La Revolución cubana nació homofóbica
Estoy sentada frente a él, pero evito mirarlo. Mi vista se concentra en la tercera persona que se encuentra en la oficina. Esta explica, apoyada en datos que aparecen en unos papeles que sostiene entre sus manos y que mira a ratos, que su disciplina laboral es pésima, que ya se le ha llamado la atención muchas veces por sus reiteradas llegadas tarde o salidas fuera de hora, y que se ha tomado la decisión de separarlo de su puesto de trabajo por «no reunir las condiciones idóneas para laborar en un centro de estudios de alto prestigio como la Universidad de La Habana».
Por un instante nuestros ojos se encuentran. Es suficiente para descubrir la ironía en su mirada. Volteo la cabeza. Me da vergüenza, una vergüenza que aún me acompaña, por mantenerme callada, por tener miedo.
Estamos a principios de la década del ochenta y comienza el Proceso de Profundización Revolucionaria en los Centros de Educación Superior del país.
La Revolución Cubana nació homofóbica. El 13 de marzo de 1963, en un discurso pronunciado en la escalinata de la Universidad de La Habana, Fidel Castro expresaba, entre risas y exclamaciones de «¡Paredón, Paredón!»: «Muchos de esos pepillos vagos, hijos de burgueses, andan por ahí con unos pantaloncitos demasiado estrechos; algunos de ellos con una guitarrita en actitudes “elvispreslianas”, y que han llevado su libertinaje a extremos de querer ir a algunos sitios de concurrencia pública a organizar sus shows feminoides por la libre». Y agregaba: «Hay unas cuantas teorías, yo no soy científico, no soy un técnico en esa materia (RISAS), pero sí observé siempre una cosa: que el campo no daba ese subproducto. […] ¿Y qué opinan ustedes, compañeros y compañeras? ¿Qué opina nuestra juventud fuerte, entusiasta, enérgica, optimista, que lucha por un porvenir, dispuesta a trabajar por ese porvenir y a morir por ese porvenir? ¿Qué opina de todas esas lacras? (EXCLAMACIONES). Entonces, consideramos que nuestra agricultura necesita brazos (EXCLAMACIONES DE: “¡Sí!”)».
A finales de 1965 se crea en Cuba una de las instituciones más desconocidas y polémicas en toda la historia de la isla: Unidades Militares de Ayuda a la Producción (UMAP), nombre sugerido por Fidel Castro. Estaban situadas en lugares aislados y de difícil acceso, como el sur de la entonces provincia de Camagüey, y su objetivo era reformar a personas consideradas como detentadoras de «vicios capitalistas», es decir, homosexuales, religiosos, jóvenes sin vínculo estudiantil o laboral, delincuentes y desafectos al proceso revolucionario.
Las UMAP estuvieron precedidas por una campaña en la prensa oficial que, basada en las ideas de aquel discurso del 13 de marzo de 1963, preparó el terreno para que su creación pareciera necesaria e, incluso, demandada por algunos sectores de la intelectualidad. La figura del folclorista y literato Samuel Feijóo resultó destacada en dicha campaña. En su sección habitual del periódico El Mundo comienza a publicar, en abril de 1965, una serie de artículos que muestran el espíritu de la época. En uno de ellos, titulado «Revolución y vicios», el autor hace un análisis de los defectos heredados de la sociedad capitalista anterior. Considera ya liquidados algunos, pero expresa que aún quedan por eliminar «el alcoholismo, el juego de gallos y el homosexualismo campante y provocativo». Esto último constituía, según Feijóo, uno de los más «nefandos y funestos legados del capitalismo». Y sus focos eran urbanos: «En una ocasión Fidel nos advirtió que en el campo no se producen homosexuales, que allí no crece ese producto abominable. Cierto. Las condiciones de virilidad del campesinado cubano no lo permiten. Pero en algunas ciudades nuestras aún prolifera. Allí se unen, se apiñan, se protegen, se infiltran».
