Bola de Nieve en Nueva York
Café Society era un sitio peculiar en Greenwich Village, tanto como su dueño y fundador, Barney Josephson, conocido por su incondicional preferencia por el jazz y los night-clubes y teatros donde se presentan músicos y cantantes afroamericanos. Mientras atendía su negocio en el comercio de calzado, Barney se vuelve asiduo al Cotton Club fascinado con Duke Ellington y Ethel Waters, a tal punto que termina por seguir el consejo de su hermano: dejar su trabajo en New Jersey mudarse a Nueva York en pos de su sueño de abrir un club nocturno con características radicalmente diferentes. En un edificio de Sheridan Square, donde confluyen la West 4th Street y Washington Place, encontró un espacio lo suficientemente barato como para abrir el primer night-club con total integración racial en Nueva York: Café Society, nombre elegido por un motivado Josephson para ironizar frente a la alta sociedad que en los años 20 había asumido ese nombre como identificación grupal. Corría 1938 y los años sucesivos verían crecer el perfil y el prestigio de Café Society dentro de la comunidad artística e intelectual afroamericana y su orientación ecuménica e inclusiva en tiempos de fuertes escisiones raciales en numerosas zonas de Estados Unidos. Fue tal el éxito que decidió abrir su réplica, tras lo cual serían conocidos, el original como Cafe Society Downtown y el segundo: Cafe Society Uptown
Cuando Bola de Nieve llega a Café Society Downtown, ya el sitio estaba, sin saberlo, haciendo historia: allí Billie Holiday estrenó Strange Fruit, al finalizar una actuación de la que la audiencia solo se recuperó cuando se percató de la enormidad de aquel tema que acababan de escuchar y ante el cual se rindieron inundando la sala de aplausos. Desde el club nocturno de Josephson fueron lanzadas las carreras de Lena Horne y Sarah Vaughan, entre otros, gracias al cazatalentos que habitaba en John Hammond I, una suerte de asesor musical del singular espacio que consiguió crear y mantener un sello propio y un aire de cierto glamour, sobre todo por las figuras que, una tras otra, lograba presentar: Art Tatum, Teddy Wilson, Hazel Scott… Grandes músicos como Duke Ellington, Miles Davis, Count Basie, Ella Fitzgerald, Nat King Cole, Mary Lou Williams fueron bienvenidos durante los 10 años que se mantuvo abierto Café Society.
Bola venía de una triunfal gira por España integrando la compañía de Conchita Piquer y antes de llegar a La Habana, va a Nueva York invitado por Ernesto Lecuona para presentarse junto a su compañía el 20 de noviembre de 1948 en el prestigioso Carnegie Hall. Canta Drumi mobila y Bito Manué tú no sabe inglé, en medio de la emoción que le provocó la ovación del público antes de comenzar a cantar, el mismo público que le hizo salir nueve veces a escena, según contó él mismo. La repercusión de su presencia en Nueva York debió motivar el interés de Hammond y Josephson, quienes le contratan para presentarse en Café Society inicialmente para siete días de actuaciones, que luego, ante el asombro y el éxito del cubano, se extendió por siete semanas. Con Be Careful, It’s my Heart, de Irving Berlin; Les feuilles mortes, con música de Joseph Kosma y letra de Jacques Prévert; y la samba Faixa de cetim, de Ary Barroso, Bola consigue asombrar al público del Café Society, conocedor donde los haya y acostumbrado a una calidad y una entrega sin concesiones.
El gran compositor cubano Harold Gramatges, quien por esas fechas estudiaba en Nueva York con el compositor norteamericano Aaron Copland, coincidió en esa ciudad con Bola de Nieve y pudo verlo en la escena del Café Society. Así lo contó al investigador y ensayista Ramón Fajardo Estrada: “Bola se presentó en un lugar de suma exclusividad en los aspectos social, económico y artístico: el Café Society, sitio bastante inaccesible para personas como yo, un simple joven estudiante. Pero dada mi ya iniciada amistad con Bola en La Habana, tuve la oportunidad de entrar a través de la llamada “puerta de los artistas” y disfrutar de la actuación de mi paisano, la cual deslumbró al público con su capacidad para rodear cualquier pieza musical de un original ambiente sonoro. Según me contaron, pues no estuve presente esa noche, hay una anécdota interesante en ocasión de las actuaciones suyas en el Society, sobre todo por su otro protagonista: Paul Robeson, quien tras escucharlo se emocionó mucho, le dijo que nunca antes un cantante lo había conmovido tanto y, en honor a Bola de Nieve, cantó una serie de spirituals. Se me ocurre pensar cómo la sensibilidad del famoso bajo norteamericano pudo captar el peculiar arte de su colega cubano, que —sin una voz capaz de emitir música propiamente— transmitía una increíble carga de emociones. Eso confirma lo que en realidad fue la labor escénica de Bola de Nieve: una forma de expresión, de sensibilidad, de calidad espiritual.”
