Leonid Dzhalilov y Liza Miller, junto a sus hijos
Educadores, periodistas, ingenieros...
Salen de Rusia por su oposición al Gobierno de Putin
Miles de rusos abandonan su patria desde el inicio de la guerra: "El país es como un gigantesco barco que se hunde".
Precipitarse en la incertidumbre del exilio para no agachar la cabeza o sufrir la represión por disentir. Es el camino que miles de ciudadanos rusos han emprendido en las últimas semanas ante la deriva del Gobierno de Vladímir Putin y la imposibilidad de proseguir con una vida consecuente en su propia patria. Ligeros de equipaje pero cargados de ideales, dejan atrás sus hogares sin saber cuándo podrán regresar a un país que niega la guerra en Ucrania para definirla como una "operación militar especial" y que castiga con hasta 15 años de cárcel a quien no se pliega a la propaganda del Kremlin.
Entre estos rusos huidos por sus convicciones, se encuentra Leonid Dzhalilov, un profesor de instituto y diácono de la Iglesia ortodoxa que cada mañana se despierta en Budva (Montenegro), a 3.000 kilómetros de la capital rusa, donde ejercía hasta el inicio del conflicto. Forzado por la situación, lo dejó todo y ahora reside a orillas del Adriático con su mujer y sus hijos, tras haber volado antes a Ereván (Armenia) y a Tiflis (Georgia). Hasta allí llegó después de pasar por el calabozo en Moscú por participar en una concentración contra la invasión la jornada en la que comenzó.
Este arresto, que no era el primero por protestar contra las decisiones de Putin, y su desacuerdo con la ocupación disiparon las dudas de la familia sobre su destino en solo dos días: dejaban Moscú. "Para entonces estaba claro que la situación estaba cambiando. Aunque la libertad había sido escasa hasta ese momento, todavía podía ayudar enseñando, predicando y manifestándome. Ya no. El régimen mutó aún más, quizás fue una transformación de autoritario a totalitario. No lo sé, no soy un experto, pero sin duda la diferencia era palpable", explica.
Esta familia optó por el destierro, por renunciar a cuanto conocía, por "la libertad de expresión fuera de Rusia frente a las persecuciones dentro". Prefirieron salir que "callar en público" mientras luchaban contra la situación en secreto. También la corta edad de sus hijos, de dos, cinco y siete años, animó a Leonid y a su esposa a marcharse. "Ni siquiera los más pequeños podían decir ya lo que querían, hasta esto era perseguido por los servicios especiales. No estábamos preparados para someter a los niños a esta carga: decirles qué podían expresar y qué no dentro y fuera de casa", se lamenta.
Liza, atormentada por la culpa
Los días transcurridos desde su salida de Moscú hasta su llegada a Montenegro han sido para Liza Miller, la mujer de Leonid, un auténtico "torbellino" de maletas y búsquedas de alojamiento en cada lugar en el que recalaban. Sin embargo, la carga emocional ha sido mayor que la física. Horrorizada por las escenas en las calles de Moscú donde sus vecinos se felicitaban por la invasión, sufrió un ataque de ansiedad antes de partir y, desde entonces, las dudas sobre su papel en la sociedad rusa no han dejado de atormentarla.
"Me pregunto si estos años me hicieron casi cómplice de las cosas terribles que le ocurrían a mi país, aunque hablara, escribiera y me manifestara contra el régimen", reflexiona esta música, que ha renunciado a sus trabajos como profesora en una "lección" a sus alumnos ante la falta de libertad de expresión. Solo ha conservado uno, aquel que le permite dirigirse a una audiencia joven y recordarle las atrocidades del conflicto. A pesar de todo, no puede evitar preguntarse: "¿Podríamos haber evitado la guerra? No lo sé, pero podríamos haber muerto en el intento. No lo hicimos, y ahora la gente está pagando con sus vidas".
A lo largo de su periplo, esta familia ha encontrado distintas reacciones a su presencia como exiliados. Desde "el rechazo" en Georgia, donde el recuerdo de los crímenes cometidos por el Kremlin en 2008 sigue muy presente en algunos ciudadanos, hasta una "calurosa acogida" en Budva. Allí, un grupo de rusos ha creado una fundación para ayudar a refugiados ucranianos y compatriotas "huidos del régimen", con los que ahora el matrimonio convive en armonía. A pesar de todo, sueñan con volver a su hogar. "Lo echamos de menos, pero no queremos regresar mientras Putin siga en el poder. Esperamos y rezamos por que acabe pronto", dice Leonid.
Valeria, una periodista en Tiflis
También en Moscú residía antes de la ocupación de Ucrania Valeria Ratnikova, una joven periodista que vio cómo su vida cambiaba radicalmente en apenas cinco minutos. Fue el tiempo que tardó en adquirir un pasaje para volar a Estambul cuando el Kremlin bloqueó TV Rain, la televisión independiente en la que ejercía. "No había posibilidad de esperar. Compré el billete de avión que antes me permitía abandonar el país. Estábamos muy asustados", relata.
"Fue por la nueva ley sobre las consideradas como fake news sobre la guerra por el Ejecutivo ruso, que obviamente no lo son. Entendimos que era físicamente peligroso permanecer ahí, porque podían encarcelarnos y tampoco era posible trabajar así. Para continuar con nuestra labor, teníamos que huir", detalla. Actualmente, está en Tiflis con gran parte de sus antiguos compañeros de la televisión, con los que emite en streaming y elabora podcast para todo aquel que quiera verlos, en un "primer paso en el camino para recuperar el canal".
