Ella tenía una vaga idea de quién era él. Un empresario hizo de nexo y salieron a comer a un restaurante exclusivo de Hollywood. Ella, Marilyn, quedó deslumbrada con ese hombre (él lo estaba desde la primera vez que la vio en una pantalla, como otros millones de hombres) que no entraba en sus prejuicios de lo que era un deportista, un beisbolista. Era elegante, sobrio, callado. Estaba realmente interesado en ella. A la salida dieron vueltas en el auto último modelo de él durante tres horas hasta que ella lo invitó a su hotel.
Era enero de 1952 y comenzaba a forjarse una de las parejas más legendarias (y desoladoras) de la historia: la de Joe Di Maggio y Marilyn Monroe.
A los pocos días de conocerse fueron a almorzar. Ella se llevó una sorpresa enorme. Los hombres del lugar –famosos, poderosos y hasta aspirantes que gastaban sus últimas monedas para estar cerca de ellos, para ver si surgía alguna posibilidad- sólo miraban a Joe. Querían llamar su atención, lograr que él los mirara, que los considerara al menos por algunos segundos. Era la primera vez que le pasaba en la vida. Marilyn por primera vez no era el centro de atención de los hombres del lugar, no la cortejaban. Su pareja le había quitado protagonismo.
Hablemos de Joe Di Maggio. Para ese tiempo llevaba dos años retirado. Era una leyenda del béisbol. Jardinero central de los New York Yankees. Uno de los más grandes aún hoy a más de setenta años de su retiro. Tres veces MVP, nueve series mundiales en trece temporadas. Récord de partidos consecutivos teniendo al menos un hit. Pero más allá de los logros, de los récords, Di Maggio fue una figura que trascendió su deporte, un ícono cultural. Una pequeña muestra: está nombrado en Mrs Robinson de Simon & Garfunkel, en Vogue de Madonna (ella tuvo su Di Maggio personal con Alex Rodríguez), en We Didn´t Start the Fire de Billy Joel y en Centerfield de John Fogerty, entre muchísimas otras canciones. Es el jugador al que el viejo de El Viejo y el Mar de Hemingway aspira a encontrar pescando (recuerda que el padre de Joe también había sido pescador y que se entenderían porque “él también había sido pobre”).
En el momento en que se conocieron él era uno de los deportistas más conocidos de Estados Unidos. Ella estaba terminando de convertirse en Marilyn Monroe.
“El sexo era épico. En la cama era como una pelea de dioses. Truenos y rayos se instalaban sobre nuestras cabezas” dijo alguna vez Di Maggio según su médico personal Rock Positano, que escribió Dinner With Di Maggio, un libro sobre sus encuentros con Joe. Pero no todo era sexo. Alguna vez en sus memorias – en realidad escritas por Ben Hecht- Marilyn consignó: “Todos señalan las diferencias entre nosotros pero en realidad en el fondo somos muy parecidos. La grandeza deportiva de él, mi fama. No somos eso. Esas son cosas externas”. Ambos buscaban, casi con desesperación, un hogar, estabilidad, una familia que nunca habían tenido. Venían de mundos distintos pero sus dolores internos se parecían. Eso, más allá de la atracción, los unía.
Esos años los pasaron entre Los Ángeles y Nueva York, los lugares de residencia de cada uno. Sabían que el matrimonio no sería fácil, pero no se veían de otra manera que como una pareja. Ambos venían de un divorcio. Por lo que no podrían tener ceremonia religiosa. Di Maggio, de familia italiana y católica, fue amenazado por un sacerdote con la excomunión si volvía a contraer matrimonio. A él no le importó. Marilyn era lo más cerca del paraíso que alguna vez iba a estar.
Se casaron el 14 de enero de 1954 en San Francisco, ciudad natal de Joe. La ceremonia civil fue en el City Hall. Pretendió ser secreta, sólo un par de amigos. Pero la voz se corrió y cuando salieron cientos de personas los esperaban. Luego, a falta de casamiento religioso, se sacaron fotos en las escaleras de una iglesia. La de Saint Peter and Saint Paul. En las imágenes se ve muy feliz a la pareja.