El cubano del piano virtuoso y la voz breve y rasgada fue todo un éxito en Nueva York, al punto de provocar que la exigente revista Variety —dedicada al espectáculo— publicara una crítica sumamente positiva sobre sus noches en el Society: “Bola de Nieve canta tan bien en español, inglés, francés y portugués, que una vez que se adapte a nosotros, es el artista indicado para cualquier club nocturno.”
Pero hubo más, en otro importante medio, en la revista Billboard del 5 de febrero de 1949, el columnista Leon More escribía: “Si una actuación en un club nocturno puede calificarse de hermosa, Bola, el pianista y estilista de canciones encaja en ella. Su actuación es satisfactoria sin ser sensacional y si bien su nombre no es suficiente para atraer a los clientes, una vez que lleguen allí se sorprenderán gratamente. Bola canta en español, inglés y francés. Asume sus números con dignidad y llama la atención la divertida manera en que consigue expresarse. Su interpretación de “Be Careful, It’s My Heart” realmente hizo que pareciera algo tan fino como un trozo de porcelana al punto de temer que su propio canto fuera a hacerlo añicos. Otra propuesta inusual fue “Give My Love”, cantada en francés. Al piano, Bola es más que adecuado, salvo por esa tendencia de comenzar cada número con extensos floreos y grandilocuencias que dan la falsa percepción de una situación cercana al clímax.”
Si no olvidamos que esto transcurría tan temprano como en 1949, convendremos que estaban aún por venir muchos años gloriosos en la carrera musical del inimitable y asombroso pianoman. La visita de 1949, sin embargo, no era la primera de Bola de Nieve a los Estados Unidos: en la década de los treinta había trabajado como pianista acompañante del Tenor de las Américas, Pedro Vargas, con quien realiza una breve gira por los estados norteamericanos del sur. En 1947, en tránsito hacia España, se presenta en Radio City, en un programa transmitido por la National Broadcasting Company (NBC), y al parecer es en esta ocasión en que se realizan unas raras y poco conocidas grabaciones, algunas de ellas bajo el nombre de Bola de Nieve Sextet —con acompañamiento rítmico—, producidas por el puertorriqueño Gabriel Oller, para su recién creado sello Coda. Dos standards norteamericanos —As Time Goes By y Stardust; Andalucía— el clásico de Ernesto Lecuona que en Estados Unidos se conoce como The Breeze and I, Si me pudieras querer (If You Could Love Me) y Tú me has de querer, ambas del propio Bola, Malagueña, Danza lucumí y La comparsa, también de Lecuona, y la canción francesa J’attendrai, son los temas que el gran Bola registra durante su breve, pero fructífera estancia en Nueva York en 1947. Por alguna razón desconocida, el productor decidió grabar estos nueve temas en versiones instrumentales, prescindiendo de la singular voz que complementa el arte del genial cubano.4 Estas grabaciones nunca han sido reeditadas, pero constituyen uno de los momentos singulares en la discografía del gran músico cubano.
Vendrían después nuevas actuaciones de Bola de Nieve en los Estados Unidos, pero las que tuvieron lugar en los años cuarenta marcan el vínculo del gran pianista y diseur cubano con nombres míticos en la historia del jazz y su incidencia en escenarios que, como el Café Society, están indisolublemente ligados al desarrollo de este género. En todo caso, y sin ser un jazzista, los artistas afroamericanos reconocieron en Bola las similitudes entre su arte expresivo y el jazz: autenticidad, el virtuosismo ante el instrumento o a través de la voz, extroversión, el reto de la creatividad originada a partir de lo autóctono y ancestral, en perfecta armonía con el manejo de una vasta cultura e información, una vocación cosmopolita y citadina —eso que Pablo Armando Fernández definiera como “su sensibilidad urbana”— y una camaleónica capacidad para asumir cualquier género, estilo o modo de expresión que le fuera lo suficientemente auténtico como para poder ser él, sin cortapisas ni afeites, dominándolos, haciéndolos suyos.
El paso triunfal por los escenarios de Nueva York y de Madrid, Barcelona, México, Buenos Aires, Río de Janeiro, y otras ciudades que ya había visitado antes de terminar el decenio de los cuarenta, aportó, sin dudas a Ignacio Villa, el gran Bola de Nieve, la seguridad suficiente para no sólo perfilar la entrega sino también ahondar en el disfrute de un arte que era suyo, pero con vocación de compartir sentimientos y expresiones que van desde lo autóctono a lo universal. Ante tanta contundencia evidente, cualquier intento de minimizar su grandeza y de culpar a su voz de las carencias en las que nunca vio obstáculos, encontró en Bola de Nieve el sarcasmo certero por respuesta: “Mi voz es muy mala. Por eso odio los micrófonos: porque la amplían.” En España, cuando actuaba con la Piquer, y a punto de salir al escenario del teatro Lara, fue aún más rotundo cuando el conocido y exigente crítico teatral Felipe Sassone le preguntó: “¿De qué tiene usted voz? ¿De tenor, de barítono, o de bajo?” Bola, sin inmutarse, le espetó: “Yo tengo voz de persona”.
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