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General: Éxodo del Mariel: 42 años después la historia se repite
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Respuesta  Mensaje 1 de 2 en el tema 
De: BuscandoLibertad  (Mensaje original) Enviado: 17/04/2022 14:46
 Éxodo del Mariel: 42 años después la historia se repite
Precedidos por la mala fama que les endilgó la propaganda castrista, los primeros tiempos de "los marielitos" en EEUU fueron difíciles. Sin embargo, venciendo prejuicios, incomprensiones y trabajando duro, la mayoría logró abrirse paso. Con lo puesto y muchos deseos de vivir en libertad y progresar, más de 125.000 seres humanos cruzaron el mar, como si éste se hubiera abierto para que escaparan de la isla
 
Por Luis Cino
En medio de una estampida de miles de cubanos desesperados que huyen por mar y por tierra buscando llegar a los Estados Unidos, y que parece competir con los éxodos de 1980 y 1994, este 15 de abril se cumple 42 años del inicio del puente marítimo de Mariel.
 
El 15 de abril de 1980, Fidel Castro dio autorización para que cubanos radicados en Estados Unidos pudieran venir en embarcaciones a ese puerto, ubicado al oeste de La Habana, a recoger a familiares y amigos que quisieran irse de Cuba. La condición impuesta por el mandamás a los quienes acudieron al Mariel fue que tenían que llevarse también en sus embarcaciones a elementos “antisociales”.
 
Estos “antisociales” serían no solo los asilados en la embajada de Perú en La Habana, que gradualmente iban regresando a sus casas con salvoconductos, sino también presos comunes, muchos de ellos criminales peligrosos y con problemas mentales.
 
Fue el modo que halló Fidel Castro de salir del atolladero que le significaban las casi 11.000 personas que habían irrumpido en la embajada peruana en busca de asilo político tras su decisión, motivada por la soberbia, de retirar la custodia de la sede diplomática.
 
Fidel Castro, en una jugada maquiavélica y sucia, trataba de reparar el daño que supuso para la imagen del régimen, que supuestamente contaba con el apoyo de la mayoría de la población, los miles de cubanos desesperados por irse del país. Entonces, vaciando las cárceles de delincuentes y enviándolos a Miami, trató de convencer al mundo de que los que se oponían al régimen e intentaban escapar del paraíso revolucionario eran malhechores, rufianes, gente de baja catadura moral y pésima conducta social… la escoria, como los bautizó.
 
“No los queremos, no los necesitamos, que se vayan”, bramaba el Máximo Líder, soberbio y rencoroso, en la tribuna.
 
También fueron embarcados por el Mariel expresidiarios con cartas de libertad y las personas que estuvieran dispuestos a aceptar la humillación de presentarse a la policía y declarar que eran putas, chulos, maleantes u homosexuales, que en aquella época, para los castristas, eran casi lo mismo.
 
Como si no bastara la humillación, Castro, al llamar al “pueblo revolucionario” a tomar las calles y mostrar su indignación en los llamados “mítines de repudio”, desató un carnaval de infamia y vileza contra quienes se iban.
 
Las turbas, alentadas por el régimen, sitiaban en sus casas, insultaban, golpeaban, apedreaban y lanzaban huevos contra las personas que esperaban la salida del país. En Mosquito, el sitio alambrado cercano a Mariel donde esperaban para abordar las embarcaciones que los conducirían a la Florida, tenían que soportar los vejámenes de los guardias y los tormentos del hambre y la sed.
 
Curiosamente, la “indignación de las masas revolucionarias” se aplacó de repente, tal y como había empezado, por indicación de Fidel Castro, luego de que se produjeran varias muertes durante aquellos progroms de inspiración nazi-maoísta.
 
El puerto de Mariel fue cerrado a las embarcaciones provenientes de Estados Unidos a finales de septiembre de 1980, luego de negociaciones entre las autoridades cubanas y la administración Carter.
 
Según cifras del Departamento de Inmigración y Extranjería del Ministerio del Interior (MININT), en los cinco meses que duró el puente marítimo (de abril a septiembre de 1980), más de 125.000 cubanos salieron hacia Florida, superando más de cuatro veces la cantidad de 30 000 personas que salieron quince años antes, en 1965, durante el éxodo de Camarioca.
 
Precedidos por la mala fama que les endilgó la propaganda castrista, los primeros tiempos en los Estados Unidos de “los marielitos” (como se les denominó) fueron difíciles. Pero, venciendo prejuicios e incomprensiones y trabajando duro, la mayoría logró abrirse paso.
 
