En el cortometraje Alberto, ópera prima del director de fotografía Raúl Prado, un joven músico regresa a Cuba luego de 10 años de ausencia, tras ser expulsado por un violento acto de repudio, cuando se alistó para abandonar el país durante los acontecimientos del Mariel.
En el salvajismo de tal abominación, el muchacho fue atacado por su propio padre, quien no había reparado en el hecho de que el hijo era parte de la “gusanera” enemiga.
Aquel hombre no pudo lidiar con el cargo de conciencia y terminó quitándose la vida. El hermano del músico se lo había ocultado durante todos esos años y, en la película, ambos personajes terminan por hacer una ruda catarsis sobre circunstancia tan siniestra.
En el documental Acto de repudio, del director Agustín Blázquez, el notable guitarrista clásico y compositor Carlos Molina, tan pronto confiesa su intención de abandonar el país, durante el mencionado éxodo del Mariel, se vuelve blanco junto a su familia de la violencia organizada del “pueblo enardecido”.
El documental Sueños al pairo, de los directores José Luis Aparicio y Fernando Fraguela, sobre el reconocido músico e intérprete Mike Porcel, dilucida el acto de repudio que debió sufrir, al querer abandonar la Isla vía Mariel. El artero ataque fue organizado y ejecutado por sus propios colegas artísticos, entre los cuales figuró, de manera prominente, Silvio Rodríguez.
Raúl Prado me confesó que su cortometraje aspiraba a revisar un capítulo oscuro de la historia contemporánea cubana para que las nuevas generaciones lo conocieran y, sobre todo, con la esperanza de que nunca se repitieran hechos tan deleznables.
Aquellos actos de repudio, donde incluso hubo personas que perdieron la vida, fueron maquinados minuciosamente por el régimen que, en lides de violencia revolucionaria, no suele dejar cabos sueltos a la espontaneidad.
Los filmes que he mencionado, entre otros, se elaboraron para contribuir a la memoria de la infamia y evitar, dentro de lo posible, el enfrentamiento atizado entre cubanos.
De los acontecimientos del Mariel, sobre todo de la represión desatada por la dictadura contra la “escoria”, no quedan muchos testimonios fílmicos, pues casi todas las imágenes fueron tomadas por equipos del Noticiero ICAIC, dirigidos por Santiago Álvarez, a quien todavía se le rinde pleitesía en foros culturales democráticos.
Si algo han revelado los acontecimientos referidos al 15 de noviembre (15N) es la manera en que el régimen ha cincelado su envilecimiento cuando de repudiar a los opositores se trata. Afortunadamente, para la posteridad, tal brutalidad ha sido grabada por ubicuos teléfonos celulares.
Durante los días del Mariel, las movilizaciones populares, arengadas por el dictador, eran masivas y dirigidas específicamente a miles de víctimas que deseaban largarse de aquel infierno.
Ni hablar de que se abrieron cárceles y manicomios para rellenar de pasajeros indeseables las embarcaciones fondeadas en la bahía del Mariel.
Cuarenta y un años después, la represión sigue siendo barbárica pero enfocada en las personas que ellos consideran gestoras de una supuesta rebelión llamada a destruir el “irrevocable socialismo” y que solo desterradas abandonarían el país.
Ahora se apropiaron de las “sentadas”, como la que practicaron el pasado mes de julio de este año el propio Raúl Prado y Yunior García Aguilera, frente a los estudios y oficinas de la televisión cubana, reclamando su derecho a réplica.
Rodeando a la escultura de José Martí en el Parque Central, este fin de semana amanecieron tiendas de campaña, como si fueran parte de un campamento hippie, ocupadas por facinerosos de pañuelos rojos y pulóveres con impresos industriales de la foto de Ernesto Guevara, sin ser molestados por esbirros del régimen.
Dicen que “aman revolucionariamente”. Simulan de pacifistas mientras la turba “combativa” acosa, en los suburbios, a los opositores que sufren blasfemias y presidio domiciliario, sin haber sido juzgados.
A diferencia de los operativos del Mariel, estos chivatos y agitadores reciben la respuesta serena y puntual de sus víctimas, quienes llaman la atención sobre el hecho de que las moloteras frente a sus hogares humildes no la integran los vecinos de la cuadra, sino otros zarrapastrosos traídos de barrios aledaños para que interpreten los corifeos abyectos del castrismo.
Existe el rumor de que el régimen convoca a presos comunes, a quienes se les promete rebaja de condena, para que se integren a los grupos de repudio.
La caminata pacífica por las calles de la Isla, que no son de Castro, ni de su longeva y decadente dictadura, no se produjo porque el régimen se vio obligado a arreciar su represión, como nunca antes y, sobre todo, fomentando escaramuzas autorizadas de guerra civil.
La jornada ha dejado bien claro, ante la opinión pública internacional, que los corrales de puercos, en que la tiranía ha convertido a la población cubana, no entienden de rosas blancas, ni de almas pulcras en busca de libertad. Es un fangal en las postrimerías.