En el año 1966 el escritor Luis Báez también defiende la creación de las UMAP, desde las páginas del periódico Granma, asegurando que «la cuestión primordial de las UMAP es educar a todos aquellos jóvenes que […] están fuera de todas las organizaciones donde pueden ser educados; y para que no se pierdan, entonces deben ingresar precisamente, en esta institución», aunque reconoce que «no siempre la experiencia se supuso feliz […]. Algunos oficiales no tuvieron la paciencia necesaria, ni la experiencia requerida y perdieron los estribos. Por esos motivos fueron sometidos a Consejo de Guerra, en algunos casos se les degradó y en otros se les expulsó de las Fuerzas Armadas».
En cualquier caso, y aunque se han publicado algunos testimonios sobre aquellos oscuros años de internamiento forzado, en condiciones de aislamiento y desprotección, que llevaron incluso al suicidio de algunos durante y después del confinamiento, solo podrá conocerse a plenitud la historia de las UMAP cuando, algún día, se descorran todos los velos del silencio y del miedo.
Años después, en las entrevistas concedidas a Ignacio Ramonet, Fidel Castro reconocía que «[…] se crearon las llamadas Unidades Militares de Ayuda a la Producción (UMAP), donde iban de las tres categorías de gente: los que por su bajo nivel de estudios no podían manejar aquellas armas, o personas que por su fe religiosa eran objetores de conciencia, o varones en condiciones físicas adecuadas que eran homosexuales».
Las ideas homofóbicas de varios intelectuales cubanos, compartidas por la dirección del país, llevarían a elevar a Luis Pavón Tamayo, en el año 1971, de segundo jefe de la Dirección Política de las Fuerzas Armadas Revolucionarias (FAR) a la dirección del funesto Consejo Nacional de Cultura (CNC). De esta manera se militarizaba la esfera cultural cubana y se inauguraba una época de esterilidad creativa forzada.
Antes, el propio autor de Juan Quinquín en Pueblo Mocho, tras su regreso de la Unión Soviética en 1964, y siguiendo la pauta indicada, había declarado en su sección del periódico El Mundo que el socialismo era incompatible con el homosexualismo: «Contra él se lucha y se luchará hasta erradicarlo de un país viril, envuelto en una batalla de vida o muerte contra el imperialismo yanqui. Y que este país virilísimo, con su ejército de hombres, no debe ni puede ser expresado por escritores y “artistas” homosexuales o seudohomosexuales. Porque ningún homosexual representa la Revolución, que es asunto de varones, de puño y no de plumas, de coraje y no de temblequeras, de entereza y no de intrigas, de valor creador y no de sorpresas merengosas. Porque la literatura de los homosexuales refleja sus naturalezas epicénicas, al decir de Raúl Roa. Y la literatura revolucionaria verdadera no es ni será jamás escrita por sodomitas».
Sobre el vergonzoso período denominado eufemísticamente como «quinquenio gris» por el escritor Ambrosio Fornés se ha escrito bastante, sobre todo a partir de «la guerrita de los e-mails» desatada en el año 2007. La «parametración», como se le llamó oficialmente a aquella cacería de homosexuales y, de paso, de algunos artistas «incómodos» para el Gobierno, dejó sin trabajo a decenas de figuras del gremio artístico, humilló y calumnió a grandes escritores, a actores y directores de teatro, televisión y cine, a artistas de la plástica. Algunos corrieron a casarse, otros corrieron a esconderse y otros fueron a protegerse bajo las alas de sus amigos dirigentes.
Pero, sin la responsabilidad de algunos intelectuales, sin el silencio y la pasividad de muchos y la complicidad y el oportunismo de no pocos, el «quinquenio gris» no hubiese tenido lugar.
La Universidad de La Habana no se mantuvo ajena a las ideas planteadas por Fidel Castro aquel 13 de marzo de 1963. Durante mis años de estudiante, de 1966 a 1971, recuerdo algunos eventos, fundamentalmente en carreras de Humanidades, donde la Federación Estudiantil Universitaria (FEU) y la Unión de Jóvenes Comunistas (UJC) jugaron un papel activo en el señalamiento de afeminados y homosexuales, y su expulsión de las aulas universitarias.
Sin embargo, yo estuve totalmente ajena a los sucesos en el sector artístico durante el quinquenio de 1971 a 1976.
En julio de 1976 se crea el Ministerio de Educación Superior, y el Ingeniero Fernando Vecino Alegret es designado como su titular. El recién nombrado ministro provenía de las FAR; había cumplido diferentes misiones, entre ellas, desde 1966 hasta 1973, la dirección del Instituto Técnico Militar (ITM), donde se forman los ingenieros y los técnicos de la rama castrense.