En solo unos años, muchos de ellos aprovechando las oportunidades que les fueron negadas en su patria, donde los consideraban “lacras sociales”, lograron convertirse en profesionales, artistas, pintores y escritores, como los de la llamada Generación del Mariel. El más conocido de ellos es Reinaldo Arenas.
 
Aquellos que se fueron denigrados, apedreados y escupidos por las turbas castristas tendrían su desquite. Desde hace años y cada vez más, la economía del régimen, que proclamó despectivamente que no los necesitaba, depende desesperadamente de los viajes y las remesas que envían los exiliados a sus familiares en Cuba. Una demostración de que ellos, los que un día llamaron “escorias”, triunfaron mientras que el castrismo fracasó y sigue en su inexorable rumbo hacia el abismo.
 
A cuarenta años del Mariel, todavía les deben disculpas a quienes llamaron escoria
Cuatro décadas después, se arrepiente de la decisión tomada. Humberto M., 62 años, sentado en un sillón de ruedas en el portal de una casona con puntal alto y ventanales de hierro en la sucia Calzada de Diez de Octubre, al sur de La Habana, rememora en voz baja aquellos años duros de la primavera de 1980.
 
“Dos años antes, en junio de 1978, me sancionan a cuatro años por peligrosidad social [figura del Código Penal cubano que sanciona por considerar a la persona proclive a delinquir, aunque no haya cometido delito]. Practicaba lucha libre y me gustaba bailar casino en fiestas. Estaba esperando un trabajo como ayudante en una carnicería. Un día me citó el jefe de sector de la Policía [similar al sheriff de una demarcación y me abrió un expediente].
 
Alegaba que por tener a un hermano preso, estar desempleado y juntarme con personas que ellos consideraban antisociales, y como en Cuba en el mes de agosto se celebraría el Festival Mundial de la Juventud y los Estudiantes, me enviarían por un tiempo a un campamento de trabajo en la provincia de Matanzas en condición de recluso”, cuenta Humberto.
 
“Tenía solo 18 años. Del calabozo de la unidad policial fui directo a juicio. Mis padres armaron tremendo escándalo y entonces la sanción fue mayor: cuatro años en la tenebrosa prisión de La Cabaña. En algunas noches tú escuchabas en la celda las descargas de fuego del paredón de fusilamiento. Cuando inauguran el Combinado del Este, me trasladan para esa cárcel. A fines de abril y principios de mayo de 1980, durante los sucesos de la Embajada del Perú y posteriormente el éxodo por el Mariel, me entero de que mi hermano, que estaba sancionado a veinte años, se había ido por el Mariel. Una noche llegaron varias guaguas Leyland al Combinado buscando a los presos que querían marcharse. Un oficial me dijo: ‘negro, aprovecha que tu hermano se fue y vete también, no queremos a mierdas como tú en este país’".
 
Humberto le dijo que no se quería marchar, porque su esposa acababa de tener una niña. "Me amenazaron con añadirme un año más de sanción, pero me mantuve firme. El Combinado se quedó casi vacío. Los reclusos más peligrosos optaron por marcharse a Estados Unidos. Si tú le dices a un tipo que está preso que elija entre irse pa’la yuma o quedarse trancado, la mayoría decide irse. Yo opté por quedarme y ahora lo lamento. Después de aquella sanción he estado preso otras dos veces más, una por juego prohibido y otra por actividad económica ilícita. Me dio una isquemia [un accidente cerebral] y tengo que estar en un sillón de ruedas. Desaproveché la oportunidad de darle un vuelco a mi vida. Me quedé en Cuba por mi hija recién nacida”, confiesa Humberto.
 
Carlos I, 65 años, vivía en una cuartería superpoblada de la barriada de San Isidro, en La Habana Vieja. Recién se había graduado de médico y prestaba el servicio social en un policlínico del municipio Cerro. Estaba en una esquina hablando de béisbol con unos amigos, cuando se enteró de que el gobierno había abierto la Embajada del Perú a todo aquel que quisiera marcharse.
 
“Varios socios del barrio fuimos para la embajada y logramos colarnos. A la semana, aquello estaba desbordado, más de 10.000 personas. Lo que vi, nunca lo voy a olvidar. El Gobierno jamás pensó que se metería tanta gente. Había un cordón de seguridad y tú les veías la cara de odio a los guardias.
 
