Perniles de cerdo que llegan de Estados Unidos, leche española y frijoles mexicanos. En las mesas de las familias cubanas los productos importados ganan en número y calidad a los pocos alimentos que salen de los campos y las industrias nacionales. Basta escribir "importado" al lado de una oferta para que los clientes se sientan más confiados y seducidos.
"Mi hermana me compró los tostones de plátano macho en un sitio que los trae congelados desde Estados Unidos", cuenta una habanera de 45 años. "Por suerte me los mandó, porque ya aquí no se encuentran plátanos machos grandes de los que sirven para hacer buenos tostones, y con esto garantizo tener al menos una vianda frita para Navidad".
En el mismo sitio digital que vende el producto congelado, también se pueden adquirir plátanos maduros fritos, listos para poner en la sartén y servir. "Uno creció creyendo que el plátano era algo de aquí, incluso nos burlábamos de esos clichés de que nos veían como gente que estaba permanentemente comiendo plátano, y ahora hay que traerlo de fuera".
Donde la aguja de las preferencias apunta con más fuerza a lo importado por encima de lo nacional es en los embutidos y los productos cárnicos. La caída en picada de la producción de carne de cerdo, los vaivenes de la ganadería, que no acaba de levantar cabeza a pesar de las más recientes flexibilizaciones en el sector, y la profunda desconfianza de los comensales refuerzan esta tendencia.
"La carne de cerdo coge el sabor de la comida que le das al animal", cuenta El Pana, un productor porcino de Alquízar, en Artemisa, al que 14ymedio ha seguido la pista desde que comenzó en el sector hasta que terminó por desmantelar el pasado año sus corrales hastiado de no conseguir pienso y afectado por las restricciones de entrada a La Habana debido a la pandemia.
"Cuando lo que conseguía era harina de pescado y el animal se pasaba el tiempo de ceba comiendo eso, después tiraba un bistec en la sartén y parecía que estaba friendo claria", cuenta. "La gente ha perdido la referencia y ya ni se acuerda cómo sabe la carne de cerdo, pero yo llevo muchos años en este negocio y sé cuándo un puerco se alimentó de basura y cuándo le dieron otra cosa".
"En la grasa y la carne del animal se acumula mucho de lo que ha comido, nada más cortar un pernil o una paleta, por el tono de la empella se puede notar. Imagínate cuando lo pones a cocinar, todo ese olor sale y llena la casa. Yo no puedo vender lo que yo mismo no me comería, y aquí alimentar un puerco correctamente es imposible".
A juicio de El Pana, esa es una de las motivaciones para optar por el producto importado. "Te das cuenta de que son puercos más jóvenes, porque lograron alcanzar el peso para el sacrificio en el tiempo en que debe ser y no como pasa aquí que, al no tener pienso, al animal se le pasa el tiempo y todavía está flaco. Así no se puede matar".
"Del pollo mejor ni hablar, ese hace mucho tiempo que viene casi todo de fuera", reconoce el productor. "Aquí en los alrededores de Alquízar teníamos varias granjas avícolas, de eso no queda nada. Hasta los techos y las cercas se las han ido robando poco a poco".
Algo similar ocurre en la ganadería. Las tiendas en moneda libremente convertible (MLC) y los sitios digitales que ofrecen su mercancía para que los emigrados nutran a sus familias en la Isla están llenos de cortes de res procedentes en su mayoría de España y Uruguay. Una indagación en uno de esos portales sobre la posibilidad de comprar carne nacional arrojó una breve respuesta: "No ofrecemos carne de vaca cubana. No cumple los requisitos de calidad".
En el mismo mensaje, se ofrecía al cliente la posibilidad de comprar un paquete de "carne troceada de ternera, ideal para brochetas" o una bandeja de "carne molida de filete de res" , importadas de España. Otra opción "más económica" es "un kilogramo de falda de res totalmente ibérica". Cruzar el Atlántico parece agregarle más valor simbólico a la mercancía.
Mientras en muchos países aumentan los movimientos favorables al comercio de proximidad, que privilegia productos locales, en Cuba los consumidores se decantan por los alimentos importados. El consumo local apenas se concentra en algunos vegetales, frutas de temporada y verduras, pero con la subida de precios de los últimos meses a veces un producto enlatado o congelado resulta más barato.
"La libra de judías está por encima de los 90 pesos cuando se encuentra", detalla Víctor Manuel, un jubilado que con frecuencia visita el mercado agrícola de la calle San Rafael en La Habana. "Para darle sabor tengo que comprar aunque sea un poco de chorizo o de bacon, además agregarle cebolla, ajo y otros condimentos. Cuando saco cuenta, una fabada para mi mujer y para mí me sale en más de 180 o 200 pesos".
"Mi hijo, que vive en Miami, me compra a través de tiendas e internet las latas de fabada Asturiana, que cuestan menos de cuatro dólares cada una. Con dos comemos mi mujer y yo sin tanto ir y venir al agromercado y sin tanta ensuciadera de la olla de presión. Más barato y no tiene nada que envidiar a lo que yo podría hacer en mi cocina con lo poco que hay".
"Antes en Navidad casi todo lo que se comía era de aquí, si acaso los turrones o la sidra venían de otra parte, pero ahora la mesa parece las Naciones Unidas", bromea Víctor Manuel. "Lo que no viene de México, viene de Nueva Zelanda. Una locura".