Luis Manuel Otero Alcántara se
encuentra en una prisión en Cuba desde las manifestaciones del 11 de julio
Cuesta, todo cuesta, algunas veces demasiado
Cuesta mucho tener a todo un país preparándose para una guerra que ellos asumen que llegará, y por eso nos hacen creer que hay que preparar la defensa, y entrenar, y movilizar
- Un amigo del barrio me saluda cada mañana haciendo esa señal que compromete a los dedos índice y pulgar de cualquiera de las dos manos, esa señal en la que los cubanos leemos “Patria y Vida” sin ninguna confusión. Hoy ese amigo repitió el saludo de siempre, pero también recomendó con un movimiento de cabeza que me acercara, que fuera hasta donde él estaba. Y cuando estuvimos cerca me preguntó, como si él no supiera, si tenía yo alguna idea de todo lo que costaba “mantener el pueblo a raya”.
Ese amigo, que me hace saber quien vende arroz y quien tiene pollo, que me recomienda a quien comprarle el picadillo o las salchichas, me preguntó, como si no lo supiera, cuánto suponía yo que costaba al gobierno mantener al pueblo cubano “a raya”, y ya sabemos que “mantener a raya” significa procurar la quietud y la aceptación de cualquier decisión que tome un padre o una madre, el maestro. También poner a raya es lo que hace el gobierno para conseguir la callada por respuesta ante cualquiera de sus decisiones y arbitrajes. Mi vecino me miró fijo, imperioso casi, y yo me reí, sabiendo que los dos reconocíamos el costo de tal “tranquilidad”.
¿Y lo sabemos realmente? Yo creo que no reconocemos las verdaderas dimensiones, por eso solo le dije que la mayor cuota, quizá toda, la pagábamos nosotros, y que sin dudas era una cuota de terror, pero el hombre no quedó satisfecho y volvió a inquirir: “¿Y cuánto les cuesta ese terror que nos provocan?”. Eso quiso saber y me dio la espalda, como haría el maestro cuando te deja la pregunta para que te la respondas en la casa y la hagas pública al día siguiente y en la clase… Mi vecino me dejó pensando.
Y yo descubrí sus dotes para la docencia; con cierta discreción me había dejado una tarea para la casa, una tarea de orden económico a mí, que soy tan mal economista y que nunca voy más allá de mantener a salvo la economía doméstica. Y quizá por eso me quedé varado en la esquina por un rato, esbozando una sonrisa que supuse socarrona y que no consiguió ver el vecino en su retirada. Me quedé pensando entonces, y todavía…
Y ahora, sentado frente a la computadora, intento responderle, quizá para responderme a mi mismo, para responder a millones de cubanos que deben averiguar lo mismo. Resulta que, contrario a lo que piensan algunos por el mundo, los cubanos somos analfabetos en cuestiones económicas, incluso cuando se trata de la economía doméstica, pero sobre todo somos analfabetos en la política, lo que sin dudas es uno de los propósitos de un gobierno al que le interesa que la desconozcamos, que no entendamos ni pío de eso que ellos norman, dictan, rigen.
Y es que nuestro analfabetismo político y económico tributa a su favor, y en contra de nosotros. Nuestros saberes en esas áreas no salen del adoctrinamiento al que nos han sometido durante muchos años, aunque reconozcamos, al hablar con extranjeros de cualquier parte, nuestros múltiples analfabetismos y las causas que lo provocan. Aun así, y porque aquel inquiriera, pensé en esos gastos económicos que supuse grandes, y más que grandes, infinitos. Así que no resultará tan difícil que el lector me entienda.
Los cubanos, pese a lo que quizá se cree en el mundo real, no sabemos nada de economía, ni siquiera de la economía doméstica, pero tampoco sabemos nada de política. Resulta increíble que en un país donde se respira política desde la levantada y hasta la acostada, e incluso en el sueño, seamos tan analfabetos en esas cuestiones. Y es que al gobierno no le interesan nuestras dotes económicas, le interesan solo nuestras dotes de aquiescencias. Les interesa el perpetuo SÍ, la posición de rodillas, y de los demás se encargan ellos, a plomo y palo.
Aun así, y en medio de tanto analfabetismo, pensé un poco. Y tuve la certeza de que no resulta tan difícil suponer los costos; cualquier colegial, por más sencillo que sea, podría responder, sabría que debe ser mucho lo que está costando mantener a los cubanos en una muy falsa calma y con el límite delante de los pies o, para ser más exacto, con los pies detrás del límite. Y eso cuesta mucho, muchísimo dinero, infinitos recursos, y ejercicios militares, y días de la defensa, y guerra de todo el pueblo en la que se implican militares, milicianos, “gente común”, esa misma gente común que antes estuvo haciendo colas para comprar y luego revender.
