Castrofobia sí; homofobia no
Cuando en una dictadura se habla de derechos, todo es retórica vana, demagogia, simulacro, ilusionismo para distraer
Los que me conocen saben cuán distante he estado siempre del conservadurismo, las actitudes prejuiciadas y la homofobia. En el artículo, que era bastante claro y directo —como suelo ser, aunque moleste a algunos—, no atacaba de ningún modo a las personas LGBTIQ; solo hablaba de realidades de la sociedad cubana, tales como el machismo, los prejuicios sexistas, el fundamentalismo cristiano y la persistencia de la homofobia, actitudes que no por negativas dejan de estar presentes y se hacen sentir.
Lo que criticaba en mi artículo no era que en el Código de las Familias se garantizaran los derechos de las personas LGBTIQ (incluido el matrimonio igualitario), sino el interesado manejo que está haciendo el régimen de ese asunto para su provecho, advertido de las polémicas que causaría.
El régimen, además de posar de avanzado e inclusivo ante el mundo, prefiere —y lo está consiguiendo— que nos enfrasquemos en esas polémicas (que no dejan de ser necesarias) antes que en cuestionar, por ejemplo, la falta de libertades políticas, el draconiano nuevo Código Penal que nos quieren imponer, la existencia de las abusivas tiendas en MLC o el fracaso de la Tarea Ordenamiento, que ha lanzado a los cubanos al hambre y la indigencia.
Y menos aún quieren los mandamases castristas que se hable del hecho de que se encuentran en prisión más de 750 personas por las protestas de los días 11 y 12 de julio, y que muchas de ellas han sido condenadas a más de 20 años de cárcel, acusadas de “sedición”, un cargo totalmente absurdo y que contradice flagrantemente el argumento oficialista de se trata de “delincuentes que cometieron actos violentos”.
A todo el que cuestione algún aspecto del Código de las Familias, como el tema de la responsabilidad parental, que abre las puertas de los hogares a la intromisión estatal, es acusado de homofóbico y retrógrado. Y no solo por el régimen, también por algunos activistas de la causa LGBTIQ que, cegados por su vehemencia en la lucha por sus derechos, se confunden, caen en la trampa del régimen y le hacen el juego al atacar a los que se le oponen.
En este birlibirloque que es la actual sociedad cubana, ahora resulta que algunos opositores que se oponen al Código de las Familias son los homofóbicos y el gran abanderado y defensor de la comunidad LGBTIQ es el régimen castrista, que nunca ha pedido disculpas —ni las pedirá, soberbio como es— por las UMAP, la parametración, las redadas policiales contra los gays en los años sesenta y setenta del pasado siglo y la nada encubierta discriminación que sufrieron los homosexuales hasta bien entrada la década de 1990.
Un colega cuyo trabajo mucho respeto y que es un activista en pro de los derechos de las personas LGBTIQ, luego de expresar en las redes sociales que los articulistas de CubaNet que nos habíamos pronunciado en contra del Código de las Familias éramos “hombres mayores, en el ocaso intelectual, resecos por la lucha contra el comunismo”, creyó conveniente explicarme, luego de que me quejé, que no es que me considerara homofóbico a mí, sino que “el discurso anticastrista en general, ahora mismo es LGBTIQ-fóbico, como sin querer, pero lo es”. Y lamentaba: “Ahora que hemos logrado algo, los demás rebajan a nada nuestra aspiración de igualdad”.
Puedo entender al colega. Ojalá me entienda a mí y comprenda que lo mío no es homofobia, sino Castrofobia. Y con toda razón. Solo quisiera que el colega no se conforme y agradezca ese “algo” que ahora parecen lograr las personas LGBTIQ.
Hay muchos más derechos por conquistar para todos los cubanos. Solo que bajo una dictadura no existen los derechos para nadie, de ningún tipo. Cuando en una dictadura se habla de derechos, todo es retórica vana, demagogia, simulacro, ilusionismo para distraer.
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