Lo decidieron unos días antes. Marilyn estaba enfrentada con su estudio porque no le daban proyectos de calidad, quería torcer el rumbo de su carrera, estaba cansada del papel de rubia boba. Di Maggio debía viajar a Japón para unas presentaciones promocionales y cerrar unos negocios, aprovechando la pasión en ese país por el béisbol. Así que esa sería su luna de miel. En Japón hubo furor por la presencia de Marilyn. Joe se convirtió en su mero acompañante. La prensa y los fans los perseguían. La actriz recibió una oferta para presentarse frente a las tropas norteamericanas que peleaban en Corea. Di Maggio, pese a que estaban en la mitad de la luna de miel, la empujó a aceptar. No quería que ella estuviera sola mientras él tenía reuniones de trabajo. Las presentaciones de Marilyn fueron causaron conmoción (e iniciaron una tradición).
El matrimonio duró tan solo nueve meses. Acompañada por su abogado, el 6 de octubre de 1954, Marilyn anunció la separación en una conferencia de prensa. Llevaba un precioso vestido negro, cerrado como le gustaba a él, y un dolor enorme. Lloró en medio de sus palabras y dijo que la causa de la separación era crueldad mental (lo que hoy llamaríamos maltrato psicológico).
Las peleas de la pareja tenían la misma intensidad que sus encuentros sexuales. El hijo de Joe le contó a David Heynman, el autor de Joe and Marilyn, que una noche los escuchó discutir muy fuerte. Gritos, algún insulto, portazos, estruendos. De pronto, por la ventana de su habitación, vio a Marilyn salir corriendo de la casa y a su padre persiguiéndola, para que regresara. Durante el desayuno de la mañana siguiente, el chico descubrió que Marilyn tenía un ojo en compota.
Los biógrafos de ambos miembros de la pareja hablan de violencia física, de golpes por parte del beisbolista. Algunos testigos suman su voz para narrar escenas similares. El beisbolista se había vuelto adicto a controlar a su esposa. Le exigía que dejara Hollywood: “Allá sólo te ven como un pedazo de carne”. No quería vestidos escotados, ni mucho maquillaje, ni hombres cerca de ella. Sospechaba de sus coprotagonistas, de directores, de productores. Le pidió a Sinatra que lo contactara con el detective privado que el cantante había contratado para seguir a Ava Gardner. Di Maggio quería saber si Marilyn lo engañaba con su profesor de dicción o con uno de los peluqueros.
Joe Di Maggio se había enamorado de la mujer más sensual del mundo, de una fuerza de la naturaleza que exudaba sexo y atracción, la campeona olímpica de la seducción, pero ahora quería (necesitaba) un ama de casa que sólo se encendiera cuando él volviera de la cena y de los tragos con sus amigos o de ver a los Yankees.
Se ha afirmado que el momento clave, el que marcó la ruptura definitiva fue el de la filmación de una de las escenas más icónicas de la comedia cinematográfica. La de la pollera levantándose debido a la boca de aire del subte en La Comezón del Séptimo Año. Billy Wilder decidió rodarla la noche del 15 de septiembre de 1954 en las calles de Nueva York. Sabía que sería un momento icónico y llamó a la prensa para tener más atención. Las calles se paralizaron. A pesar de ser muy tarde, el público se detuvo en la esquina de Lexington y 42, y permaneció en el lugar al ver que en Marilyn estaba en el set. Cuando se hizo la primera toma se produjo una especie de sismo: el asfalto de Nueva York parecía temblar. La pollera al viento, el movimiento sensual, el gesto pícaro, más contoneo, piernas, cola, la ropa interior. Los hombres gritaban piropos y guarangadas, aullaban. El periodista Walter Winchell (también mencionado en la canción de Billy Joel en el mismo verso que Joe) corrió al hotel en el que se alojaba Di Maggio para que presenciara el espectáculo, para que viera la conmoción que su esposa provocaba. Pero Di Maggio no se maravilló como Winchell. Los celos lo carcomieron. Para él, su mujer estaba haciendo un striptease en pleno Manhattan. Aguantó como pudo el resto de las tomas, soportó los gritos de los hombres que cada vez eran más -los hombres y los gritos- y cuando terminó la jornada de rodaje (al final Wilder tuvo que rehacer la toma en estudio), se fue con su esposa al Hotel St. Regis. Esa noche se produjo la pelea definitiva. A la mañana siguiente, otra vez, ella tenía los ojos amoratados. Marilyn decidió separarse.
Al ver la conferencia de prensa anunciando la ruptura y el llanto de Marilyn, Joe le escribió una carta: “Te amo y quiero estar con vos. No hay nada que quiera más que reconstruir la confianza que me tenías. Mi corazón se rompió más todavía cuando te vi llorar frente a toda esa gente”.