Después supe que el propio Fidel Castro fue el que trazó la estrategia de despachar poca comida para provocar aglomeraciones y fajazones, y así vender el discurso de que los que estábamos allí éramos delincuentes. Donde había más de 10.000 personas, una vez al día despachaban solamente 1.000 o 2.000 raciones de comida. Igual con el agua para tomar y bañarse. Te imaginas las broncas que se armaban. La mugre y mal olor eran tremendos. El hambre ni se diga. Gracias a la presión internacional, el Gobierno comenzó a otorgarnos salvoconductos para ir a nuestros hogares y esperar ahí la fecha de partida”, rememora Carlos y añade:
 
“Un día sí, y otro también, vecinos y estudiantes de escuelas primarias y secundarias, pasaban por mi casa y me daban un acto de repudio. Eso incluía tiradera de huevos, tomates y piedras. Una golpiza, si salías a la puerta y pintadas en la pared con chapapote de [frases como] Abajo la Escoria. Así fue hasta el día que me montaron en una lancha y me fui de Cuba junto a una familia que habían ido a buscarla y dos o tres locos desquiciados que trajeron de Mazorra. El gobierno de Fidel Castro tuvo un comportamiento fascista. En Estados Unidos revalidé mi título y actualmente soy un profesional de éxito. Nunca he regresado a Cuba. Y no regresaré hasta que haya democracia”, cuenta Carlos a por su cuenta de WhatsApp.
 
En abril de 1980 estudiaba octavo grado en la escuela Tomás Alva Edison, en la barriada habanera de La Víbora. Tenía catorce años. Recuerdo el revuelo informativo en la prensa oficial el día que un ómnibus de la ruta 79 penetró en el recinto diplomático de Perú, en 5ta. Avenida y 72, Miramar. El régimen culpó a "los delincuentes que siguiendo los cantos de sirenas del imperio yanqui" provocaron la muerte del custodio Pedro Ortiz Cabrera, quien murió en fuego cruzado de sus propios compañeros.
 
La tarde cuando se corre la noticia de que las autoridades cubanas habían dado la orden de dejar de custodiar la sede diplomática peruana, me encontraba jugando baloncesto en un terreno al costado del antiguo Instituto de Segunda Enseñanza de La Víbora. Fue ahí donde me enteré de que un grupo de personas, entre ellos el vecino de un compañero de aula, se habían puesto de acuerdo, para ir a Miramar, a ver si podían entrar a la Embajada del Perú en Miramar. “Esta es la única oportunidad que vamos a tener de marcharnos del país”, le dijo ese vecino a los indecisos.
 
Corría el mes de mayo, cuando una mañana, la directora de la escuela nos formó en el patio para informarnos que Andrés, el profesor de literatura, había ‘traicionado a la revolución’ y nos convocó a un acto de repudio frente a su domicilio. Hubo ofensas, golpes, rompieron los cristales de las ventanas con trozos de tuercas y piedras y con pintura roja en la pared escribieron “traidor” y “abajo la escoria”. El profesor de historia me aconsejó: “Estamos en tiempos tormentosos. Si no te gustan los actos de repudio no vayas, pero no te señales dando opiniones. Hay extremistas en cualquier sitio”. (Catorce años después, el profesor de historia se marchó en una balsa rumbo a la Florida).
 
En medio de aquella incertidumbre y agresividad, una tarde de domingo, varios amigos decidimos ir al Estadio del Cerro a ver un juego de pelota. El chofer de la ruta 2, paró cerca del semáforo que hay en la intersección de las Calzadas de Diez Octubre y Luyanó, conocida como Esquina de Toyo. Desde la guagua, vimos como una multitud iba gritando insultos y golpeando a dos personas mientras coreaban “abajo la escoria, gusano, lechuza, te vendes por un pitusa”.
 
1980 fue un año tremendo. Me marcó definitivamente. Supe entonces cuál era la verdadera esencia de la revolución de Fidel Castro. Un sistema que no permite discrepancias y que trata a sus adversarios con métodos fascistas.
 
Cuarenta años después, más de 100.000 cubanos que se fueron por el Puerto del Mariel, todavía esperan una disculpa pública del régimen cubano, por el trato denigrante que tuvieron que soportar. Se lo deben.
 
 


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De: BuscandoLibertad Enviado: 17/04/2022 14:55
 



 
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