ELECCIONES EN CHILE
Las voces del nuevo Chile
La variedad de perfiles que este domingo elegirá un nuevo presidente refleja la complejidad política y social de un país que lleva dos años en estado de convulsión permanente
Las voces del nuevo Chile, ese que pretende surgir de las elecciones presidenciales de este domingo, son variadas y transversales. Si bien nunca como hasta ahora las opciones han estado tan en los extremos del espectro ideológico, no alcanza con dividir el voto en ricos y pobres, jóvenes y adultos, más formados o menos formados. El voto de la extrema derecha, representada por José Antonio Kast, anida en las clases acomodadas, pero también entre inmigrantes, comerciantes que lo han perdido todo y jóvenes estudiantes que se autoproclaman libertarios. El voto de Gabriel Boric, la opción de izquierda que se ha alimentado de las revueltas callejeras de 2019, es mayoritariamente estudiantil y urbano, con sólidas raíces en los barrios populares y entre aquellos adultos ya mayores que siempre se consideraron opositores a la dictadura de Pinochet. Cuando se los escucha es posible dibujar un mapa de Chile con el relato de actores anónimos, muchos de ellos debutantes en la política.
Joaquín Scheel, de 68 años, ingeniero civil industrial, es uno de ellos. Nunca había militado, pero hoy pertenece al Partido Republicano de Kast. El jueves, durante el cierre de campaña del candidato, se instaló durante horas en medio de los semáforos con una bandera chilena, un letrero que decía Kast 2022 y hasta una bocina para llamar la atención de los conductores. “Este es un momento muy crítico para Chile, porque tenemos dos opciones. Un camino de libertad y democracia o un camino de comunismo y totalitarismo. Kast puede sacarnos de encima las dictaduras comunistas como Venezuela, Cuba o Nicaragua”, relata tras dos horas en la esquina, donde uno que otro le ha insultado. Dice que toda su familia —incluso sus hijos de 21 años— votan este domingo al candidato de la extrema derecha. Sobre sus lazos con Pinochet, del que no ha renegado, Scheel asegura: “Kast no defiende la dictadura, sino la libertad”. Y explica que en países como España, los republicanos chilenos apoyan a Vox, “uno de los pocos partidos que se atreven a decir las cosas por su nombre”.
De este lado del espectro político también hay comerciantes víctimas de las revueltas, que votan por quien les promete más seguridad. Es el caso de Antonio —quien pide que se use solo su primer nombre–, de un municipio de clase media de Santiago de Chile, Macul. Antonio tenía allí un pequeño almacén. “Lo quemaron y perdimos todo y ¿para qué levantarlo si lo volverán a destruir? Tenemos una esperanza con Kast y su proyecto”, asegura el hombre de 58 años que ahora solo vive de los bonos del Gobierno y de algún trabajo esporádico. Acompañado de su esposa, de 50, relata que en el plebiscito de 1988 votó por sacar a Pinochet del poder y luego respaldó a los presidentes de centroizquierda, como Patricio Aylwin y Eduardo Frei. Y no le importa que Kast sea parte de esa derecha que no rompe con el pinochetismo: “Pinochet es del pasado. Murió hace 14 años y gobernó hace 31. ¿Qué me va a hacer Pinochet ahora? Pinochet no existe”, dice a un costado de la multitud, donde predominaron las banderas chilenas y se veían ondear algunas de Cuba y Venezuela.
La memoria de Pinochet está aún en cada elector chileno, asociado al orden para unos, a la represión y la falta de libertades para otros. Los mayores que detestan al dictador ni siquiera lo nombran, como Carlos Celerón, que a sus 71 años lleva nueve barriendo las calles y veredas que rodean plaza Baquedano, epicentro de las protestas de 2019. “Yo no voto a Kast porque es amigo del otro”, dice abriendo mucho los ojos. “Yo voto a Boric, porque soy de clase media para abajo”, asegura. Celerón está jubilado, pero dice que “con las 120 lucas (120.000 pesos, unos 145 dólares) de la pensión no alcanza. Ellos lo saben, por eso te dejan seguir trabajando”.
