para jugar pelota, también.
Un lanzador o un tercera base no puede vestir el uniforme del equipo Cuba cuando lo asaltan dudas existenciales, cuando no está entregado completamente a la patria o tiene, según el Puesto a Dedo, dudosos gustos musicales. Ahora para vestir los colores patrios se debe poseer la firmeza de Antonio Maceo, los reflejos de Rodolfo Puentes, las convicciones de Julio Antonio Mella y la potencia física de Teófilo Stevenson.
Lo dijo hace unos días el mentor Eriel Sánchez en una entrevista al sitio oficialista Cubadebate, donde aseguró que una de las características que deben tener los convocados a la selección nacional es el "patriotismo". Y como no había cumplido su cuota diaria de hablar cascarita de piña, abundó: "no solo es mirar para cuánto bateó, para cuánto lanzó, o para cuánto fildeó, hay otros aspectos como la disciplina, el patriotismo, etc".
Esos “otros aspectos” le han jugado a él, al buró político, al partido comunista, a la seguridad del estado y a Malanga y su puesto de viandas, una mala pasada, o, para hablar alto y claro y deslizarnos en el home, once malas pasadas. Porque a esta altura del juego, sin haber llegado al noveno inning, son once jóvenes peloteros quienes se la han dejado en la uña al mentor, a la patria y a la madre de los tomates en la Copa Mundial de Béisbol para menores de 23 años que se está celebrando en México.
El equipo Cuba sub-23 ha estado rodeado de polémica desde su confección, pues en vísperas de conformar el equipo el mandamás de la novena esgrimió un aspecto que se tuvo en cuenta para conformar la nómina, y que ha dejado a más de uno con la boca abierta. Al parecer, todos los deportistas que al final “coronaron” pasaron sin problema la prueba patriótica, aunque no se sabe muy bien en qué consistía, o si hay un reglamento escrito por Machado Ventura para ello.
Tal vez haya que recitar de memoria la Constitución de Guáimaro o los nombres de todos los combatientes del ejército rebelde que pelearon en el II Frente oriental. Los candidatos declamaron poemas de Nicolás Guillén, la letra del himno del 26 de julio y la carta de despedida del Che Guevara para cerrar con la Guajira Guantanamera de Joseíto Fernández. ¿Los pondrían a gritar todos los lemas patrióticos desde la fundación de la ORI (“la Ori es la candela”) pasando por “los mejores van a Argelia”, sin olvidar aquel reclamo angustioso de “pégate al agua, Felo”.
¿Cómo se detecta el patriotismo de una persona, sobre todo de un pelotero que se mueve constantemente hasta cuando está en el círculo de espera? ¿Habría que hacer un círculo de estudios en el círculo de espera? Y, sobre todo, fundamentalmente, por encima de cualquier duda o impedimento ¿Quién lo detectaría? ¿Se encargaría el primer secretario del partido en cada provincia de asegurar la firmeza ideológica de un centerfield o de un receptor?
Es sabido que donde mejor se demuestra esa firmeza en un revolucionario es en el combate con el enemigo. Luchar y derrotar al contrario es un pase indudable que, en este caso, no llevaría medalla, sino la admisión automática del guerrero a la selección de los elegidos. De manera que solamente ese proceso pudieran fiscalizarlo y arbitrarlo las organizaciones más confiables de la revolución: el ministerio del interior y los avezados sabuesos de la seguridad del estado.
Recientemente dos de ellos, no sé si por diversión, por encomienda o como experimentación castigaron a un opositor. La noticia dice que “El vicepresidente del Partido Libertario Cubano, Heriberto Pons, fue salvajemente golpeado este viernes por agentes de la Seguridad del Estado con un bate de béisbol, en lo que constituye un gráfico ejemplo de la represión de la policía política en Cuba”.
Qué idea tan magnífica. Qué descubrimiento maravilloso combinar la reciedumbre revolucionaria con las habilidades deportivas: castigo, disidente, bate. Un todo en uno. Un desafío que solamente cumplirían los fidelistas de corazón, quienes sean capaces de demostrar su dedicación a la patria y al socialismo con un bate mitsuno en las deportivas manos, y si no hay mitsuno, majagua.
Los miembros del Ministerio del Interior y la Seguridad del Estado, en sus nuevas funciones de coatches, managers, mentores de beisbol y seleccionadores organizarían y supervisarían los exámenes ideológicos deportivos o deportivo ideológicos, para que cada equipo de pelota que vaya a salir a defender los colores de Cuba en el exterior sea un pelotón de combatientes decididos y confiables, y no haya que despedirlos, como ha dicho un humorista, ante la deserción en masa del equipo juvenil en México, con un acto de repudio.
Pudiera convertirse en un acontecimiento patriótico, en un emocionante evento a celebrarse a todos los niveles: regional, provincial y nacional. Ya veo los preparativos en la plaza José Martí, o, si se prefiere estar más frescos, en los alrededores de la embajada de los Estados Unidos, para que el enemigo vea de primera mano la entrega del hombre nuevo.
Allí, de uno en uno y en fila india -o en el círculo de espera- junto al cajón de bateo ideológico, un disidente bien atado, y el candidato que se acerca con un bate entre las manos. Habría que acordar cuántos batazos estarían permitidos, para no malgastar opositores y que sirvan para que otros peloteros puedan examinarse. El candidato se acercaría, ante la mirada escrutadora de los integrantes del tribunal (que pudieran ser algunos de los esbirros más experimentados) y allí mismo, a la orden de un silbato, harían swing a ver a qué distancia envían la pelota, es decir, cuántas costillas le partirían al opositor de un solo golpe.
No quiero dar ideas diabólicas, pero creo que solamente así estarían seguras las autoridades políticas y deportivas de la integridad revolucionaria del equipo Cuba. A salvo toda duda, desterrada toda sospecha, estarían aptos para viajar al exterior a dejar bien alto el nombre de la patria.
Y a su regreso, a modo de entrenamiento, pudieran ser utilizados para dar leña cada vez que asome el hocico un enemigo o se cocine un conato de protesta.
Total, el músculo y el cerebro no debieran estar divorciados.