Igual que Leonid y Liza, a Valeria le gustaría volver a Rusia. "Nunca quise irme, en absoluto. No era mi objetivo. Ni siquiera me imaginé que tendría que hacerlo tan rápido. Quiero regresar, tengo a mi familia ahí, mi casa, algunos amigos... Es mi patria", destaca. Y coincide con el matrimonio moscovita: "Creo que ahora no es posible, lo será cuando el régimen actual cambie, pero ignoro cuándo ocurrirá".
Sergey: "Rusia es como un gigantesco barco que se hunde"
En estos días, no solo educadores contrarios al Gobierno de Putin, como Leonid, y periodistas independientes, como Valeria, han abandonado Rusia frustrados por la imposibilidad de desarrollar su trabajo. Durante las primeras semanas de la invasión de Ucrania, entre 50.000 y 70.000 trabajadores del sector informático salieron del país y se calcula que otros 100.000 lo harán en abril tras reorganizar sus cuentas bancarias, según la Asociación de las Comunicaciones Electrónicas del Kremlin.
Uno de ellos es Sergey, un joven empleado de una empresa de tecnologías de la información (IT) que se marchó de Moscú diez días después del inicio de la guerra y que prefiere no revelar su auténtico nombre. "El cinco de marzo, tomé la decisión de irme solo en coche, cuatro jornadas después ya había cruzado la frontera", dice también desde Georgia, uno de los pocos países a los que los ciudadanos rusos pueden acceder legalmente con pasaporte y sin visado y permanecer un año.
"Este país ya no está en el mapa, no tiene himno ni bandera. Rusia es como un gigantesco barco que se hunde y todo el mundo huye de un buque que se va a pique, así que me fui", afirma descorazonado. De momento, continúa trabajando a distancia para la misma compañía, pero tiene la intención de buscar otro empleo en una empresa extranjera en el futuro cercano. Mientras tanto, sus ganas de regresar a a su patria decaen progresivamente. "Al principio, realmente quería volver, pero, con cada día que pasa y con las noticias, ese deseo tiende a cero", admite.
Ilya: "A nivel emocional, era una necesidad marcharse"
El mismo recorrido, de Moscú a Georgia, siguió Ilya Venyavkin junto a su mujer y dos de sus hijos. Durante años, en el seno de la familia habían debatido la posibilidad de abandonar Rusia ante el rumbo de los acontecimientos, pero siempre habían optado por quedarse donde tenían sus trabajos, parientes y amigos. Sin embargo, la guerra en Ucrania provocó un cambio: "Había un sentimiento de que algo horrible estaba ocurriendo, de catástrofe, de indefensión. A nivel emocional, era una necesidad marcharse".
Este historiador especializado en el periodo stalinista, dedicado también a la formación en educación cívica y pensamiento crítico, abandonó su ciudad pocos días después del comienzo del conflicto, "una vez superado el shock inicial". Compraron los billetes y dejaron atrás a su hija de 18 años, que prefirió permanecer para completar sus estudios previos al ingreso en la universidad. Eligieron Georgia por las facilidades para acceder y porque era un país conocido para ellos, ya que la familia de su esposa y muchos amigos viven allí.
"No fue una tarea sencilla. Psicológicamente resultó duro cambiar todo de un modo tan brusco y con las noticias permanentes de gente muriendo en Ucrania", reconoce. No obstante, está satisfecho con su decisión: "El mundo se ha convertido en una realidad en blanco y negro, donde puedes sentir qué está bien y qué está mal. Eso te da algo de respaldo. Es correcto perder tu trabajo porque sabes que no puedes seguir haciendo ciertas cosas. Así, esta elección es mucho más fácil".
Para seguir adelante en estos días de exilio, Ilya continúa colaborando en algunos proyectos en los que ya trabajaba antes de salir de Rusia. En concreto, actúa como asesor histórico en la creación del guion de un documental, mientras busca otras oportunidades en las que embarcarse. Sobre la posibilidad de regresar a su hogar, también lo tiene claro. "Por supuesto. Siento todavía que es mi país, donde crecí y al que quiero volver, donde tengo amigos y a mis padres. Ahora bien, tendré que esperar, no hay opciones laborales para mí", opina este educador sobre un estado donde el pensamiento crítico está penado.
"Todavía hay cosas por hacer"
"Una nación que cría hijos que huyen de ella por no transigir con la injusticia es más grande por los que se van que por los que se quedan", decía el escritor y diplomático español Ángel Ganivet. En esta categoría a la que se refería el autor granadino en el siglo XIX, se encuentran Liza, Leonid, Valeria, Sergey e Ilya, que creen en la necesidad de facilitar información veraz a sus compatriotas convencidos por la propaganda del Kremlin y confrontarlos con las "mentiras y veleidades" de Putin. "Todavía hay cosas por hacer. Debemos transmitirle las noticias a quien se ha quedado atrás, trasladarles la verdad", defiende el primero.
"Debemos transmitirle las noticias a quien se ha quedado atrás, trasladarles la verdad"
Menos optimista se muestra Ilya, que ve complicado lograr un cambio de actitud en sus paisanos, pues "muchos no quieren escuchar". "No es tanto una cuestión de información, eso no lo puede curar todo. Hay gente que se sintió tratada injustamente por Occidente hace tiempo y el resentimiento los impulsa a creer la propaganda. Habría que hacerles comprender que hay un modo de estar orgulloso de tu país y desear algo mejor para sus ciudadanos sin apoyar la guerra, las muertes de civiles y soldados y esta deshumanización", sostiene.
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