Muy poco tiempo después comienzan a llegar a las universidades cubanas estilos de trabajo provenientes del ITM. Uno de los ejemplos más controvertidos fue la implementación de una metodología en el proceso de enseñanza-aprendizaje que priorizaba los procedimientos por encima del contenido.
Tal vez el Proceso de Profundización Revolucionaria en las universidades cubanas llegó como una vuelta de tuerca más del estilo militar implantado a partir de 1976, o simplemente fue una prolongación de una época nefasta: la «parametración» en el sector artístico y literario.
El joven sentado en la pequeña oficina, quien escuchaba imperturbable lo que tenían que decirle dos representantes de la dirección institucional, había llegado a nuestra Facultad poco tiempo atrás, precedido por los rumores de su expulsión del Instituto Superior Pedagógico Enrique José Varona (ISPEJV), donde cursaba el segundo año de la Licenciatura en Educación en Química. A pesar de sus excelentes resultados docentes y de su magnífica trayectoria estudiantil, resultaba un poco suave en sus ademanes y tenía unos ojos demasiado soñadores. Los profesores masculinos en Cuba debían ser (o al menos parecer) fuertes y viriles.
Era un joven inteligente, con una vocación incuestionable hacia la Química, con dotes de buen analista, y extremadamente sociable y simpático. Lo amamos desde el primer momento y reíamos constantemente con sus ocurrencias y su fanatismo a prueba de todo por Farah María, la diva por excelencia de aquellos años. Recibió siempre con sarcasmo las burlas de los «machos» del claustro, que podían criticar sus «debilidades», directa o veladamente, pero que lo respetaban en sus fueros internos.
Su desempeño como Técnico de Laboratorio fue siempre excelente, así como su disposición ante cualquier pedido de sus compañeros, ya fuera personal o laboral.
Las verdaderas causas por las que separaban, una vez más, de las instalaciones universitarias a este joven lleno de ilusiones eran harto conocidas por todos (incluyéndolo a él), aunque se disfrazaran con faltas, más o menos reales, de su disciplina laboral.
Junto a ese joven fueron procesados y despedidos otros dos excelentes profesores de la Facultad. Los rumores en el colectivo laboral decían que el motivo de tal desatino eran sus gestos algo afeminados. Nada más.
Ninguna de estas tres personas (como otras a lo largo del país), separadas de sus trabajos durante el Proceso de Reafirmación Revolucionaria en las universidades cubanas, ha recibido disculpas por haber sido calumniadas, por la destrucción de sus vidas profesionales en pleno desarrollo.
Yo no me siento, porque no lo fui, responsable ni de la idea, ni de la preparación, ni de la ejecución de ninguna de las expulsiones llevadas a cabo en nuestra Facultad de Química, como no lo fue la mayoría del claustro universitario. Fui espectadora en tanto jefa de la Cátedra de Química Analítica, donde laboraba uno de aquellos tres profesionales. Eso fue suficiente para llevar siempre en el corazón la vergüenza de mi pasividad y mi silencio. Hoy solo puedo dar testimonio. Eso hago.
La homosexualidad en Cuba ha tenido distintas formas de consideración a lo largo de su Historia. Todavía hoy es palpable un cierto clima de antipatía hacia las personas LGBTI en la sociedad cubana, donde la homofobia, el machismo y las estructuras patriarcales aún son norma en la región. De acuerdo con algunas fuentes desde los años 1990 en Cuba se ha intentado llevar a cabo algunas reformas en materia de derechos y visibilidad pública respecto a la diversidad de orientaciones sexuales e identidades de género, y le otorgan este cambio al Centro Nacional de Educación Sexual (CENESEX) dirigido por Mariela Castro. Sin embargo, otros estudios muestran que este ejercicio por parte de la CENESEX ha sido un proceso de "máscaras desplegadas". La escritora e investigadora Frances Negrón-Mutaner lo llamó "transformismo político" en Mariconerías de Estado: Mariela Castro, los homosexuales y la política cubana y el historiador Abel Sierra Madero lo analizó como "travestismo de estado" en ''Del Hombre Nuevo al Travestismo de Estado'.
|