Él salió con dos Miss America consecutivas y con varias actrices más. Ella se casó con el dramaturgo Arthur Miller, otra pareja improbable que duró cinco años. Cuando se terminó su tercer matrimonio, Marilyn sufrió un colapso nervioso y fue internada en una institución psiquiátrica. Alguien le dijo a Di Maggio que la tenían enjaulada. Y hacia allí fue él y la retiró del lugar. La llevó con él a Miami donde los Yankees hacían la pretemporada y la cuidó hasta que se recuperó.
Por un momento pareció que volverían a estar juntos. Pero eso no sucedió. Ella cada vez estaba más frágil. La conducta errática, los Kennedy, incumplimientos de contratos, la búsqueda desesperada por tranquilidad. En esos días dijo: “Hollywood es un lugar donde te pagan 1.000 dólares por un beso y 50 centavos por tu alma. Lo sé porque rechacé la primera oferta bastante a menudo y cobré siempre los 50 centavos”.
El 4 de agosto 1962 apareció muerta en su habitación. ¿Muerte accidental? ¿Suicidio? ¿Asesinato? Todas las hipótesis se manejaron desde ese momento.
Cuando le dieron la noticia, Joe quedó perplejo, inmóvil durante unos segundo en los que un rugido desgarrador fue creciendo dentro suyo, un sonido gutural, como el de un animal quebrado. Después se dobló sobre sí mismo, se tapó la cara con las manos y lloró un largo rato.
Joe Di Maggio exigió que le entregaran el cuerpo de la actriz. Él organizaría sus exequias. No dejó que ninguna celebridad participara, vetó a casi todo Hollywood. El representante de Marilyn se quejó pero Joe respondió: “Si no fuera por toda esa gente de Hollywood que no la dejó salir de ese circo, todavía estaría viva”. Tampoco dejó que nadie de la familia presidencial se acercara. Durante años culpó a Sinatra (y a Peter Lawford) de haber acercado a Marilyn a los Kennedy. “Siempre supe quién la mató pero no quise que estallara una revolución en este país”, dijo Di Maggio a principios de los noventa.
Después, durante veinte años, Joe se encargó que la tumba de Marilyn recibiera un ramo de media docena de rosas tres veces por semana. Estaba cumpliendo un deseo de Marilyn. Ella alguna vez le comentó que deseaba que tras su muerte alguien hiciera con ella lo que William Powell había hecho durante el resto de su vida con Jean Harlow: siempre había flores frescas en su tumba.
En 1966, Gay Talese escribió un perfil extraordinario de Joe Di Maggio. Lo llamó La Temporada Silenciosa del Héroe. El beisbolista evitaba encontrarse con Talese porque temía que indagara sobre su relación con Marilyn y él no quería hablar de eso. Talese lo respetó pero no dejó de consignar dos escenas que la tenían a ella como protagonista. En una, una joven modelo que había pasado una noche con Di Maggio contaba que él tenía una especie de muñeca inflable cuya cara era muy parecida a Marilyn con la que tenía sexo con frecuencia. En la otra una mujer se le acerca en un bar y le habla, intenta seducirlo mientras él toma sola en una barra. Di Maggio no responde a ninguno de los avances. La mujer antes de irse dice:
- ¿Tengo que ser Marylin Monroe para que me responda?
- No, me encantarías que lo fueras, pero no lo sos. Nadie puede serlo.
A partir de la muerte de Marilyn, Joe Di Maggio convivió con una vitalicia sensación de soledad. Había amado y perdido a una mujer que no volvería a encontrar. Sólo le quedaba el dolor, un dolor permanente, que tenía hasta una presencia física en su plexo.
En 2020 se subastó una carta que al momento de su muerte, Di Maggio llevaba en su billetera. Un coleccionista pagó 400.000 dólares por ella. Estaba algo ajada y el papel había tornado al sepia. Era una carta de Marilyn a Joe, escrita mientras ellos eran pareja. Un pedido de disculpas después de una pelea conyugal: “Querido Joe, ¡sé que no tenía razón! Actué de esa forma y dije esas cosas porque estaba dolida -no porque de verdad lo sintiera-, y fue estúpido por mi parte estar dolida porque en realidad no había razón para ello. Por favor, acepta mi disculpa y por favor, no, no, no, no estés enfadado con tu nena, que te quiere mucho. Con mucho amor, tu esposa (de por vida), Mrs J.P DiMaggio”.
Joe Di Maggio murió el 8 de marzo de 1999. Tenía 84 años. Nunca se volvió a casar. Dicen que sus últimas palabras fueron: “Al fin voy a poder ver de nuevo a Marilyn”.