Un final e inicio de año tenebrosos
Lo que está por venir, al parecer será mucho peor que cuanto hemos vivido en estos dos últimos años.
Este 31 de diciembre, a las 11:59 de la noche, muchos cubanos y cubanas se dispondrán a pedir “a quien pueda interesar” por “allá arriba” o por “allá abajo”, lo único que, sin dudas, ha podido salvar a nuestra gente de no morir en los infiernos: emigrar, escapar, huir, poner agua de por medio entre la realidad que frustra y esa “posibilidad” difícil de recuperar no solo la esperanza perdida sino, además, algo que el régimen ha sabido aniquilar a su favor: la confianza en nosotros mismos, el descubrimiento de nuestras potencialidades.
A las 12:00 echaremos a la calle el balde de agua pero con ello no se irá lo que debe irse; quemaremos un muñeco de trapo pensando que en ese fuego se quemarán nuestras frustraciones (aunque jamás nuestras vanidades), y con ellas el “mal” que nos ha condenado a hacer colas salvajes por nuestro alimento diario o a rapiñar —a veces con algo más que uñas y dientes— el dólar y el euro si deseamos comer solo un poquito mejor.
Pero no hay hoguera en Cuba capaz de quemar rápido y de una sola vez semejante daño. Despertaremos a la mañana siguiente en la misma pesadilla, es decir, en un “año nuevo” cuya “novedad” consiste en nuevos y peores tumultos, en trifulcas más sangrientas, en caos escalando al infinito y más allá.
Porque las 33 medidas para detener la inflación por ellos mismos creada, caerán sobre nosotros como el ave de rapiña que se anuncia en el propio número de la charada, que es “tiñosa” pero además “bofetón”.
Treinta y tres medidas que nos morderán en la yugular. “Soluciones” que de funcionar, otra vez lo harán apenas para la misma élite asociada al poder militar que se ha beneficiado con los “errores” actuales o habrán de ser como ese antídoto que no es otra cosa que el mismo veneno (en este caso el del empobrecimiento general) meticulosamente dosificado. Más de lo mismo, fuego contra fuego, pobreza contra pobreza en un intento desesperado por ganar tiempo más que apoyo popular porque sobre este último ya se convencieron de que es irrecuperable.
Ganar tiempo porque la fórmula de la salvación aún está en el aire. No ha sido “aterrizada”. La “solución final” no termina de cuajar. El régimen necesita terminar de establecer y consolidar alianzas externas, negociar las condiciones primero de una alianza militar (parecida a aquella de los años 60 en que Cuba fue convertida en protectorado de los soviéticos, pero que a la vez no cause demasiada tensión) y, segundo, de varios pactos económicos, la mayor parte derivada de lo anterior, que no solo los asegure en el poder, principalmente bajo la protección de rusos y chinos, sino que les permita continuar inyectando dinero “fácil” a esos dos o tres bolsillos individuales, color verdeolivo, que hoy conforman la eufemísticamente llamada “arca nacional”.
Ni siquiera durante la hambruna de los 90, en el llamado “Período Especial”, llegamos a sentirnos tan desesperanzados como por estos días. Y lo que ha de venir se anuncia como otra jornada en los infiernos, aunque esta vez en sus círculos más profundos. (Al menos estaremos tocando fondo).
Es un país pequeño, de gente demasiado indiscreta, de modo que, si no todo, al menos aquella información que nos parece esencial para sobrevivir en “la lucha” se esparce por los aires y nos pone en alerta. Cosas terribles, asociadas a mayor represión, se traman por “allá arriba” y, para que el año termine más o menos en paz, esperarán a los primeros días para soltar la “bomba”, que estallará nuevamente en nuestros bolsillos.
Lo que está por venir, al parecer será mucho peor que cuanto hemos vivido en estos dos últimos años. Así que ojalá todo quede en rumores.
Emigrar, escapar y huir son las palabras de orden. Serán durante el 2022 el conjuro que invocará una mayoría cansada de resistir, luchar y no vencer, o al menos no hacerlo con efectividad para todos y por el bien de todos sino para el regocijo egoísta de unos cuantos que ayer, cuando fue necesario, se bautizaron “de izquierda” pero que hoy, porque así van los tiempos, se revelan muy buenos camaleones de la mediocridad.
Este será de los peores finales de año que los cubanos recordemos. De los más tétricos que hemos vivido en tantas décadas de dictadura. No solo por la escasez de absolutamente todo lo imprescindible ya para sobrevivir o ya para festejar sino porque, poco antes y después de los sucesos del 11 de julio y del 25 de noviembre, como causa del incremento de la represión, de la exacerbación de nuestro inmovilismo y de la complicidad de buena parte de la comunidad internacional, hemos vivido los días menos esperanzadores y más frustrantes en seis décadas como pueblo sometido a la miseria, abusado y echado a pelear entre hermanos y hermanas.
El régimen, que ha empeñado hasta los últimos centavos en intentar por la fuerza y muy torpemente postergar un par de años más su inminente caída, insiste en que hay motivos para “celebrar” unas imaginadas “batallas vencidas” que, de ser reales las victorias de algunas de ellas, han tenido el precio de nuestras perpetuas desgracias. Al mismo tiempo, estas también son el saldo de las cobardías, de los silencios, de la autocensura, del conformismo, del escapismo y de tantas negatividades más que hoy caracterizan a una buena parte de los cubanos de aquí como a los de la diáspora. Nuestras desmemoria y apatía no tienen fronteras.
Días en que lo más rebelde entre nosotros ha sido disuadido, desvirtuado, manipulado, dispersado o condenado al olvido ya en el exilio (el verdadero exilio, que no la simulación sobreactuada de algunos cobardes y ególatras sin remedio), en el insilio (el legítimo insilio, que no es la apatía) o en las prisiones.
Días y noches en que muy pocos piensan en cómo salir juntos, unidos, de este pantano en que chapoteamos con desesperación o donde nos dejamos hundir por cansancio. Días finales, definitivos, en que la única esperanza se solaza en el error de imaginar que escapar allende los mares o dejar la Isla a merced de unos cuantos bribones, nos devolverá algún día —a nosotros o a nuestros hijos y nietos— un mejor país.
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