El jueves 7 de abril, después de que un familiar le informó que la fiscalía le pide siete años de privación de libertad, Luis Manuel Otero Alcántara estuvo unos diez segundos en silencio, hizo un gesto de desaprobación con su cabeza y tras colgar el teléfono, al llegar a la celda, se acostó inmutable en su litera a leer una novela.
Desde el 11 de julio de 2021, hace nueve meses, el artista disidente permanece en la prisión de máxima seguridad de Guanajay, provincia Artemisa, a 45 kilómetros al oeste de La Habana, acusado por el régimen de supuestos delitos de instigación a delinquir, desacato agravado y desorden público. A Luis Manuel también se le acusa de ultrajes a los símbolos patrios, un expediente abierto desde 2020 por su obra Le drapeau, un performance donde llevaba una bandera cubana abrazada a su cuerpo.
Según declaraciones de un preso común de la misma cárcel, las condiciones de la penitenciaría son “simplemente espantosas. La medida para servir el arroz es una cuchara mediana. Un arroz sucio y con muy mal sabor. Dos veces por semana nos dan un caldo aguado y desabrido que dicen que son frijoles negros. Un trocito de boniato sancochado, a veces medio huevo hervido y cuando se acuerdan, un fricasé de pollo que es más huesos y pellejo que otra cosa”.
El recluso describe que Otero Alcántara es un personaje en la prisión. "Un tipo que ayuda a todo el mundo. Los guardias del penal han intentado virarnos contra él a cambio de privilegios como trabajar en la cocina o tener un 'pabellón' extra (en las cárceles cubanas 'pabellón' le llaman a una visita conyugal íntima, en España le dicen 'vis a vis'). Pero muy pocos se prestan pa’ eso. La mayoría de los reclusos somos comunes, reconocemos que el artista es un preso del gobierno y por eso le abren tremendo fuego”.
Una fuente asegura que el estado de salud de Luis Manuel no es bueno. “Está muy delgado como consecuencia de los reiterados períodos de inanición voluntaria, la pésima y escasa alimentación del penal y los altos niveles de estrés a lo que se ha visto sometido en los últimos cuatro años. En su organismo se aprecia el agravamiento de lesiones psicosomáticas como la soriasis que afecta manos y codos y una dermatitis seborreica en el cuero cabelludo”.
También subraya que Otero comentó que durante la última huelga de hambre -en enero-febrero de 2022, como protesta por su injusta prisión y violación de sus derechos humanos como ciudadano y artista-, sufrió una suerte de parálisis en su lado derecho, aunque no se aprecia, así como pérdida de visión del ojo derecho por la presencia de una zona oscura en su campo visual, situación que sugiere posibles daños neurológicos que debieron ser evaluados y atendidos por especialistas en neurología y oftalmología.
“A nivel emocional, Luis Manuel presenta altos niveles de ansiedad y angustia por su futuro en prisión. Pero reitera su posición de no abandonar el país bajo presión alguna y seguir desde la cárcel su activismo político y social a favor de un cambio político democrático en Cuba”.
La fuente afirma que, a pesar de su frágil estado de salud, “Otero se muestra de buen ánimo, sigue siendo un hombre jovial, convencido de su inocencia y altamente motivado por los premios y otros reconocimientos internacionales a su trabajo artístico”.
Además se ha sabido que el juicio a Luis Manuel, a quien la fiscalía le pide siete años de privación de libertad, está previsto realizarse el próximo mes de mayo y que su expediente es el No. 24 de 2022. El mismo día sería procesado el músico urbano Maykel Castillo “Osorbo”, con una petición fiscal de diez años, y otros tres ciudadanos.
Otero Alcántara es el líder del Movimiento de San Isidro (MSI), un grupo artístico creado en La Habana en 2018 como respuesta a un polémico dictamen oficial, el decreto-ley 349, que regula el trabajo de los artistas. El MSI fue ferozmente reprimido en 2020 y 2021 por la dictadura militar castrista. En particular Otero Alcántara, su líder, acusado de múltiples delitos y que ha sido detenido por la policía política en más de sesenta ocasiones.
Luisma, como le dicen sus allegados, nació el 2 de diciembre de 1987 en la barriada pobre y mayoritariamente mestiza de El Pilar, en el municipio habanero del Cerro. Su vida, marcada por la subsistencia, parece sacada de una sombría novela de Pedro Juan Gutiérrez. En diversas entrevistas concedidas a este rotativo, Otero recordaba los apagones de doce horas en la etapa del llamado “Periodo Especial”, las cazuelas vacías tiznadas y el olor inconfundible a detergente que salía de la fábrica Sabatés, cercana a su casa.
Otero creció en un barrio marginal donde el consumo de drogas es habitual y las riñas callejeras se solucionan a tiros o a machetazos. Fue criado por su madre y su abuela materna, las dos fallecidas en 2021, su mamá Vivian del Carmen el 5 de enero y su abuela el 23 de mayo. Dos pérdidas irreparables de las que aún no se ha repuesto.
En 2019, Otero contaba que de niño siempre sintió inclinación por la escultura. “Siempre estaba con un pedazo de madera en las manos. Mi abuela, trabajaba en vivienda, en aquella etapa que cuando los cubanos decidían emigrar, el Estado decomisaba sus propiedades, mucha gente le regalaba cosas, ropa de uso o electrodomésticos. Así fue que tuvimos una lavadora. Pero de zapatos siempre anduve escaso. Tenía solo un par, casi siempre estaban rotos. Iba a la escuela con una botas horrorosas o en “kikos” (zapatos) plásticos”.
Antes de inclinarse por las artes visuales estuvo cinco años entrenándose como corredor de medio fondo en una pista de arcilla en la Ciudad Deportiva.
“Yo corría 1.500 y 5 mil metros planos. Entrenaba durísimo en busca de un propósito: escapar de la pobreza. Pero en una competencia en Santiago de Cuba, a pesar de ser favorito, quedé en cuarto lugar. No estaba programado para perder. Fue entonces que decidí estudiar escultura y artes visuales”, rememoraba. En una galería situada en la calle 20 de Mayo, en municipio Cerro, Otero expuso por primera vez en 2011. La muestra se llamó "Los héroes no pesan". Estaba dedicada a los soldados mutilados en la guerra de Angola. Dos años después comienza su activismo político. “Tenía demasiadas preguntas sin respuesta. Veía que las expectativas de la sociedad no se tomaban en cuenta. Cuba es un disparate. Percibía que algo se debía hacer”, comentaba Otero en la primavera de 2020.
El domingo 11 julio, después de que corrieran como pólvora en las redes sociales los videos de la manifestación ocurrida en el poblado de San Antonio de los Baños, provincia de Artemisa, pasada las dos de la tarde, antes que el régimen cortara el servicio de internet, en un breve chat de WhatsApp, Luisma me dijo: “Me voy pa'l Malecón. No puedo estar en mi casa mientras la gente se tira a la calle pidiendo libertad”. Fue la última vez que hablamos.