Patricia Rodríguez tiene 65 años y también está jubilada. El jueves viajó hasta Casablanca, a 80 kilómetros de Santiago, para el cierre de campaña de Boric. Se declara comunista, y niega que su partido vaya a condicionar a su candidato en caso de llegar a La Moneda, como denuncia la derecha. “No lo hicimos con [el expresidente Salvador] Allende, no lo haremos con Boric”, dice. Formada en la Universidad Católica, trabajó toda su vida como profesora de religión. Lamenta no haber podido ascender más en su profesión, “pero ya sabes como es esto del patriarcado”. “Cuando había que cuidar a los niños enfermos, era yo la que faltaba al trabajo”, se queja. Rodríguez apoyó las protestas de 2019 y ahora espera “que ese mismo pueblo que se manifestó vaya a votar” el domingo.
No todos asimilan tan bien como Rodríguez la alianza del Frente Amplio de Boric con el Partido Comunista. Jorge, que prefiere no dar su apellido, tiene 59 años y pasó por el mitin del candidato de izquierda en Casablanca “solo de pasada”. “El Partido Comunista”, dice “es el principal problema y me irrita un poco, pero estoy dispuesto a correr el riesgo”. Jorge asegura que trabaja en finanzas, porque “sí que hay financistas de izquierda”, y se rie a carcajadas.
En Chile el voto es voluntario y las tasas de participación son bajas, en torno al 50%. El voto nulo no es un arma tradicional para manifestar el descontento, pero no es regla. “Mis amigos votan nulo, todos”, dice Catalina Lobos, una estudiante de 18 años que irá por primera vez a las urnas. Lobos viste una casaca amarilla, el color del candidato Sebastián Sichel, un independiente que representa en las boletas la opción oficialista del presidente Sebastián Piñera. El jueves por la mañana, Sichel sembró la plaza Baquedano con molinos amarillos de papel con la promesa de que recuperará ese espacio de protesta “para todos los chilenos”. Catalina entrega a quien se acerque uno de estos molinos, pero su fidelidad partidaria no es la que parece.“No voy a votar a Sichel, solo me pagaron para venir aquí esta mañana”, dice. “Tampoco voy a votar a Boric ni a Kast. Me gustaba Franco Parisi, pero no está en el país”. Parisi no puede regresar a Chile por deudas en las cuotas de alimentos de sus hijos y ha hecho campaña por redes sociales desde Estados Unidos. Sin opciones, es probable que Lobos siga a sus amigos y también vote nulo.
Otros jóvenes como ella sí tienen clara su opción, como Bastián Morales, de 22 años, estudiante de Historia y Geografía en la universidad pública de Valparaíso, a 120 kilómetros de Santiago. Morales es dirigente en su universidad y tiene un discurso sólido, que recita con fluidez. El domingo votará a Boric, y por eso el jueves estaba en Casablanca. “Las protestas dejaron como herencia la organización estudiantil y el proceso constituyente”, dice, en referencia a la Asamblea que redacta una nueva Constitución que entierre a la heredada de la dictadura. ¿Qué opina de Kast? “Es parte del surgimiento de las opciones de ultraderecha que tenemos en América Latina, con Jair Bolsonaro como su mejor ejemplo. Kast atrae con su carisma a esos que en general no votan, y que ahora lo harán por la economía y la seguridad”, dice.
Seguridad es lo que pide el votante de Kast, aunque no solo contra la delincuencia. La propuesta del candidato de abrir una zanja en el norte de Chile para contener la inmigración ilegal ha calado en aquellos extranjeros que ya se encuentran en el país. Como Linda Cáceres, de 37 años, colombiana, con 12 años en Santiago. Cáceres participó del cierre de campaña de Kast junto a su hermana, de 51. “Kast no se opone a los extranjeros, sino a los extranjeros que llegan a hacer el mal, con malas prácticas”, dice la asesora inmobiliaria nacida en Barranquilla, residente ahora en Las Condes, una de la comunas más acomodadas de la capital.
En una esquina del mitin de Kast está Ítalo Omegna, estudiante de medicina de 27 años e impulsor de una librería online con textos “libertarios que no se encuentran en los negocios convencionales”. Dice que ha vendido como pan caliente los libros de Axel Kaiser, uno de los autores preferidos de los seguidores de Kast. “En Chile, la mayoría de los jóvenes están con Boric y la izquierda. Pero tiene una explicación. Si vas a las librerías, encuentras solo textos sobre el estallido social y la dictadura, solo temas que dividen y benefician a la peor clase política, que busca dividir para gobernar. La juventud chilena se siente iracunda porque está convencida de que viven en un infierno de injusticia, porque así se lo han enseñado durante toda la vida”, explica con ánimo de vendedor. Las voces del nuevo Chile son variadas, tanto como los desafíos que enfrenta un país que llega a las urnas sumido en la incertidumbre de los extremos.
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