JUAN ARIAS
Los dictadores, los tiranos y todos los déspotas son ricos en patologías, pero no soportan la sátira ni el humor. Sus cerebros son incapaces de entender esos mecanismos liberadores de tensiones. Creen haber nacido solo para dar órdenes y mandar. Se sienten dioses intocables.
Brasil acaba de ser testigo de esa incapacidad de los políticos. Tras conocerse la noticia sobre la enésima hospitalización del presidente Jair Bolsonaro aparecieron sus seguidores fanáticos junto con los evangélicos pidiendo por su salud. A la vez que se difundían las fotos desde el hospital del presidente haciendo gestos de victoria. Una imagen que recuerda cuando hace tres años había sido acuchillado por un desequilibrado y Dios lo había salvado. Esta vez, le ha dado un empujoncito en el momento en que se estaba hundiendo en los sondeos electorales de cara a la jornada del próximo octubre, en la que busca su reelección.
Con su última hospitalización, no tardaron también en aparecer en las redes sociales viñetas satíricas y de humor. No habían pasado 24 horas y la familia del enfermo ya había desafiado al Supremo para que condenara esas imágenes. La democracia y la libertad de expresión son los demonios más temidos por los déspotas de todas las ideologías. Tal vez por ello, como periodista que ya tuvo que vérselas con la censura en los tiempos del franquismo, he mantenido siempre una cierta simpatía por la expresidenta brasileña, Dilma Rousseff, quien en su primer discurso y en los momentos en que su propio partido, el PT, coqueteaba con medidas restrictivas a la libertad de expresión, ella, que había estado encarcelada y torturada durante la dictadura militar, pronunció la célebre frase: “Prefiero el ruido de los periódicos al silencio de las dictaduras”.