Cuesta mucho tener a todo un país preparándose para una guerra que ellos asumen que llegará, y por eso nos hacen creer que hay que preparar la defensa, y entrenar, y movilizar, aun cuando no exista otro enemigo que ese mismo gobierno que sueña con batallas y se prepara para ellas, incluso sabiendo que no tiene otro enemigo que él mismo.
Y la verdad es que lo primero que se necesita para mantener el límite, para verlo, para notarlo delante de los pies, es sentir el peligro detrás, justo en nuestros talones, sobre la espalda, como un airecillo sobre el cuello. Un peligro que se insinúa en sus evidencias y que deberá estar presente siempre, para que lo consideremos, para que lo sintamos, y eso les cuesta mucho, porque se precisa tener más patrullas policiales, incluso en detrimento de las ambulancias. Y el pueblo tiene que ver en televisión a esas patrullas alineadas en el momento en que se activan y están dispuestas a salir, y la cámara deberá estar ahí, y eso también cuesta.
Los tiranos siempre hacen gastos infinitos para salirse con la suya. Y no hay que ser un analista económico, bastaría con pensar en cuántos cubanos han dejado de cumplir con sus horarios laborales durante estas ya largas jornadas para mantener a raya a los que abiertamente nos manifestamos en su contra, a quienes disentimos, pero también a los que permanecen en silencio, a esos que solo disienten en la complicidad de la sobremesa, en el silencio del cuarto y sobre la cama, en el inodoro mientras leen las páginas del Granma, que termina embarrado y en el cesto de papeles sucios.
El poder sabe que es preciso hacer visible la fidelidad de un pueblo que dejó de ser fiel hace ya rato o que jamás lo fue, y eso cuesta mucho. El “pueblo enardecido” que debe enfrentar a los infieles, a los traidores, debe hacerse visible y estar presto en los momentos álgidos, así que los recursos deben estar disponibles; los ómnibus, los camiones, las motocicletas, incluso las bicicletas deberán estar listas para moverse hasta los “campos de batalla”, y poco importa que antes le sacaran la gasolina a la ambulancia, que alguien muriera en su casa porque jamás llegó el servicio de emergencia.
Y la agitación despierta el apetito, y después de cumplir con los escarmientos habrá que ofrecer a los “fieles” una merienda, un piscolabis, un ambigú, un tentempié, sobre todo si el poder reconoce que muchos de los que van a “manifestarse a favor de la revolución”, a cumplir con las apariencias, lo hacen por miedo, e incluso por el bocadillo, por las horas de trabajo voluntario que quedarán en sus récords, en las estadísticas de “fidelidad”, de esas fidelidades que podrían precisarse en algún momento, cuando el hijo opte por una carrera universitaria.
El ejército de policías cubanos debe ser grande, el más grande, y habrá que traerlos de cualquier confín del país, y darle albergue, y alimentarlo, incluso habrá que vigilarlos para que no se “confundan”, para que no se cansen, para que no renuncien y se pasen a las filas enemigas. El pueblo enardecido necesita, aunque solo le paguen con hacer visibles sus apoyos en la televisión, un pan con algo, un refresquito coracán, una limonada ya caliente, y en algunos casos un diploma, una referencia en la televisión a ese “ejército de pueblo”.
Todo eso pensé para decirle a mi amigo cuando nos volviéramos a encontrar, pero si tanto no fuera suficiente, le haría notar que acabo de enterarme, por la televisión, que en toda la isla se desarrolló el “Día Nacional de la Defensa”, y que eso cuesta mucho. Y le contaré al amigo que vi a Díaz-Canel al frente, todo vestidito de verde olivo, y ya sabemos lo que puede costar al país un ejercicio militar como ese, sobre todo en estos días de miseria y hambre, esa hambre que no (re)conoce Díaz-Canel, el del “zambrán” apretando su barriga enorme, esa barriga que el zambrán divide en dos…
Y pensando en el cinturón, en el zambrán que divide en dos la enorme barriga del Díaz-Canel, presente en el “Día Nacional de la Defensa”, recordé que zambrán sale del nombre de Sam Browne, un general del ejército indio británico que perdió su brazo izquierdo, que quedó manco, en alguna batalla. Y resulta que aquel Sam Browne ideó entonces un cinturón que le facilitara desenvainar fácilmente su sable en el campo de batalla, y de ahí salió ese término que, creo, usaron los mambises, nombrándolo “zambrán”.
Y pensando más en el zambrán que dividió en dos la enorme barriga que exhibió Díaz-Canel en sus ejercicios militares, esa que debe haber costado un potosí, llegué a Sam Brown, el militar norteamericano que celebró, y aplaudió, el Grammy Latino que otorgaran a la canción Patria y Vida y que, para conectarme con el principio de este texto, debe “haber propiciado, digamos costado, unas cuantas rabietas al poder cubano. “Cuesta, todo cuesta”, así canto ahora, parodiando a la Mercedes Sosa de “cambia, todo cambia”.
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